(Español) Gabriel Garcia Márquez: Cien años de soledad
Gabriel Garcia Márquez: Cien años de soledad. Debolsillo. Barcelona. 2013. 495 pgs.
Hay que reconocerlo. La reciente muerte de García Márquez ha sido el empujón para sacar del estante el libro que esperaba su oportunidad. Una reacción muy humana, como un tributo o, quizá, como la lectura de un testamento de quien parece que nos quiere dejar algo. Y lo que García Márquez nos deja es, en mi modesta opinión, un dominio envidiable del lenguaje. No me atrevería –como Neruda afirmó- a decir que es el Quijote de los tiempos modernos, porque Cervantes…..es mucho Cervantes. Ni sabría decir si es el Amadís de nuestros días, como alega Vargas Llosa, porque después de leer el Quijote cuando era adolescente, se me quitaron las ganas de leer los libros de caballería.
No cabe duda que García Márquez escribe muy bien. Se atreve a construir con larguísimos párrafos, sin diálogos, salpicado de monólogos que más bien son exclamaciones, una obra de porte. La saga de los Buendía, que entre Aurelianos y José Arcadios, se extiende por un siglo. El lenguaje es su legado. Y por eso escribo en castellano porque, imagino, leer García Márquez en otro idioma –lo que es para la mayoría de sus lectores inevitable- les hará quedarse con el fondo, perdiendo la forma. Y el fondo, ese sí, no es tan digno de nota. Les pasará lo que el mismo autor refiere de sus personajes: que vivían en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.
El fondo de sus personajes es escurridizo, casi provocado por un destino donde parece que los protagonistas no son responsables de sus actos. Vienen impuestos, como por un sino, aunque, eso sí, descrito con primor. “No había ningún misterio en el corazón de un Buendía que fuera impenetrable para ella (Pilar Ternera), porque un siglo de naipes y de experiencias le había enseñado que la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo e irremediable del eje”.
Debe ser ese el realismo mágico que le atribuyen, donde el sentido común se mezcla con la irremediable miseria que alberga el ser humano. “Había tenido que promover treinta y dos guerras, y había tenido que violar todos sus pactos con la muerte y revolcarse como un cerdo en el muladar de la gloria, para descubrir con casi cuarenta años de retraso los privilegios de la simplicidad”. Y es que como afirma por boca del sabio catalán: “La sabiduría no valía la pena si no era posible servirse de ella para inventar una manera nueva de preparar los garbanzos… El mundo habrá acabado de joderse –dijo entonces (el sabio catalán)- el día en que los hombres viajen en primera clase, y la literatura en el vagón de carga”.
De esa mezcla, sabiduría y miseria, participamos todos. Los lectores, los Buendía y el propio escritor que inyecta en los personajes una observación perspicaz combinada con prejuicios e ironías. “Nadie mejor que ella (Úrsula) para formar al hombre virtuosos que había de restaurar el prestigio de la familia, un hombre que nunca hubiera oído hablar de la guerra, los gallos de pelea, las mujeres de mala vida y las empresas delirantes, cuatro calamidades que, según pensaba Úrsula, habían determinado la decadencia de su estirpe. ‘Este será cura’ , prometió solemnemente. ‘Y si Dios me da vida, ha de llegar a ser Papa’. La dimensión religiosa es en García Márquez algo próximo de la superstición, o en el mejor de los casos, un convencionalismo social. “Qué raros son los hombres: se pasan la vida peleando contra los curas y regalan libros de oraciones…..La única diferencia actual entre liberales y conservadores es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho”
Un pasaje de la obra, me trajo a la memoria una descripción que escuche hace muchos años en un congreso de psiquiatría, de boca de un profesor latino americano. Se limitó a leerlo, para ilustrar una descripción primorosa de la demencia, representada por un personaje que, en sueños, se adentra de un cuarto a otro, siempre igual, y regresa al primero, que es el real. Un día, cuando quiere despertarse no lo consigue, y se queda en uno de los cuartos soñados, de por vida.
Si, García Márquez escribe muy bien, en cadencia llevadera de expresión. Pero el fondo, escurridizo, y sus personajes, dejan un incómodo sabor de boca. El mismo lo reconoce al resumir la saga de los Buendía: “Estaban ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido que el amor: un común remordimiento de conciencia”. El remordimiento –la miseria profunda- es en su universo, más fuerte que el amor. Por eso su novela se tiñe de tristeza; reconoce que “la búsqueda de las cosas perdidas está entorpecida por los hábitos rutinarios, y es por eso que cuesta tanto trabajo encontrarlas”. Pero le falta la dimensión transcendente, el cariño solidario, en fin, lo que nos realiza. “Los años de ahora ya no viene como los de antes” solía decir, sintiendo que la realidad cotidiana se le escapaba de las manos. Y da una cierta agonía leer lo que puede ser su propio testamento: “El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”. Poco parece para quien sabe contar las cosas tan bien, con elegancia.
Cien años de soledad, leer García Márquez en su obra cumbre: una experiencia estética del lenguaje.