Mariano Fazio Fernández: El Siglo de Oro Español. De Garcilaso a Calderón

Pablo González Blasco Sin categorizar Leave a Comment

Ediciones RIALP. Madrid 2017. 161 págs.

No recuerdo exactamente el motivo, pero algo me llevó a pensar en Lope de Vega y en los sonetos de sus Rimas Sacras. Recordé que tenía este libro en mi estante, y fui a por él. Podía haber ido directamente a Lope -creo que lo haré en breve- pero me apeteció ver lo que este autor -con el que me identifico porque yo hago lo mismo que él, cuento mis impresiones sobre lo que leo- ilustraba sobre el Siglo de Oro. En otro de sus libros, sobre los Escritores Rusos, comenté esta perspectiva que nos une: no resumir libros, sino plasmar lo que sentimos cuando lo leemos. Lo que no dispensa leer los originales, sino que te empuja hacia ellos. Así me paso a mí con Pushkin, que era el escritor, de los que Fazio comenta, de quien no había leído nada.

Como son impresiones del lector, me permito copiar la motivación del autor. Dice así: “Mi contacto con las grandes obras de la literatura española del Siglo de Oro es anterior. Un buen colegio de educación secundaria da para mucho. En las aulas de mi escuela leíamos con fruición el Quijote, aprendíamos de memoria el soliloquio de Segismundo de La vida es sueño, o vibrábamos con los sentimientos populares que transmitían Fuenteovejuna o El alcalde de Zalamea. Cuando estaba realizando mi carrera de Historia en la Universidad Nacional de Buenos Aires, debíamos escoger alguna materia de literatura. Elegí Literatura española del Siglo de Oro”.

Y a seguir, una anotación sobre el valor de los clásicos: “Comprobaremos una vez más que en los clásicos hay verdades de siempre, que responden a los íntimos resortes de la naturaleza humana, y que por eso siguen siendo actuales en un mundo muy distinto al de Garcilaso, Lope o Calderón”.

¿Qué verdades son esas, en el caso de los autores del Siglo de Oro? Fazio sitúa el contexto histórico de la España de esa época, y destaca el honor como valor innegociable. Escribe: “A pesar de las diferencias de fortuna, se nota una conciencia generalizada del propio valer, quizá como fruto de los largos siglos de lucha por la reconquista, y por la conciencia cristiana de la dignidad de toda persona humana. Este aspecto del ser español nos introduce en una categoría clave para entender la literatura de este período, sobre la que nos detendremos un poco: el honor (…) Uno de los valores más apreciados en España —y en particular en Castilla— durante los siglos XVI  y XVII es sin duda el del honor”.

¿En qué consiste el honor, que es el valor protagonista de la literatura del siglo de Oro? No es un concepto unívoco, sino polisémico conforme aclara el autor:  “El concepto de honor es rico en matices. Entre los principales contenidos de este concepto figura el que relaciona el honor con la reputación. Desde esta perspectiva, el honor se identifica con la opinión que tienen los demás de nosotros. Es, por tanto, una acepción externa: el honor no residiría en el interior del hombre, sino en la exterioridad. Lo importante no es lo que se es sino lo que se aparenta ser. Esto explica la necesidad de cuidar las apariencias, y el interés que se pone en el “qué dirán”. Según esta concepción externa del honor, se prefiere perder la honra en secreto y mantenerla ante los ojos de los demás, que conservarla ante la propia conciencia pero perderla frente a la opinión pública”

Y continua: “Otro de los contenidos semánticos del honor: el que está intrínsecamente unido a la virtud. En este sentido, el honor se basa en la conducta recta del hombre. Se puede aplicar válidamente la frase hecha: noblesse oblige. Más que derechos, la nobleza de sangre implica las obligaciones de una conducta honrada”. Imposible no recordar a Ortega cuando comenta que la nobleza no se pauta por los derechos sino por las obligaciones, y que el ser superior es el que se exige más que lo otros.

Fazio aborda la poesía de Garcilaso, la mística de Juan de Yepes (S. Juan de la Cruz), la vida tranquila anhelada por Fray Luis de León, de quien comenta: “Dejando de lado las circunstancias de su vida, ¿no es acaso este poema una invitación a encontrar en nuestra existencia momentos y períodos de meditación, de paz, de sosiego? El ritmo de la vida contemporánea muchas veces impide pensar, contemplar, gozar. Estamos tan alocados que los años se nos escapan sin darnos cuenta. Leamos a fray Luis de León: ¡Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido! En la vida retirada se alcanza la interioridad, el gozo agradecido por los bienes que Dios nos ha dado. Es todo lo contrario al desenfreno de quien vive “para afuera” y se olvida de que tiene un yo: Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo a solas, sin testigo, libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo”.

Y antes de adentrarse en Cervantes, Lope, y Calderón, pasando por Tirso de Molina y el mito de D. Juan, describe con acierto la tónica de estos años fecundos en literatura y artes: “En el Barroco se subraya la fugacidad de la vida: el tema del memento mori es omnipresente, tanto en la escultura como en la pintura y la literatura. Esto lleva a subrayar la vanidad de las cosas de este mundo, que necesariamente pasan. De ahí que se considere la realidad terrena como un sueño, una mera apariencia, pues la Realidad última es solo la del más allá. Esta es la causa del gusto barroco por los decorados efímeros, las ceremonias fastuosas que se preparan durante meses para extinguirse en pocas horas, haciendo de este mundo un teatro donde se representa una comedia o una tragedia pasajera (….) Y así como no hay una línea divisoria clara entre vida y ficción, observaremos las mismas características en las biografías de prácticamente todos los autores que estudiaremos, que se debaten entre la virtud y el pecado, desencantados de esta vida pero con una esperanza firme puesta en el más allá”.

Las impresiones que deja la lectura de Cervantes nos llevarían muy lejos, y obviamente cada uno tiene la suya: tanto del Quijote, como de las Novelas Ejemplares. Y de esa vida, entre la literatura y las armas que alcanza a todos: Cervantes en Lepanto, Lope en la Armada Invencible, Calderón en los Tercios de Flandes. Tres figuras enormes, que cada cual tendrá que leer, digerir, e sentir los resultados, que no cabe aquí comentar.

Quizá un apunte rápido sobre Lope de Vega, donde Fazio escribe con acierto: “Lope es el más español de los clásicos del Siglo de Oro. La introducción constante de personajes del pueblo, con su modo de hablar característico, o las canciones populares o letrillas tradicionales frecuentemente citadas, hacían que el público que acudía al teatro —a los “corrales”, como se llamaban en esa época los recintos donde tenían lugar las representaciones— entrara fácilmente en sintonía con las obras de Lope: se veían reflejados en el escenario, siempre con una mirada comprensiva, divertida y muchas veces tierna”.

Y, ya en el epílogo -resumen de las impresiones del autor sobre la lectura de los clásicos del siglo de oro- anota: “Cabe citar a Ramiro de Maeztu, que en su famosa Defensa de la Hispanidad, consideraba que la misión histórica de los pueblos hispánicos consiste en enseñar a todos los hombres de la tierra que si quieren pueden salvarse, y que su elevación no depende sino de su fe y de su voluntad”. Siendo un argentino el que escribe esto, nos afecta más todavía a los hispánicos. Pero como bien advertía Julián Marías, en aquel libro magnífico sobre las Españas, no somos más españoles los que nacimos en la península, que los que nacieron en ultramar, que son también las Españas. Quizá llevado por este sentimiento, finaliza el autor con este párrafo memorable: “Los grandes escritores del siglo XVII inmersos en las contradicciones del Barroco, nos enseñan que esta vida se nos escapa, que lo de aquí es efímero, pero que hay una Realidad última, en el más allá, que da sentido a nuestra existencia. Ninguno quiso justificar sus yerros, que los tuvieron, y muchos. Nos dejaron señalados caminos que hay que recorrer «con hombría de bien, con amistad caudalosa», como escribe Jorge Luis Borges en un poema que lleva como título España, con el que nos sentimos plenamente identificados, y no solo por motivos de sangre”. Transcribe a seguir el poema de Borges, del que me permito pellizcar algunos versos:

Estás España silenciosa, en nosotros.
España del bisonte, que moriría por el hierro o el rifle,
España del íbero, del celta, del cartaginés, y de Roma,
España de los duros visigodos, de estirpe escandinava,
España del Islam, de la cábala y de la Noche Oscura del Alma,
España de los inquisidores, que padecieron el destino de ser verdugos  y hubieran podido ser mártires,
España de la larga aventura que descifró los mares y redujo crueles imperios y que prosigue aquí, en Buenos Aires, en este atardecer del mes de julio de 1964.

España de la otra guitarra, la desgarrada, no la humilde, la nuestra,
España de los patios, España de la piedra piadosa de catedrales y santuarios,
España de la hombría de bien y de la caudalosa amistad,
España del inútil coraje, podemos profesar otros amores,
podemos olvidarte como olvidamos nuestro propio pasado,
porque inseparablemente estás en nosotros, en los íntimos hábitos de la sangre, en los Acevedo y los Suárez de mi linaje,
España, madre de ríos y de espadas y de multiplicadas generaciones, incesante y fatal

Leo, me emociono, y siento que hace eco en mi memoria aquella canción de Mocedades, sobre La Otra España. Eso es lo que pasa, entre otras muchas cosas, cuando te aventuras con los clásicos del siglo de oro. Un aluvión de recuerdos, de momentos inolvidables vividos en la juventud, en un buen colegio que, como dice Fazio, ¡!!da para mucho!!!

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