(Español) Gisela Pou: «La Voz Invisible»
Gisela Pou: “La Voz Invisible”. Planeta. Barcelona. 2015. 444 pgs.
Fue durante un viaje a Barcelona el año pasado, con motivo de un congreso. Quedé para comer con un colega -que es médico y bombero al mismo tiempo, porque dice que son profesiones complementares, as servicio del ser humano- y me recomendó visitar el Hospital de Sant Pau: “Mucha medicina, mucha historia”. Y mucha arte, concluí al finalizar mi tour por el magnífico edificio modernista proyectado por Domenech i Montaner. En la tienda que se encuentra a la salida del hospital tropecé con este libro que me guiñó el ojo. “Y ¿esto?” – le pregunté a la dependiente. “Es de una enfermera de este hospital. Le gustará”. Me lo compré, lo dejé en la estante reposando. Hace algunas semanas, como tenía que volver a Barcelona -otro congreso- entendí que había llegado el momento de leerlo antes de retornar a la ciudad condal.
Al abrir el libro me encuentro con una frase de Florence Nightingale que funciona como Preludio de lo que te vas a encontrar: “Lo importante no es lo que nos hace el destino, sino lo que nosotros hacemos de él”. Lo que atesoramos en la vida es fruto de los relacionamientos que tenemos. Mis primeros contactos con Florence, la dama que se paseaba con la lámpara entre los enfermos durante la guerra de Crimea, son las historias que otra amiga, una profesora titular de la Escuela de Enfermería en la Universidad de São Paulo, me había contado. Naturalmente me acordé de ella -de Florence y de la profesora- y me dije que quien tendría que leer el libro sería ella. Todo llegará.
Y es que el libro, que junta una prosa de fácil lectura, suspense, emoción, sorpresas y las mil y una variaciones de la condición humana, miserias y heroísmo, es, ante todo, un canto a la profesión de la enfermera. “Las enfermeras somos seres invisibles. Estamos al lado del enfermo día y noche, pero somos invisibles para todos. Las enfermeras son como el aire que respiramos; invisibles e imprescindibles”.
El verbo que preside esta profesión -mi amiga profesora lo utiliza continuamente- es cuidar. Y la autora lo hace explícito: “Cuidar era la palabra que le corría por las venas. Cuidar se había convertido en su destino desde que conociera a Florence Nightingale y le prometiese que sería como ella. Cuidar constituía el centro de todo cuanto hacía.”. Un cuidado en que nos deberíamos esmerar todos los que nos dedicamos a las profesiones sanitarias. Un cuidado que desafía siempre las difíciles fronteras del profesionalismo con lo personal. Un cuidado que exige también aprendizaje, formación continuada, creatividad, y espirito emprendedor: “Tenía la costumbre de visitar los hospitales de las ciudades a las que viajaba. Del mismo modo que muchos viajeros aseguran que para conocer la verdadera esencia de un pueblo hay que visitar sus mercados, para ella era imprescindible entrar en los hospitales, pasear por sus pasillos, observar a las enfermeras y también pasar un rato en la cafetería y escuchar las conversaciones que se susurraban en una lengua que muy a menudo no entendía”. Es la magnífica descripción de la protagonista, Celia, enfermera del Hospital Sant Pau que “sentía devoción por aquellos espacios donde las emociones sobrevolaban por encima de las conversaciones”.
Pensé que si para los médicos ese desafío es grande -y motivo de que muchos se desvíen de su vocación, volviéndose inmunes al sufrimiento, para no envolverse con los pacientes- para las enfermeras el reto es de tamaño gigantesco. “Todos los días, al acabar el turno, pasaba a ver a aquel anciano de mirada luminosa y se olvidaba de las palabras que le repetía su madre: no es bueno que te impliques tanto, cariño; sé que hay pacientes que te llegan al corazón, pero no puedes entregarte de esa manera”. ¿Hasta dónde hay que llegar en esta dedicación? Una pregunta imposible de evitar y que hay que saber responder diariamente, manteniendo la actitud profesional y derrochando cuidado y cariño al mismo tiempo. Un equilibrio difícil, que ciertamente no se enseña en la Universidad -por lo menos en las facultades de medicina. Mi amigo médico-bombero bien lo sabe, y afirma que ha aprendido a cuidar mejor siendo bombero que en las aulas universitarias. “No te creas que tengo vocación de bombero. Es que lo considero importante para mi formación como médico. Un complemento esencial de lo que no nos enseñan en la facultad”.
Un libro con mujeres como protagonistas, escrito por una mujer. Ya lo he comentado en otras ocasiones, pero cuando estos elementos se juntan en una novela, las fronteras de la escritora, de la protagonista, y del universo femenino son también muy tenues. Y es quizá esto lo que impregna la lectura de un interés peculiar, que te agarra y no te deja parar. Para botón basta una muestra, o dos: “Quería creer que no hablar de los demás la hacía inmune a que los demás hablasen de ella”. “Los andares son únicos, como los rostros y las voces”.
Otra de las protagonistas, es una periodista y escritora, lo que echa todavía más enjundia a la obra. Y nos evoca la importancia de la lectura, de escribir los recuerdos, porque “la muerte se lo lleva todo menos la memoria, que se extiende y se desmenuza en mil trocitos (..)Solo por el hecho de escribirlo podía convertir un acontecimiento banal en otro trascendental y único. Las palabras reinterpretan episodios de vida, los fijan en el tiempo, y, extrañamente, se olvida el momento y solo quedan las palabras”. Escribir, leer, y rodearse de libros, una compañía que nos humaniza y de la que tanto necesitamos los que queremos cuidar de los otros. ¿Cómo cuidar de un ser humano si nos olvidamos de qué es la condición humana? Este es el fundamento científico de la imprescindible formación humanística de los profesionales de sanidad, que implica aproximarse de los clásicos: “Los libros forman un entramado invisible de conexiones que comparten miles de personas que no se han visto nunca, y precisamente en eso radica la fuerza de la literatura, en lanzar mensajes que se extienden como una mancha de aceite y nos agrupan a todos”.
Gisela Pou nos brinda un libro de lectura fácil, entretenido, con sustancia, y muchos recados. Dice de modo elegante y femenino, lo que los profesores nos empeñamos en enseñar a los alumnos de medicina -o de enfermería- muchas veces sin conseguirlo. “Hace treinta años que trabajo con ancianos y, aunque a veces se habla de la vejez como de un todo homogéneo, debo decir que hay tantas vejeces como personas (…) Tenía una paciencia infinita y sabía tratar a los enfermos con tanta delicadeza que les devolvía la dignidad que la enfermedad les robaba”. Ahí está el núcleo del cuidado, de la atención personalizada al enfermo, porque no existen enfermedades sino enfermos.
La voz invisible es el título de este libro que nos habla de todo esto, encarnado en la actitud ejemplar de la enfermera que quería ser como Florence. Un título que define a la perfección qué significa ser enfermera. Ser enfermera no es una profesión, es una manera de vivir.