Laura Restrepo. “Delirio”

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Laura Restrepo. “Delirio”. Alfaguara. Madrid. 2002. 342 pgs.

Uno va comprando libros de acuerdo con algunas variables. En mi caso, tres. Indicaciones, oportunidad y presupuesto.  Un premio Alfaguara de Novela, em 2004, y alguna crítica favorable que en su día cayó en mis manos, me condujeron hasta el libro de Restrepo. La oportunidad, cuando se trata de libros en castellano,  viene con los viajes: facilita el presupuesto, sin tarifas de importación. La lectura, ya es harina de otro quintal: el libro reposa en la biblioteca, esperando su momento. Porque los libros -como las películas, como la poesía, y cualquier manifestación artística- tienen su momento. Ya lo decía Borges: cuando vuelves sobres el mismo libro, años después, parece otro; pero somos nosotros los que hemos cambiado.

No se si el momento era este, pero me aventuré en la lectura de Delirio a finales de año. Leo el comentario en la parte posterior -cuarta capa creo que se llama- escrito por Saramago, que presidió el jurado del premio Alfaguara, adjudicado en 175 mil dólares. Empiezan mis sospechas, antes de iniciar la lectura. Porque recuerdo que Saramago escribe sin puntuación; y veo que le encandila el delirio de Restrepo, que hace lo mismo. La autora escribe bien, y a veces recuerda por lo rápido y sin nexo a su paisano García Márquez. Un ejercicio de forma, de gimnasia gramatical, con un fondo que no vemos, sin consistencia, en fin, desfondado.

El libro es un monólogo, o mejor, un conjunto de monólogos, instrumentos en solo, sin ninguna sinfonía. “Extraña comedia o tragedia a tres voces…..donde el protagonista observador se pregunta a qué horas se perdió el sentido, eso que llamamos sentido y que es invisible pero que cuando falta, la vida ya no es vida y lo humano deja de serlo. (…) Talvez lo más difícil de todo esto sea aceptar la gama de términos medios que hay entre la cordura y la demencia, y aprender a andar con un pie em la una y el otro en la otra”.

Un delirio que no es sólo del personaje central, Agustina, sino de todos los que intervienen. “A Agustina, mi bella Agustina, la envuelve un brillo frío que es la marca de la distancia, la puerta blindada de ese delirio que ni la deja salir ni me permite entrar  (…) El puro arrebato centrípeto de su introspección; la locura se mira el ombligo. Permanece día y noche en piyama, olvidada de comer, de escuchar, de mirar, es como si contuviera dentro de sí misma la totalidad de su horizonte de sucesos”. Es el soliloquio del marido de Agustina, uno de los muchos: “Implicaría la posibilidad de que lo único que haya aquí sea el alma desnuda de mi mujer y que la locura salga directamente de ella, sin la medicación de elementos ajenos (…) Tu provienes de eses mundo y si emprendiste la fuga fue porque de eso ya habías comido bastante ¿y acaso el sabor se olvida?”

Otros personajes entran en escena, pero cada uno va a lo suyo, sin interacción posible con los demás, ni con Agustina, una especie de Ofelia colombiana presa de la locura, mientras se revela lo mucho que hay podrido en esta nueva Dinamarca. Allí aparece, ¿cómo no? Pablo Escobar: “Pablo es Green Peace y deportista y de izquierda y defensor de los animales y todo eso. Cuando me lo presentaron me decepcionó, yo que iba preparado para conocer al Capo dei tutti Capi y lo que veo es un gordazo de bigotito con una mota negra en la cabeza que no se deja peinar y una panza reverenda que se le derrama por encima del cinturón”. Y los que enriquecieron por caminos torcidos, a la sombra de las guerrillas y las drogas. Los ricachos “que se enferman y se hacen llevar a Houston Texas em avión particular, convencidos de que em inglés sí los van a resucitar, de que el milagro funciona si se paga em dólares, como si aquello fuera Fátima o Lourdes o Tierra Santa, como si no supieran de antemano que esos hígados floreados por la cirrosis no se los puede curar ni el mismísimo Dios tecnológico de los norteamericanos”.

Laura Restrepo escribe bien, eso es innegable, y destila ironía y jocosidad en los largos párrafos, de corrida de fondo: “Las reverencias que a diestra y siniestra reparte un botones vestido de mariscal  (….) En realidad no es gris sino charcoal, porque los colores con que viste mi padre sólo en ingles tienen nombre(…)  Desde pequeño se viene entrenando, y las verdades llanas van quedando atrapadas em ese almíbar de ambigüedad que todo lo adecua y lo civiliza hasta despojarlo de sustancia, o hasta producir convenientes revisiones históricas y mentiras grandes como montañas que el consenso entre ellos dos va transformando en auténticas. Eso es el Catálogo Londoño de Falsedades Básicas, pero cada una de ellas se ramifica en los cien matices del enmascaramiento(…) Usted lleva puesto ese gorrito de lana negro, me han dicho que usted es de izquierda y yo quisiera saber por qué los de izquierda andan en cualquier clima con gorros como para la nieve”.

Y cambia de personaje y de interlocutor sin avisar, pero el conjunto tiene sentido dentro de su escrita alucinógena , delirante. “Es que soy un auténtico fenómeno de autosuperación, un tigre de la autoayuda, pero cargo desde siempre con la mancha de haberme presentado al Liceo Masculino el primer día de clase como no tocaba…Aunque se esforzó mi mamacita linda que me compró todo nuevo, me peluqueó como pudo y me mandó con  la piel brillante a punta de estropajo y de jabón, pero se le escaparon varios detalles que al fin y al cabo cómo no se le iban a escapar, si la señora era una viuda recién llegada a la capital apenas con lo necesario para mantener la dignidad…Fueron innumerables los errores que cometió sobre mi persona y mi presentación personal en ese decisivo día de clases….Uno resultó mortal, la medias blancas, porque hubo el grito de ‘medias blancas, pantalón oscuro, marica seguro’, y el joven príncipe de la manada se me tiró encima y me dio una paliza fenomenal….”.

En fin un ejercicio de estilo gramatical, donde no hay que buscarle los tres pies al gato, porque ni gato existe. El delirio de Agustina, que es el delirio de todos los que por allí pululan: “Hundí la cabeza entre las rodillas y me puse a pensar en ti, Agustina divina, que es lo que hago cuando no quiero pensar en nada”. Y el sabor de la saga, de la historia familiar -familias desechas pela carencia epidémica- que bien describe Restrepo: “Bisabuelo arriero, abuelo hacendado, hijo rentista y nieto pordiosero, un lento espiral descendiente”. Casi, casi, como los Buendía en Cien Años de Soledad de García Márquez.

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