(Español) Reyes Calderón: «La Venganza del asesino par»
Reyes Calderón: “La Venganza del asesino par”. Planeta. Barcelona, 2013. 447 pgs.
Otro caso de asesinatos investigado pela jueza Lola MacHor ofrece el álibi para montar un tinglado psicológico, donde el plato fuerte son los personajes, disecados a fondo. Es como si Reyes Calderón lo tuviera guardado, fermentando, a punto de estallar, y ahora encuentra la oportunidad de contarlo. Se divierte y es fácil advertir que disfruta con la dimensión psicológica, antropológica, y los retratos que traza, contados en primera persona. La novela gira sobre estas bisagras: los personajes. El argumento, los asesinatos, y el tal asesino par son actores secundarios o terciarios de esta obra donde, una vez más, no sabemos dónde acaba Reyes, y dónde empieza Lola. Contado en varios actos, uno para cada personaje.
Primer acto, la femineidad de Lola, donde la autora funciona como Pedro por su casa: “La víspera había planchado un traje oscuro, que pintaba mejor para la ocasión, pero lo dejé colgado y, saltándome todos los cánones, me tapicé de primavera en vez de gravedad judicial: vestido azulón, pendientes largos y tacones de aguja (…) Me senté al escritorio y me quité los zapatos, un placer que nunca disfrutarán los caballeros ni mis sensatas colegas que calzan zapatos anchos y sin tacón(…) Una lágrima es una lágrima, no debe despreciarse bajo ningún concepto. Yo lloro por amor, por miedo, por odio, por dolor, por injusticia, por emoción. Puedo hacerlo en el cine, por un mal final, pero no lloro por un despacho, por muy exclusivo que éste sea (…) Las mujeres encajamos mejor el dolor. Y la vergüenza. Será porque nos equivocamos a menudo y ya tenemos callo; será porque somos más duras o quizá porque, como tenemos muchas cosas en la cabeza siempre somos capaces de encontrar alguna en la que apoyarnos: que día tan bonito, qué hijos tan estupendos, voy a estrenar una camisa”.
El modo femenino de ver la vida, y el temperamento peculiar de Lola para aliñar las descripciones que son, divertidas y suculentas. “Admiro profundamente a los americanos. Son gente eficiente y trabajadora. Pero yo soy española y pelirroja. La sangre caliente bulle en mis venas. Debería haber montado en cólera, haber soltado a los toros bravos (…) Nombrada para el supremo: me hubiera gustado poder decir que todo el mundo pensó en mi como la mejor candidata posible. Pero lo cierto es que terminé siendo nombrada por ser mujer y vasca (o vasca y mujer, si se prefiere) o porque un día una periodista pesada estuvo inspirada.
Segundo acto, Jaime, el marido de Lola, un sabio distraído, que está más atento de lo que parece: soy navarro, dentro de mi late un pequeño carlista… Con profundo sentido de la responsabilidad, ser útil al mundo, como tantos y tantas compatriotas. Con entrada para actores secundarios, figurantes, siempre en la tonalidad psicológica. Por ejemplo, en la visita a la cárcel donde está preso el supuesto asesino: “El miedo no es un sentimiento del alma, como tanta gente cree. Tiene también su lado físico. El miedo huele. Los pacientes (ingresados en el manicomio judicial) conocen bien ese olor. Los locos lo buscan, lo aprecian. A los nuevos funcionarios los descubren siempre por esos. Yo también he aprendido a hacerlo. Y usted huele a miedo”.
Sigue el tercer acto, el de Juan Iturri, inspector de la Interpol, un elemento armonizador con toques disonantes, algo casi dodecafónico. “Sus palabras despertaron mi conciencia. Bueno, no tanto: decir eso sería una exageración. La conciencia es algo que le queda muy grande a mi alma estrecha (…) Llama mi atención la vuelta a una realidad que a 8 mil metros de altitud se me antoja objetivamente absurda. Cuando las casas son puntos, las personas parecen pequeñas células y la sociedad queda tapada por las nubes, el placer, el talento, las condecoraciones y el aprecio social adquieren una importancia distinta (…) Pero en cuanto te acercas a tierra y recuperas la perspectiva del suelo, todo ese latir, esos deseos de ser alguien, esas irresistibles ganas de correr hacia ningún sitio retornan como una contracción involuntaria”. Un personaje magníficamente descrito, donde la competencia pelea con las limitaciones y miserias que se nos ofrecen sin ningún camuflaje, saturadas de ironía y sarcasmo: “los médicos tenían cara de benevolencia, como si fueran tan magnánimos que atendieran a aquellos pobres ricos por puro desinterés. Lo siento, he vuelto a pasarme. Pero ha sido un día tan aciago que se me ha disparado la bilis. Estábamos allí porque unos ricos aburridos decidieron probar nuevas emociones y se comportaron como alimañas”.
Y el colofón, porque no llega a ser un acto, en el personaje de Joe Lombardo, el policía americano amigo de Iturri. “Odio los abogados. Deberían exterminarlos de la faz de la Tierra, descuartizarlos y tirar los trozos a los cerdos, que comen cualquier cosa. El mundo estaría mucho mejor sin esa colección de leguleyos. Sacan tanta punta a los lápices que pueden apuñalarte con ellos. Los de su oficio son inconfundibles Me refiero a la vestimenta, que forma parte del rito, pero más a su empeño para mostrar que saben lo que hacen. Algo que según he podido comprobar en mis propias carnes, es rigurosamente falso”
Un título que puede atraer haciéndote pensar que tienes en las manos una novela policiaca. Pero en pocas páginas te das cuenta de que todo es una coartada montada por Reyes-Lola para zambullirse en la psicología de los personajes, en el vitalismo que se compone de dudas, heroísmos, infelicidades, y aciertos. Para hablarnos del ser humano, con nombres ficticios que somos cada uno de nosotros. Para hablarnos de la vida misma.