Almudena Grandes. “Los pacientes del doctor García”.

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Almudena Grandes. “Los pacientes del doctor García”. Tusquets. Barcelona. 2017. 732 pgs.

No soy muy amigo de best-sellers y de libros de moda;  tengo una cierta prevención.  El que se venda mucho, no me parece garantía de calidad; nunca lo ha sido, y menos hoy que se vende …..de todo, y para todos los gustos. Por algún motivo que no recuerdo, quizá una ocasión o un combo de vendas, coloqué en la bolsa este libro que estaba entre los destaques, antes de pasar por caja en la Casa del Libro. Lo abro algunos meses después, cuando llega el momento. Porque los libros, como decía Borges, tienen sus momentos, que mucho dependen de los momentos del lector. Como ficción policiaca está bien, te engancha, y lo sigues como seguirías una película de acción, donde para mayor inri el protagonista parece ser un médico.

..Quizá fue este el factor decisivo para colocarlo en la bolsa de compras.

Las descripciones médicas están muy bien relatadas, se palpa el asunto, la medicina de la trinchera, nunca mejor dicho, durante la guerra civil. “Un médico que a mí solía recetarme paciencia y a ellos tranquilidad”. O al atender un herido, cuando el Dr. García no encuentra “la forma de frenar una hemorragia de gratitud”. La descripción de una enfermedad neurológica que empeora con la ansiedad: “Sabía que las hormigas (el hormigueo en el brazo, las parestesias que decimos los médicos) no le visitarían de madrugada porque tenía un proyecto, un plan, una misión a cumplir. La guerra le producía el mismo efecto. En plena ofensiva comiendo poco y de pie, viviendo a la intemperie, se olvidaba de todo, de sus padres, de sus hermanos….Por eso la paz le sentaba tan mal”. Y el realismo de quien carece de recursos: “La falta de suministros que padecíamos desde hacía meses me había convertido en un experto torturador. No contaba con otra anestesia que el dolor que pudiera procurar a mis pacientes.”

Pero, como siempre que se introduce la ficción en la historia, -lo que se llama hoy basado en hechos reales- las cosas se confunden, aparece la opinión de quien escribe filtrando la Historia, y te la coloca tan a gusto, mezclada con el desarrollo del argumento. “En el hospital nunca me había interesado por la afiliación política de mis pacientes. Entraba en un quirófano, me encontraba con un cuerpo tan frágil, tan esencialmente humano, tan semejante a todos los demás como el de cualquier herido grave, y procuraba repararlos lo mejor posible. Me recordaba a mí mismo que era médico, mi única obligación salvar vidas….Nuestra obligación era salvar vidas, no juzgar a los heridos en una guerra que había desencadenado la voluntad de los golpistas del 18 de Julio”. Es decir, que la opinión política, la versión de la historia de quien escribe es la tesitura para leer el libro. Por cierto, la versión de alguien que no la ha vivido, como yo tampoco y eso que nací algunos años antes que la autora. Se la han contado, nos lo han contado a todos, o lo leemos -en fuentes variadas- lo interpretamos y recontamos la historia a nuestro modo.

Este es el punto que se me atraganta, porque la narrativa es brillante, la prosa cautiva: “Aquellas flores domésticas, tan baratas siempre, tan valiosas de repente, me emocionaron a costa de hacer más ancha , más profunda, la tristeza de una fosa abierta, el peso de las palabras inscritas en aquella lápida de granito, tan emocionantes para mí, tan odiosas para ella que pesarían por siempre sobre su conciencia como una irreparable ignominia (…) Lo único que pedía, a cambio de unas fabadas memorables, era atención para sus penas, una larga sucesión de quejas que intercalaba con rigurosa precisión entre cucharada y cucharada. (..) Era un peaje razonable para sus bondades, y su huésped lo pagaba de buena gana(…) Un trio de tango: la calidad de aquellos tres artistas casi póstumos, que llevaban tantos años juntos que ni siquiera necesitaban mirarse para entrar a tiempo, era muy superior a la suma de sus edades, por más que esta rozara los dos siglos y medio”.

Como todos los libros con propósito comercial abusa de condimentos picantes que serían dispensables, tropezones desnecesarios en un suculento plato novelesco. La escritora se esconde detrás del médico que narra en primera persona -lo que le daría el pasaporte para algunos momentos escabrosos- pero se le escapa en algún momento, aquello de “ya se sabe cómo somos la mujeres”, es decir, que se le ve el plumero a doña Almudena.  Pero, admitamos,  escribe muy bien, se asoma al abismo de la persona -con sus miserias y virtudes- ofreciéndonos verdaderas radiografías del alma humana, por seguirle la corriente al Dr. García. “Los dos estábamos demasiado cansados de pelear simultáneamente contra el otro y contra si mismo. Cada uno tenía sus propios motivos y lo más fácil era dejarse llevar desde un presente del que sólo éramos responsables en parte, hasta un futuro que ignorábamos por igual (…) Era uno de esos desconcertantes misterios del alma humana contra los que se estrellan por igual la razón y la intuición (…) Nunca había sido demasiado inteligente, pero las luces que tenía le bastaron para iluminar la verdad, para privarle del injusto consuelo  de la mentira. Quizá por eso no pudo llorar”.

Construye personajes peculiarísimos, siempre dominando los que carecen de una fibra moral clara. Ya se ve que se la da mejor la descripción de las desventuras que el valor y la virtud. “Aquella mujer atractiva, divertida y sensual estaba enamorada de la vida, pero no de la suya, la que aquella noche compartió conmigo, sino de otra que le había pertenecido antes de perderla y que no podría recuperar nunca más (….) El equilibrio con el que lograba mantener la cabeza fría mientras se dejaba arrastrar por el torbellino de sus fervores (…) La soberbia de sus apellidos prevaleció sobre todas ellas”. Y, em primera plana, el Dr. García, que con su triste figura -sin cualquier semejanza con el caballero cervantino- reconoce que podría haberse convertido “en un hombre mejor, tal vez el que habría llegado a ser si una guerra no hubiera usurpado mi capacidad para gobernar mi destino”.

Total, que la culpada de los desmadres -de ayer, de hoy y de mañana- debe ser la tal guerra interminable que reza el subtítulo de este y de otros episodios de la autora.  Las dos Españas -o tres, o cuatro, porque uno pierde la cuenta- y la coletilla que Grandes estampa en boca de un personaje que parece hablar por todos: “En este puto país ya se sabe que nunca podemos tener un término medio. Aquí, o la revolución o el convento, no hay más cáscaras”. Una síntesis tan reduccionista como ligera que empaña la elegante prosa de esta  escritora de moda. Una pena, porque la prevención de que hablaba al principio puede acabar convirtiéndose en alergia, y lo que mandan los galenos -incluido el Dr. Garcia- es evitar contacto con estos elementos tóxicos.

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