María Gudín: La Reina sin Nombre
Ediciones B.S.A, 2009 591 págs.
Me gusta la novela histórica porque, cuando bien construida, es un modo de aprender, una fuente de cultura. Y también de recordar lo que estudiamos -quizá hace muchos años en el colegio, en Historia de España- y de algún modo revivirlo. Conocía a la autora de otro libro, Mar Abierto. Esta vez me zambullo en el primero de su trilogía sobre la España visigótica y variaciones acerca del mismo tema. El motivo, una tertulia literaria de esas on line que cada vez son más frecuentes. El caso es que tenia en libro en mi estante, pero no me había aventurado a leerlo. Todo tiene su momento.
Confieso que recordaba bien a los Visigodos de mis estudios adolescentes: Leovigildo, Hermenegildo (a quien su padre hace mártir por no profesar el arrianismo), y Recaredo, el hermano que arregla la situación en el III Concilio de Toledo. Pero nada sabía de los Astures, el pueblo del norte de España que luchaba por ser libre de los opresores visigodos situados en la meseta.
Mari Gudín me introduce en un mundo que me era desconocido, y no tengo como juzgar el rigor histórico, lo que no obsta para que sea una lectura de lo más agradable. De algún modo, estos mundos primitivos -desde los druidas de Asterix, hasta los personajes de El señor de los anillos- nos atraen. Saben mezclar aventuras, rituales antiguos, sentido de transcendencia -cada uno a su manera- y valores humanos. Muchos valores.
Aquí la protagonista es una mujer, la reina que no tiene nombre -o no lo sabemos – y a quien todos llaman Jana, la princesa de los bosques. Y junto a ella, un desfile de personajes variados que se van presentando. Unos como la encarnación del mal, un casi maniqueísmo como el personificado por Lubbo: “Queréis eso? ¿Queréis seguir a los antiguos dioses? Lubbo lo hace, Lubbo ha realizado de nuevo sacrificios humanos, aquellos ritos que creíamos ya olvidados. Nuestras hijas, nuestros hijos han muerto como sacrificio a sus dioses sanguinarios. ¿Esa es la tradición que queréis? Los pueblos del norte adoramos al Único Posible en la Naturaleza. El dios de Jafet, el dios de Aster, de Tarsis, de Aitor. Presente en los claros del bosque”.
El dilema alcanza las creencias porque son ellas las que sustentan la actuación y los valores por los que se pautan. Así lo entiende Jana de las explicaciones que el druida Enol -que la cría desde niña- le va dando: “Enol adoraba al Único Dios Posible. Una vez me explicó que si un dios tenía rival dejaba de serlo, que el Único Posible tenía que ser el Uno, el Verdadero. No le entendí. A mí me gustaban las figuras de los dioses antiguos y adorar al sol y a la luna que, ingenuamente, me parecían más cercanos que el Único Posible, el dios de Enol, que era un Dios lejano y celoso, que no quería a otros”.
Creencias que presiden el actuar, y las distinciones con el Cristianismo que, poco a poco, va apareciendo y coloca desafíos diferentes. Una cosa es adorar a Dios y otra entenderse con los hombres, algo mucho más complicado. Esa es la novedad del cristianismo que Gudín va, poco a poco, sugiriendo, como en el siguiente diálogo: “No. No soy cristiano -repitió con fuerza y después más despacio prosiguió-. Para eso hay que creer, y yo no creo. –¿Creer en qué? No se sintió molesto ante mi insistencia, continuó hablando con suavidad. –En un Dios bueno que se ocupa de sus criaturas. Creen en el perdón. Yo no puedo perdonar a quien me hizo daño. Por eso no quiero creer. Los cristianos perdonan pero yo no soy capaz. Me gustaría ser como ellos. En el poblado había un monje, un ermitaño, te he hablado de él. Cuentan que se encontró con el asesino de su familia, y no le mató, le perdonó y le bautizó. Yo, yo no puedo perdonar y por eso no puedo ser cristiano. Es imposible perdonar al que te ha causado el mal”.
Jana y Aster, una desconocida que no sabe quien es, y un herido que parece ser el líder de los Astures. Que se atraen mutuamente sin saber por qué. “Eres extraña -dijo él-, sanas, dominas animales salvajes, creo cada vez más que eres una de las antiguas diosas de los bosques (….) Caminando deprisa por el sendero entre los árboles, noté mi corazón latiendo descompasadamente. Veía sus ojos oscuros, interrogadores diciéndome: «¿Quién eres?» Y me preguntaba a mí misma: «¿Quién soy?» Y sobre todo: «¿Quién es Enol?» Y dudaba de todo. A todas mis dudas sobre mi persona, en los últimos tiempos se sumaban las dudas sobre el herido. Algo en él me era familiar. Quizá tiempo atrás le había visto en uno de mis sueños. O quizás algo en él me recordaba mi infancia, el tiempo perdido de toda noción. Desde que él estaba en la cueva del bosque me sentía feliz, aunque un tanto asustada. En el fondo, casi prefería que Enol no estuviese cerca. No hubiera podido estar tanto tiempo con él”.
Enol protege a Jana de modo obsesivo. Tiene un destino a cumplir. “Enol no quería que me viese nadie ajeno al poblado, me guardaba como una joya preciosa. Cuando alguna vez cruzaban mercaderes por el poblado, me ocultaba de su mirada, temeroso de algo. Quizá de que alguien me reconociese, o quizás evitaba que yo conociese mis orígenes. En aquel tiempo yo me fiaba de Enol, nunca dudaba de él. Fue el herido quien me hizo desconfiar del druida”.
Las aventuras se suceden. Conquistas, huidas, capturas, rehenes, batallas, muchas muertes y sobrevivencia. La fortaleza de Albión -ciudad de los Astures (talvez la actual Gijón, cerca de donde, por coincidencia, escribo estas líneas), las invasiones de los visigodos para recuperar a Jana y llevarla de vuelta al pueblo al que pertenece. Como digo, muchísima información de algo que no conocía y que no se hasta que punto tiene parte de verdad histórica.
Pero, como siempre, lo que me atrae son los valores y actitudes de los personajes, algo que te cala. Jana aprendió con Enol el arte de curar: “Con Marforia atendía a los partos de las mujeres y las heridas de los hombres. Leía mucho, con avidez escrutaba los pergaminos, allí se albergaba la sabiduría de siglos y llegué a aprenderlos de memoria. Había tratados de Hipócrates, de Galeno y de Celso. Me sumergí en todo aquello para intentar olvidar mi soledad y mis preocupaciones”.
Otras mujeres, un copa milagrosa, quizá el santo grial, aparecen a lo largo de las paginas que son, cada vez que se avanza, cantares de leyendas antiguas. “Yo sabía que tenía el don de calmar los espíritus; la gente venía a mí a curar las heridas del cuerpo pero también para vaciar su espíritu de pesares, para poder desahogarse del pasado; quizá por eso los hombres y las mujeres de Albión recurrían más a mí que a Romila, aunque ella era más experta que yo en el arte de la curación. No quería haber dicho aquello, pero Romila poseía el don de contar historias, y aquélla había penetrado dentro de mí, haciéndome olvidar toda precaución sobre el secreto de la copa”.
La copa de Enol, que Jana también llega a utilizar, es otra de las protagonistas de la novela. Envuelta en misterio, porque su eficacia depende más de las disposiciones y virtudes de quien la utiliza, que de los brebajes que se preparan. Así lo relata Enol en cierto momento, aclarando las divisiones que el cáliz provoca entre las mismas familias. “La copa se muestra a sí misma. Es preciso usarla con sabiduría y prudencia, revela al mundo los corazones. Sirve para sanar al otro y nunca podrá ser usada en el propio beneficio. No es fácil localizarla, sólo se encuentra cuando quiere ser descubierta (…) Comprobé que la copa tenía un poder que hacía que todos los remedios fuesen eficaces. Al usarla comprendí gradualmente que su eficacia se relacionaba con la limpieza de corazón del hombre o mujer al que se aplicaba”.
Ahí está el núcleo de la cuestión sobre el poder sanador de la copa. Y cuando aplicado en provecho propio, egoísta, causa división y destrucción. Son las confesiones de Enol: “Ahora al entrar en el templo lleno de inmundicia y ver tanto mal, me di cuenta de que no fue el dios de mi padre el causante de su ruina, sino el mal que está en los hombres, el mal que reside en el corazón de Lubbo. Ninguna acción heroica aislada cambia enteramente el destino de los hombres, el futuro es fruto de muchos azares no siempre previsibles. Mi padre creyó que sacrificándose él y rindiendo Albión, lo salvaría… y lo condenó a la esclavitud de Lubbo (…) Lubbo siempre fue sanguinario y brutal. Mi padre observaba su crueldad y sufría, intentaba por todos los medios ayudarle, y vigilaba. En aquel tiempo yo pensaba que mi padre prefería a Lubbo, pues siempre estaba con él; ahora, viendo todo lo que ha ocurrido, me doy cuenta de que conocía las carencias que había en él y sólo buscaba protegerle. Él fue quien me advertía que las cualidades no las da la naturaleza para el propio uso personal, sino para emplearlas en beneficio del otro, y afirmaba que la auténtica sabiduría no se envanece de sus dones”.
El recado es claro, y son esas actitudes las que más me aprovecharon de la lectura. Los dones y talentos que se nos conceden son para colocarlos al servicio de los demás, de nuestros semejantes. De lo contrario se volverán contra nosotros, degenerándose en acidez que corrompe. Esa es la sintonía en que también cantan Aster y Jana: “Aster decía que era el mal en el corazón de los hombres el que causaba su ruina. El mal es no poder amar, es vacío, insuficiencia, es lo contrario al Único Posible, y en sí mismo no tiene poder; por tanto, no es otro distinto a Dios sino su carencia, su falta. La maldad es como una enfermedad moral”. Y continua Jana en sus reflexiones: “Comprendí con más claridad lo que una vez Aster me había dicho: ninguna acción heroica cambia enteramente el destino de los hombres, el futuro es fruto de muchos azares no siempre previsibles, y entendí una vez más que existe una Providencia ajena a los hombres que solamente conoce el Único Posible”. El carácter de Aster se agiganta a los ojos de Jana: “Ése había sido siempre el verdadero obstáculo entre él y yo. No nuestra raza, ni nuestra nación ni la cuna de donde ambos proveníamos, sino su lealtad hacia un pueblo que en tantas ocasiones no le había merecido. Yo no era como él. A mí me importaba únicamente su amor, pero al final su amor me llevaba a buscar el bien y la verdad como él lo hacía”. Gudín resume su novela de este modo: “En el fondo es sobre esta gente de espíritu libre, nunca sometidos del todo por los diversos pueblos que han invadido la península, sobre lo que trata esta novela”. A mí, lo que me ha quedado -más que la dimensión histórica novelada- es algo de otro calado: que lo que tenemos, los talentos que nos han sido dados, es en función de los demás. En fin, la aventura de servir.