Lorenzo Silva: “Lejos del Corazón
Lorenzo Silva: “Lejos del Corazón”. Destino. Barcelona. 2018. 383 pgs.
Vuelve Lorenzo Silva con otro episodio de Bevilacqua y Chamorro. Me entero leyendo la oreja del libro que el autor es guardia civil honorario. A pulso se lo ha ganado, pues no creo que ni el duque de Ahumada le haya bailado tanto el agua a la guardia civil como lo ha hecho Silva. Al Cuerpo, como le gusta subrayar, que “somos los que se quedan cuando todos los demás se han ido. Estamos programados para no dejar a nadie abandonado a su suerte”.
Y vuelve maduro, como sus personajes, que van entrando en años y les sacude la nostalgia. Vila contempla como su hijo -quién lo iba a decir- entra para el Cuerpo. “Yo había estado ahí, donde ahora estaba él, una fría mañana de casi treinta años atrás, formando y dispuesto a jurar una bandera en la que creía como em cualquier otra: o más bien poco, o em todo caso, menos que la mayoría de mis compañeros”. Y ahí está él, ni feliz ni satisfecho pero con el sabor maduro de sentirse útil, que no es poco. “No es necesario que un hombre crea em Dios o en una patria para seguir viviendo, pero sí le es preciso hacer con su vida algo, lo que sea, que le ayude a no dejar de creer que el tipo que le saluda cada mañana en el espejo del baño merece continuar gastando el aire que respira”
Esta vez se nos sirven crímenes cibernéticos, todo muy complicado, y te pierdes si quieres seguir los detalles. El argumento -del que nunca consigo acordarme cuando acabo estos libros- es lo de menos. Recordé lo que decía Hitchcock del buen cine, que se expresa por sí solo. Si uno tiene que preguntarle al de la butaca de al lado quien es ese personaje que acaba de aparecer en la pantalla, o qué pinta aquella otra, has fracasado como cineasta. Pero no hace falta perderse ni preguntarle a nadie. Porque lo que importa no es el meollo del asunto, el argumento, sino los actores, y sobre todo los diálogos que son el plato principal, lo suculento del libro.
-No sé por qué, pero me apetece verte
– Y a mí. Será porque sabes compadecerte de los lisiados
– Deja de usar esa coquetería conmigo
– Soy realista, nada más.
– Te estás volviendo demasiado seguro; cuidado que no acabes por hacerte un cínico, ya sabes que te prefiero con tu Triste Figura
– Eso lo tienes garantizado. No aprendo a perderla. No me dejan.
Y las descripciones que son la guarnición que Silva nos sirve con los diálogos. “Su desaliño era engañoso. Constaté que todas las prenda eran de marca y calzaba zapatos de doscientos o trescientos euros (…) Llevaba un traje azul de raya diplomática, con camisa rosa y pajarita morada. Por un momento no supe si era un abogado de verdad o un villano que se había escapado de un tebeo de Batman”.
Diálogos donde surge el Vila filósofo, el psicólogo que nunca llegó a ejercer, pero al que el tema le seduce.
- Eres un intelectual desaprovechado -dice Chamorro.
- Al revés -responde Vila- aquí me he salvado de echarme a perder em brazos de la razón pura, gracias a las bondades de la razón práctica.
Ahí tenemos al dúo dinámico, en Gibraltar y alrededores, parajes “donde la ley sólo es una referencia aproximada”, entre contrabandos y bandidos informáticos, de esos que son difíciles de agarrar y mucho más difícil de entender a qué se dedican exactamente. “Para que mi jefe consiga convencer al señorito de que a un cibermalo hay que ponerle rabo tres días tiene que mear colonia. No hay conciencia de su peligrosidad, a fin de cuentas no matan a nadie, y la mayor parte del daño que hacen no se percibe”. Si la policía tiene dificultad en atraparlos, podemos imaginarnos el lector.
La sugerencia, insisto, es disfrutar con los diálogos. Y con los recados que, entre bromas y cinismos, nos hace llegar el Brigada Bevilacqua. A veces, casi un análisis teológico del mal: “Hay algo siniestro en la despersonalización del daño. El buen Dios no debería dejar que se pueda joder a otro sin verle llorar, sin oír sus gritos, sin sentir su dolor y cargarlo en la memoria. De eso se alimenta, una y otra vez, la indiferencia hacia el dolor de los otros que lleva a alguien a cometer o consentir que se cometa un crimen”. Otras, desnudando sin pudor la propia conciencia: “Hay situaciones en la vida en las que nos mentimos de forma maquinal sin plan ni afán alguno. No hemos aprendido a aceptar la verdad según viene, porque somos monos evolucionados para eludirla y no paramos de buscarle alternativas menos miserables, por incoherentes e infundadas que nos resulten”
Y siempre, enfatizando el cumplimiento del deber. “La vida es encontrar un deber. Uno personal, que tú te creas y descubras por ti mismo, no el que otro quiera ponerte. Y a ese deber dárselo todo, pase lo que pase: te festejen o te maldigan, ganes o pierdas, cuando te recompense y cuando sea tu cruz”. En fin, la honradez, el hombre íntegro que resiste al envite de la deslealtad. En resumen, un guardia civil honorario y una lectura amena, divertida, enganchada en una historia de la que no consigues acordarte. Ni falta que hace.