Locos Egregios”

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Juan Antonio Vallejo-Nágera: “Locos Egregios”. Planeta. 1992. 296 pgs.

“La adquisición de conocimientos no tiene por qué ser aburrida. Quien no fue capaz de encontrar alegría en el aprendizaje de una profesión es muy difícil que luego sepa disfrutar ejerciéndola. Me ha impresionado comprobar que la mayoría de los españoles de hoy odian su trabajo”.

     Así introduce Vallejo-Nágera este estudio histórico-psiquiátrico sobre una serie de personajes. Su lectura es de hecho una adquisición amena de conocimientos, un paseo cultural de lo más sabroso. Personajes que vivieron y fueron rodeados –con razón o no- de mitos de locuras patológicas, excentricidades. Hay que reconocer que siendo el autor un psiquiatra de renombre, el asunto le tire mucho. Pero no es la patología lo que le atrae, sino los personajes. Y de esos podemos disfrutar todos: no por conocer los males que les aquejaron sino para aprender con ellos, los pasos de la historia y la cultura.

     Ahí figuran, entre otros, Maquiavelo, Juana la Loca, Caravaggio, Mozart, Schumann, Goya, Nijinsky y, naturalmente, Van Gogh. Te entran ganas de estudiar más, de leer más, de entender el curso de la historia, la creación del ser humano. Si estaban más o menos locos, es en el fondo un detalle. Y es que, como comenta el autor, los esfuerzos que se hacen –que por veces parecen obsesiones- de encuadrar los diagnósticos sobre las figuras de los locos egregios, no compensan. El diagnóstico solo sirve en definitiva para orientar mejor un tratamiento y un pronóstico, “y por el pobre Vincent –comenta a propósito de Van Gogh- nada podemos ya hacer”.

     Vallejo Nágera no pierde la oportunidad de desmitificar la locura como fuente de creación artística: el artista que padece de locura, no es más artista por su enfermedad, sino quizá a pesar de ella. “Comprendo que resulta decepcionante renunciar al mito de la fecundación del genio por la locura, pero la misión de la ciencia es aclarar ideas, no ornamentarlas”. Un ensayo para leer despacio, poco a poco, un personaje cada vez, saboreándolo sin prisa. Cultura en pequeñas dosis, agradable y fecunda.

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