(Español) Mercedes Salisachs: «La Presencia»
Mercedes Salisachs: “La Presencia”. Argos- Vergara. Barcelona. 1979. 301 pgs.
Lo compré en la calle, en un quiosco de viejos. Ni quiosco era; más bien algunas tablas situadas en una plaza, con las que casi tropecé al salir del bar donde acababa de tomarme un café. Fue como si el libro me guiñara el ojo, entre un montón de publicaciones anodinas. Quizá, porque como le pasa a la protagonista del libro, Mercedes Salisachs me atrae irresistiblemente con su Presencia.
En la capa, la consabida propaganda dice que es la nueva (y mejor) novela de la autora de “La Gangrena” . No lo creo; he leído casi todo de Salisachs, y sus obras posteriores tienen más poso, son añejas, maduras, cuajadas. Claro que cuando fue publicado, en 1979, no se podía pronosticar lo que vendría después. O quizá sí, porque es innegable el dominio del lenguaje, de los personajes, y de la condición humana que la escritora sabe disecar. Sus obras posteriores son el resultado natural de la madurez en una autora de notable categoría. Como si aquí, en los años 70, hiciera radiografías de los personajes, y después resonancias magnéticas, acompañando el desarrollo de la técnica.
Son los años 60, cuando España se abre a la modernidad, y surgen las clases de los pudientes…o de los que piensan serlo, que se compran una propiedad en la playa, en las nacientes urbanizaciones. “Todo en serie, todo calculado, para satisfacer la mediocridad de los inquilinos que van a comprar las viviendas: reyezuelos domingueros saturados de niños, de casetes, de utilitarios, de aburrimientos establecidos y programados, para hacerse la ilusión de que viven, de que son “distintos”, de que van a ser muy felices en su nueva “propiedad”, sin barruntar siquiera que se disponen a salir de un rebaño para meterse en otro”. Y los comentarios que evocan aquellos años, mezcla de desinformación y complejos provincianos: “Dentro de poco estaremos como en Rusia – me dijo hace pocos días. ¿Y cómo están en Rusia? – Yo no lo sé, pero todos dicen que allí no hay más que muertos que andan”.
La protagonista es una hermana siamesa de otra que, según parece, murió al separarlas. Pero su presencia es permanente. Algo que no todos quieren reconocer, ni siquiera mencionar. “El tema de Herminia fue, desde siempre, el tema tabú en la familia. Algo que debía olvidarse, como los sufrimientos de la guerra, la muerte de García Lorca o los poemas de Miguel Hernández.”
Salisachs escribe a dos bandas, en un vaivén de tiempo -pasado y presente-, y en alternancia de personajes narradores. Un estilo que domina y que utiliza con frecuencia en sus obras posteriores y que hacen de su relato un paulatino descortinar del argumento. Y en ese bamboleo introduce los personajes coadyuvantes con retratos perfectos. “La señorita Luisa no cabía en sí de gozo. Se había mandado confeccionar un traje verde de gasa, muy vaporoso, que incluso llegó a darle cierto aire de mujer elegante (…) La única que podía separarte de mí era Matilde; y, en aquellos momentos, Matilde era ya puro desencanto trasnochado (…) Se miró al espejo. Parecía un viejo. Se le habían puesto ojos de animal herido”.
Pero los personajes, magníficamente descritos, son al final un sencillo vehículo para transmitir los recados de fondo que, esos sí, son verdaderas cargas de profundidad. “La verdadera soledad empieza cuando se pierde la capacidad de asombro, cuando la monotonía engulle el entusiasmo”. O esta magnífica descripción de quien está permanente desencajado de la situación que vive, porque no tiene el valor de decidirse: “La duda que paraliza. Abismos de malestar entre las decisiones y las dudas. Sentirse clavo a medio clavar sin que las tenazas pudieran arrancarlo, ni el martillo hundirlo”.
Dudas vitales, angustias de la ruptura moral que se presentan como “el agonizar noche tras noche en la mazmorra del silencio. Y el ver salir el sol sin una razón para sentirse alumbrado”. Porque siempre está presente el sentido de la vida, la transcendencia -que Salisachs incluye en todas sus obras, con elegancia, sin empalagos, como la apertura necesaria a la comprensión, y a rectificar las miserias de la vida: de la propia y de la ajena.
Rememoro el guiño del libro, y cuando sin dudar pagué los 4 euros, y me lo llevé como un trofeo. Salí ganando. Mucho. Si, Salisachs me atrae sin remedio. A Dios gracias.