(Español) Miguel Aranguren: «La hija del ministro»
Miguel Aranguren: «La hija del ministro». La Esfera de los libros. Madrid, 2009. 502 pgs.
Definitivamente, me gustan las novelas históricas. Es una manera de pasear por una época y evocar los acontecimientos –que también tienen un sinfín de interpretaciones. Y siempre de la mano de personajes que alternan lo real con lo ficticio; en los hechos, por supuesto en los diálogos, y en los propios personajes. La España de la guerra –hoy se dice la guerra civil española, porque tiene un sabor más global –se presenta, cada vez más, como atrayente escenario para situar los entremeses históricos, como el que nos brinda Miguel Aranguren. Parece como si nuestra generación -que creció escuchando de los abuelos el hambre que habían pasado en la guerra-, descubriese ahora las posibilidades narrativas de la época; no sólo del hambre, sino de las miserias y grandezas humanas, que el tiempo depura de tintes ideológicos, y decanta en historias de vida.
El fin de la monarquía, la segunda república, y la guerra –y sus consecuencias- es el contexto donde arranca el relato que tiene por protagonista a una aristócrata –Elvira Paraná- hija de un funcionario de Alfonso XIII, que llega a ser ministro en el periodo final del reinado, durante el gobierno Berenguer.
Una narración leve, que fluye con facilidad y engancha la atención. No dispensa la mirada realista al horror de la guerra, “una herida mortal que se contagia de alma en alma hasta derribar el último de los hombres”. Incluye trechos que resuenan como elegía poética, al describir la muerte de uno de los personajes: “Después de la refriega, al caer la noche, sus compañeros saldrán a rastrear el prado en busca de carne rota. Lo alzarán en vilo, los miembros rígidos, la expresión del vencido como mortaja, la ropa almidonada por la sangre……Quizá lo han envuelto en una bandera rojigualda y besan su frente con la devoción de quien se acerca a una reliquia. Los brazos de los soldados, cansados de la batalla, mellarán la corteza pedregosa hasta abrir un hondón en el monte, seno que acogerá al hijo caído en combate, héroe entre los héroes, hasta que se lo trague el tiempo y los hombres lo olviden junto al resto de los muertos de esta guerra, de todas las guerras”
La guerra es siempre sangre, soledad, muerte. Aunque la mirada se tamice con cristales románticos a la Hemingway del “Por quién doblan las campanas”. Aun así, Aranguren proyecta ternura en los personajes –muy bien conseguidos- que tejen la saga de una familia singular. La guerra es cruel, pero no lo es todo; las gentes que las sufren no se agotan en los campos de batalla, ni en los odios fratricidas o partidarios. Hay más, mucho más: una vida por ser vivida, donde la estatura moral de las personas depende de las propias acciones, y no del comando de guerra. Virtudes, lealtad a la palabra dada, infidelidades, complejos, venganzas –las luchas con los demonios que cada uno lleva dentro- y el amor que rezuma buen humor de quien quita hierro a los odios, porque sabe perdonar.
Mientras pasaba las páginas de la novela, se me ocurría pensar que los protagonistas son gente común, no actores de una guerra; figuras normales, de a pie. El hecho de que sean producto de la imaginación del autor–una verdad- no simplifica la cuestión. Antes de descartar lo que los personajes nos brindan –una vida que sabe estar por encima de los odios bélicos- habría que pensar si no representan una realidad que la historia no nos cuenta. Los horrores de la guerra nos llegan siempre, mientras que las virtudes de tantos permanecen ocultas. De acuerdo, son ficticios; pero son completamente verosímiles. ¿Por qué no habría gente así en esos momentos difíciles? Esa es la pregunta que aletea en esta entretenida novela que se le con gusto, deja buen sabor de boca, te hace pensar.