Mario Vargas Llosa: Los Vientos

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Editor digital: Titivillus. ePub base r2.1. 2020. 54 págs.

Desde sus entonces 84 años, Vargas Llosa nos brinda este cuento, corto, directo, envuelto en acidez picante, para dar el recado que le ronda la mente. Donde ha ido parar la cultura?, sería un subtitulo que le encajaría bien. Porque ese es el tema de este sueño onírico del nobel Peruano.

Como se resume al principio, todo empieza cuando él protagonista, un hombre de edad, “sale de su casa para protestar por el cierre de los últimos cines de un Madrid del futuro. Se trata de un cambio más de una cadena que él vive como decadencia. Un mundo peor. El cuerpo le falla, de la memoria al intestino. Cuando quiere volver no recuerda dónde queda su casa y durante esas horas recorre la ciudad y pasa revista a su vida, critica las novedades en el arte y la literatura, se burla del vegetarianismo. En este cuento —en el que la realidad se cruza con la ficción— el personaje lamenta haber dejado a Carmencita, la compañera de toda su vida, por un enamoramiento de la pichula, no del corazón. Los vientos muestra a un Vargas Llosa pleno, crítico, agudo, mordaz”

Un diálogo con un interlocutor imaginario -Osorio- es el hilo conductor de estas reflexiones de Vargas Llosa: “Lamenté haber ido porque éramos apenas cuatro gatos y casi todos unas ruinas humanas como yo. Osorio, posando de optimista, dice que ahora que han desaparecido los cines, tendré que habituarme a ver películas en las pantallas pequeñas. Pero no lo haré; también en esto seguiré fiel a mis viejas aficiones. He vivido demasiado para importarme que me digan fósil, ludita, o, como me llama Osorio haciendo ascos, irredento conservador. Lo soy y lo seguiré siendo mientras el cuerpo aguante (no creo, dicho sea de paso, que por mucho tiempo más). El cree —lo dice al menos— que somos más libres que nunca y se escandaliza cuando yo sostengo que este es un mundo de esclavos contentos y sometidos”.

Del Madrid decadente, pasa al mundo y a la sociedad que respiramos: “Las matanzas entre israelíes y palestinos siguen allí como demostración cotidiana de nuestra vocación autodestructiva”. Y no sólo por la violencia y la guerra sino una destrucción mucho más doméstica, al alcance de cualquiera: “Pero, aunque nunca le di la razón, en los argumentos de Osorio hay una deprimente verdad: vivimos en un mundo en el que lo que antes llamábamos arte, literatura, cultura, ya no es obra de la fantasía y la destreza de unos creadores individuales sino de los laboratorios, los talleres y las fábricas. Es decir, de las malditas maquinitas”.

La cultura -es decir, lo que sobra de ella- es el leitmotiv de este cuento. “¿Será que la cultura ya no tiene ninguna función que cumplir en esta vida? ¿Qué sus razones antiguas, aguzar la sensibilidad, la imaginación, hacer vivir el placer de la belleza, desarrollar el espíritu crítico de las personas, ya no hacen falta a los seres humanos de hoy, pues la ciencia y la tecnología pueden sustituirlos con ventaja? Por eso será por lo que ya no hay Departamentos de Filosofía en ninguna universidad de los países cultos de la tierra” Y describe con sorna una sorpresa: “Facultad de Letras de las Islas Marquesas. Pero, en esta última, la Filosofía comparte el departamento académico con Teología y Cocina. ¡Vaya mezcla! Me imagino el diploma de Doctor en Filosofía, Teología y Gastronomía y me muero de risa”.

La filosofía, la utilidad de lo inútil como bien apunta Nuccio Ordine en su magnífico ensayo es otro de los clamores de nuestro protagonista: “Si las ideas en sí, desasidas de finalidades prácticas inmediatas, hubieran desaparecido, toda forma de disidencia y contestación se habrían evaporado también como consecuencia de aquello en nuestras sociedades”.

Hay quien todavía clama por el ocio creador, como un grupo de jóvenes con quien el viejo pensador tropieza. Pero aunque le sorprende favorablemente, no parece muy convencido. Anota el escritor: “Lo que me quedó más claro, en lo que todos ellos están de acuerdo: nuestro sistema no deja a la gente tiempo para malgastarlo. Hacen una defensa apasionada del ocio. Perder el tiempo como ellos, allí, tumbados en la hierba, les parece un gran privilegio, porque es una rareza en el mundo de hoy. No hacer nada, estar ahí, fantaseando, gozando del solecito tibio, cantando o contando chistes. ‘Esto es vida’, afirmó uno de ellos, ‘Y no pasarse mañana y tarde haciendo clic, clic en el ordenador, rodeado de paredes y de tedio. No todo puede ser trabajo, hay otras cosas que debemos valorar’, añadió una chica pelirroja, con convicción. Los demás asintieron”. No se puede decir que sean filósofos, pero al fin, ya es algo.

Después de la vorágine del trabajo, de los empachos técnicos, y del ayuno filosófico, les llega la vez a las otras modas. No deja títere con cabeza, y también las pone en tela de juicio. “Creo que gracias a la prohibición, ahora, los carnívoros disfrutamos mucho más con los atracones de carne. En eso, la naturaleza humana no ha cambiado nada. El riesgo, el tabú, los interdictos que rodean a cualquier cosa la hacen infinitamente más deseable y atractiva. Un amigo mío, fumador secreto, me decía eso mismo hace algún tiempo: que él y sus amigos disfrutan ahora muchísimo más en los fumaderos clandestinos, sabiendo que podrían ir a la cárcel por los pitillos que se fuman, que antes, cuando podían fumárselos en cualquier parte sin riesgo alguno”.

Y, casi al final, un resumen de un párrafo especialmente luminoso del escritor peruano: “Hombres y mujeres se han vuelto incultos y manipulados casi totalmente por la desaparición de la cultura, o, mejor dicho, su conversión en mera diversión. En otras palabras, somos unos esclavos más o menos felices y contentos con su suerte”. Confieso que me hizo pensar, estar en sintonía, y también sonreír, las reflexiones del viejo filósofo gruñón. Vargas Llosa lo mezcla con temas mucho más prosaicos, como para quitar hierro al asunto. Pero se ve que, como muchos otros que militamos bajo la bandera del humanismo, aporta su recado con gracia, certeramente. Claro que no todos podrán apreciarlo: la falta de tacto cultural les hará quedarse en los vientos e intestinos, en los desvaríos amorosos, sin avanzar por entre líneas para mensajes de mucha más enjundia.

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