(Español) Domingo Villar: «Ojos de agua»
Domingo Villar: “Ojos de agua”. Siruela. Madrid.(2006). 187 pgs.
Hace algunos años leí La playa de los ahogados y me gustó. Ahora, me cae en las manos este libro (que Villar escribió antes del que leí), y me lancé a leer los Ojos de agua, en un viaje de tren. Ida y vuelta, dieron cuenta de las casi 200 páginas. Sin ningún mérito, porque se lee sólo, con facilidad. La prosa fluye rápidamente, sin empalagos. Y con la misma tonalidad gallega del anterior. Es marca registrada del autor, que escribe originalmente en gallego, y él mismo lo traduce al castellano. Para que no quepan dudas de a quién tenemos delante.
El inspector Leo Caldas, es el protagonista que además de investigar crímenes, pilota un programa de radio, de aparente poca audiencia. Sólo aparente, porque conforme se desarrolla el argumento, resulta que todos le conocen. Caldas piensa mucho, habla poco, tiende sus tentáculos mentales y razonamientos. Seco, escueto, ambiguo, muy gallego. Y humano también: “Los muertos anónimos eran para Leo Caldas poco más que objetos sin dueño. Se concentraba en obtener pistas que pudieran ayudarle a determinar los motivos del fallecimiento… Sin embargo, era al revelársele la identidad de los muertos cuando sentía un estremecimiento íntimo; como si conociendo los nombres o algunos rasgos, aunque imprecisos, de sus vidas permitiese que aparecieran, junto a la materia de observación criminal, los seres humanos”.
Como la vez anterior, lo mejor son los personajes, la descripción que Villar pinta de cada uno. El argumento es lo de menos, y hasta te olvidas. Pero los contrastes entre el inspector gallego, que contesta preguntando, y el ayudante Esteves, un aragonés campechano y directo, es una melodía que funciona como telón de fondo. Y divierte. “Los ordenadores no trabajan con partes. Les ocurría lo mismo que a Rafael Esteve: querían todo o nada, para ellos no existían las medias tintas”. Arpegios disonantes que en el fondo armonizan la cinta sonora de la novela. “El ignorante afirma mientras el sabio duda y reflexiona. Pero el inspector se acordó del comentario de Estévez, y pensó, que, en algunas ocasiones, el ignorante afirma y tiene razón”.
Otra nota de la melodía la da el médico forense que no echa precisamente rosas a sus compañeros galenos; “Si la gente conociera el perfil psicológico de algunos de mis colegas iría a curarse directamente a una carnicería”. La novela divierte y hace pasar el rato, en mi caso, las 4 horas de tren. Y la tonadilla del contraste de personajes se te queda en la cabeza, y diría que hasta te sorprendes tarareándolas. ¿El argumento? Muy ramplón. Lo suficiente para servir de tablado a los personajes que es el plato fuerte de Villar.