Juan Manuel de Prada: “El Castillo de Diamante”.
Juan Manuel de Prada: “El Castillo de Diamante”. Espasa Libros. Barcelona. 2015. 455 págs.
La pluma elegante de Juan Manuel de Prada nos transporta, con esta novela histórica, hasta el Siglo de Oro. Siglo de poetas y dramaturgos, de místicos y de bellacos, mezcla de genios y figuras. Describe con buena prosa, castiza y cervantina, el escenario: “gente principal, nobles con el mayorazgo roído, comendadores de chapa y chepa y obispos temerosos del sambenito”. Y, todo el destaque para las protagonistas -Teresa de Jesús, la monja reformadora, y Ana de Mendoza, Princesa de Éboli- y los históricos encuentros de las dos damas, ambas de armas tomar.
Bien explica el autor el meollo de estos desentendimientos em párrafo que no puedo, ni quiero, omitir. “Ana y Teresa, – por razones muy diversas y con fines acaso antípodas- no se habían conformado con ser las mujeres que el mundo había querido que fueran. (…) Que Teresa hubiese afrontado esa aventura contra el mundo con auxilio divino y Ana hubiese renunciado a él las hermanaba todavía más; pues bastaba que se mirasen la una a la otra para saber lo que habría sido su vida, si hubiesen tomado la determinación contraria. Teresa pensaba que tal vez lo mucho que la una a la otra se habían zaherido se explicase precisamente porque eran almas gemelas(..) y se había atormentado preguntándose si no podría haber hecho algo más por salvarla del ansia de poder, que sólo es un sucedáneo del ansia de Dios, sólo que mientras esta nos deja colmados, la otra sólo deja amargura cuando se enfrían sus llamas. A Teresa la había salvado Su Majestad; Ana en cambio, no había encontrado esa ayuda, tal vez porque ella misma la había rechazado, talvez porque no había sabido reconocerla, y había permitido que invadiesen su alma las tinieblas. Porque el alma, aunque no esté llena de humores como el cuerpo, no puede permanecer vacía; y cuando no la ocupa quien la creo, acaba tarde o temprano siendo pasto del que quiere destruirla”.
Reflexiones de la princesa de Éboli cuando, en varias ocasiones, se encuentra con la carmelita. “¿Era odio, o envidia, esa pasión ruin a la que siempre pintan flaca, porque muerde pero no come? Haciendo a Teresa culpable de su desgracia, había creído que podría adormecer el gusanillo de la frustración. Pero el gusanillo no había hecho desde entonces sino engordar”. Mujer bellísima y principal en la corte de Felipe II, con pasión por el mando. Guapa y tuerta, lo que aumentaba su fama y atractivo: “Talvez porque la pérdida de su ojo a muy temprana edad había influido en su carácter, pues con frecuencia la insumisión y la mordacidad son escudos con los que protegemos nuestras heridas íntimas(…) Siempre haciendo uso de un parche -que em los años felices cambiaba de color, a juego con su atuendo o con su estado de ánimo- retrato que la posteridad reconoce”.Read More