Leo Pessini: La Bioética de la Amistad
Archivado en (Sem categoria) por Pablo González Blasco en 05-08-2019
El pasado día 24 de Julio, la Orden de los Ministros de los Enfermos, los Camilos, perdían su Superior General en ejercicio. La Bioética perdía una de las figuras destacadas de los últimos años. Yo perdía un gran amigo. Una amistad de casi 40 años, que arranca a principios de los años 80, cuando el Padre Leo Pessini iniciaba su ministerio como capellán del Hospital de las Clínicas de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo. Él sacerdote recién ordenado, yo médico que acababa de terminar la graduación.
Nos encontrábamos con frecuencia por los pasillos del Hospital, en la Capilla -con la pinturas de Fulvio Pennacchi, pintor famoso a quien no conocía, y que después fue mi paciente hasta los últimos momentos de su vida. Y, naturalmente, coincidíamos al lado de la cama de los enfermos. Los compañeros de promoción recuerdan como pedíamos su apoyo para llevar la Unción de los enfermos, a lo que siempre atendía solícito. Era un “pedido de consulta” especial que se hizo frecuente y cuajó en historias inolvidables. Aquel enfermo que mejoró muchísimo después de la Unción y que alguno de corte más positivista preguntó si no se le podía administrar diariamente…..O aquel otro que por la noche le pidió a la enfermera que llamase al capellán, lo que la buena señora extrañó: “Pero si usted dice que no es creyente, ¿como me pide esto?”. Y el médico: “Que yo sea ateo no tiene nada que ver con el enfermo; por favor, llame usted al capellán”.
Pocos años después, el Padre Leo se proyectó como una figura conocida em todo Brasil. Em 1985, Tancredo Neves, presidente de la República recién elegido, fue trasladado de Brasilia al Hospital de las Clínicas en São Paulo, donde fallecería semanas después. Los telediarios acompañaron diariamente el desenlace, las declaraciones de los médicos, los exámenes que empeoraban, y la figura de aquel joven capellán que atendía al presidente y a su familia. Años después, creo recordar que durante una comida, Leo me comentó: “Yo tenía poco más que 30 años, y aquella situación me sorprendió sin experiencia. Fui a merendar varias veces a casa de D. Paulo Evaristo (Cardenal Arzobispo de São Paulo) que fue quien me ordenó sacerdote, para aconsejarme. Me dijo: ‘Leo, limítate a la asistencia espiritual; no te metas en berenjenales políticos’. Me ayudó mucho, pues hubo hasta un correspondiente extranjero que llegó a ofrecerme dinero para sacar fotos. ‘Oiga, yo soy el capellán, no el fotógrafo. Y guardo silencio de oficio’. Me parece que fue en esa época, durante la prolongada agonía de Tancredo, y en los desafíos éticos, donde la semilla del gusto por la Bioética echó raíces en su corazón.
Pasó el tempo, nuestros caminos se separaron, aunque coincidíamos de vez en cuando, y renovábamos nuestros sueños por mejorar la medicina, y por inyectar humanismo en los cuidados de la salud que, al ritmo de las siempre seductoras descubiertas técnicas, parecían encaminarse por sendas donde se olvidaba el principal protagonista: el paciente. Recuerdo que nos encontramos una vez en el aeropuerto de São Paulo : “Voy a Brasilia, vamos abrir una Facultad de Medicina” Le miré sorprendido, y algo comenté de los recelos que los colegios de médicos apuntaban sobre el crecimiento indiscriminado de las escuelas médicas. “Es verdad; pero después de ochenta años cuidando de la salud em Brasil, y con más de 40 hospitales, si alguien tiene derecho de abrir una somos nosotros. No es un capricho; me parece un deber”. Argumento definitivo y audaz, ya al frente de la Institución de S. Camilo.
Años después le comenté: “Leo, ahora tienes la facultad de medicina, otros centros Universitarios de formación de profesionales de la salud, todos excelentes, ¿Cómo vas a conseguir que tus alumnos entren en vuestros hospitales, y sean los gerentes y directores? Es decir, ¿cómo hacer que la gente que formáis sean los responsables por la asistencia en vuestra Institución?”. Me respondió sonriendo: “Unir educación y asistencia es un enorme desafío. Hay que convencer a unos y otros”. Y a seguir me puso em jaque: “¿Y si tú fueras el director de la Facultad”? Sentí el golpe, y contesté sonriendo: “Sabemos que esa articulación no depende sólo de nosotros. Leo, somos amigos hace más de 30 años. Si asumo un cargo directivo en tu Institución, en dos semanas estaremos echándonos los trastos a la cabeza. Mejor continuamos tomando café, y proyectando nuestros sueños humanistas”. Con un suave golpe en el hombro, zanjó la cuestión: “Tienes razón, tú eres un outsider. Mejor te quedas donde estás, porque meterte en una facultad te va a encorsetar. Así, por tu cuenta, consigues trabajar con todas las que quieran llamarte para colaborar”.
Las muchas y nuevas obligaciones alejaron a Leo Pessini del escenario académico. Pero estaba siempre atento a las oportunidades para mejorar su gestión. Coincidimos en un congreso académico em Guanajuato, la ciudad mexicana que dicen ser la más Cervantina…..Estaba a mi lado, cuando una profesora de nuestro grupo de educación médica presentó los resultados iniciales de su investigación sobre la erosión de la empatía en estudiantes de medicina. Leo me susurró durante la presentación: “ ¿Está diciendo que los alumnos salen de la facultad peor de lo que entran, menos empáticos?” Asentí afirmativamente. “Eso me interesa mucho; quiero saber qué es lo que pasa en nuestra facultad”. Le presenté a la profesora, y Leo abrió los caminos para que completase su investigación en la Institución de los Camilos. Y cuando se presentó la Tesis Doctoral, un par de años después, allí estaba Leo en el tribunal.
El Padre Leo Pessini, se entendía con todos, abría puertas, descortinaba posibilidades, estimulaba a soñar. Siempre dispuesto a escuchar. No estaba de acuerdo con todos, pero a todos atendía, también cuando tenia que tomar medidas disciplinares. Cierta vez me comentó que había pedido a un profesor que saliese del cuerpo docente. Mantenía una relación escandalosa con otra profesora y le advirtió: ‘No tengo nada que ver con su vida personal, pero aquí dentro, en mi Institución, usted comprenderá que no puedo asistir pasivamente a esta situación que se ha hecho pública. ¿Qué haría usted em mi lugar?’ Le indemnizó generosamente, le invitó cordialmente a que dejara su puesto, pero no aguó el vino, mantuvo el carisma. Recordé lo que un otro médico amigo judío, que estudió con los Jesuitas en Loyola (Chicago) me dijo cierta vez: “Si vas a estudiar a Loyola, ya sabes lo que vas a encontrar. Puedes estar de acuerdo o no con las reglas. Pero sería ingenuo intentar cambiarlas”.
Escritor prolífico, autor de muchísimos libros y publicaciones, mediante los cuales fue divulgando sus ideas y la preocupación por la Bioética. Siempre que nos encontrábamos me regalaba varios de sus últimos libros, con dedicatorias estimulantes y optimistas que te empujaban a ser mejor. “Con estima, al amigo de las sendas bioéticas, al servicio de la vida, cuidando samaritanamente de los enfermos, buscando certezas en un mundo de incertidumbre, siempre juntos en los desafíos que la vida nos coloca”. El último libro que publicó me lo entregó un par de semanas antes de su muerte, cuando le visité por última vez. “Son reflexiones para la tribu interna, los Camilos. Así, si me pasa algo queda esto como testamento”.
Viajero incansable, cuando Superior de la Orden, visitó más de 40 países en los últimos años para animar a su Comunidad. Me llegaban e-mails o WhatsApp de Kenia, Vietnam, India, de todos los países de América Latina, de Canadá, de algunas islas de Indonesia donde encontró el seminario de los Camilos con centenas de seminaristas. Traspiraba felicidad viendo el trabajo de sus Hermanos bajo el carisma de S. Camilo “que deseaba tener mil brazos para cuidar de la vida sufrida y amenazada”. Pero sacaba tiempo para escribir, para atender a los amigos y los miles de contactos diseminados por el mundo, Cuando em cierta ocasión le hice saber que me habían invitado a dar unas conferencias em Rusia, me hizo llegar por correo el libro de Henry Nouwen: “El regreso del Hijo Pródigo. Meditaciones sobre un cuadro de Rembrandt”. Leí el libro durante el vuelo, antes de ver el cuadro en el Museo del Hermitage, en San Petersburgo. Me hice una foto, se la mandé, y recibí la respuesta: “No sabía que era tan grande”. Leo nunca había estado allí, pero se preocupó conmigo, quiso que disfrutase también espiritualmente de la obra del pintor holandés.
Demostraba serenidad y optimismo cundo las cosas no salían como tenía previsto, como a todos nos gustarían. Recuerdo cuando le visite em Roma, volviendo de un Congreso de Bioética em Singapur. Me sentía molesto con las discusiones que se pierden en teorías y no llegan hasta la persona. “Leo, hay quien vive de la Bioética y no ha visto un enfermo en su vida. Necesitamos no de la bioética estratosférica sino de la bioética de la aspirina, de lo corriente, del día a día; de saber sonreír y cuidar de quien sufre, sin distraernos con problemas globales que, pudiendo ser importantes, acaban dispensándonos del compromiso del cuidado diario. La ética de la trinchera -en palabras de un amigo común, profesor de bioética y cirugía- que es la que nos toca vivir en la madrugada, cuando los ‘especialistas’ duermen plácidamente”. Sonrió una vez más y le quitó importancia al asunto: “En este campo, amigo mío, hay gente de todos los pelajes. Pero no tenemos ya edad para perder la serenidad. Haz tu parte, se optimista. No pierdas el buen sabor de boca por tonterías. La serenidad, a estas alturas, es una necesidad para tu vida”.
En los últimos meses, cuando estaba en tratamiento de la enfermedad fatal, siempre incluía em sus mensajes esta dimensión de paz: “Continuo con la rutina terapéutica, sin novedades. A finales de Enero veremos la nueva evaluación de control. Leyendo, meditando, rezando, durmiendo, escribiendo….en fin, haciendo del nuevo tiempo algo interesante. Avanti, con serenidad, fe y esperanza”. Me llegó incluso un mensaje que después entendí estaba dirigida a otro, por equívoco. La explicación no tardó en aparecer: “perdón, me equivoqué con el destinatario…..pero, después de todo, tú eres mi médico espiritual”
Cuando publiqué un libro sobre la Humanización de la Medicina, quiso escribir el Prefacio, a pesar de ser momentos difíciles. Acababa de perder a su hermano en un accidente y me leyó las palabras que había dicho en la homilía de la Misa del funeral. Dias después me llegó el borrador del prefacio para ver si lo aprobaba. Me conmoví, y me sentí estimulado -con ese estímulo que por veces necesitamos , cuando el camino se presenta arduo, nublado, casi estéril. Hablaba de nuestra amistad y me llamaba “romántico incorregible, de militancia apasionada en los caminos del humanismo médico”. La verdad es que era él, Leo Pessini, el optimista incorregible, que conseguía sacar de las personas la mejor versión de si mismas.
En el funeral del Padre Leo, presidido por el Cardenal Arzobispo de São Paulo, ceremonia concelebrada por otros cuatro obispos, y decenas de sacerdotes Camilos, tuve la oportunidad de estar con la familia Pessini y les comenté algo de lo que aquí escribo. Las palabras del Cardenal, evocando el recuerdo de Leo, invitaban a todos los presentes a pensar qué estamos haciendo con nuestra vida. “¿Gastar la vida pesando en nosotros mismos o, como aprendemos con el Padre Leocir, a cuidar y ocuparse de los demás? De los que son pequeños, los que parecen de segunda categoría, ancianos y enfermos, los que el Papa Francisco dice que, según la cultura actual, se consideran descartables”. Y recordó el carisma de S. Camilo, ministro de enfermos: “Ministro es quien sirve, del latín ministrare”. Una consideración sabida, que asume proporciones muy oportunas en los días actuales: ¡ministro es quien sirve!
Fue en aquel viaje en que pasé por Roma cuando estuvimos juntos em Asís. “Consigo escaparme un día, y vamos a reciclarnos junto al Poverello de Asís, y respirar el aire de la Porciúncula”. Un día inolvidable, donde me enseño todos los rincones y raíces de la espiritualidad franciscana. Y en el monasterio de S. Damián -donde Francesco escuchó el apelo del crucificado para reedificar su Iglesia- Leo me regaló la reproducción del Canto de las Criaturas. “Para ayudarte en la serenidad” -me comentó. Ahora vuelvo a leer las palabras en el pergamino que está enmarcado y saltan las palabras que me parecen un buen resumen de la vida de Leo Pessini: “Alabado seas Señor, por aquellos que perdonan por tu amor, y soportan enfermedades y tribulaciones. Bienaventurados los que las soportan en paz, pues serán coronados por ti, Altísimo”.
Esa era la Bioética en la que militaba apasionadamente Leo Pessini. Una ética que contemplaba lo global, que buscaba caminos ciertos en tiempos de incertidumbre, y que llegaba al corazón de las personas porque pasaba por el Corazón de Dios. Una bioética de la amistad!