(Español) Salvador Garcia de Pruneda. «La soledad de Alcuneza»
Salvador Garcia de Pruneda. “La soledad de Alcuneza”. Espuela de Plata. Sevilla. 2013. 576 pgs.
Pensé que fuera una novela sobre la guerra civil, o eso me pareció leer en una de las críticas que me llegan. Anoté los datos, me hice con el libro, pero no encontré la novela en las casi 600 páginas. Hay personajes –mezclados, que entran y salen como en el teatro-, hay una guerra –la de España del 36- pero no hay argumento. Como se lee en la contraportada son “no-lugares”, de gente que combate lejos de los frentes principales. El verdadero protagonista es ….La Caballería. Porque el volumen que me ocupó algunas semanas, y acabé leyendo en diagonal, es un panegírico al cuerpo de caballería…que presiente su final, porque los tiempos cambian. Pero los caballeros se resisten: “La Caballería no desaparecerá así como así. No es sólo una táctica Es un modo de ser”.
Hay que reconocer que tienen su gracia las filosofías equinas de esos soldados que son casi centauros. Su identidad –y la del noble animal que les acompaña- es inseparable. “Huérfano de jinete, estaba disminuido y aún triste. El trompeta debió de tener la misma impresión que yo pues, con su dulce y aprendido castellano me dijo: Los caballos desmontados van a menos”. O este otro: “Parecía enteramente un jockey, cosa que al comandante aragonés no le extrañaba nada, pues dividía a los ingleses en lores, propietarios de caballos pura sangre, y jinetes de carreras”.
Se encuentran descripciones originales, acertadas, plásticas. Por ejemplo, las honras que se prestan al oficial que acaba de morir en combate: “Un zapador, estudiante de cura ordenado de menores, le rezó unos latines. Los escasos zapadores que allí había formaron con armas para rendir al comandante de Regulares los últimos honores. No hubo descarga de fusilería, como manda la ordenanza, pues no tenían cartuchos de salvas de honores, de pólvora sola. Pero el campo de batalla parecía sumarse, unánime, a la escueta ceremonia funeral con descargas de fuego real que honraban la muerte sencilla y militar del comandante.”
Simpáticos recuerdos: “Las chispas me recordaban las de los fuegos artificiales de mi pueblo cuando la gran rueda para de dar vueltas entre nubes de polvo, humo de churros y olor a vino”. Intuiciones de lo más verdadero: “El general, era más bien pequeño y en la intimidad del gabinete parecía como desposeído del aura decisión y coraje con que en el frente le veíamos. No es bueno ver los jefes tan de cerca. Casi todos pierden”. O esta otra: “Con tipos como ese Freud no habría existido porque no hubiese encontrado ningún complejo”
Honra y clase para elegir a la tropa, porque no es cualquiera el que puede entrar en la caballería. El teniente Alcuneza, hombre culto, escoge a varios de la provincia de Palencia con nombres visigodos: Clodoaldo, Hermengildo, Teodoreto, Ataulfo.
-Se llaman así de padres a hijos desde tiempos del rey Wamba. Los internacionales que vimos pasar no pueden decir lo mismo. Ahí está la diferencia, porque estos, humildes y pasmados como los ves, tienen estirpe.
El capitán, pasando revista, le interroga:
-No sé qué criterio sigues
-Sigo un criterio histórico de estirpe, de genealogía. Esos que ves ahí son el Gotha del reino visigodo.
Los diálogos chispeantes sin duda divierten, y por eso se pueden ir cazando a lo largo de la obra, sin preocuparse con un guión que no existe.
-Por cierto, me han dicho que habéis estudiado latín juntos. A mí me parece que eso del latín y montar a caballo no va muy bien que digamos. Y , sin embargo, tú eres un buen jinete.
-Es que lo he estudiado, pero no lo aprendido.
-Ah, ya decía yo. – Y aliviado me dio una gran palmada en el hombro que casi me tumba.
Le dio una propina de dos duros, que el cabo, respetuoso y altanero, rechazó.
-Usted habría hecho lo mismo conmigo, mi capitán
Se apartó con nosotros y me dijo:
-Parece un grande de España
-Los de caballería somos así- concluyó el teniente.
-De donde es usted mi comandante
-Ser no soy de ninguna parte. Mi padre era militar también y yo nací en el Peñón de Alhucemas.
El libro es como una antología de romanzas de zarzuelas –me ha dado por las zarzuelas últimamente- donde la secuencia de hecho, que ni existe, es mera disculpa. No narra ni cuenta. No tiene argumento. Se recrea en la suerte, de los de caballería a modo de caballeros andantes, y hasta con pinitos quijotescos. Pero esto no es Cervantes. Le sobran la mitad de las paginas, por lo menos. Un ejercicio de escrita elegante y culta pero muy largo. Te cansa. Quizá porque las elucubraciones sobre la guerra, cada uno las ve como puede. El fondo es siempre gris y triste: “Con bellos nombres –guerras médicas, guerras púnicas, guerras entre el Ática y el Peloponeso- la radical pesadumbre de la guerra se había encubierto. Pero la realidad ahí estaba, con el puente roto, el mancebo infeliz, la moza abandonada y la mujer sola. Y el cortejo de los muertos, largo, largo, interminable, de vidas truncadas en la flor de la primavera, un cortejo que no acababa nunca de desfilar y al que constantemente se incorporaban nuevos peregrinos de la muerte militar”. Aquí hay mucho gris, demasiadas páginas. Mejor leerlo como poesía, salteándose las páginas. O escoger al alimón la romanza que se va a escuchar. De ese modo, es un buen pasatiempo.