Josef Pieper: Una Teoría de la Fiesta
Rialp, Madrid, 1974. 115 págs.
Hace muchos años, casi 40, leí por primera vez esta pequeña-grande obra de Pieper. Fue un regalo de mi hermana, que en la época estaba acabando la facultad de filosofía. Me impactó. De modo suave, poco a poco, como te afectan las ideas de fondo en filosofía. Una especie de liberación prolongada –Slow Release– como decimos en Medicina.
Hoy vuelvo sobre ella, buscando algo de lo que entonces encontré, para intentar compartirlo con la gente joven que se sitúa a mi alrededor. Leo despacio, anoto lo que me guiña el ojo, sin saber cómo voy a zurcir todo este mosaico de ideas. Pero sé, porque me marcó en su día, que la fiesta es algo que siendo humano se apoya en lo divino, en la transcendencia. Y que sin ella, el hombre no es capaz de disfrutar las fiestas. Esa idea, y lo que vemos todos los días bajo el falso nombre de fiesta -desde un festival de música hasta una overture de Olimpiadas- , me impulsó a releer la obra del filósofo alemán.
Ya en las primeras páginas, Pieper enlaza la fiesta con el trabajo. Y advierte que un trabajo sin sentido -sin saber por qué se trabaja- nunca puede dar lugar a una fiesta porque le faltará la misma substancia. Anota el filósofo: “No sólo hay seudofiestas, sino también seudotrabajo. No todo hacer, no todo consumo de energías y ganancia de dinero merece el nombre, que sólo corresponde a la procura, activa y las más de las veces esforzada, de aquello útil en verdad para la vida. Y es de suponer que sólo un trabajo lleno de sentido puede ser suelo sobre el que prospere la fiesta. Quizá ambas cosas, trabajar y celebrar una fiesta, viven de la misma raíz, de manera que si una se apaga, la otra se seca”. Y continúa: “Trabajo lleno de sentido significa, naturalmente, algo más que el hecho desnudo del esfuerzo y el hacer diarios. Se alude con ello a que el hombre entiende y asume el trabajo como es en realidad: como el cultivo del campo, que es a la vez felicidad y fatiga, satisfacción y sudor de la frente, alegría y consumo de energía vital. Si se omite una de estas cosas y se falsea así la realidad del trabajo, se hace imposible al mismo tiempo la fiesta”.
Es decir, que cuando no se sabe exactamente por qué se trabaja -cuando no se llega al núcleo del quehacer diario- la fiesta tampoco se sustenta, desaparece, se difumina. Trabajo con sentido en sí mismo, no sólo utilidad. Pieper hace la apología de las artes liberales -que no son útiles para algo, sino en sí mismas. “Ese concepto contrapuesto no es la inactividad, la ausencia de trabajo, sino la actividad libre, ars liberalis, el trabajo no referido a un fin situado fuera de sí mismo, sino el trabajo que tiene sentido en sí y, por ello, ni es útil en sentido estricto ni se pone al servicio de otra cosa. Esa libertad de espíritu es imprescindible para entender la verdadera fiesta. Por tanto, quien no supiera responder absolutamente nada a la pregunta: ¿qué es una actividad llena de sentido? , tampoco se encontraría en condiciones de captar en plenitud el concepto de fiesta”.
Por eso, se puede encarar la fiesta como un juego, como sugiere Platón. “¿No es el juego una actividad llena en sí misma de sentido, sin necesidad de legitimarse por la utilidad? Y ¿no sería quizá consecuente explicar la misma fiesta ante todo como juego? Estas son, como se ve, cuestiones complicadas, que no se dejan resolver de pasada (…) Cierto es que Platón, al alabar el encanto del juego y la fiesta aproxima íntimamente ambos conceptos. Y cuando, como dice Hegel, la seriedad consiste en la relación entre el trabajo y la necesidad se está muy cerca de equiparar igualmente el juego a la fiesta. Apenas se podría imaginar, en efecto, una fiesta en la que no se introdujera el ingrediente del juego, e incluso, aunque de esto ya no estoy tan seguro, de lo juguetón, de lo caprichoso”.
Y mientras Pieper hilvana pensamientos sobre la posibilidad de la fiesta, va dejando plasmadas frases que hacen pensar: “Preguntados somos hoy en día muy expresamente no sólo por qué sea la fiesta, sino todavía más por los presupuestos humanos de su realización. No es muestra de habilidad organizar una fiesta, sino el dar con aquellos que puedan alegrarse en ella”. Es decir, la fiesta es transitiva, llega y envuelve a otros que se alegran y festejan. Una fiesta individual es un contra sentido. Por eso hay que preguntarse irremediablemente: “En qué reside la esencia de lo festivo y qué hay que hacer para que el hombre de nuestro tiempo conserve o reconquiste la capacidad de participar festivamente en auténticas fiestas; una capacidad que afecta al núcleo de la existencia y que quizá incluso lo constituye”.
El núcleo de la existencia, que transpira sentido en todo lo que se hace. Es decir, es en el momento de celebrar una fiesta cuando se revela el sentido -o la falta de éste- en la existencia de los hombres. En la fiesta no hay como camuflar lo que, en el quehacer cotidiano se puede intentar ignorar. Advierte Pieper: “En tal realización de lo dotado en sí mismo de sentido reside la única legitimación consistente de un día sin trabajo. En la obra del joven Tomás de Aquino se expresa esto de forma inaudita: La pausa en el trabajo no es sólo, por decirlo así, una pausa neutral, engarzada como un anillo en la cadena del tiempo laboral, sino que comporta igualmente una pérdida de ganancia útil. Quien hace efectiva y asiente a la pausa en el trabajo propia del día de fiesta, renuncia al sueldo de un día de trabajo. Esta renuncia se ha considerado desde siempre un elemento esencial de la fiesta. Se transmite en exclusiva propiedad a los dioses, como decían los romanos, un determinado espacio de tiempo. No de otro modo a como el holocausto lo es del rebaño, se toma un trozo del tiempo y se le excluye de todo aprovechamiento útil. Pausa en el trabajo significa, por tanto, no sólo que no se trabaja, sino que se consuma una ofrenda”.
Y a continuación apunta la incompatibilidad del sentido festivo con el utilitarismo absolutista del trabajo: “En un mundo configurado precisamente por el principio de utilidad no puede haber un espacio de tiempo no útil, como tampoco puede darse un trozo de terreno sin aprovechamiento. Fomentar algo así sería como caer irremediablemente en el concepto de sabotaje laboral. Por eso mismo ha de ser ese mundo totalitario del trabajo, aun en el mayor exceso material de bienes, un mundo miserable y pobre, así como también un mundo absolutamente no festivo, de la misma manera que un hombre aplicado radicalmente al quehacer exclusivamente útil, a las artes serviles y, en ese sentido, proletario, ha sido denominado, simplemente, un hombre sin fiesta”
Esa falta de utilidad es lo que enriquece la fiesta que es “esencialmente una manifestación de riqueza, no precisamente de dinero, sino de riqueza existencial. Entre sus elementos se cuenta la carencia de cálculo, incluso la dilapidación” . Fiesta nada tiene que ver con la publicidad y el marketing moderno, que entra por los ojos …..para no decir nada. Así recuerda Pieper una anécdota con mucha miga: “ Los cientos de miles de luminarias de la publicidad navideña no pasan de ser en el fondo un lujo miserable, sin capacidad real de irradiación. Puede recordarse aquí la atinada observación de G. K. Chesterton sobre los anuncios luminosos del nocturno Times Square, en Nueva York: « ¡Qué cosa tan extraordinaria para quien tenga la suerte de no saber leer!”.
La fiesta es alegría, recuerda el filósofo: “Un griego de la primitiva cristiandad ha dicho que fiesta es alegría y nada más. Pero la alegría es, por naturaleza, algo subordinado, algo secundario. Nadie puede alegrarse absolutamente por razón de la alegría. El motivo de la alegría es siempre el mismo: uno posee o recibe lo que ama; y da lo mismo que ese poseer o ese recibir sean realmente actuales o una simple esperanza o un recuerdo. La alegría es una manifestación del amor. Quien no ama a nada ni a nadie no puede alegrarse, por muy desesperadamente que vaya tras ello. La alegría es la respuesta de un amante a quien ha caído en aquello que ama. La estructura interna de una auténtica fiesta se encuentra del modo más conciso y claro en la incomparable sentencia de San Juan Crisóstomo: donde se alegra el amor, allí hay fiesta”.
Sentido, carencia de utilidad, alegría y amor. Vamos cosiendo los retales de los pensamientos que nos acercan al núcleo de la fiesta. Y sentido -en la fiesta, en el trabajo, en la vida. Lo que supone que para vivir la fiesta y tener alegría -continua Pieper- “Se debe aprobar todo. Celebrar una fiesta significa celebrar por un motivo especial y de un modo en lo cotidiano, la afirmación del mundo hecha ya una vez y repetida todos los días. Esto es lo que diferencia al mártir cristiano. A pesar de todo, encuentra muy bien todo lo que existe; a pesar de todo, continúa siendo capaz de alegrarse e incluso, en la medida de lo que puede, de celebrar fiesta. Por el contrario, quien siempre, aunque le vaya bien, rehúsa aceptar la realidad como un todo, es incapaz de ambas cosas. Cuanto más dinero tenga y, sobre todo, cuanto de más tiempo libre disponga, más angustiosamente se pondrá esto de manifiesto. Eso vale en la misma medida para quien rehúsa la aprobación de su propia existencia”
Y profundiza a seguir en el sentido transcendente de la fiesta: “El tiempo huidizo se detiene. El desgaste incesante de la sustancia vital, que nos ha sido otorgada, es atajado por este ahora sosegado, en el que se muestra la realidad de lo eterno. Sustracción del aquí y ahora cotidianos. La mirada totalmente reposada al merecer, y que sólo como un regalo se otorga. Para que del empeño humano se obtenga una fiesta debe sobrevenir algo divino, que haga posible lo que de otro modo es imposible (….) La fiesta sin dioses es un absurdo. El carnaval posee, por ejemplo, carácter festivo sólo allí donde hay Miércoles de Ceniza: quien quisiera suprimirlo, habría también suprimido, sin quizá notarlo de modo inmediato, el mismo carnaval”.
Y continúa desarrollando esta idea, citando otros autores: “Para nosotros, los que vivimos aquí, son nuestras fiestas un acceso abierto a aquella vida. El hombre, al celebrar festivamente la fiesta, supera las barreras de su existencia temporal de aquende. Si el domingo no es otra cosa que un día sin trabajo, instituido por los hombres por razones prácticas y de tal modo que está dispuesto y disponible también para celebraciones litúrgicas, si realmente no es otra cosa que algo libremente instituido por la comunidad y, de modo expreso, no es de fundación divina (….) Tomás de Aquino advierte que lo que se celebra el domingo es como el paradigma de todas las celebraciones. Ese día se celebra lo que por lo demás sirve de fundamento de todas las demás festividades: la afirmación de la Creación”.
Cuando se rechaza la afirmación del mundo en forma expresa, se destruye en ese mismo momento la raíz tanto de la fiesta como de las artes. Y aquí Pieper invoca los conocidos versos “de una belleza casi lacerante. Se interprete como se interprete en concreto, el sentido de las estrofas es muy claro: la pobreza existencial del hombre consiste en que le resulta imposible celebrar festivamente una fiesta. Y no hay duda de que Hölderlin alude a las fiestas litúrgicas, presididas por los dioses. La pregunta:¿ para qué poetas en un tiempo indigente?, queda patente que no es sólo una pregunta, como tampoco lo sería la que alguien formulara en estos términos: ¿para qué compañeros en la fiesta, si ya no hay fiesta?”
La fiesta y el carácter divino, aquello que se me grabó hace cuatro décadas, aparece ahora con perspectivas nuevas: “La fiesta fundada por el mismo hombre, la fiesta, por tanto, artificial, es un hecho relativamente diáfano, aunque se trate en el fondo de una seudofiesta, de cuya falsedad difícilmente se percata el afectado por ella. Ciertamente, todas las fiestas, en algún modo, están hechas por el hombre, que no sólo las celebra, sino también las organiza. Todo lo empíricamente captable de una fiesta, incluso de las grandes y tradicionales, desde su fijación en un determinado día del calendario hasta la estructura concreta del sacrificio, de las ceremonias, de las procesiones, etc., todo eso es, indudablemente, instalación humana. No obstante, se mantiene en pie el principio de que la fiesta es un día que hizo el Señor. Se mantiene en pie porque el hombre bien puede hacer la celebración, pero no lo que se celebra, el motivo y el fundamento por el que se celebra. La felicidad de haber sido creado, la bondad esencial de las cosas, la participación en la vida divina, la victoria sobre la muerte”
Eso explica la vida corta de fiestas inventadas por los hombres, sin lastro transcendente: las de la revolución francesa, las napoleónicas (Termidor Brumario, etc.), las de Augusto Comte, y tantas otras que vienen y van, sin dejar rastro. Ya advierte Pieper, que esas fiestas “humanas” tienen “un carácter obligatorio y quien no participe se hace sospechoso. Ya algunos días antes de la fiesta el ciudadano puede leer en el periódico lo que de él se espera: Al sonar las campanas se abandonan inmediatamente todas las casas, que quedan bajo la protección de las leyes y de las virtudes republicanas; el pueblo llena las calles y las plazas públicas, se inflama de alegría y fraternidad”.
El motivo es claro: “la fiesta se hace imposible por el hecho de que un hombre, que se cree autárquico, no quiere reconocer aquella bondad de las cosas, que va más allá de toda utilidad pensable; sólo a través de la bondad de la realidad en su conjunto son pensables todos los demás bienes específicos; sólo a través de esa bondad, que el hombre no puede crear y ni siquiera transformar en bienestar social o individual. Esto, verdaderamente, lo posee el hombre sólo cuando lo recibe como un regalo”.
¿Qué hacer pues con todo este mosaico de pensamientos que nos permiten atisbar qué es una fiesta, y cómo se celebra? Un último párrafo de Pieper nos da la pista a seguir: “En favor de las posibilidades de una auténtica fiesta en nuestro tiempo, es necesario ofrecer resistencia a la destrucción sofista de las artes, a la trivialización del amor, al envilecimiento de la muerte y a la tendencia, incluso, de hacer de la Filosofía una ciencia especializada o un juego de palabras grandilocuentes que no vinculan. El núcleo y origen de la fiesta misma están tácitamente presentes en medio de la comunidad humana, hoy no en modo distinto a hace mil años: en forma de la alabanza litúrgica, realizada literalmente”. Es decir, llegamos a la misma conclusión que atesoré hace tantos años. La fiesta nos hace palpar lo divino que nos rodea. En la celebración, en lo cotidiano, en los sudores del día a día. No es desligarse del mundo -una especie de oasis en el desierto de la existencia – sino celebrar esa misma existencia, vivificada, con las aguas permanentes de la transcendencia que el hombre tiene dentro de sí y que la fiesta le revela en transparencia magnífica.
Comments 2
Parabéns e obrigada por compartilhar importantes reflexôes sobre o valor da vida, do trabalho e da celebração. Dentro de um prisma que exclui o utilitarismo, é que encontramos a verdadeira essência da existência e do viver. Com direito a pausas para contrmplar e festejar a plenitude da vida
Parabéns e obrigada pelas reflexões!
Na verdade, Pablo González Blasco aponta indiretamente como o famoso tango que 20 anos não é nada, mas ainda dobra! A audácia de Pablo é memorável quando ele diz: «Muitos anos atrás, quase 40, li pela primeira vez esta pequena e grande obra de Pieper. Foi um presente da minha irmã, que na época estava terminando sua escola de filosofia.»Quando Pablo González Blasco afirma que o festival é algo que, sendo humano, se baseia no divino, na transcendência. E que sem ele, o homem não é capaz de aproveitar as férias. De mãos dadas com Pieper, ele me lembra que o primeiro milagre do Senhor Jesus foi realizado em um casamento… em Canaã.
Parabéns a Pablo por esta magnífica revisão. Parabéns!