César Suárez: “Como cambiar tu vida con Sorolla”.

Pablo González BlascoLivros, Sin categorizar Leave a Comment

César Suárez: “Como cambiar tu vida con Sorolla”. Penguin Random House. Lumen. Madrid. 2023. 259 págs.

Ya tenía presente que este año es el centenario de la muerte de Joaquin Sorolla. Pero lo que no me esperaba era este libro que, de repente, me llega a las manos a través de mis sobrinos, como un detalle -formidable- de mi hermana. Es sabido en mi familia, el gusto, casi el apego, que tengo por el pintor valenciano. Y siempre que paso por Madrid con amigos, o alumnos, me las arreglo para llevarlos a ver el museo en la calle Martínez Campos, que era la casa del pintor. Total: que en un viaje a París, por motivo de un congreso, coincido con dos de mis sobrinos que me entregan…..  “un regalito de Mamá”. Me ha faltado tiempo para leerlo, casi de un tirón, y anotar algunas ideas que hilvano a seguir.

No es una biografía, sino un relato escrito por un periodista;  tiene estilo ágil, va y vuelve, configura un buen semblante del pintor. Se comentan cosas que ya sabía, otras que desconocía, y muchas otras que imaginaba y ahora se confirman. Y la figura de este artista al que ya tenía aprecio, se agiganta con esta lectura amena, casi obligatoria en este año de su centenario.

Los capítulos son más temáticos que cronológicos. Se abre el telón con Sorolla joven, sobreviviendo a la Belle Époque, en su primera visita a París, donde toma contacto con pintores sugestivos (este modo de hacer es algo mío- dice), capitaliza inspiración, capta lo que puede funcionar para él, y lo que le es ajeno; va construyendo su identidad, lo que quiere ser, y lo que no quiere.

Confieso que ese capítulo me recordó aquella película encantadora de Woody Allen, Media Noche en Paris, con su colección de bohemios, buscavidas, y artistas en gestación. Un ambiente del que Sorolla se distancia porque no es lo suyo: “De París solo recuerdo que es una olla de grillos y que nuestros colegas pierden su tiempo y que no es para mis gustos ese traqueteo superficial y glotón, mezcla de grandes miserias y grandes locuras, que si bien tienen su lado artístico, es a costa de dejar el que lo pinta algo en el camino”. Se da cuenta de que es posible estar en París sin vivir allí. Encaja en la condición que Baudelaire hizo del gran artista: unir a la condición exigida de la ingenuidad, un máximo de romanticismo posible, es decir, intimidad, espiritualidad, color y aspiración al infinito.

El autor nos da un dato que desconocía: “Hasta 1897 ninguna obra considerada impresionista había sido colgada en un museo aunque el movimiento llevaba más de veinte años de existencia”. Y añade: “En una época narcisista y neurótica, con días de confusión moral, Sorolla adquirió prestigio y fortuna sin dejarse llevar por esa atmosfera teatral de la modernidad naciente. Ni le convenció pintar en París, ni pintar Paris. París cansa si tu corazón está en otra parte”.

La infancia del pintor, huérfano a los dos años de padre y madre por la peste, criado por un tío que le dice: “ En esta vida hay que hacer las cosas sin prisas, disfrutar de lo que se tiene, tener reposo. Acuérdate de lo que te digo, que no es poco”. Desde niño se le nota una prodigiosa facilidad para la pintura que le distingue toda su vida. Pero es bueno advertir que Sorolla destaca por su perseverancia más que por su precocidad. Empieza a pintar las cosas tal y como las ve, no como las han enseñado en las escuelas de bellas artes desde hace siglos, o como le han dicho que deberían verse. Una figura esencial, su mujer, Clotilde, el otro factor de esta ecuación singular. Discretísima, siempre en segundo plano,  siempre pendiente de Joaquin. Lo cuidaba, para que pintase, volcándose en su profesión. Sabe que a su marido le invade a veces un sentimiento de orfandad que le deprime, y por eso necesita su cuidado. La única enemiga real de Clotilde en el corazón de Sorolla, es la pintura, su “rival terrible”. Hay que tratar de vivir la misma vida para entenderse, parece decirnos con su comportamiento. Ser mujer de un artista es muy difícil. La estabilidad y perseverancia del pintor, es un crédito enorme que hay que atribuir a Clotilde.

El suegro, padre de Clotilde, es fotógrafo. Sorolla no tiene reparos en aplicar las técnicas de la fotografía a la pintura. ‘Hay cuadro’ afirma cuando su retina capta la luz deseada y encuentra la composición adecuada. Sorolla pinta “con calor de vida -dice Maeztu. Este hombre debe de tener la avaricia de querer pintarlo todo, la pasión de sorprender todos los aspectos de la naturaleza, aun los más fugitivos e inestables”. Con calor, energía y rapidez, como él mismo dice: “Mis cuadros exigen rapidez Deberían pintarse tan rápido como un boceto. Si tuviera que pintar espacio, no podría pintar en absoluto. No deberías saber cómo va a ser tu cuadro hasta que no lo hayas terminado”.

En sus escenas de playa, se atreve a descomponer los rostros en fases y efectos lumínicos para conseguir esa sensación de movimiento. Su ojo impresiona lo que una máquina fotográfica hubiera hecho con una cierta exposición. Pero Sorolla no da la espalda a la realidad, como los impresionistas. Piensa que no hay más verdad que la que muestra la naturaleza. Cuanto más fiel sea esa reproducción de lo real, más puro será el arte. Realidad y, también una ingenuidad romántica para la que no todos están aptos, pues como dice Juan Ramón Jiménez,  es inútil ir a los cuadros de Sorolla con brumas y ensueños en el alma.

El escritor nos lleva a uno de los temas clave de la pintura de Sorolla: el mar. “Todo paraíso perdido tiene un paisaje al que regresar y el de Sorolla es el mar Mediterráneo. Persigue lo imposible pintar la atmósfera. El aire es, según Azorín, lo que sublima la pintura de Sorolla: el mar , las velas blancas, los árboles, las luces del alba en la floresta, la barca humilde; todo lo tocado por el pincel e Sorolla, cobra inefable carácter etéreo. Los lienzos de Sorolla, huelen a mar. Hasta entonces, nadie había considerado que las escenas de pescadores esforzados, pescadoras con cestas, barcas varadas, bueyes de arrastre, redes al sol, mujeres en livianas batas, niños bañándose y velas teñidas de violeta y amarillas pudieran convertirse en un tema pictórico”

Y, junto con el mar, el blanco, color que inevitablemente siempre he asociado a Sorolla, por motivos evidentes: “Sin aumentar los colores de su paleta, multiplica el número de los matices, logra preciosos acordes con azules y amarillos, violetas y cadmios, verdes y rojos, sin olvidar las riquísimas modulaciones del blanco, color en cuyo empleo siempre saber dar él notas personales. El blanco que produce las vibraciones en el alma, según él mismo dice. Un blanco que no es color sino el comienzo de todo color o, como decía Leonardo da Vinci, potencia receptiva de todo color”. El blanco y la luz, trazos esenciales en la pintura del valenciano: “Es maravilloso que los pintores modernos se dediquen al estudio de la luz del sol. La luz es la vida de todo lo que toca. Cuanto más luz en la pinturas más vida, más verdad, más belleza”.

Playa y blanco sobre el mar, amor a su tierra, de la que debe alejarse sin olvidarse nunca de ella, volviendo siempre que puede: “Yo viviría en Valencia, y allí habría construido esta casa, si Valencia fuera camino para alguna parte. Pero vivo aquí, en Madrid, amando Valencia y recordándola continuamente”.

En la que será la última década de su producción artística, asume un encargo descomunal: pintar un mural de 210 metros cuadrados (60 x 3,5) para la HispanicSocietyde Nueva York: Visión de España. Esto le lleva a viajar, y acaba pasándole factura en su salud. Entre 1912 y 1919 Sorolla recorre la península ibérica por pueblos, campos y ciudades, en tren, en carro, en automóvil,  a pie o en burro. Y seguía trabajando hasta el agotamiento. “Cuando pintaba, era como una cuerda sonora estirada hasta el límite agudo de su elasticidad”. Em 1920 tiene sufre un accidente vascular cerebral. El mural solo se instalará en  la sala Sorolla de la Hispanic Society, en 1926, tres años después de su muerte.

El semblante de Sorolla que Suárez ofrece, anota al final una frase de la última carta que fue capaz de contestar y que resume bien la vida de este gran pintor,  trabajador incansable, hombre de carácter íntegro: “Diviértete cuanto puedas haciendo el bien a todo el mundo”

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