Ana Iris Simón: Feria.

Pablo González BlascoLivros Leave a Comment

Círculo de Tiza. Madrid. 2020. 240 págs.. Edição do Kindle.

Saltó en mi correo electrónico un email del que se podía leer el título: “Apostar por lo nuevo, solo por ser nuevo, está siendo catastrófico”. Pinché y me tropecé con la entrevista de la autora  que nos ocupa. Desparpajo, modernísima, 29 años. ¿Y esta quién es? Porque si no ponen la foto en la capa igual piensas que podría ser una socióloga, una intelectual…alguien como Dorothy Parker, Janet Malcolm, Hannah Arendt…. qué se yo. Vi la foto, y no resistí : pinché de nuevo y me compré la versión Kindle. Y empecé a leer.

Se ve que a quien escribe el prefacio le pasó algo semejante. Anoto: “Conocí a Ana Iris gracias al Wifi Divino, aka Divina Providencia, que a su vez me puso en contacto con varios de sus amigos y con su vida, obra y milagros. El Wifi Divino (en adelante WD) suele llevarte a descampados, a cuartas plantas de hospitales, a la antigua casa de tus abuelos, a tu novia, a tu niñez. Ana Iris nos pone delante de nuestras narices a los padres, las madres , las muertes y los nacimientos , grandezas de la existencia que muchas veces perdemos de vista, seducidos por la brujería de turno, un lamparón en nuestra camisa o por la interesantísima programación de internet. Ana Iris nos muestra cuáles son las cosas importantes, y cómo por medio de su contemplación uno puede aprender latín , química inorgánica , religiones del mundo y admitir que los hijos de los ateos quieren hacer la comunión y los nietos de los rojos duermen abajo y arriba España”.  Suculenta introducción que te mete más ganas de leer.

El libro es un desafío fenomenológico donde una mujer que no ha llegado a los 30, te hace pensar a ti -que tienes el doble de su edad- en el encanto de las cosas sencillas, y provoca evocaciones entrañables. Empezando por la familia. Dice Ana Iris: “Pensé que si lo que más me gustaba era escribir sobre la familia y la costumbre quizá es que lo que me gustaba no era escribir , sino la familia y la costumbre . También que llevaba muchos años en el error y que no podía echarle la culpa a los demás, o no toda . No podía decir que me habían dado gato por liebre porque para que a uno le den gato por liebre antes tiene que querer comprarlo (….) Yo que siempre había pensado que tener hijos joven era de pobres porque mis padres lo eran y que no plantearse siquiera hacerlo con menos de treinta era sinónimo de que algo había evolucionado cuando es justo al revés (…) Nosotros, sin embargo, ni tenemos hijos ni casa ni coche . En propiedad no tenemos nada más que un iPhone y una estantería del Ikea de treinta euros porque no podemos tener más y ese es nuestro imperativo y es material . Pero nos autoconvencemos pensando que la libertad era prescindir de críos y casa y coche porque  quién sabe dónde estaré mañana (…) Que eran vacío y polvo y nada y que no muerto sino asesinado Dios, es el ocio el que es el opio del pueblo y que lo que me pasa es que me da envidia la vida que tenían mis padres con mi edad”.

Una crítica a su generación que, si viniera de los viejos, se desdeñaría, pero aquí, la tesitura es otra: “Ese empeño nuestro por desnaturalizar todo a fuerza de explicitar todo (…) La mayoría no tuvieran que trabajar mientras estudiaban y pudieran dedicarse a la militancia política y estudiantil o a la vida crápula, si es que no son una y la misma cosa(…) y ya llevábamos tiempo en ello, en lo de no tener más identidad que la estupidez”.

La familia, y toda la atmosfera cultura que la rodea -que la rodeaba- y que se ha ido deshaciendo. Recordemos: no es una anciana la que escribe, ni son espasmos menopáusicos. Esa es la fuerza de la manchega escritora, que recuerda que “se montaba, sin sillitas ni cinturones, porque cuando se casaron mi padre y la Ana Mari, en el noventa, aún se fumaba en los restaurantes y en las discotecas, en los vagones de tren y en las clases y delante de los niños (…) Porque ser niño es guardar secretos . Empezamos a ser adultos cuando pensamos que todo tiene que contarse y que todo merece la pena ser contado. Porque también eso es ser niño : intuir, cuando algo malo pasa, que algo malo pasa”. Es la suya, una familia de carteros: “De cartero no se trabajaba , cartero se era ; lo aprendí porque él me decía que éramos una familia postal y porque nunca decía que trabajaba de cartero, decía que lo era”. Y de ahí le viene el nombre: “una libre adaptación cruzando el primer nombre de mi madre con el de la mensajera de los dioses de la Ilíada. Mi padre prefiere pensar, prefiere contarse a sí mismo y contarme que me llamaron Ana por mi madre e Iris porque éramos y somos una familia postal, como ellos son carteros”

Abuelos feriantes por parte de madre, campesinos del lado paterno, con un abuelo comunista que decía que no se iba a morir nunca, y que achuchaba a los nietos. Decía “que los más jóvenes, los nietos, no estábamos teniendo hijos al ritmo y en la medida en la que él consideraba que debíamos tenerlos Que la proporción que se debía cumplir no se estaba cumpliendo , decía , que tenía dieciocho nietos pero tan solo cinco bisnietos”. Y, en medio de los recuerdos, golpes de izquierda que te dejan tumbao y pensativo: “Nos pasamos la adolescencia y la primera juventud deseando no parecernos a nuestros padres y cuando crecemos, o igual es que crecemos por eso, nos damos cuenta de que casi todo lo que tenemos de bueno no es nuestro, sino suyo.” Ahí queda eso.

Un lenguaje de veinteañera donde, confieso, me perdí un montón de cosas porque no las sintonizo -ni falta que hace, me quedo con la miga- y todo mezclado con pensamientos que son cargas de profundidad. El capítulo divertidísimo sobre el feminismo -toda mujer ama a un fascista, evocando la frase de Sylva Plath que también parece estar de moda, pero Ana Iris le saca una punta diferente. “Para gustar los hombres tienen que hacer pero a nosotras nos basta con ser y en la posibilidad de que toda mujer ame a un fascista como escribió Sylvia Plath y en que Sylvia Plath también escribió que se preguntaba si no era mejor abandonarse a los fáciles ciclos de la reproducción y a la presencia cómoda y tranquilizadora de un hombre en casa , así que a ver cuánto tardaban en mandarla a la hoguera (….) Pasada la adolescencia las mujeres dejamos de permitirnos jugar, se nos olvida cómo se juega . A los hombres no, y esa es una de las razones por las que me gustan los hombres(…) Porque también de eso va la relación entre hombres y mujeres, de desesperarse un poco, aunque ahora a cualquier conato de desesperación y de enfrentamiento se le haya convenido en llamar  síntoma de relación tóxica”.

La femenino y su contrapunto, la erosión de la masculinidad. “La deconstrucción masculina, aunque fuera puramente estética, llegó de la mano del fútbol y los futbolistas — poco se habla de ello — , y las niñas de los noventa nos hicimos adolescentes con hombres que se depilaban ridículamente las cejas y se hacían mechas rubias como supuesto referente erótico (…) Como decía Renton en Trainspotting , dentro de mil años no habrá ni tíos ni tías , sino solo gilipollas (…) Éramos y somos unos mediocres y a los mediocres no les gusta intuir nada que aspire a lo sublime o a lo épico. Así que trabajan — trabajamos — constantemente para destruir cualquier atisbo de ello . Para hacer como que todo lo relacionado con ello — el amor romántico , por ejemplo — nunca debió existir . O peor aún : como que nunca existió”.

Narra, en las entrelineas, su conversión, cómo se acerca a la transcendencia, siendo que casi nada de eso se respiraba en su familia, que “me tenían de mora”, es decir, sin bautizar. Las abuelas -de los dos lados- tienen parte en el asunto: “Me acordé de eso que me decía mi abuela María Solo de que las mentiras tenían las patas muy cortas , así que durante años intenté alargarlas lo máximo posible (..) Decidí hacer la comunión pero no sé si decidí creer en Dios, o no sin dudas aquello ya lo reflexionó Lucifer y un tercio de los ángeles estuvieron a su favor. Al fin y al cabo era la hija conversa de un ateo monoteísta, porque mi padre no era ateo, sino que creía fervorosamente en el ateísmo . Total, era una niña que había sentido , eso pensaban, supongo, la llamada de Dios con todo en contra. Era una hereje del ateísmo monoteísta”.

Las virtudes que mamó, mas que las creencias, son el suelo fértil donde Ana Iris incrusta sus pensamientos y busca el sentido. “Años después iría a la universidad y estudiaría Periodismo durante cinco cursos sin que nadie me enseñara nunca nada más importante que lo que me enseñó mi padre en segundo de primaria : que cuando uno escribía , cuando uno miraba , había que ser siempre el ratón y que nunca había que hacerse la chulita . Y que se necesitaba valor para ambas cosas (…) Nos hemos encerrado tanto en nosotros mismos, nos hemos individuado tanto y hemos hecho tantos esfuerzos por acabar con lo de las dinámicas de poder — y , nos guste o no , la belleza siempre ha implicado y siempre implicará poder — que hemos terminado creyendo que no provocamos ningún efecto, ninguna reacción en el otro y que lo contrario sería inaceptable, aunque las mujeres nos lo hemos creído a medias, como todas las mentiras que nos contamos a nosotras mismas”.

Salero y gracia, con gusto por los refranes. Me recordó a mi abuela, que también era manchega, sin estudios, pero de muchos refranes….Dice la autora: “ El viento los vuelve locos ,dice Penélope Cruz en Volver , y fíjate si no hay expresiones relacionadas con el aire y la locura : le ha dado un aire , le dio una ventolera , no sabe ni por dónde le viene el aire (…) En España la calle no es solo un lugar de paso. En otros países, tendré que decirte , la gente sale de casa únicamente para ir a otro lugar, pero en España la calle es un fin en sí mismo y por eso nadie se extraña cuando alguien dice me voy a la calle”.

Y el amor por la feria y por la tierra. “Sentía que era de la feria, que la feria me pertenecía y yo pertenecía a la feria porque sabía cómo se ponía en marcha, cómo era cuando nadie la veía….Y sentí que la feria ya no era lo de antes porque la vida se iba poco a poco convirtiendo en una feria”. Un amor telúrico, por La Mancha, “una alfombra de esparto que no acaba nunca (…) Y  te diré que a un manchego no se le puede negar la existencia del Ingenioso Hidalgo. Que un manchego no puede dudar de la existencia del Ingenioso Hidalgo porque, si no, entre otras cosas, años de disputas entre pueblos vecinos y de discusiones de sobremesa sobre a dónde se refería Cervantes cuando hablaba de ese lugar de La Mancha habrían sido en vano”.

Y en ese amor, vuelca sus recados finales, en boca de un gigante que era un molino de Campo de Criptana, tierra de Ana Iris, convertido en gigante para enfrentarse al Hidalgo: “En los últimos tiempos, es que cada vez hay menos Quijotes. La Mancha está llena de Sanchos.  El mundo está lleno de Sanchos. Todos creen ser los más cuerdos, los más sensatos, los que más en sus cabales están. Lo que no saben es que, en su persecución del número, de lo conmensurable, de lo tangible , están cometiendo la insensatez de dejar de lado la obcecación, lo invisible y la intuición”. Sobran comentarios, porque me enredaría con Unamuno en su Vida de D. Quijote y Sancho, y con las Meditaciones del Quijote de Ortega, y no es el caso. Dejemos a Ana Iris con su merecido protagonismo. Enhorabuena, chavala; como decía Al Pacino en Esencia de Mujer a la joven antes de la clase de tango, tu abuela -tus abuelos- me vuelven loco, me seducen. Y los míos también.

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