(Español) José Jiménez Lozano: “El azul sobrante”
José Jiménez Lozano: «El azul sobrante». Encuentro. Madrid. 2009. 200 pgs.
La simpatía por Jiménez Lozano se la debo, como muchas otras cosas, a mi hermano Pedro. Me venía instruyendo, desde hace mucho tiempo, sobre la obra del abulense. Un día me escribió: «¿Has visto que a Jiménez Lozano le han dado el premio Cervantes? Bien que te lo advertí yo». Para aquel entonces ya había tenido oportunidad de leer algunos de sus libros, siguiendo el feliz consejo fraterno.
«El Azul Sobrante», es un delicioso conjunto de cuentos cortos, donde desfilan gentes del pueblo e intelectuales, nuevos ricos y figuras de corte añejo, caballeros chapados a la antigua y damas avanzadas, demonios tentadores y ángeles que transportan «en un bidón el azul que había sobrado en el principio de cuando se pintó la bóveda del cielo al atardecer». Son pequeñas miniaturas preñadas de sabiduría, de buen gusto, relatadas en castellano elegante y, al mismo tiempo, familiar, castizo. No cabe hablar más del libro, ni esbozar ensayos, pues la introducción que presenta la obra –a cargo de la directora de la colección editorial- cumple este oficio con creces. Lo comento para que no se incurra en el error de despreciarla. Leerla despacio ayudará a calibrar la sensibilidad. Después, otro consejo. Leer un cuento por día, a lo más dos. Hay que paladearlo, como un buen vino; o mejor, catarlo, porque cada cuento es un vino diferente, y mezclarlos uno tras otro, sería un desperdicio.
El menú de opciones de lectura que se nos ofrece es amplio. Un amigo librero me comentó que se publican algo así como 100 títulos diferentes por día en España. Saber acertar es todo un arte; y entre los aciertos, no son muchos los libros que te renuevan la pasión por leer, que te hacen sentir –sin lugar a dudas- que una buena lectura no tiene substituto, que es una inversión de tiempo formidable.
La obra de Jiménez Lozano goza de esta prerrogativa, y uno siempre se pregunta, mientras lee, por qué no le dedica más tiempo a esta actividad, de donde sale enriquecido. En «El azul sobrante», una vez más, el abulense muestra que tiene una cultura vasta, clásica, pero digerida e incorporada. De esas que uno convoca para las tertulias en un café, o para hablar con los niños en el desayuno, o que las costureras comentan en su taller, como si se hablara de las novedades de la verbena del pueblo. Una cultura que seduce, que te hace pensar y disfrutar, no erudición inútil, de la que tanto vemos hoy en día. Jiménez Lozano traduce la cultura al sentir popular, hace de la filosofía –de la admiración de los filósofos- algo de ordinaria administración. Hasta el punto que te preguntas: «Y yo, ¿porque no habré descubierto esto antes, o por qué nunca he pensado estas cosas?»
Mentiría si digo que yo nunca había pensado en estas cosas, porque mi hermano Pedro no dejaba de aconsejarme. Cuando le decía que había leído este o aquel autor de moda, o un pensador, o un filósofo, o esos antropólogos de gusto globalizante, me decía: «Ya, ya, pero no te olvides de Jiménez Lozano. Ese sabe lo que escribe. Ni de Susanna Tamaro, a quien no debes perder de vista». También se había leído todo de la italiana. En estas entrañables fiestas de Navidad, leyendo a Jiménez Lozano, mucho me he acordado de mi hermano Pedro que estará disfrutando del azul, no del sobrante, sino del genuino, del que vemos en el Cielo. Estas letras son mi homenaje agradecido a sus sabios consejos.