Azorín: “La Ruta del Quijote”.

Pablo González BlascoLivros, Sin categorizar 2 Comments

Azorín: “La Ruta del Quijote”. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. 2010. 50 págs.

Uno de los periódicos que ojeo, –“O Estado de São Paulo” – (porque hoy casi no se leen los periódicos, tan bajo es el prestigio de la prensa), publica los domingos artículos de Mario Vargas Llosa, naturalmente traducidos al portugués. Hace algunas semanas, me encuentro con un homenaje a Azorín, donde el premio nobel peruano dice que cuando tuvo que leer El Quijote en el colegio no entendió nada. Pero, años después, al tropezarse con “La Ruta del Quijote” finalmente captó los tejemanejes del caballero de la triste figura.

Lo que Vargas Llosa quiere destacar es la figura del escritor-periodista español, en tributo a los 150 años de su nacimiento. Y con él, a toda la generación que le acompañó, la del 98. Me quedé con el recado, y fui a buscar el libro de Azorín en la biblioteca virtual, fácil de encontrar. Y me lo leí, pausadamente, saboreando las poco más de 50 páginas de este viaje a la tierra donde, como en un sueño, se depara con los parajes y las personas que convivieron con el hidalgo. Es decir, un libro telúrico, donde manan de la tierra las figuras que -según Vargas Llosa- te hacen entender quién era D. Quijote de la Mancha.

No hay como resumir el libro, ni falta que hace. Lo que hay que hacer es leerlo y pasearse por las llanuras de la Mancha, en compañía de Azorín, y de las figuras que, en sentir del escritor peruano, dan perspectiva, te explican la epopeya quijotesca.

Dice Azorín, para situarnos: “La vida, ¿es una repetición monótona, inexorable, de las mismas cosas con distintas apariencias? … Tal vez, si, nuestro vivir, como el de don Alonso Quijano el Bueno, es un combate inacabable, sin premio, por ideales que no veremos realizados… Yo amo esa gran figura dolorosa que es nuestro símbolo y nuestro espejo. Yo voy -con mi maleta de cartón y mi capa- a recorrer brevemente los lugares que él recorriera”.

Y a seguir, el desfile por los pueblos que, en su pensar, fueron la tierra de Don Quijote: “¿Veis ya cómo se ha creado en pocos años, desde 1555 a 1575, la mentalidad de una nueva generación, entre la que estará don Alonso Quijano? ¿Veis cómo el pánico, la inquietud nerviosa, la exasperación, las angustias que han padecido las madres de estos nuevos hombres se ha comunicado a ellos y ha formado en la nueva ciudad un ambiente de hiperestesia sensitiva, de desasosiego, de anhelo perdurable por algo desconocido y lejano? ¿Acabáis de aprender cómo Argamasilla entero es un pueblo andante y cómo aquí había de nacer el mayor de los caballeros andantes? Argamasilla es un pueblo enfermizo, fundado por una generación presa de una hiperestesia nerviosa”.

Argamasilla de Alba, la tierra que el escritor sueña fue de Don Quijote. Y apunta: “Es preciso salir a hacer lo que todo buen español hace desde siglos y siglos: tomar el sol (…) ¿no es este el medio en que florecen las voluntades solitarias, libres, llenas de ideal -como la de Alonso Quijano el Bueno-; pero ensimismadas, soñadoras, incapaces, en definitiva, de concertarse en los prosaicos, vulgares, pacientes pactos que la marcha de los pueblos exige?”.

Las figuras con las que se tropieza por estos parajes, son también quijotescas: “-¡Ay, Señor! Y ya este suspiro que yo he oído tantas veces, tantas veces en los viejos pueblos, en los caserones vetustos, a estas buenas ancianas vestidas de negro; ya este suspiro me trae una visión neta y profunda de la España castiza. Y cuando una mujer es manchega castiza, como Juana María, tiene el espíritu más fino, más sutil, más discreto, más delicado que una mujer puede tener (…) Cómo, por qué misterio encontráis este espíritu aristocrático bajo las ropas y atavíos del campesino? ¿Cómo, por qué misterio desde un palacio del Renacimiento, donde este espíritu se formaría hace tres siglos, ha llegado, en estos tiempos, a encontrarse en la modesta casilla de un labriego? Lector: yo oigo sugestionado las palabras dulces, melódicas, insinuantes, graves, sentenciosas, suavemente socarronas a ratos, de Juana María. Esta es la mujer española”.

La mujer española, la de La Mancha, entre las que se contaba Aldonza Lorenzo, en quien Don Quijote descubrió su Dulcinea. Así describe Azorín a estas mujeres singulares: “Yo tengo una grande, una profunda simpatía por estas señoras de pueblo; un deseo de parecer bien las hace ser un poco tímidas; acaso visten trajes un poco usados; quizá cuando se presenta un huésped, de pronto, en sus casas modestas, ellas se azoran levemente y enrojecen ante su vajilla de loza recia o sus muebles sencillos; pero hay en ellas una bondad, una ingenuidad, una sencillez, un ansia de agradar, que os hacen olvidar en un minuto, encantados, el mantel de hule, los desportillos de los platos, las inadvertencias de la criada, los besuqueos a vuestros pantalones de este perro terrible a quien no habíais visto jamás y que ahora no puede apartarse de vuestro lado”.

Las andanzas de Azorín por los parajes de La Mancha, siempre de la mano de D. Quijote: “Por este camino, a través de estos llanos, a estas horas precisamente, caminaba una mañana ardorosa de julio el gran caballero de la Triste Figura; sólo recorriendo estas llanuras, empapándose de este silencio, gozando de la austeridad de este paisaje, es como se acaba de amar del todo, íntimamente, profundamente, esta figura dolorosa. ¿En qué pensaba don Alonso Quijano el Bueno cuando iba por estos campos a horcajadas en Rocinante, dejadas las riendas de la mano, caída la noble, la pensativa, la ensoñadora cabeza sobre el pecho? ¿Qué planes, qué ideales imaginaba? ¿Qué inmortales y generosas empresas iba fraguando? (…) Y ahora es cuando comprendemos cómo Alonso Quijano había de nacer en estas tierras, y cómo su espíritu, sin trabas, libre, había de volar frenético por las regiones del ensueño y de la quimera. ¿De qué manera no sentirnos aquí desligados de todo? ¿De qué manera no sentir que un algo misterioso, que un anhelo que no podemos explicar, que un ansia indefinida, inefable, surge de nuestro espíritu?”.

La tierra que te hace entender el Quijote, y en las epopeyas del siglo de oro español. “Hay en esta campiña bravía, salvaje, nunca rota, una fuerza, una hosquedad, una dureza, una autoridad indómita que nos hace pensar en los conquistadores, en los guerreros, en los místicos, en las almas, en fin, solitarias y alucinadas, tremendas, de los tiempos lejanos (…)  ¿Os extrañará que don Alonso Quijano el Bueno tomara por gigantes los molinos? Los molinos de viento eran, precisamente cuando vivía Don Quijote, una novedad estupenda; se implantaron en La Mancha en 1575”. Y de la tierra, con la sombra de conquistadores y guerreros, al idealismo que impregna al hidalgo, y a todo español que transita por estas latitudes. Ese “gran idealista que no vería negada a Dulcinea; pero vería negada la eterna justicia y el eterno amor de los hombres”. Y al finalizar su viaje, ya perdido en el tiempo, el escritor se pregunta:“¿Cuánto tiempo ha pasado desde nuestra salida? ¿Cuánto tiempo ha de transcurrir aún? ¿Dos, tres, cuatro, cinco horas? Yo no lo sé; la idea de tiempo, en mis andanzas por La Mancha, ha desaparecido de mi cerebro”.

Y como colofón el encuentro con otros personajes que afirman que Cervantes -al que familiarmente llaman Miguel- era de La Mancha, de Alcázar de S. Juan, porque no se puede explicar de otro modo lo que escribió: “Cómo vamos a dudar que Miguel era de Alcázar? Y, ¿no están diciendo que era manchego todos los nombres de lugares y tierras que él cita en el Quijote y que no es posible conocer sin haber vivido aquí largo tiempo, sin ser de aquí? (…) Y yo puedo asegurarle a usted que no sólo el abuelo, sino también algunos tíos de Miguel, nacieron y vivieron en El Toboso (..) Sí, Miguel era manchego -añade don Vicente pasando la mano por su barba. -Sí, era manchego -dice don Jesús. -Era manchego -añade don Emilio. -¡Ya lo creo que lo era! -exclama don Diego levantando la cabeza y saliendo de sus remotas soñaciones. Y don Silverio agrega dando una recia voz: -¡Pero váyales usted con esto a los académicos!”

Azorín aclara la explicación de sus interlocutores: “Los académicos, hace años, no sé cuándo, decidieron que Cervantes fuese de Alcalá y no de Alcázar; desde entonces, poco a poco, entre los viejos hidalgos manchegos ha ido formándose un enojo, una ojeriza, una ira contra los académicos. Y hoy en Argamasilla, en Alcázar, en El Toboso, en Criptana, se siente un odio terrible, formidable, contra los académicos. Y los académicos no se sabe a punto fijo lo que son; los académicos son, para los hombres, para las mujeres, para los niños, para todos, algo como un poder oculto, poderoso y tremendo; algo como una espantable deidad maligna que ha hecho caer sobre La Mancha la más grande de todas las desdichas, puesto que ha decidido con sus fallos inapelables y enormes que Miguel de Cervantes Saavedra no ha nacido en Alcázar…”

Cierro el libro, y me pregunto qué es lo que Vargas Llosa encontró aquí para entender el Quijote. Habría que preguntárselo a él, porque en su artículo no lo deja claro. Lo que a mi si me entraron fueron unas ganas tremendas de repetir los paseos de Azorín por las tierras manchegas, y quizá releer el Quijote en los altos del camino, en las fondas y hospederías. Algo así como un periodo sabático, en compañía del Hidalgo y de la tierra en la que está injertado, proyectándose en la eternidad de los clásicos. Y, como árbol fecundo, cobija bajo su sombra a los que, como él, padecemos de ese idealismo que, insiste en buscar la justicia y el amor entre los hombres. Algo de eso se dice -mejor, se canta- en esta escena inolvidable, que aun no siendo en castellano, rezuma el idealismo del sueño imposible de D. Alonso Quijano el Bueno. Tal vez sea eso lo que el Nobel peruano también encontró en el libro de Azorín.

Comments 2

  1. Acabo de recibir el libro de Azorin y lo leeré estas vacaciones. Tengo ganas de buena literatura. Ya te diré qué tal. Abrazos.

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