Mariano Fazio. “Seis grandes Escritores Rusos”.

Pablo González BlascoLivros 2 Comments

Mariano Fazio. “Seis grandes Escritores Rusos”. Rialp. Madrid. 2016.  172 págs.

En principio, no me atrae la lectura de libros sobre escritores. Análisis detalladas -que es la lectura personal de quien escribe- sobre los escritores es casi un debate de eruditos especialistas, y yo prefiero tener mi propia lectura. Este libro es una excepción, quizá porque leyéndolo, entiendo que yo hago exactamente lo mismo con los comentarios que incluyo en este espacio: comparto mi propia lectura, con trechos de las obras comentadas, y las salpico con mis reflexiones personales. Además de verme reflejado en la presente obra, el interés es, sobre todo, por el conjunto que ofrece: el alma rusa, y su enorme peculiaridad.

Dicho esto, me permito copiar algunos párrafos de la introducción que es de lo más suculenta.  “La literatura rusa posee unas características propias: las historias suelen transcurrir en el vasto imperio del zar; predomina un análisis crítico de la situación social, política y económica; los autores suelen ser muy descriptivos tanto de los paisajes como de las costumbres de la ciudad y del campo; sobresalen los minuciosos análisis psicológicos de los personajes. Pero lo que les apasiona a todos ellos es la búsqueda del ser nacional. El tema común de todas estas obras es Rusia: su personalidad, su historia, sus costumbres, sus tradiciones, su esencia espiritual y su destino. De una manera extraordinaria, tal vez exclusiva, la energía artística del país estaba dedicada casi por entero al intento de aprehender el concepto de su nacionalidad. En ningún otro lugar del mundo el artista ha sufrido tanto la carga del liderazgo moral y de ser profeta nacional, ni tampoco ha sido más temido y perseguido por el Estado”.

Si es algo tan peculiar, tan “de lo suyo” ¿por qué la enorme trascendencia de esta literatura? Explica Fazio: “Por esto mismo son clásicos: profundamente rusos, se abren a lo universal. Viene bien recordar aquí lo que escribía Chesterton en un ensayo sobre Dickens: Tal como yo lo concibo, el escritor inmortal es comúnmente el que realiza algo universal bajo una forma particular. Quiero decir que presenta lo que puede interesar a todos los hombres bajo una forma característica de un solo hombre o de un solo país”

Son clásicos, universales, pero atentos a su misión: “establecer la identidad nacional rusa ha sido siempre un desafío. El imperio del zar empieza a jugar un papel importante en Europa con el triunfo de las armas rusas sobre los suecos, a inicios del siglo XVIII. Reina Pedro I, de la familia Romanov, a quien después se le añadirá el adjetivo de Grande. Será él quien en 1703 ponga los cimientos de San Petersburgo, a orillas del Báltico, en donde desembocan las aguas del Neva. La nueva ciudad era un proyecto grandioso y personal, con el que Pedro pretendía dejar atrás una tradición cultural considerada atávica y retrógrada: la nueva capital se abría al mundo occidental como una demostración de que también los rusos eran europeos, estaban abiertos al progreso y apreciaban las bellas artes. San Petersburgo se erige con moldes urbanísticos y estilísticos italianos, franceses y alemanes. Al igual que la nueva ciudad, la literatura, la música y la pintura rusas del siglo XVIII carecerán de originalidad, y buscarán modelos de inspiración en el extranjero. El contraste entre esta ciudad y Moscú es grande. Moscú, en cambio, conservaba rasgos medievales. Las edificaciones eran en su mayor parte de madera. La Iglesia ortodoxa estaba omnipresente, con sus varias catedrales, monasterios e iglesias”.

“¿Quién encarna la identidad rusa, Moscú o San Petersburgo? ¿Rusia debe mirar al Occidente o debe afirmar las tradiciones propias de sus humildes orígenes en torno al Ducado de Moscú, un mundo prevalentemente rural, austero, permeado de una religiosidad mística? A lo largo del siglo XIX se intentó dar respuesta a estas preguntas. Las dos posiciones fundamentales, no definidas taxativamente, fueron la de los occidentalistas y la de los eslavófilos (…) Los eslavófilos consideran que Rusia es la única nación que ha conservado el verdadero cristianismo, es decir la ortodoxia. El Occidente desarrolló un racionalismo formal, mientras la fe ortodoxa abre el camino para un conocimiento integral que encuentra en la verdad religiosa su centro especulativo (…) Existe una incompatibilidad entre civilización eslava y civilización germánico-latina. La superioridad intelectual y religiosa de los eslavos imponía una lucha contra el Occidente, guiada por el pueblo eslavo.

La mayoría de los intelectuales se encontraba a mitad de camino entre occidentalistas y eslavófilos”.

¿Cómo salir -si es que alguna vez se consigue realmente salir- de este atolladero ideológico? El autor nos brinda un artículo de Dostoievsky, en su Diario de un escritor:  “Rusia no se encuentra solo en Europa sino también en Asia (…). Debemos hacer a un lado nuestros serviles temores de que Europa nos llame bárbaros y asiáticos y proclamar que somos más asiáticos que europeos (…). Esta visión errónea de nosotros mismos como exclusivamente europeos y no asiáticos (aunque jamás hayamos dejado de ser esto último) (…) nos ha costado muy cara en estos dos últimos siglos, y hemos pagado por ello con la pérdida de nuestra independencia espiritual (…). Es difícil apartarnos de nuestra ventana a Europa; pero lo que se juega es nuestro destino (…). Cuando nos volquemos a Asia y la veamos de una manera nueva, es posible que nos ocurra algo similar a lo que sucedió en Europa cuando se descubrió América. Puesto que, a decir verdad, para nosotros Asia es esa misma América que aún no hemos descubierto. Con nuestro empuje hacia Asia resurgirán nuestro ánimo y nuestra fuerza (…). En Europa éramos parásitos y esclavos, mientras que en Asia seremos los amos. En Europa éramos tártaros, mientras que en Asia podemos ser europeos. Nuestra misión, nuestra civilizadora misión en Asia alentará nuestro ánimo y nos impulsa impulsará; lo único que hace falta es iniciar ese movimiento”. Claridad meridiana, en la pluma de un clásico, que arroja luz sobre el tema de la identidad rusa.

A seguir, Fazio, pasa revista a los que él considera exponentes de la literatura rusa. Hay muchas citas textuales de sus obras, que yo me he saltado en la lectura y aquí omito, porque, insisto, prefiero leer el original y sacar mis propias consecuencias.

Empieza por A. Pushkin (1799-1837) donde la literatura “comienza a hablar en ruso”. De temperamento instable, alterna “momentos de alegría exuberante y profunda depresión, y de una desenfrenada sensualidad con impulsos de la mayor ternura; el ansia por participar en la vida intelectual con una eterna curiosidad por conocer; una disposición a apreciar rápidamente y a rechazar con la misma prontitud; la tenacidad en la defensa de las propias opiniones, teñidas muchas veces de escepticismo fruto tal vez de su precoz conocimiento del iluminismo francés; la capacidad de transformar los acontecimientos más adversos en momentos de mágica disposición para la creación; todo esto son aspectos personales, autobiográficos, pero fue el fermento de su arte. Para los rusos es el gran poeta nacional, quien otorgó a su idioma la dignidad de lengua lírica”.

A continuación N. Gogol (1809-1852), que denomina “un predicador incomprendido, que quería poner su pluma al servicio de la gloria de Dios y ayudar con sus escritos a la mejora moral de la sociedad”. Se comentan los Cuentos de San Petersburgo, “que todos los grandes escritores posteriores leyeron (…) Dostoievsky afirma, refiriéndose a un cuento (El gabán) que todos salimos del gabán de Gogol (…) Para Gogol —en plena sintonía con la tradición clásica, medieval y romántica—, la obra de arte tiene la capacidad de superar los estrechos límites de esta tierra y abrirnos una ventana a la trascendencia. El arte forma parte del camino de la belleza para  llegar a Dios, y en sí misma esconde algo divino: el arte desciende a este mundo”. Y un recado importante,  y  de enorme actualidad: “Gogol apunta a una solución de los problemas rusos de su época: la redención social vendrá no por los cambios estructurales sino por el trabajo esforzado y por la conversión moral de los funcionarios. Estamos ante un mensaje siempre actual, que supera las circunstancias rusas de la primera mitad del siglo XIX. Un clásico ruso que habla a la circunstancia actual de tantas sociedades que han perdido la cultura del trabajo y han dejado que la corrupción tome la forma de un monstruo de mil cabezas, tan difícil de erradicar”.

Le llega la vez a I. Turgenev (1818- 1883), “un ruso para occidente, porque fue el primer escritor ruso que encantó al lector occidental (…). Turgenev fue muy decimonónico, quizá el escritor más representativo de la segunda mitad del siglo, ya sea en Rusia como en Occidente. Fue un victoriano, un hombre de acuerdos, más victoriano que cualquiera de sus contemporáneos en Rusia. Fue esto lo que lo hizo tan aceptable en Europa (…) Los personajes de las novelas de Turgenev son siempre la expresión de la tendencia al cambio histórico de su tiempo. Los siervos no son para Turgenev un mero número: cada uno es único, irrepetible, con una personalidad propia. Despertó la conciencia de muchos lectores sobre la igual dignidad de todos los hombres y la riqueza espiritual que se esconde en cada persona humana, por más pobre o ignorante que sea. También puso de manifiesto la injusticia de la estructura social del campo ruso, y preparó los cambios que se darían en la década del 60”

El autor incluye aquí un relato significativo de la vida de este escritor: “En 1860, y en San Petersburgo, Turgenev pronunció un famoso discurso, titulado Hamlet y don Quijote. Turgenev considera que todas las personas siguen, consciente o inconscientemente, los dos modelos existenciales que encarnan el personaje de Shakespeare y el de Cervantes. Hamlet es la expresión de la fuerza centrípeta fundamental de la naturaleza, mediante la cual toda criatura se considera el centro de la creación, mientras contempla todo lo demás como algo que existe solo para él.  Don Quijote, por el contario representa la fuerza centrífuga, según la cual todo lo existente existe solo para los otros. Esta última actitud implica un principio de fidelidad y sacrificio, que está alumbrado —para que todo quede en paz— por una luz cómica”.  Y concluye: “Turgenev demuestra que se puede ser profundamente ruso y universal al mismo tiempo”.

F. Dostoievsky (1821-1881), merece una análisis más extensa, incluidas largas citas de algunas de sus obras.  El subtítulo que se sigue al nombre del escritor es significativo: “la conciencia atormentada, porque se zambulle en las profundidades del alma humana y en las tragedias de las decisiones de una libertad arbitraria y titánica. Este será el gran tema de sus novelas más célebres: Crimen y Castigo, El idiota, Los demonios, Los hermanos Karamazov  (…) Dostoievsky no tiene casi nunca un momento de paz. Lo mismo sucede en sus novelas, en las que lo ‘normal’ y lo ‘ordinario’ brillan por su ausencia”.

El autor destaca algunas de las ideas “madre” de Dostoievsky, que ayudarán a quien quiere enfrentar la lectura de sus obras. “Las ideas de Dostoievsky no son categorías petrificadas y estáticas, son corrientes de fuego. Todas las ideas de Dostoievsky están relacionadas con el destino del hombre, el destino del mundo, el destino de Dios. Hay pocas descripciones exteriores, porque lo que le interesa es la tragedia de un alma frente al uso de la libertad. Respecto al espacio, las descripciones de la naturaleza, tan habituales y bellas en la tradición literaria rusa, en Dostoievsky están prácticamente ausentes. El tiempo, en las grandes novelas de Dostoievsky, es siempre apresurado. Su ritmo nunca es plácido, tranquilo, sereno. Los acontecimientos se precipitan y las consecuencias no se hacen esperar. Los héroes de Dostoievsky son “ideas personificadas”, no temporales y transitorios como tantos individuos, ni abstractos y temporales como los conceptos, sino figuras en las que se unen indisolublemente tiempo y eternidad. Y una conclusión habitual: El hombre sin Dios se destruye a sí mismo y destruye a los demás”.

Se relata el cuidado que su segunda esposa tuvo con el escritor: “Ana Grigorievna, veinte años menor que él: fue su ángel tutelar. Ana consiguió poner un poco de orden en los papeles de su marido, a la vez que le dio un sostén afectivo importante”. Y la opinión de otro gran escritor, S, Zweig sobre el genio ruso: “Zweig, junto con otros autores, sostiene que la epilepsia es clave para entender algunos aspectos de su obra: esos instantes de luz que se producen en las tramas de las novelas, y que preanuncian la hecatombe que sucederá a continuación….No puede negarse, ni hay por qué ocultarlo o disfrazarlo: la relación de Dostoievsky con sus lectores no es un coloquio amistoso y plácido, sino un verdadero duelo, erizado de instintos peligrosos, voluptuosos, crueles”. Y por eso Fazio advierte: “El lector de sus obras tiene que estar preparado para eso: Dostoievsky no ayuda a descansar después de un día lleno de problemas”.

Sobre L. Tolstoi (1828-1910) también ofrece una análisis extensa. Mejor que estar atento a las indicaciones de sus obras -que merecen lectura de primera mano- vale destacar las crisis de Tolstoi, que ayudan a entender esa “vida infinita” que Fazio agrega como subtítulo al nombre del escritor, y que explicita así: “¿Cuál es el gran tema de la obra de Tolstoi, que le otorgaría unidad? Me atrevería a afirmar que es la vida. Una vida infinita, que abarca desde Dios a la naturaleza material, pero centrada en la vida humana. El escritor dejará a la posteridad una galería de personajes inolvidables —Pierre Bezujov, Natasha Rostov, Ana Karenina, Levin, Ivan Illich, por solo citar algunos—, y el lector los recuerda insertos en sus ambientes sociales y naturales, entre salones, casas señoriales, isbas, y también entre bosques, campos sembrados y praderas, observados desde lo alto por un Dios que lo ve todo (…) El sentido de la historia no lo dan las decisiones de los grandes hombres —Napoleón, Alejandro, Kutuzov, etc.—, sino que todo lo dirige un Dios providente, que cuenta con todas las acciones, incluso las mínimas, de todos los hombres, para conducirlas hacia el fin establecido. Sobre la superficie de la tierra se elaboran planes, se proyectan estrategias, se hacen previsiones, pero la historia sigue su curso a pesar de los proyectos humanos. Ni Austerlitz, ni Borodino o el incendio de Moscú fueron programados por los grandes o pequeños hombres. Tenía que haber sucedido lo que sucedió”.

Y de la vida infinita a las crisis: “En torno a la publicación de Ana Karenina se produce una crisis espiritual en Tolstoi. Había procreado diez hijos con Sofía. Tres habían muerto en plena infancia. Después llegarían tres más. Tolstoi muestra un desasosiego interior que le lleva a frecuentes enfrentamientos con su mujer y a dialogar con la tentación del suicidio. Lo salva el aferrarse a la religión. Se transforma en un seguidor radical del Evangelio: la vida es para Dios y para los demás. Hay que establecer una sociedad igualitaria, donde prevalga el amor, el perdón, la reconciliación, el sentido metafísico de la unidad del género humano. Reniega de su producción literaria anterior, que considera superficial y carente de interés (…) La duodécima hija del matrimonio Tolstoi, Aleksandra Livovna, familiarmente conocida como Sasa, dedicó toda su existencia a acompañar al escritor, rodeándolo con su cariño y comprensión, y también haciendo de secretaria”.

Y concluye: “Los personajes de Tolstoi son hombres que descubren que, por encima de ellos, existe algo muy superior a su individualidad (…). Esto se debe a que son sencillamente hombres. Hombres insertos en lo que hemos llamado “atmósfera de la vida”, que prepara la idea de Dios en Tolstoi, idea que puede resumirse así: la vida no tiene sentido si uno la vive únicamente para sí mismo”. Ciertamente por eso, tiene un sentido clásico y eterno, la famosa frase overture de Ana Karenina: “Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera”.

El último autor estudiado es A. Chéjov (1860-1904) “la sonrisa triste” que aun teniendo por “profesión la medicina y escribía solo para ayudar a la maltrecha economía familiar, poco a poco fue ganando el oficio de las letras, aunque nunca abandonó la medicina y la ejerció con un espíritu de servicio encomiable (…)  La producción de Chéjov en novelas cortas, relatos y obras de teatro se vuelcan sobre la vida cotidiana y la gente común. Considerado uno de los mejores narradores de relatos breves, dejó este mundo rodeado del afecto de multitudes, que leían sus obras en las que encontraban circunstancias muy cercanas a las de ellos (..) Es verdaderamente sorprendente la capacidad de presentarnos personajes y situaciones en pocas páginas. La mayoría de los protagonistas de sus cuentos son gente del común: artesanos, funcionarios, jóvenes estudiantes, campesinas, sacerdotes. Chéjov narra con gran concisión y a su vez con belleza descriptiva una situación vital, cómica o trágica, que podría suceder en la vida de cualquiera de los lectores, pues la acción transcurre en una barbería, en un vagón del tren, en una fiesta popular o en una casa de campo”.

La narrativa es de tal claridad, que “no hay consideraciones morales: Chéjov, al igual que Turgenev, consideraba que si describía a unos ladrones de caballos no debía añadir que robar caballos era inmoral. La misma historia haría entender al lector el significado moral de los acontecimientos. Chéjov no nos dice explícitamente que hay que escuchar a las personas que tienen un dolor, o que existe una obligación de caridad en el consolar al afligido. No hace falta que lo diga: la historia lo dice todo (…)  Evidentemente, Chéjov no comparte el facilismo de sus personajes que, esperando el futuro, no hacen nada para mejorar el presente. Pero quizá  comparte la angustia de estos personajes que no encuentran sentido a sus vidas ordinarias. La solución no está en una fuga imaginaria hacia un futuro que no se sabe por qué tendrá que ser mejor, sino en descubrir el valor eterno que tienen las cosas pequeñas de cada día. Para eso es necesaria una visión trascendente de la vida”

¿Qué aprendemos con la lectura de este libro sobre los escritores rusos? Quizá a formular las preguntas que ellos se hacían de continuo y que “no solo giraron en torno a la identidad rusa. Muchas veces, con ocasión de la búsqueda del alma rusa, las preguntas derivaron a problemas más universales: ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿qué nos espera después de la muerte?, ¿por qué sufren los inocentes?, ¿cómo hay que vivir para ser felices?”. Fazio deja en suspenso la respuesta y concluye , a modo ruso, con una mirada delicada para la situación de este país inmenso, de escritores clásicos: “Lamentablemente, no llegaron tiempos mejores: Rusia cayó nuevamente en las atrocidades de la guerra, en el despotismo y en la supresión de las libertades. Se cumplen ahora cien años de la Revolución rusa. Al contemplar tanto sufrimiento acumulado, no nos queda sino arrodillarnos, como hizo Raskolnikov con Sonia en una célebre escena de Crimen y Castigo. El asesino, de rodillas ante la adolescente, besa su pie mientras le dice: No me inclino ante ti sino ante todo el dolor humano”. Un gran finale!

Comments 2

  1. O que parece é que o clima, frio, cinza , monocromático do cenário russo tem um peso muito grande em todo o psicológico russo e faz finca pé em todas as suas obras literárias, trazendo uma tensão emocional e depressiva apreciada pelos leitores ocidentais. Coisa complicada mas interessante.

  2. Mais uma vez o conhecimento enciclopédico de Pablo González Blasco, nos ilumina novamente, agora no conhecimento da literatura russa. Achei sua ampla reflexão estupefata, a parte que mais me surpreendeu foi a citação de Turgeniev….»Hamlet é a expressão da força centrípeta fundamental da natureza, pela qual cada criatura se vê como o centro da criação, enquanto vê tudo o mais como existindo apenas para ela. Dom Quixote, ao contrário, representa a força centrífuga, segundo a qual tudo o que existe existe apenas para os outros. Esta última atitude implica um princípio de fidelidade e sacrifício, que é iluminado —para que tudo fique em paz— por uma luz cômica”. E conclui: «Turgenev mostra que se pode ser profundamente russo e universal ao mesmo tempo.» Relembrar estas duas formas de “ver a vida” faz-me lembrar uma frase que li há mais de 30 anos: “O homem não se esquecerá de levar Dom Quixote da Mancha debaixo do braço no dia do ajuste de contas”. Frase atribuída a Dostoiévski. Obrigado a Pablo González Blasco.

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