Jesus Sanchez Adalid: “El Mozárabe”.

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Jesus Sanchez Adalid: “El Mozárabe”. Planeta De Agostini. Barcelona. 2003. 660 pgs(2 volumes). Judíos, Moros y Cristianos. Novela Histórica.

La lectura del magnífico libro de Julián Marías  sobre las Españas, y en particular los comentarios sobre el periodo de la Reconquista -cuando España se construye, afirmando su identidad- fue el impulso remoto para sacar del estante este libro que había comprado hace tiempo. Creo que en un quiosco callejero en Madrid, por un par de euros.

En verdad, más que el libro, el gatillo fue la frase que Marías cita de Ortega, y que naturalmente le da pista para explicaciones: “Yo no sé como se puede llamar Reconquista a algo que duró ocho siglos”. Tiene tela; y uno entiende que ocho siglos son mucho tiempo, y pasa …..de todo. Incluso guerras, altercados y discordias, junto a un aluvión de cultura, cimiento de lo que será – y es hoy- España. Por eso, el subtítulo -judíos, moros y cristianos a modo de novela histórica-se me presentó especialmente atractivo. Con los libros pasa eso: uno arrastra al otro, lo trae colgado, como las cerezas en la cesta…..

Sanchez Adalid, a quien en lecturas anteriores ya le había diagnosticado gusto por el tema, nos deleita con una novela sencilla, de fácil lectura, sin grandes pretensiones, pero clara y transparente. Las más de 600 páginas son un mano a mano entre los dos protagonistas: Asbag, un mozárabe, que es obispo de Córdoba; y Abuamir, un musulmán con mucho talento, que sabe prosperar junto al Califa, y organizar el poderío del Califato de Córdoba. Todo esto en el siglo X -al final, el autor incluye notas históricas que apoyan la verosimilitud de la novela- el famoso siglo de hierro. “Sarracenos en el Mediterráneo, normandos de fe débil y reciente, nobles pendencieros, clérigos corrompidos” – comenta uno de los muchos personajes. Asbag le responde con serenidad: “Bah- Son las miserias que siempre han rondado al hombre”.

Asbag se hace amigo del Califa, príncipe de los creyentes: “recibió de él más que conocimiento: una amplia visión de la vida y de la historia de los hombres, construida dese el desapasionamiento y la imparcialidad, sin buenos ni malos, sin vencedores ni vencidos. Por haberse formado em el ambiente cosmopolita de Córdoba, sabía bien cuán necesario era conocer primeramente las características de los hombres de otras culturas cuando se pretendía negociar algún asunto con ellos”.

Esa postura de entendimiento y de promotor de la paz, se hace presente a lo largo de todo el relato, en las variadas circunstancias donde el mozárabe es conducido. Los clérigos y nobles reconocen su habilidad para comunicarse y entenderse con todos:  “Eres un obispo de mozárabes, de cristianos en tierras de sarracenos….Los que vivimos en la cristiandad tenemos al emperador….Pero vosotros lo veis todo desde lejos, como quien se ha subido a un altozano para contemplar desde allí la ciudad en su conjunto. Y no habéis olvidado que la ciudad es de Dios… y no de los hombres”.

A algunos les cuesta entender, pero Asbag levanta la bandera de la comprensión y de la paciencia. “Resultaba inútil intentar negociar la paz con un hombre cuya única ocupación eran las armas. Era como conversar en idiomas diferentes. Mientras uno quiere llegar al fondo del asunto, la necesidad de la paz y la búsqueda de una solución  que evite el encuentro de los ejércitos, al otro solo le preocupa cuantos son, con qué armas cuentan y como se desenvuelven los efectivos del supuesto enemigo. Hubo celos y envidias; pero la paciencia del mozárabe era inmensa, y puede más el silencio y la calma que el más violento enfrentamiento”

  • “¿Pretendes insinuar que hemos de tolerar sus repugnantes supersticiones?” – le interroga un cristiano.
  • “No. Quiero decir que hemos de luchar con otras armas; con la paciencia y la esperanza. Sólo el tiempo podrá construir aquí una civilización cristiana. Nunca con la violencia. La verdad se abre camino con la paciencia”.

La peregrinación al sepulcro del apóstol Santiago es meta que ronda la mente del mozárabe durante décadas. “Peregrinar a la Meca, a Jerusalén, Roma….adonde uno puede encontrarse con las raíces…..Es como ir em busca del sentido último de las cosas…Las tierras de Dios son vastas hasta el infinito; sólo cuando uno se pone em camino puede apreciarse estar realidad. Los hombres somos seres de ida y vuelta. ¿Qué es la vida sino una peregrinación que empieza en el nacimiento y culmina con el retorno al Señor de todos los mundos?”. Pero los caminos de Dios son otros, y Asbag entiende el recado:  “Gracias a mi aventura he comprendido que la vida es camino, que somos peregrinos y extranjeros, o vagabundos sin una meta; y que nos falta aún la plenitud suprema del bien y  la gloria que es el final de nuestro viaje. Él está aquí y allí. Donde esté yo; porque está conmigo”. Que lejana veía ahora aquella necesidad de peregrinar que lo acuciaba em su juventud.

Abuamir, el musulmán, es la otra variable de la narrativa. Hombre decidido y sagaz, que va capitalizando las experiencias en forma de sabiduría. “Conoces el mundo, con su velado misterio. Sabes saborearlo, le sacas partido. Eres exquisito em tus gustos, pero el lujo externo te es indiferente. Escrutas todo con tu mirada penetrante y vas al sentido de las cosas, para apropiarte de su esencia; para disfrutarlas em lo que tienen de singulares”. Una sabiduría que tiene sus ventajas y sus riesgos, como le pasó a Salomón, que se pasó de rosca. Los amigos le advierten: “Deberías meditar sobre quién está delante de ti cuando te quejas. A veces se hace insufrible soportar tu corazón inquieto y tu amarga e infundada rebeldía contra la vida, que, por otra parte, jamás te ha negado nada”.

La plataforma para el despegue de Abuamir, es el Califa Alhaquem, y el propio Asbag, que le introduce en la corte donde el mozárabe era consejero y amigo del Príncipe de los creyentes. “Alhaquem no era un califa religiosamente ortodoxo, en el sentido de que nunca persiguió con las armas a los infieles y evitó ejercer la violencia. Adoptó una postura ecléctica, procurando conciliar las doctrinas que le parecían mejores o más verosímiles, aunque procedentes de diversos sistemas. Incluso se rodeó de maestros de otras religiones y se dejó aconsejar por ellos. Se ganó la admiración y el respeto de los más, porque había dado muestras de una devoción ejemplar. Literatos y especialistas en ciencias exactas, obispos y rabinos. Un hombre en búsqueda; un peregrino de la vida”.

Y en la corte de Córdoba, aparecen otros personajes de curioso e irritante protagonismo: los eunucos. “No sólo se encargaban de asear al califa, de vestirlo; además de eso cuidaban de sus pertenencias más queridas: sus mujeres, sus hijos, sus efebos, sus halcones, sus caballos y sus perros. Eso les dio el derecho de vivir la propia vida del hombre más temido y admirado de Córdoba. Todo el mundo sabía que en la verdadera intimidad del califa sólo ellos tenían parte”.

Casi medio siglo transcurre en esta novela histórica. Personajes admirables, y otros odiosos, repugnantes. Unos que se entienden con todos, y otros que se pelean con la propia sombra. Hombres capaces de vivir con lo puesto, pero sin perder jamás la dignidad…y otros que la pierden por la falta de modos al defender ideas que claramente son postizas. Maneras poéticas de hablar del sufrimiento humano – “lo abrazó y percibió ese perfume dulzón del ser humano marchito, maduro para la muerte”- mezclados con relatos sencillos, asequibles, de andar por casa.

Sanchez Adalid hace de sus personajes portavoces del mensaje del relato, que es  seguramente la motivación para escribirlo.  Asbag estimula el esfuerzo para entender el ser humano, y no perder la esperanza:  “Los hombres somos así. Nuestra finitud e imperfección nos hacen caer en esos errores. Ellos (los musulmanes) creen que así cumplen la voluntad de Dios. También los cristianos hacen guerras y causan dolor a otros hombre creyendo que lo hacen em nombre de la fe. Hemos de ser santos nosotros. Hemos de rezar a Dios continuamente. Con frecuencia, andamos demasiado preocupados con las cosas de este mundo”. Y sus interlocutores le llevan la palabra al mozárabe: “Ya sabes, Dios les complica siempre la vida a los que ama. A ti debe quererte mucho (…)Tenías razón  cuando decías que lo importante es el corazón de los hombres; no las estructuras, ni los reinos, ni los poderes terrenales, que tienden a corromperse en la vanidad y en el orgullo”.

Una lectura amena, con ejemplos reales de convivencia de culturas, y con recados que vienen como anillo al dedo para nuestros tiempos, donde se habla de tolerancia y respeto en cada esquina….y después te machacan si se te ocurre pensar diferente. Quizá por eso, los ejemplos vienen del siglo X, -¡nada menos!- para que nadie se ofenda….donde la gente se pasaba la vida matándose como animales en las tinieblas medievales……Los judíos, moros y cristianos de Córdoba y Toledo, que el autor nos presenta, son el contrapunto luminoso, políticamente correcto a once siglos vista (casi años luz), para quien se atreve a pensar la historia de otro modo. Estoy con Ortega: la reconquista no son ocho siglos peleándose con el vecino, sino muchísimo más, la conquista de la identidad que parece faltarnos hoy. Qui potest capere, capiat! El que pueda entenderlo……

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