(Español) Joseph Perez: Cisneros, el cardenal de España
Joseph Perez: Cisneros, el cardenal de España. Taurs-Fundación March. Madrid (2014). 368 pgs.
Como no podría dejar de ser, el trabajo del historiador francés Joseph Pérez sobre Cisneros es admirable. Aunque al autor advierte modestamente que no se trata de una biografía, sino de una semblanza con anotaciones sobre la obra del Cardenal español, yo me pregunto en qué consiste una biografía bien hecha. ¿En un sinfín de datos, fechas, ordenados cronológicamente? ¿O en un perfil trazado con maestría que revela para la posteridad el personaje de que trata? Newman, por dejar el asunto entre cardenales, opinaba que una biografía se debía confeccionar utilizando las cartas que el biografiado había escrito, porque allí estaba “en su salsa”. Y eso que Newman escribió millares de cartas, y guardaba copia de la mayoría. No hay duda que Joseph Perez es uno de los mayores especialistas en el siglo de Oro español. Reconozco carecer de recursos para juzgarlo técnicamente, pero por las obras suyas que he leído (¡inolvidable la biografía de Teresa de Ávila!) puedo afirmar que es claro, original, y uno aprende mucho con sus libros: siempre hay novedades; en el fondo y en el modo como las cuenta. Por tanto, incluyo el presente libro entre las biografías que me han marcado.
El autor inaugura las páginas advirtiendo que Cisneros pasó sin pena ni gloria durante casi 60 años de su vida. Y en las dos décadas posteriores, se abrirá camino para la historia. Interesante colocación que es, para muchos, un canto de esperanza que acaba con las jubilaciones precoces. Cisneros, transcurrió sus primeras cinco décadas de vida como muchos de los clérigos españoles de su época: buscando sus propios intereses, –en Castilla y en Roma. Pero con 48 años, se produce una conversión, entra en la orden franciscana, y adopta el rigor de su fundador cambiándose hasta el nombre: el que era Gonzalo será a partir de ese momento Francisco Jiménez de Cisneros. Así ha pasado a la posteridad A partir de ese momento, todo lo que le viene encima a Cisneros, es lo que él no busca; y cuando le llega, no consigue recusar. Quien ha pasado casi desapercibido hasta bien entrados los 50 -periodo del que pocas noticias han llegado- pasa al primer plano de la historia, cuando ya sus intereses eran mucho menos terrenos. Perez anota: “Se cumplió el principio de jurisprudencia que utiliza el derecho canónico: nolentibus datur; entre los que no ambicionan cargos es donde se debe buscar a las personas que los merecen”.
Nombrado confesor de Isabel la católica en 1492, acepta poniendo sus condiciones: no residirá en la corte, sino en el convento más próximo. En 1495, a punto de cumplir los sesenta años, es nombrado Arzobispo de Toledo, el cargo más influyente – y el más codiciado- entre el clero de Castilla. Regente del reino dos veces, consejero del Rey, mentor a distancia del futuro emperador a quien le quiere facilitar un gobierno que se adivina difícil: mezclar castellanos y flamencos en el mismo escenario.
Después de una semblanza, aparentemente breve pero de gran precisión, el autor analiza la obra de Cisneros como estadista – política, diplomacia, economía- y como defensor de la fe: inquisidor y reformador, para concluir con la proyección sobre la Historia del que fue conocido por antonomasia como el Cardenal de España.
Para Cisneros la política era la defensa del bien común, de la justicia y del orden público. Mantener la herencia de los Reyes, después de conseguir la unidad de España, no es un objetivo dinástico, sino una razón de estado. El reino no es del Rey, sino de la comunidad. El rey se debe considerar un funcionario del Estado, el más alto funcionario, pero un funcionario al fin y al cabo. Cisneros defiende la monarquía como la mejor garantía para el bien común. Esta es la tradición establecida en Castilla que difiere del sentir que tendrá la futura Casa de Austria que considerará los territorios en que reina como patrimonio familiar del que puede disponer a su antojo. Se entienden así los enfrentamientos entre el emperador Carlos V y las Comunidades de Castilla. El autor advierte que a esa altura Cisneros ya había muerto; y se atreve a aventurar que si hubiera vivido diez años más –muere en 1517, cuando el emperador llega a España y no consigue entrevistarse con él- quizá no hubieran tenido lugar ni la guerra de los Comuneros, ni la batalla de Villalar, ni las regencias de los flamencos.
Mantiene a raya a los grandes de España, les obliga a acatar la autoridad real. La guerra de la sucesión, a finales del siglo XV, que concluye con la proclamación de Isabel como reina de Castilla, había dejado heridas profundas, y una experiencia que convendría evitar en el futuro. El Arzobispo de Toledo, y Regente de España, se centra en Castilla, porque sabe que Castilla es España: de ahí provienen los conquistadores, los diplomáticos, los teólogos, los escritores del siglo de oro, los misioneros. Con rectitud y sin buscar el provecho propio, hace valer su autoridad, y deja claro que protegerá la monarquía y la unidad española, sin ahorrar argumentos militares. Cuando interpelado por los Grandes sobre la base de sus autoridad, se asoma al balcón y les muestra las huestes alineadas y listas para un combate que, siempre, intentará evitar. “Estos son mis poderes” –responde con sencillez.
¿Cuál es el verdadero Cisneros? –se pregunta el autor. ¿El fraile fanático que da orden de quemar miles de libros árabes, legado cultural de inestimable valor? ¿ El restaurador del rito mozárabe en la catedral de Toledo; el mecenas fundador de una universidad prestigiosa, foco de humanismo? ¿El hombre que invitó a Erasmo para formar parte de un grupo de selectos sabios –algunos de ellos convertidos del judaísmo- especializados en lenguas clásicas y orientales, con el objetivo de publicar una nueva edición de la Biblia en varios idiomas? Estamos delante de dos facetas de la misma personalidad. El mismo Cisneros que enfrenta el islam, es el que convoca a judíos que tienen mucho en común con los cristianos, y una base cultural común: la Biblia, viéndolos como hermanos del mismo tronco. Recurre a la verdad hebraica, pidiendo la colaboración de conversos que habían frecuentado la sinagoga en su tiempo. Esta actitud que en la segunda mitad del siglo XVI la Inquisición censurará, por ejemplo, a Fray Luis de León, en Cisneros nos muestra su amplitud de miras y su inteligencia: todo lo contrario de un fanático.
Cisneros establece la Universidad de Alcalá, impulsa la Biblia Poliglota. Pérez advierte que no es un humanista, sino que quiere mejorar el nivel cultural del clero. Para eso funda la Universidad. No es un centro de enseñanza que quiere competir con Salamanca o Valladolid. Es para formar el clero y se da preferencia a la teología y a la biblia. En la acción académica de Cisneros, se nota la influencia de Raimundo LLull y de Savonarola. Cultura y reforma del clero. No formar humanistas ni eruditos, sino clérigos capaces de entender y explicar el dogma cristiano. Cisneros no fue un escritor como LLull, ni un gran orador como Savonarola. Fue un hombre de acción, un hombre de mando, al mismo tiempo que un contemplativo. Un hombre de decisiones como corresponde a su vocación de estadista y de reformador.
Extremamente interesante y original la comparación entre Cisneros y Richelieu a la que el autor dedica las paginas finales. Y justo es apuntarlo, basada en autores y biógrafos…. ¡franceses! Todos están de acuerdo en la superioridad del Cardenal español, pues mientras este se preocupaba del bien público en todas sus decisiones, el francés estaba más atento a sus intereses particulares que a los del rey y del estado. Ambos sanearon la hacienda real, pero el cardenal de España no aprovechó la oportunidad para enriquecerse ni favorecer a sus familiares, com no dudó en hacerlo el francés. Incluso en lo que se refiere a la religión, es español tuvo mucha más piedad y devoción que el francés. Cisneros –dicen los estudiosos franceses- fue superior a Richelieu. Joseph Pérez ilustra este argumento citando una conocida obra de Fenelon, El dialogo de los muertos, donde el autor francés simula un encuentro entre Richelieu y Cisneros. Se puede leer el siguiente dialogo, donde Cisneros empieza preguntando:
-¿Es cierto que usted ha pretendido imitar lo que hice?
-Yo no tengo nada de común con un fraile oscuro y sin apoyos que solo empieza a intervenir en los asuntos políticos cuando tiene más de sesenta años
-Nunca he procurado enriquecerme; solo me ha motivado la preocupación por el bien público; esto es mucho más meritorio que haber nacido en la corte y ser hijo de parientes nobles y acomodados; siempre he actuado sin interés propio, sin ambición, sin vanidad; ¿podría usted decir lo mismo?
Tenemos aquí un libro importante y necesario para entender una época clave de España, y aproximarnos de un personaje de enorme relieve. Debo confesar que cuando por primera ver leí, hace muchos años, un libro donde se colocaban como ejemplos de determinación, algunos españoles del siglo de oro no llegué a entender el motivo porque se había incluido a Cisneros en la lista. Por mis estudios de bachillerato entendía la importancia de Íñigo de Loyola, o de Teresa de Ávila; pero de Cisneros poco se nos hablaba, o si lo hacían los profesores, no me alcanzaban sus enseñanzas. Ahora, después de leer el magnífico trabajo de Joseph Pérez, no me cabe duda de que por justicia hay que incluir entre los españoles influyentes al Cardenal de España.