(Español) Pilar Urbano: “El Precio del Trono”

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Pilar Urbano: “El Precio del Trono”. Planeta. Barcelona. 2011. 1003 pgs.

     Casi no me atrevo a escribir un comentario sobre esta obra de periodismo investigativo de Pilar Urbano; me atrevo, pero con mucho respeto. Son más de mil páginas, incluyendo las referencias. Y aquí hay que incluirlas, porque la documentación es exhaustiva, enorme, casi fatigante. Ese es el primer reconocimiento de este estudio sobre la transición de poderes, desde la España de la Pos-Guerra hasta la Monarquía. Un trabajo digno de Hércules que, a la autora le ha llevado bastantes años para elaborar.

     La segunda nota que me atrevo a registrar es la sorpresa que me llevo con la habilidad política de Franco. Los que como yo crecimos en la España franquista, con división de opiniones en la propia familia –recuerdo que mi abuelo se llevaba el plato con la cena a la cocina, cuando salía Franco en la TV, sencillamente se negaba a escucharlo- alcanzábamos a entender la competencia militar del Generalísimo, pero no sus dones políticos, si es que tenía alguno. La autora coloca con ironía y con acierto el tema del relevo de poder: “En las monarquías, uno sabe quién pero no cuando; en las democracias, se sabe cuándo pero no quién; con Franco, no se sabía ni quién ni cuándo”.

     Un continuo forcejeo, un tira y afloja, que funcionaba para dentro, y para fuera, cuando se trataba de torear otros toros, como los del Eje durante la Guerra Mundial, o los Americanos con sus bases en España. Talante político, a su estilo. Mucho escuchar, poco hablar, y siempre de modo escueto, directo. Así lo afirma el propio Juan Carlos: “Franco no se fiaba de nadie. Por dentro, maquinaba y maquinaba continuamente para defenderse de todo el mundo: de los enemigos que tenía lejos, de los que le querían mal y estaban cerca, de los impacientes, de los ambiciosos, de los indiscretos que se movían a su alrededor. Y se pasaba el tiempo con su estrategias de silencio, de cálculo. Era de esas personas que no suben una escalera si no están seguras de que tendrán el suficiente resuello para bajarla. Jamás se arriesgaba. Y eso mismo lo procuró para mí: que no me arriesgase ni me gastase sin necesidad. Sobre todo, desde que me designo sucesor”. Y, en cierta ocasión, se lo confiesa al mismo Franco: “Mi general: en estos años he aprendido mucho de su galleguismo”.

     Incluiría en esta segunda nota –la lentísima y habilísima estrategia de Franco para la transición- el magnífico relato de las preocupaciones con la sucesión en España allende sus fronteras. Relatos estos, salpicados de ironías que perfilan magistralmente los personajes. Es la ficción dentro de la Historia, que ahora tanto se lleva, donde el autor inventa los diálogos, respetando los hechos. Como muestra, vale un botón: La visita del hombre fuerte de la CIA –general Vernon Walters- a Franco inquiriendo qué pasaría después….. “Todo lo dejaré ordenado. Después de mi muerte, vendrá la democracia, vendrán las libertades, vendrá la apertura, la pornografía, el destape….y todo eso que a ustedes les gusta tanto. Pero no pasará nada. Ni habrá revolución, ni habrá guerra civil”. ¿Cómo lo sabe, Excelencia?- preguntó el americano. “Porque he dejado echado el freno”. Walters indagó: ¿El ejército?. Franco, sonriendo: “No. El freno no es el ejército. El freno son las clases medias. Cuando yo empecé a ejercer realmente como Jefe de Estado, acabada nuestra guerra, España era un país pobre, de alquiladores. Ahora, es un país de propietarios: quien no tiene su pisito tiene su cochecito. Y un país donde todos quieren conservar lo que tienen, es un país de conservadores. Por eso le digo que no habrá ninguna revolución. …..Mi verdadero monumento no es esa cruz del Valle de los Caídos, sino la clase media española”.

     El episodio del asesinato de Carrero Blanco, merece un largo capítulo (casi 200 páginas) , donde se recogen con pormenores, las hipótesis/ teorías de la autora: eso sí, con documentación abundante, abrumadora.

En 1975, meses antes de su muerte, Franco mantiene la voz de comando, y el estilo que practicó durante 36 años de gobierno. “Aunque Franco no ponía un pié fuera de España, sabia agasajar a sus huéspedes ilustres. Para la visita de Ford a Madrid, exhibió todo el boato de gallardetes y banderolas, la marcha lenta en coche descubierto, la guardia a caballo con sus capas blancas y sus cascos plateados, la esplendorosa cena en el palacio de Oriente, la cubertería de oro, los candelabros de plata maciza –Betty Ford los contó: veintiocho- y el concierto de cámara a los postres con la colección de Stradivarius. Se sorprendieron al ver que el General era todavía algo más que un pellejo amortizado. Tenía la voz muy apagada, balbuciente y sin timbre. La voz de un parkinsoniano. Aunque enflaquecido y pequeño de estatura, donde él estaba no cabía nadie más. Su carisma y el halo de su poder dominaban el entorno”.

     Finalmente, el tercer aspecto a comentar, es justamente el que da título al libro. El precio del Trono. Las mil circunstancias que Juan Carlos, nieto del último Rey que ocupó el trono español, tuvo que vivir para recuperar la corona del Reino de España. Hecho a medida para el puesto por el propio Franco –taylor made- con la peculiaridad de ser hijo del verdadero sucesor en la línea monárquica, que Franco había descartado desde finales de los años 40. Una vida doble, a dos aguas, D. Juan, su padre, y Franco. ¿Tenía que hacer lo que quisiera su padre? ¿Tenía que hacer lo que quisiera Franco? Su padre era el jefe de la Casa Real, su jefe. Pero Franco era su Generalísimo. Franco , un ser taimado, astuto, listísimo, enrevesado, con trasfondo. Su padre, inocente, diáfano, de balcones abiertos, sin recámaras rancias, ni bolsas de rencor. Franco era oblicuo. Su padre iba de frente. Su padre era su sangre, su linaje, su pasado. Franco, su porvenir. “Mi padre nunca fue mi amigo. Tampoco fue mi enemigo. Él fue siempre mi más noble y leal contrincante” –afirmaba Juan Carlos.

     Los cuidados con la educación del Príncipe, los llamó para sí el Generalísimo desde muy temprano. Nunca explicó al Príncipe, si la necesidad de un escondite –los diversos locales que le designaba para vivir, a modo de sugerencia- era para escapar de los nazis, de los Aliados, de los soviéticos ….o de sus propios generales. “Lo que su Alteza ha de aprender no viene en los libros” – le decía Fernández-Miranda, uno de los consejeros-tutores del futuro Rey de España.

     Un papel difícil, peculiar, repleto de situaciones peliagudas, que la autora relata con maestría, y que tornan la lectura de esta obra un agradable paseo por la historia contemporánea de España. El Rey se lo dijo a la autora directamente: “Yo era sucesor de Franco, sí, pero heredero de diecisiete reyes de mi familia” Ese es el desafío que tenía que ser enfrentado, el verdadero precio del trono.

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