(Español) Reyes Calderón. “El expediente Canaima”
Reyes Calderón. “El expediente Canaima”. RBA libros. Barcelona 2009. 422 pgs.
Aunque es el primer libro suyo que leo, es fácil deducir –por el estilo, y por lo que uno oye por ahí, críticas literarias incluidas- que Lola MacHor es el personaje donde se proyecta Reyes Calderón. La literatura está repleta de simbiosis de este tipo: Sherlock Holmes y Conan Doyle, el Inspector Hercule Poirot y Agatha Christie, el detective Jules Maigret y Georges Simenon. Pero en este caso, más que una proyección, es tal la identificación que el lector establece entre el personaje y la autora que casi me atrevo a decir que es un alter ego. Me explico.
Los ingredientes de una buena novela policiaca, con crimen, suspense, corrupción, en sus variaciones sobre el mismo tema, están todos presentes. Pero hay más. El estilo, la atmósfera de la protagonista –que incluye familia, trabajo, debilidades, sueños, quimeras y decisiones tajantes- son tan plásticas que no parecen sencillamente imaginadas.
Casi al final de la novela, la autora nos ofrece un perfecto retrato antropológico de la protagonista. Algo que se lo tiene muy bien pensado, sentido, vivido. Anoto textualmente: “Lola era un rostro. Un cabello suave, que se electrizaba al acercar los dedos. Una cintura a la que anudarse. Lola era una mocosa perdida en un monte oscuro, envuelta en una toga demasiado grande. Una toga disfrazada de Lola. Lola era Lola. Debilidad con sobrepeso. Un régimen pelirrojo, imposible. Lola era un mundo y sus estaciones. Ora nieve. Ora viento. Siempre sol taheño. Porque, aunque sólo Iturri lo notara ella poseía su propia luz. Amarilla, débil, un solo filamento invisible, pero luz”.
Una juez que se las compone para navegar entre líos colosales –que es lo que ofrece el argumento a la novela- tremendamente femenina, casada con un médico investigador, sabio distraído y de pocas palabras, y con cuatro hijos. Hay que convenir que no es un personaje habitual, como las ejecutivas de las películas americanas o de las novelas de John Grisham.
En las más de cuatrocientas páginas, de vez en cuando, tropiezas con algún ‘recado sociológico’ como este: “Vivimos tiempos indigentes, vestidos de lujoso desencanto, calzados de tolerante sectarismo. Vivimos en la era del amor online, de la información en vena. Abundamos en todo, pero no estamos seguros de nada. Tenemos miedo: miedo a ser robados a ser muertos, a fracasar. Y ante el miedo, la velocidad pierde el sentido”. O las críticas a los periodistas, otro ejercicio habitual en los académicos –clase a la que pertenece la escritora- que nunca se entienden con ellos. O porque están muy fuera del mundo real, o porque los otros, los periodistas, se fabrican un mundo a su imagen y semejanza: “Lola MacHor no apreciaba a los periodistas. Presumían de ser los voceros morales de la sociedad, la conciencia del Pueblo, y al final acababan por absorberlo todo bajos sus letras de imprenta. Con sus prisas y urgencias por ser los primeros, minaban la profundidad de su propia independencia, simplificaban sus diagnósticos hasta trivializar los serio o magnificar lo insignificante”.
Pero el resultado final no es de tesis, ni filosófico, sino de una novela entretenida, que te atrapa. Te mete en harina, y te reboza; y disfrutas leyéndola.