Marta D. Riezu: “Agua y Jabón”

Pablo González BlascoLivros Leave a Comment

Editorial Anagrama. Barcelona 2022. 197 págs.

¿Cómo me aventuré a entrar en estas páginas de la elegancia involuntaria? Es lo que me pregunto mientras ordeno las anotaciones que en su momento fui hilvanando. Fue un artículo -no recuerdo dónde- que citaba el libro de Marta Riezu, con ocasión del espectáculo que algún multimillonario ofreció…! alquilando la ciudad de Venecia! Y comentaba el articulista, que una cosa es ser rico, y otra ser hortera. Y a seguir la cita con la que la autora abre su libro: “La anécdota es conocida. Preguntaron a Cecil Beaton qué es la elegancia, y respondió: agua y jabón. Que es lo mismo que decir: lo elegante es lo sencillo, lo honesto, lo de toda la vida. La elegancia involuntaria no tiene que ver con la moda, ni con el dinero, ni con lo estético. La asocio a la persona que aporta y apacigua, a la alegría discreta, al gesto generoso. Ensancha y afina nuestro mundo. Está siempre cerca del silencio, el bien común, la paciencia, la naturaleza, la voluntad de construir y conservar”. Ese fue el gatillo para zambullirme en el agua y jabón.

Dicho esto, advierto que no es un libro linear, se mire por donde se mire. Ni novela, ni ensayo, ni pensamiento. Son como anotaciones de la autora, que a veces parecen espasmos, eso sí, con mucha clase y buen gusto. Ella mismo lo advierte al principio: “La barredura de nombres se puede leer aleatoriamente. Abrir por cualquier página, un rato de compañía, descubrir algo, ir a dar un paseo. Eso sería perfecto. No es un libro de imaginación, sino de observación. Reúne los afectos de la mitad de una vida, con ausencias intencionadas y errores ocasionados por el descuido o la ignorancia”.

Y es que son tantas las citas, nombres, personajes -de la mayoría no he oído hablar nunca, pero imagino tienen su importancia, al menos para la escritora- que es imposible intentar tejer cualquier argumento. Lo que no le quita ningún mérito. Y es eso lo que voy anotando, desordenadamente.  Sobre todo para que no se me olviden momentos brillantes que he vivido con su lectura. Los capítulos en que divide el libro –Temperamentos, Objetos, Lugares y Suplemento de afinidades– son también aleatorios, un intento de organizar los recuerdos y el pensamiento de Riezu que se dispara fácilmente.

Habla de la familia en el primer capítulo. Algunos ejemplos: “Los niños encarnan las neurosis de la civilización moderna: la obsesión por el éxito, la competencia, la incertidumbre. Una familia que te invitaba a repetir por favor y perdón. Quien lleva eso en las alforjas ya lo tiene todo para ir con viento favorable por la vida. Se ve al ir cumpliendo años. La rutina, el cobijo de la estabilidad, el equilibrio. Aprender a estar, para años después poder ser (…) Mis padres no contaban conmigo cuando llegué. Siempre he pensado que a los nacidos en la prórroga nos acompañan los golpes de suerte toda la vida”

De los maestros y del aprendizaje: “Es imposible poner precio a la paciencia de los maestros. Son los primeros con quienes practicamos el arte del debate, herramienta insustituible de civilización. El diálogo como ideal de sociabilidad, lejos de la fuerza bruta. Los buenos profesores prenden fuego en las almas nacientes de los alumnos (Steiner) (…)  Nos apoyaban, pero si la fastidiábamos nos lo hacían saber rápido, sin dramas, y así es como uno perdía el miedo al fracaso. Hoy algunos piden enseñar más habilidades y menos información; la información, dicen, ya está toda ahí a golpe de clic. Ese es el peligro de confundir información con conocimiento, datos con espíritu crítico, acumulación con educación. Instruir es un arte, más que una profesión, y el material humano con el que trabaja un tutor es el más frágil de todos. Jordi Llovet: «Esa cofradía sabia y dialogante, incardinada en la vida social, y dedicada a algo más que la transmisión de saberes archivados.»

Quien bien nos quiere se fija en lo que nos gusta, pero quien nos aprecia de verdad memoriza lo que detestamos. Para ahorrárnoslo, sobre todo; pero también para esgrimirlo en un momento tenso y hacernos reír”.

Del silencio, en párrafo que no tiene desperdicio: “El silencio es encontrar a ciegas el pecho de la madre, intuir el camino sin saber nada aún. Es una rareza física y metafísica que obliga a estar atento. No solo es la ausencia de sonidos, sino una capacidad que pide de nuestra parte. Es la llave que permite introducirse en la complejidad de la conciencia. (…) Detiene, ordena, crea y disuelve. El silencio también es un gran NO. El ruido, feria gratuita de la distracción, solo me gusta lejano y atareado: los niños en el parque vecino, el esgrima de los cubiertos a la hora de comer, el trajín de la vuelta a casa al final de la jornada laboral. En cambio, el ruido traidor me da ganas de matar: el petardo de un imbécil, el portazo desaliñado, el bocinazo caprichoso. Persigo cada vez más el silencio y me advierto del peligro que eso supone. No debería ser renuncia, ni individualismo, ni neurosis. Solo una sencilla calma. Estar sosegado en lo limitado”.

Y lógicamente del buen gusto, que es el gran leitmotiv de todo el libro: “El diseñador debe ser alguien útil para la sociedad, no un autor endiosado dividido entre una vida real cobarde y el refugio de un mundo creativo ideal (…) Cómo detectar a un mediocre: por su gusto por lo extraordinario. Le gusta todo, cuanto más embrollado mejor: lo centelleante, lo atronador, ese horror indefinido que es lo premium, lo VIP, lo in-your-face, el «ya que pago, que se note». Lo discreto le aburre, la rutina le desespera. No ve nada; ni el milagro de la fuente en la calle, ni la dignidad cívica del buzón de correos, ni la tentación del pico de pan (…) Cuando alguien lleva un atuendo elegido por instinto y sin pretensión alguna, la ropa se disuelve hasta hacerse invisible. Solo vemos a la persona siendo ella. Al desvestirse y dejar sus cosas encima de la cama, la ropa seguirá teniendo su espíritu, su intención y su filosofía de vida. La persona seguirá estando ahí. En la penumbra del dormitorio de mis abuelos, la bata de flores que descansaba en la silla era un compendio íntimo de mi abuela: contenía sus gestos, sus formas, su lugar en el barrio y su tarde frente a la tele. Ese buen envejecer quizá no depende tanto de la edad como del propio carácter. Todo se desgasta, esto es una realidad, pero en la vejez también hay lucidez, plenitud y una libertad ácrata”

El capítulo de Objetos esta repleto de espasmos estéticos: “Con cada encuentro con algo que nos fascina sale a flote un rasgo de nuestro carácter. Los objetos activan nuestra conciencia. Admiramos a alguien cuando su trabajo nos parece interesante, pero la admiración se vuelve estima cuando la vida de esa persona es coherente con lo que predica. El envejecimiento ennoblece algunos materiales, como la madera, y también a algunas personas. Envejecer bien es potenciar nuestros valores”

Recuerdos personales que se agolpan en su memoria y piden espacio para salir: “De aquel encuentro recuerdo sobre todo dos frases. Una del torero Rafael Guerra, Guerrita : «¿Qué es lo clásico? Aquello que no se puede mejorar.» La otra: «Hay que educarse para documentar nuestra intuición (…) Algo que dijo mi padre: «Da igual tener más o menos: lo importante es no ser un miserable.» El miserable –a diferencia del tacaño, que sufre en solitario– entorpece y amarga la vida a los demás por dos duros. Le duele el imprevisto. Agota e incomoda a todos dividiendo la cuenta según si has pedido postre o un whisky. En las vacaciones dice que «no hace falta» entrar en esa tienda a chafardear, olvida los cumpleaños, lía una cola en la caja del supermercado por un vale de descuento de diez céntimos. No sabe disfrutar, que es la mayor maldición”.

Y de nuevo el buen gusto en el vestir, en presentarse, en la postura delante de la vida: “Afirmar que si vas vestido con corrección se te abren las puertas es impopular, pero es cierto, y hay que aprovecharlo a nuestro favor. La ropa es un efecto multiplicador de lo que somos; si alguien es educadísimo, bondadoso e inteligente y encima viste bien, imaginen la potencia del resultado. La pulcritud y la compostura no tienen ideología, ni van ligadas a la renta ni al apellido ni al cargo. Para los norteamericanos, la gorra es más un gesto que un accesorio. Vestir bien se asocia al interés que le ponemos a las cosas. Alguien con prendas bonitas y una actitud apática no tiene encanto alguno. Vestimos bien cuando aportamos, cuando lo que llevamos puesto habla de nuestros valores. Vestimos bien cuando estamos afinados con nosotros mismos: nuestras flaquezas, nuestros aciertos, nuestras singularidades”.

Y de lo que parece superfluo, pero no lo es porque es una extensión de tu modo de ser: “Con la edad uno pule su relación con lo inútil. No solo entiende su importancia, sino su papel redentor. Ante el horroroso afán de lo rentable elijo caminar del bracete con lo que no tiene valor. Ese rato mirando por la ventana, ordenando los discos, limpiando con cariño la bicicleta o haciendo el muerto en el mar; ese rato que no se puede pesar ni medir favorece un estado mental en el que el mundo simplemente nos acepta siendo , sin tener que demostrar nada (…) La cultura y el amor vienen sin garantías. Nadie asegura que si amamos nos amarán, ni que leyendo libros nos volveremos más sabios. Pero no intentarlo es de locos. Para hacerlo, sin embargo, es necesario parar, rodearse de silencio y calma, perder trenes. Esa formación espiritual, no es una mera obtención de conocimientos. Es un compromiso vital que no se aprende en un curso de coach de CCC, ni en un perfil de Instagram. El infierno es un lugar donde todo es moderno, atractivo, fácil y entretenido”.

Las actitudes que suponen saber estar en la vida, plantarse, que son cada vez más necesarias: “Necesitamos hablarnos, estamos desesperados por conectar, pero recibimos tal goteo de exigencias instantáneas que las formas de comunicación más interesantes han pasado a ser aquellas en las que media una distancia, de espacio o de tiempo.  Repetir es identidad y ancla, y un ahorro mayúsculo de tiempo. Hacer un poco el ridículo es pagar un precio bajísimo por vivir la emoción libremente”.

En Lugares, las memorias son todavía más variadas, diversas, se apelotonan para salir de la pluma -de la mente/memoria- de Marta. “En los viajes apartamos de la mirada el velo de la costumbre y entramos en otros modos de relación y participación. Cada paisaje desconocido ayuda a blindar el sentido del asombro, la única vacuna contra el aburrimiento conforme pasa los años (…) Un país que ama la belleza busca la elegancia en cada detalle. No solo en el arte, el diseño, la moda, la arquitectura, sino sobre todo en lo cotidiano. Conocer las preocupaciones de los vecinos. Llevar buenos calcetines, aunque apenas se vean (que se ven). Mirar sin mirar que todo el mundo en la mesa esté a gusto. Sentarse con naturalidad y corrección. Presentarse fresco a una reunión. Invitar sin darle más vueltas. Sostener la puerta a quien entra con nosotros. Llevar un obsequio cuando se visita a alguien. Actuar con simpatía, respeto y naturalidad”.

Cita personajes variados -anoto sólo algunos de los muchos que desfilan por las páginas del libro: “Pasti es pura elegancia involuntaria: desde que se levanta, todo lo que hace es de verdad. Sus acciones no solo no dañan a nadie, sino que ayudan a mucha gente. Es imprescindible que él aparezca en estas páginas que son, ante todo, una carta de amor a todo aquel que va a la suya (…) Mauricio Wiesenthal, un hombre a quien yo he pedido matrimonio unas quince veces, sin éxito. Si hay alguien en este continente con ojo para la elegancia –la manifiesta y la recóndita–, ese es Wiesenthal”.

Y mucho humor en comentarios sobre lugares y personas: “Lo que hace volver una y otra vez a Italia no es solo el paisaje, sino la italianità : las cualidades que conforman la esencia de su identidad. Los italianos conocen su cultura, y la incorporan a su propia personalidad. Tienen un sentido acentuado de la herencia de abuelos y padres. Saben seleccionar qué observan. Los símbolos, los hábitos y el comportamiento les resultan importantes –porque lo son–. De ahí la bella figura : el arte de causar una buena impresión, que atañe tanto a la apariencia como a la buena educación. O sea, los códigos de conducta y estéticos adecuados para el encuentro social. No es tanto una cuestión de apariencia como de dignidad, hospitalidad y cortesía. Y sensatez. ¿En qué cabeza cabe conocer a los suegros con una camiseta de Star Wars?  «Es que yo soy así.» Bueno, pues no seas así”.

Y este otro que es suculento: “Aquellos escarceos y amistades quedan en nada, pero ya han cumplido su función: tejer una malla de seguridad acerca de las propias competencias sociales. Dicho de un modo más simple: a quien no ha salido, se le nota. Son los que reverdecen a los cuarenta, se compran una Harley, se apuntan a catas de vino, se plantean incluso probar con First Dates y se van los últimos de las fiestas de oficina, tantas son las ganas de juerga que arrastran.  Hacer el ridículo de joven te ahorra –a algunos ni eso– hacer el ridículo de mayor (…) Hay quien vive en el mundo digital, tenga delante una pantalla o no. Internet se ha entrelazado de tal modo en su conciencia que para esa persona ya no es un lugar, sino un modo de habitar la realidad. Para mí sigue siendo un espacio que visito a ratos y que intento que no someta mi lógica. La vida no está en la actualidad. A la Historia le importa un pito la actualidad”.

Añoranzas del pasado, también con humor y paladar propio: ““En aquellos bancos conocían tu nombre y te engañaban igual que te engañan hoy, pero con más educación (…) Con un solo clic uno recibe en la puerta de casa los antojos más impensados, pero por suerte el arte, los restaurantes y los edificios obligan a levantarse del sofá(…) Aún asocio lo dulce a la complicidad, y el signo inequívoco de que alguien me cae bien es querer darle de comer”.

Como son tantas las ideas, recuerdos, espasmos estéticos de Marta, se ve que al final se siente obligada a recoger lo que sobra -que es muchísimo- en una especie de diccionario personal, para que no se le escape. En el fondo, para compartirlo con a quien le puede aprovechar. Y, el caso, es que aprovecha mucho. Algunos ejemplos que copio textualmente:

  • Arte. Lo que te llena. Lo explica de maravilla Guillermo Pérez Villalta: «Si cuando uno está ante una obra de arte no tiene un subidón, aquello no funciona. Hay que tener un subidón. Alegría, emoción, sensación de vida.»
  • Civismo. No ser pesado. Agradecer. No dar gato por liebre. Vivir la cultura como placer, no como obligación. Saberse poco importante y disfrutarlo. Respetar, conservar y dejar vivir.
  • Flaubert. A los nueve años empezó a apuntar en una libreta lugares comunes que oía aquí y allá. La inauguró con una conocida algo boba que visitaba a la familia en Rouen. Siguió compilando conceptos durante tres décadas, hasta configurar el Dictionnaire des idées reçues . «La mayor impotencia del pensamiento no es el error, sino la tontería.»
  • Gorriones. Miguel d’Ors los llamó «calderilla del cielo». José Jiménez Lozano: «Gorrioncillo urbano / perdido entre las mesas / de una terraza, en un hotel de lujo. / Como a ti, me bastan y me sobran / las migajas del mundo.»
  • López Aranguren, José Luis. Le preguntaron por los peligros del intelectual exuberante y divo. «¿Cree usted que el intelectual debe intervenir en política?» «Interesarse por ella, desde luego sí; intervenir, en modo alguno. Hasta cuando es menos mala, la política es siempre una simplificación de la realidad, y el intelectual se debe a la verdad entera.»
  • Salvador de Madariaga: «La honradez se mide de cintura para arriba, y la honestidad de cintura para abajo.»
  • Pesimismo. Samuel Beckett: «Tengo un pie en la tumba, y el otro en una piel de plátano.»
  • Revancha. Nicolás Gómez Dávila: «Basta observar al que nos insulta para sabernos vengados.»
  • Tutear. Los que tutean por sistema se pierden el placer y la repentina fraternidad que da el tratar de usted.

Está servido el aperitivo para quien quiera degustar Agua y Jabón. Sin compromiso serio de lectura. Al alimón. Como quien no quiere la cosa. Saldrá renovado, sonriente, espoleado para el buen gusto, para la politesse. Algo que escasea cada vez más.

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