Reyes Calderón.  “Dispara a la Luna”

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Reyes Calderón.  “Dispara a la Luna”. Planeta. Barcelona (2016). 600 págs.

Una nueva entrega de Reyes Calderón. La portada anuncia que “Vuelve Lola MacHor”, que es lo mismo. Porque -ya lo he comentado en este espacio- nunca se sabe dónde acaba Reyes y empieza Lola. No hay solución de continuidad entre la escritora y la jueza pelirroja del supremo, que hace constar, hasta la saciedad, que es de Bilbao. Algo que parece incorporarse a su currículo y casi a su alma: “Haber nacido en Bilbao no es despreciable. Es más, es de suma importancia. La ría imprime carácter. Estoy orgullosa de serlo. Soy del norte. Me tomo las cosas a pecho, a las bravas. Para una pelirroja como yo, un hecho, cualquier hecho, es ardiente o gélido, no existe término medio. Y claro, o me quemo o me congelo”.

Lola-Reyes nos advierte, durante la novela, que el exagero es lo suyo. Que es así, y punto. “No había nada light que la rodeara. Tomaba el café hirviendo y el agua helada. Le encantaba el guacamole excesivamente picante y la fruta exageradamente madura. Todo en ella era extremado”.

Y aunque no lo señala explícitamente, pero lo hace desde el principio, se dirige al lector en un dialogo que suena a intimidad. Lola nos habla directamente, en un mano a mano. Y la confianza, a veces, da asco. Porque su prosa fácil y familiar, le hace sacar los pies del tiesto, y salirse por peteneras, con palabras malsonantes -tacos de verdulera- y con los no raros desfiles de catálogo de lencería. En fin, no sabemos si es un recurso para vender más y mejor los libros o, lo dicho, el exceso de confianza, como si estuviéramos todos andando por su casa sin muchos miramientos.

Es verdad que escribe bien, cada vez mejor, aploma los detalles, les hace una radiografía y te los entrega en bandeja a modo de diagnóstico. Como botón de muestra valen estos: “Su corbata está tan ladeada como la lengua de un galgo que persigue a una liebre (…) Tatuajes, muchos. Le quedaba poco territorio virgen. Los dibujos se le escapaban desde la camisa hacia las manos, llegando a colonizar los dedos (..) Les vendría bien descansar un poco, y de paso ventilar la sala. Pese a los trajes de dos mil euros, olía a tigre con colonia (…) Casi de inmediato, la estancia se llenó de un perfume dulzón y de una mano tendida”.

Crímenes, terroristas, y un secuestro: el de Juan Iturri. Nada menos. Y que conste que no estoy contando el argumento, porque lo anticipa ella en la primera página. Iturri, el inspector de la Interpol, autor de “algunas obras maestras que han emocionado a muchas personas entre las que me encuentro. La Interpol tiene colgadas algunas de ellas en las paredes invisibles de su memoria”.

Iturri, el hombre que Lola ama sin amar, odia con frecuencia, no consigue quitárselo de encima, ni tampoco quiere. En fin, unamélange de mucho cuidado que Lola describe con maestría: “Iturri, qué relación más curiosa la nuestra. No me extraña que despiste a los demás. ¡Hasta a mí me ocurre! A veces siento el deseo de lanzarme en sus brazos, de besarle hasta desgastarle. Otras, me lo comería a mordiscos. Lo mataría y lanzaría su cadáver a las hienas. Supongo que a él le ocurrirá algo similar. Es lo que tiene ser tan parecidos. Amor-odio, Odio-amor. En todo caso, no podía ser. No debía ser. Y alcanzamos cierto ten con ten. Una amistad rara, peculiar, única. Una conexión casi espectral”.

Ya se ve que con la prensa continúa su rencilla de siempre. “Los periodistas son como las aves de rapiña. Como los gusanos. Poca gente lo sabe, pero la palabra cadáver que, cómo no, procede del latín, caro data vernibus, (carne dada a los gusanos). Del mismo modo, cuando muestras una noticia fresca y sangrante al aire de un pueblo pequeño, se llena de curiosos”. Y con los muertos -que es lo que hay en el tinglado de los jueces criminales- la absolución natural del crimen: “No hay como morirse y que alguien cincele tu nombre en la lápida del cementerio para que se olviden de tus desaciertos y pases a ocupar portadas de periódicos en calidad de héroe”.

La lectura, como siempre entretenida, aunque a veces te atragantan un poco los tropezones, entre groseros y ordinarios. Y no haría falta -aunque uno nunca sabe el tributo que hay que pagar al mercado editorial- por aquello de que Reyes- Lola no se apea de su condición de fémina elegante. “Villegas y su gente delante, pistola em mano; yo, dos pasos por detrás, sin pistola, pero con bolso”. Un bolso que, seguro, es a juego con los zapatos, porque te conocemos Lola. Y perdón por entrar en el diálogo de intimidad al que nos has hecho el envite. No, no creo que haga falta Lola, la clase se impone por sí sola. Como decía Margareth Thatcher, otra señora de armas tomar, cuando una insiste mucho en que es una dama, es que igual no lo es tanto. Pues eso, mejor al natural femenino, sin tosquedades.

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