Mauricio Wiesenthal: Siguiendo mi camino
Acantilado. Madrid (2013). 480 págs.

Tenía esta obra en mi biblioteca hace más de 10 años; situado en aquel estante de libros pendientes que va creciendo siempre. Allí quedó en compás de espera, con una anotación sencilla: una narrativa encantadora, con un español de lo mejor. Y así hasta ahora en que tropezando con una entrevista del autor, me sacó a mí del letargo y al libro del olvido.
Es imposible intentar un resumen, o una semblanza de este libro magnífico cuya lectura es una experiencia fenomenológica, de la mano de quien domina el idioma, la cultura, y muchísimas cosas más. De hecho, el único pero que le puedo poner es que no me cuadran las cuentas, cuando veo todo lo que Wiesenthal afirma haber vivido, realizado, y escrito, porque imagino que su día tiene 24 horas, como el de todos. Eso mismo afirma él en cierto momento: “No sé cómo me alcanzaba el tiempo para hacer tantas cosas, pero la juventud es eso. Todavía mantengo, gracias a Dios esa fuerza para interpretar muchos instrumentos en la orquesta de la vida. Nunca dije no a un trabajo y aprendí, sobre la marcha, algunas destrezas y modestos oficios. ….Ahora veo que viví muchas cosas y conocí a mucha gente, casi sin darme cuenta”.

En las primeras páginas, nos habla de los amores que le llevan a escribir este libro: la cultura, el idioma -no solo el castellano, sino el español porque alcanza toda Iberoamérica- los jóvenes y el porvenir. Así lo describe: “Me siento emocionado y feliz por haber recibido de mis mayores en todos estos pueblos una herramienta artística y cultural tan hermosa como nuestra lengua española. Y agradezco también a los primeros maestros del castellano el regalo que nos hicieron al compartir este tesoro. Ellos me enseñaron que la lengua no es una propiedad sino un préstamo compartido (…) En realidad este libro quiere ser una defensa del humanismo y un alegato contra la especialización. La gente más ignorante y dogmática que he conocido se presentaba siempre como especializada en ciencias o técnicas muy complejas -lo cual me parece apasionante- pero opinaban de todo, osadía de quien pretende ser tan limitado. Prefiero la sabiduría universal que reconoce una ignorancia general. Es más modesta (…) Pienso que los jóvenes deben recuperar el gusto por lo sencillo y por lo imperfecto ya que el corazón es así: imperfecto y sencillo. Buena parte del arte es artesanía y hay que protegerlo -con juicio, buen gusto y mesura- de las facilidades de la industria y de los excesos de la técnica”.
Voy entresacando los temas -que son muchos y variados- para intentar organizar este aperitivo que convida a la lectura. Agrupo aquí, como en un ramillete, pensamientos sobre el oficio de escribir, de los intelectuales, y de los que no lo son tanto. Escribe Wiesenthal: “Un escritor no es un erudito ni un gramático ni un profesor; sino alguien capaz de transmitir una emoción. Por eso no me conformé nunca con los libros y busqué las casas donde habitaron sus autores, sus autógrafos, sus dibujos, sus fetiches: las reliquias donde se manifiesta el misterio de su personalidad; lo mítico, lo místico, lo mantico, lo semántico, lo romántico….. Los escritores -como los acróbatas- nos formamos siempre en la calle. Y la literatura ha caído mucho desde que se perdió esa escuela. Escribo porque necesito salirme del tiempo racional para vivir en un mundo emotivo donde se amortigua el pensamiento reflexivo y aparecen la poesía y la intuición”
El arte de escribir, que se compone de observación y de pormenores: “Suelo trabajar los detalles, porque creo que una buena novela se distingue precisamente por ellos. Un verdadero novelista -Tolstói fue el gran maestro de esta técnica- no sólo crea personajes o caracteres, sino que los engarza en un mundo real que nadie puede dibujar como él. La mayoría de las grandes novelas realistas son extensas y, desgraciadamente, muchos microrrelatos modernos sólo nos ofrecen libros muy elementales, rápidos de crear y baratos para la producción industrial ¡Que dolor ver a los escritores convertidos en máquinas de producir viruta! (…) Así nacen las novelas y no como los eruditos pretenden, luego, construirlas y reconstruirlas. Espero que un día los jóvenes escritores comprendan que lo importante para un artista es esa forma mágica del sentio que los gitanos llaman duende. Y el duende se encuentra antes en un acampamento gitano que en una universidad….El ángel suele esperarnos siempre en los caminos, como se apareció a Jacob en el vado de Fanuel o como lo halló el joven Tobías.”
Y a seguir, las críticas pertinentes, con ironía, sin perder nunca la clase, pero poniendo el listón muy alto: “Algunos escritores actuales trabaja sin emoción; probablemente porque se han convertido en profesionales a sueldo que descuidan la disciplina del sentimiento y de la oración y escriben con una rutina que se hace evidente en gran parte de la literatura contemporánea. Sin vida y sin pasión, van componiendo fragmentos escritos en un archivo de texto hasta forma un librito. Se nota el ansia de hacer crecer las páginas con historietas, recursos y argumentos racionales que carecen de esprit y de fuerza (…) Salvo excepciones me decepcionan los autores que hoy viven al amparo de la universidad y al abrigo de las instituciones culturales. Nunca he conseguido interesarme por la gente que escribe sin emoción artística. Reacciono con despego frente a los individuos que -sin comprometer su corazón- presumen de conceptuales y objetivos. Me aburren. Me basta leer una página para darme cuenta de si un escritor tiene algo que decirme. Donde no hay trabajo de estilo no hay disciplina de contenido”.
Saltan a lo largo de las páginas, consideraciones ingeniosas, donde el humor nada resta a la reflexión . Son muchas, variadas: “Soy contra las commodities que nos han impuesto los colonizadores capitalistas. El pueblo compra en el mercado sin que tengan que llevarle la mercancía. Cuando uno comienza a no ir al mercado ha dejado de pertenecer al pueblo (…) Normalmente llevo una corbata de lazo: una toma de posición frente a los nuevos burguesitos que exhiben marcas multinacionales en las zapatillas y se escandalizan cuando me ven vestido así, con otras apariencias. Me doy cuenta de que mucha gente no ha visto nunca una foto de mis ídolos y maestros: Rilke, Paul Valery, Puccini, Toscanini o Mahler…. ‘Se aprendía más de música viendo como Mahler se ajustaba la corbata que yendo a cualquier conservatorio’ dijo Schönberg (….) He oído decir, con buen humor, que la vida es como una comida cara en un restaurante malo, donde te van retirando los platos sin que te quedes satisfecho con ninguno (…) Yo me mantuve a flote, con una gardenia en el ojal. Siempre me he considerado un millonario sin dinero.”
Humor e ironía, que envuelven las cargas de profundidad antropológica: “Nos hacemos hombres cuando nos sentimos huérfanos en un momento infantil de soledad. Nacemos así a la vida propia y descubrimos que existe una dulzura infinita en la soledad porque se parece a la hondura del amor. Las mujeres nacen sabiendo lo que es la soledad, porque se parece a ellas en la dulzura y en el rigor, en el ensueño narciso y en las tentaciones que dibuja nuestra imaginación. Los hombres, cuando no tenemos a nadie que nos enseñe el misterio femenino de la soledad, nos morimos solitarios, malheridos y amargos (…) La imagen de la mujer es el centro de la cultura renacentista. Ella nos educa en el amor. Y nos enseña el valor de la hombría, el vuelo de la poesía, el donaire de la cortesía, la discreción en los juicios e, incluso, cierto estilo delicado de bravura y simpatía que ellas reclaman para dejarse seducir. Nos enseñan también la fe, haciéndonos ver claramente que hay cosas que tienen sentido sin tener explicación”.
Los muchos viajes y lo vivido en cada uno de ellos, trae a colación comentarios sobre ciudades y pueblos: “Los habitantes de las grandes ciudades ya no son sedentarios -como cabría suponer por su condición urbana- sino nómadas que se mueven comiendo por el camino o recolectando su sustento en bolsas (…) (…) Tenían lo que puede llamarse cuisine y no lo que los norteamericanos anuncian como food; es decir, esos sitios donde te dan alcachofas a la plancha, y al acabar de comer, te parece que has estado escribiendo a todos tus amigos y has chupado las estampillas (…) Adoro Buenos Aires. Los hijos de emigrantes siempre somos medio argentinos: crucificaos en las penas, como abrazaos a un dolor (…) Estoy convencido de que los irlandeses pasaron el whisky y la gaita a los escoceses como una broma pesada, pero los escoceses todavía no se han dado cuenta (…) En el Berlín dividido, el oeste era para vivir, y el este para soñar. ..Esa ha sido la historia de nuestra Europa dividida que no podía reconstruir su memoria. En el Este, algunos desesperados saltaban el muro, pero en el Oeste uno acababa acostumbrándose”.
La prosa poética y el detalle calibrado inundan las descripciones que son magníficas: “Pienso que a Europa sólo se la conoce bien cuando uno se va y la deja. El avión es demasiado rápido, pero el barco tiene ese tempo justo que necesita el corazón para darse cuenta de las cosas que se pierden. Así veo yo también más claras las causas de la agonía de Europa (…) Para conocer un país hay que escuchar también su idioma, incluso cuando uno no es capaz de entenderlo. El ritmo y el acento con que hablamos son una confesión del alma. El mexicano busca la melodía, alargando y saboreando las palabras. El seco idioma castellano ha madurado en sus labios hasta convertirse en una lengua española que tiene la suavidad de sus frutas”.
Son muchos y variados los párrafos donde se nota la pasión de educar, dirigida a los jóvenes: “Los jóvenes nos dan siempre la ilusión y la emoción necesarias para recuperar la memoria (…) He luchado mucho – en algunos momentos con intrepidez- para no rendirme a las dificultades y para pasar a los jóvenes el testimonio de que, en el mundo actual, es posible vencer batallas con idealismo y creer en los mismos valores románticos que enriquecían la fe humanista y religiosa de nuestros antepasados. Debemos recordar a los jóvenes que la universidad es sólo un complemento de la aventura de la vida; una formación útil, pero que no debe sustituir a la experiencia y a la lucha del artista en la búsqueda de sus ideales”. Y, sin duda, revela claramente las dificultades: “Enseñarle la primera lección de filosofía a un universitario sabihondo es tan arriesgado como darle un martillo a un niño nervioso; éste piensa que todo es un clavo y el otro cree que todo es ciencia”.
Personajes distintos pululan por las páginas, para ilustrar ideas y situaciones, y también para hacernos pensar, construir una cultura, un modo de situarse en el mundo. Por ejemplo, cuando dice que “es fácil reconocer que Hitler era un diablo. Pero nada hubiese conseguido sin sus secuaces más leales, abnegados y sencillos. El perverso ejercicio del mal suele ser obra de ciudadanos sonrientes, laboriosos y modestos”. Imposible no recordar aquí el tema de la banalidad del mal en Hannah Arendt.
Continua con el desfile de modelos, personajes de amplio espectro: “El general Santa Anna, en México, perdió una pierna en una guerra disparatada, más propia de un filme de Charlot que de una epopeya: la llamada Guerra de los Pasteles, cuando los franceses bombardearon Veracruz….El general preparó un entierro solemne de su pierna y organizó un funeral en la Catedral de México. Una mañana de verano le conté esta historia a Dalí y vi cómo se iluminaban sus ojos fanáticos y le temblaba el bigote, como un gato al presentir al ratón (…) Fidel era un buen mozo, quizá demasiado serio -me decía aquel pescador. Pero hay mujeres que pierden enseguida la cabeza por unas botas bien lustradas (…) El Papa Negro -Mejías Bienvenida- tenía la pintoresca teoría de que el toro es más celoso que las mujeres; si no estás pendiente de él, se da cuenta enseguida y te larga una mala cornada”
Y, a propósito de una estrella de cine, da un recado donde se nota que le gustan los toros: “Ava Gardner vio enseguida que, puestos a elegir entre taurinos y chismosos -la forma más cobarde de la envidia- había que tomar partido por la plaza de toros. Ocurre muchas veces en España que quienes se espantan -acreditando sus razones- antes el sacrificio de un hermoso y valiente animal, no vacilan ante el descabello más zafio de una mujer o de un hombre acorralado por la maledicencia de los vecinos”. Y aprovecha para sancionar a los que condenan todo: “Un día te hablaré de esos censores que se dedican a crear lo que hoy llaman la opinión políticamente correcta’. Se reconocen enseguida porque se llaman a sí mismos objetivos, racionales y moderados. Aparentemente no tienen pasiones ni órganos para pecar. Visten con pocos colores, como sus antepasados de las camisas pardas o negras. Siempre fueron así los inquisidores. Hay marcas que les fabrican esos colores mezclando un poco de beige o de negro con otro poco de dinero. Y pretender estar situados en el centro de todo: proyecto soberbio y disparatado porque nadie puedes saber dónde están los extremos de la realidad. La curiosidad es la única forma de la humildad que nos permite abarcara la inmensidad y situarnos en nuestra dimensión”.
El arte es también tema recurrente a lo largo de las páginas: “El secreto del arte es que transforma la materia más sencilla en objeto de culto. Y eso es lo que no pueden entender los que quieren divulgar la literatura en fotocopias. (…) Hay que ser Shakespeare para que el público se crea de verdad que un moro puede llamarse Otelo, cuando el nombre parece una marca de canelones. Además, hoy nadie sería capaz de escribir el momento cumbre del drama, cuando pretenden convencer a Otelo de que su pobre mujer es honrada y él grita: ‘Entra y escúchame, o embestiré desnudo como estoy’ . Es difícil declamar esto en un teatro sin que el público se muera de risa. Pero cuando es Shakespeare quien lo escribe, la gente se cree de verdad que el moro excitado va a embestir en cueros. Y eso crea una expectación (…) Hay gente que le busca explicación a todo. Yo prefiero encontrarle un sentido. Explicar es una técnica torpe, argumental y racional, que pretende aislar las cosas para comprenderlas. Y, sin embargo, llegamos más lejos cuando las sentimos, ya que las vemos en su entorno infinito. En otras palabras hay verdades que se entienden mejor en el arte, en la armonía, en la orquestra. Por ejemplo, el amor no tiene muchas veces explicación, pero tiene sentido….Nosotros tenemos nuestro público si sabemos buscar nuestro escenario”.
Agrupo al final otros pensamientos que fueron surgiendo durante la lectura, y me parecen cargas de profundidad: cultural y antropológica: “No se puede ser sabio sin ser santo. Lo maravilloso no está en las dimensiones ni en los números del mundo. Lo importante es que el hombre encuentre su medida y su sentido en el espacio y el tiempo. …Con sencillez, emoción y ternura, me gustaría recomendarles a los jóvenes que vivan atentos al detalle y a lo pequeño. Ser hombre es ser un detalle en el universo. Por eso hay que leer despacio para no perderse lo menudo que, como el jazmín, suele esconder el buen consejo en el mejor perfume (…) En una sociedad moderna libre, criarse en una familia burguesa es como nacer en una familia cristiana: uno sigue o no sigue los principios en los que le educan. Uno puede elegir, como fue mi caso, una vida idealista y cristiana apartándose de los principios burgueses. Y, para ello, basta con enfrentarse a los intereses materiales que rigen la vida burguesa -la propiedad, el dinero, las ayudas oficiales, el racionalismo dogmático- y defender activamente otros valores: el idealismo, la fe, al amor la amistad desinteresada y tantos otros principios que se aprenden situándose entre los perseguidos y no entre los perseguidores. No se trata de una elección intelectual, sino de una forma de comportamiento que se asume en la práctica, viviendo de una forma libre, valiente y distinta (…) Mi maestro me explicaba que el disfraz más habitual del Diablo es la falsa humildad. Nunca dice yo, sino nosotros, porque se defiende en legión. Siempre aparece enmascarado en grupo y con palabras de mansedumbre y bondad. Por eso se mueve tan a gusto en los conventos”.
La educación, la academia, la universidad, y las variaciones sobre el mismo tema, son otra constante en la ecuación cultural de la obra de Wiesenthal: “Ese fue siempre el ideal de nuestra enseñanza universitaria, basada en la trasmisión de una cultura. No sé por qué se olvida hoy que fuimos nosotros los europeos, quienes, peor o mejor, inventamos el concepto de universidad, y en Oxford, en la Sorbona, en Siena, en Alcalá o en Salamanca teníamos claustros -ese patio ordenado en arcos que parece pensado para la memoria interior- antes de que en Princenton se hablase de yards o de campus que son espacios dispersos (….) Un especialista es un insensato que puede convivir con una enorme cantidad de ignorancia sin que se le despierte la curiosidad. Desgraciadamente el mundo está hoy en manos de estos ciegos. La curiosidad es la única vía de conocimiento que conduce a la humildad”.
Y aquí también, como a lo largo de todo el libro, el humor irónico y elegante está siempre presente. Son comentarios ingeniosos con puntos suspensivos…que te llevan a sonreír y a pensar: “Un filósofo racionalista que quiere explicar el amor con cifras es como u chimpancé que se cree liberado de la evolución sólo porque reprime sus gritos. Pero, cuando le vemos dirigirse a su hembra o aprestarse a comer, nos damos cuenta de que sus apetitos siguen siendo más poderosos que sus remilgos y cálculos (…) Hay una pena más dura que la de perder la memoria, y es que los demás nos borren de la suya (…) Ya sabes que extravagante es todo aquello que haces y no le gusta a tu cuñada (…) Me aburren las formas culturales de la burguesía y me fascina la libertad creativa de los bohemios. La bohemia no es un reino de extravagancia que inventamos los escritores, sino un gueto donde nos arrinconaron los burgueses”. Y al final otra ironía, a modo de colofón, con la que encierro este mosaico de pensamientos, historias, curiosidades, en fin, de proyectiles culturales: “Una última voluntad: no quiero ser incinerado, sino enterrado con modestia y sencillez. Molido por la tierra y encalado por la luz. Estas cosas hay que preverlas porque, cuando ya tienes la experiencia de los cumpleaños, no puedes pedirle a la familia que te sorprendan….Me parece mágico volver a la tierra, sólo en la parte que le debo a la tierra; mejor que ser objeto de una barbacoa”. Está servido lo que quería ser un aperitivo, y ha resultado quizá muy copioso. Pero, de ninguna forma, dispensa la lectura de esta obra que -como anoté -veo que con acierto- hace más de una década es encantadora y elegante. Un deleite para los que, con obstinación, coqueteamos con esos detalles inútiles que componen la cultura.