Javier Marías: Berta Isla

Pablo González Blasco Livros, Sin categorizar Leave a Comment

Javier Marías: Berta Isla. Titivillus. 2018. Epublibre. 482 págs.

Es la primera vez que me aventuro con una novela de Javier Marías. Tengo algunas paradas en la estante, en compás de espera, pero no acababa de decidirme. Las críticas que leí con ocasión de su muerte, lo apuntan como un autor muy traducido al extranjero, casi más leído fuera que dentro de su patria. Y con una prosa que mezcla ficción con realidad. Al final, después de cambiar alguna impresiones con quien ya ha leído mucho de su obra, me decidí por esta novela, una de sus últimas producciones.  

Berta, la protagonista nos cuenta su vida, o lo que consigue hilvanar de su vivir: “la verdad es que llevamos años viviendo a trozos”, afirma, y me recordó la frase de Teresa de Ávila, vivo sin vivir en mi….aunque por motivos muy diferentes.

Escribe Marías con prosa elegante, que parece de fácil confección, pero -lo sé por experiencia- que tiene la carga de lo mucho leído, pensado y escrito. Un escritor maduro que nos sitúa en la tesitura de la novela: “Berta Isla sabía que vivía parcialmente con un desconocido. Y alguien que tiene vedado dar explicaciones sobre meses enteros de su existencia se acaba sintiendo con licencia para no darlas sobre ningún aspecto”. Ese desconocido es Tom, su amor, su marido, de padre británico, que “cuando se expresaba en uno u otro idioma, no se le notaba el menor rastro de extranjería, en ambos sonaba como un nativo, y así jamás tuvo problema para ser aceptado en Madrid como uno más pese a su apellido, conocía todos los giros y jergas, y si quería podía ser tan malhablado como el muchacho peor hablado de la capital entera, excluyendo arrabales”.

Ese es el mano a mano -casi con la tragedia del tango correspondiente- que nos sirve Marías en sus casi quinientas páginas de relato. “La distancia reiterada permite eso, que ninguna de las alternativas etapas sea real cabalmente, que sean ambas fantasmagóricas, que cada una difumine y niegue durante su reinado a la otra, casi la borre; y, en definitiva, que nada de lo que ocurre en ellas sea terrenal ni vigilia, cuente del todo como acaecido ni tenga demasiada importancia. No sabían Tom y Berta que ese iba a ser el signo de gran parte de su vida juntos, o juntos pero con poca presencia y sin cauce, o juntos y dándose la espalda”.

Argumento complejo que alterna el modo jovial de Berta con los silencios y misterios que es obligada a ignorar. “Parecía estar siempre contenta, o estarlo con muy poca cosa o procurar estarlo a toda costa. Su alegría era natural, fácil y pronta, pero si no encontraba motivo no se dedicaba a malgastarla ni a fingirla (…) Lograba dejarla de lado durante unas semanas y sumergirse en la impremeditada cotidianidad, de la que gozan sin ningún problema la mayoría de los habitantes de la tierra, los cuales se limitan a ver empezar los días, y cómo trazan un arco para transcurrir y acabarse”.

Con maestría resume el escritor esta desazón que envuelve a Berta…..y al lector: “Hay personas que temen verse como secundarias, en cambio, hasta de su propia historia, como si hubieran nacido sabiendo que, por únicas que todas sean, la suya no merecerá ser contada por nadie, o será solo objeto de referencias al contarse la de otra, más azarosa y llamativa (…)  No hay nada mejor que creer que se ha perdido la voluntad, que está uno a merced del oleaje y del vaivén, que puede mecerse y abandonarse; o sí, todavía es mejor creer que la voluntad se ha entregado a otro, a quien ahora corresponderá decidir qué va a pasar”.

Las descripciones también alcanzan al Madrid de los años setenta. Y una referencia al colegio británico, algo que me es muy familiar, pues allí estudié yo un poco antes de los hechos narrados. “Ya empezaban los tiempos ariscos, los de la buena educación como un desdoro y la mala como un blasón (…) No había motivo para esperar ni remolonear, y tratar de prolongar la adolescencia o la niñez, con sus plácidas indefiniciones, parecía propio de pusilánimes y medrosos, de los que la tierra está hoy tan llena que ya nadie los ve como tales. Son la norma, una humanidad sobreprotegida y haragana, surgida en un plazo brevísimo después de siglos de lo contrario: actividad, inquietud, intrepidez e impaciencia (…) Todo lo conocido está destinado a engullirse y a trivializarse, a toda prisa, y por lo tanto a carecer de verdadera influencia. Lo que es visible, lo que es espectáculo del dominio público, eso jamás cambia nada. Ya empezaba a estar todo mal visto, cualquier signo de cortesía, distinción o saber a sentirse como un agravio”

Y una frase que, si ya se podía afirmar de aquella época, hoy encaja perfectamente con la arrogancia que nos envuelve diariamente, gente sintiéndose en el derecho de opinar sobre todo, de pontificar, mientras por sus poros transpira una ignorancia supina que, como sabemos, siempre es de lo más atrevida. Escribe Marías encarnando los pontificadores: “Cómo se atrevió el mundo a considerarse importante antes de nuestro nacimiento, con nosotros se inaugura todo y lo demás es antigualla, inservibles restos cuyo destino es la trituración y la basura”. ¡Ahí queda eso!

Avanzamos las páginas y nos vemos delante de Tom, sus contactos, su misterioso trabajo, que nadie sabe en qué consiste. Si es que tiene alguna consistencia -podría decir Berta. “Quienes actúan envueltos en niebla y de espaldas al resto, y no reclaman ni necesitan reconocimiento, esos son los que turban más el universo (…) No se pueden prolongar los fingimientos. Es difícil ser dos personas a la vez durante mucho tiempo. Para alguien en sus cabales, me refiero. Tenemos la tendencia a ser solo una, excluyente, y se corre el riesgo de convertirse en la simulada, de que ésta expulse a la original y la suplante”.

Los personajes secundarios, también están envueltos en misterio. La desazón aumenta: la nuestra y la de Berta: “ El Profesor era de esos hombres que consideran tan acertado cuanto se les ocurre y proponen que no comprenden que alguien se les resista y no lo vea con igual claridad (…) Tenía pinta de funcionario de embajada o de ministerio, un cargo menor; de alguien recientemente ascendido que quiere parecer elegante y resulta más bien hortera, precisamente por el visible afán de aparentar lo primero cuando le faltan costumbre y poso y aún carece de edad y de tablas para haberlos adquirido, en el mejor de los casos deberá aguardar unos años”. Y el comentario cínico de uno de ellos a Tom: “Hacer favores es lo que más gusta a la gente, Nevinson; lo habrá observado pese a su juventud, eso lo sabe hasta un niño, le basta con tratar con adultos para percibirlo. Recibirlos disminuye, hacerlos agranda”.

El título de la novela es lógicamente la clave en la que debe ser leído. El mundo interior y exterior de Berta, sus dudas y angustias, si vivir sin vivir, su relación a medias, a trozos, con Tom. “A veces tenía la sensación de vivir con alguien cuyo destino ya está trazado, o que se siente cautivo y sin escapatoria, y que por lo tanto mira sus días con indiferencia, sabedor de que sorpresas grandes o gratas no le van a traer. En cierto sentido alguien envejecido que no aguarda más que el paso de los días para ver caer la noche, más que el paso de las noches para ver alzarse el amanecer (…) Pensé con cuánta facilidad algunas personas hacen juramentos sobre cosas que no dependen de ellas, que no está en su mano evitar o cumplir. (Suelen ser personas desahogadas o acorraladas). Y sin embargo le creí estúpidamente, o fue por necesidad. No tenía más alternativa que creerle si quería seguir viviendo una vida seminormal. Bueno, después ya nada fue muy normal. Él juraba en vano para salvar la situación (luego se debía de sentir acorralado), yo le creía en vano para que el miedo fuera solo eso, difuso, transitorio y latente, y no punzante y abarcador”.

Reflexiones que están preñadas de recados, también para el día a día de los mortales comunes, y no solo para quien se encuentra en situaciones ficticias, con espías y asesinatos. “He sabido siempre que es mejor no preguntar lo que en ningún caso va a ser respondido, o no con la verdad. Eso solo trae frustración. Más vale esperar a que el otro cuente cuando no le quede alternativa, cuando su situación sea desesperada o esté al descubierto, o ya no aguante más callar (y casi nadie aguanta callar hasta la sepultura, ni siquiera lo que lo mancha y perjudicará su memoria). Y si sé esto tan bien es por propia experiencia, por práctica: casi nunca he contestado con veracidad a nada que prefiriera no hacer saber (…) Es increíble con qué facilidad apartamos de nuestra mente lo que nos preocupa y angustia, lo que nos impide vivir con normalidad; entre un bombardeo y otro, en las guerras, la gente aprovecha el paréntesis y hace como si no existieran y sale a la calle y se reúne en los cafés. Con más o menos matices, eso es lo que nos toca a casi todos, sea cual sea nuestro quehacer, desde la cuna a la tumba: casi siempre hay alguien por encima que nos indica lo que hemos de hacer y a quien no podemos contradecir, pero en un cuerpo militar todo eso es más acusado”

Y concluye: “Tengo la sensación de que yo no he escogido tanto como se me ha escogido a mí. Pero todos sabemos que lo que se empieza con desgana, incluso con aversión, puede acabar seduciéndonos por la fuerza del acostumbramiento y un inesperado afán de repetición”.

¿Como mantener una relación tan cruel y toxica? ¿Por qué no dejarlo, pasar la página? Ahí esta la enjundia de la novela. “ En eso residía su atractivo, en gran medida, en que estaba en el mundo sin preocuparse mucho del mundo, todavía menos de su presencia en él. Luego se había tornado mohíno y turbio a temporadas, entendía ahora por qué, pero nunca había mostrado convicción (..) Mucho hay que haber perdido antes de renunciar a lo que se tiene, más aún si lo que se tiene responde a un propósito antiguo, a una determinación con elementos de obstinación. Uno va reduciendo sus ímpetus y sus expectativas, se va conformando con versiones deterioradas de lo que quiso alcanzar o creyó haber alcanzado, en todas las fases de la vida se admiten rebajas y desperfectos, se van dejando de lado exigencias: ‘Está bien, esto no ha podido ser’, se reconoce uno; ‘pero todavía queda bastante, todavía compensa y es posible disimular, peor sería que no hubiera nada y se hubiera ido todo al traste”.

La prosa de Marías diseca el alma de Berta, y la del lector: “Una de las características del hombre es que nunca renuncia a nada que haya probado, si lo ha probado con impunidad o con éxito, tanto da. Lo que se hace una vez se hace más veces, en lo individual y en lo colectivo. Todos consideran que sus circunstancias justifican las medidas extremas, y que los peligros que corren son inconmensurables; son incapaces de no darse importancia (…) Me desagradó ese pensamiento, la idea de que mi marido, mi amor antiguo, estuviera facultado de tal modo para el simulacro y además lo pusiera en práctica y se sirviera de él cuando estaba lejos, en la parte de su vida a la que yo no tenía acceso. Pese a mi visión tan reducida, pese a todo. Era como si asistiera a su vida con solo un ojo, el otro tuerto. A veces me resultaba difícil de soportar, pero lo soportaba. Y aun así seguía queriéndolo, imperfectamente y con mezcla, como todo el mundo. No, como los que mejor quieren. Prefería tener parte de él que despedirme, perderlo de vista definitivamente y que se convirtiera en recuerdo. Ya he dicho que me veía condenada a ser esclava de mis conjeturas y especulaciones. Claro que añoro al de antes, por descontado, pero lo sigo queriendo y lo último que desearía es perderlo, aunque ahora solo tenga fragmentos”.

Evidentemente, los recados salpican a la sociedad reinante, la que nos cerca diariamente. “El pueblo, que a menudo es vil y cobarde e insensato, nunca se atreven los políticos a criticarlo, nunca lo riñen ni le afean su conducta, sino que invariablemente lo ensalzan, cuando poco suele tener de ensalzable, el de ningún sitio. Es solo que se ha erigido en intocable y hace las veces de los antiguos monarcas despóticos y absolutistas. Como ellos, posee la prerrogativa de la veleidad impune, no responde de lo que vota ni de a quién elige, de lo que apoya, de lo que calla y otorga o impone y aclama (…) Siempre resulta ser víctima y jamás es castigado (naturalmente no va a castigarse a sí mismo; de sí mismo se compadece y apiada). El pueblo no es sino el sucesor de aquellos reyes arbitrarios, volubles, solo que con millones de cabezas, es decir, descabezado. Cada una de ellas se mira en el espejo con indulgencia y alega con un encogimiento de hombros: ‘Ah, yo no tenía ni idea. A mí me manipularon, me indujeron, me engañaron y me desviaron. Y qué sabía yo, pobre mujer de buena fe, pobre hombre ingenuo’. Sus crímenes están tan repartidos que se desdibujan y se diluyen, y así los autores anónimos están en disposición de cometer los siguientes, en cuanto pasan unos años y nadie se acuerda de los anteriores”. Una bofetada olímpica en la cara del ciudadano común, que no vive la ciudadanía, que va a lo suyo, con indiferencia mediocre.

Y así concluye esta novela reflexiva, centrándose en la actitud de Berta, y los recados que lleva acoplados. “La historia había estado llena de mujeres que se quedan y esperan, que miran hacia el horizonte todos los días al atardecer tratando de divisar una figura familiar, y que justamente se dicen eso: ‘Hoy no, hoy tampoco; pero quizá mañana sí, mañana quizá’. No sé por qué me quedé contigo ni por qué aún no me he ido del todo, cuando ya no estás, nunca aquí ni en ningún lugar. Tu vida se paró y la mía siguió caminando, pero sin mucho sentido, sin rumbo, o contentándome con el que me señalan mis hijos, tus hijos —son mi brújula—, a los que no has conocido ni conocerás. Cada vez que he intentado encontrar un rumbo propio, apartado de ellos y de ti, la senda se ha visto cortada o me he desviado yo. Sí, miro tus trajes vacíos y se me ocurre que si te tuviera delante y pudiera mirarte a ti, también te me aparecerías vacío, con bolsillos hundidos y abultamientos y manchas y pliegues, tú mismo una oquedad. Ausencia y silencio; o a lo sumo la repetición de un verso como la inscripción ilegible de una lápida cubierta de nieve. A lo sumo un susurro al oído que no entenderé. Te conozco desde la adolescencia. Desde entonces te he querido con determinación. Pero después, en el largo después que ya arrastro y me aguarda, qué poco he sabido de ti’.

El saldo de esta lectura intrigante es saborear una prosa de primera, elegante, suelta, que te hace pensar que escribir es fácil. Y aunque no lo sea, despierta las ganas de leer, de aproximarse sin miedo de los libros, de dejarse formar y rodearse de cultura. Aunque sean novelas como las de Javier Marías, que después de sus quinientas páginas, nos entrega a una Berta, casi un guiñapo, que “piensa que, todo sumado, pertenece a esa clase de personas que no se ven protagonistas ni de su propia historia, sacudida por otros desde el principio; que descubren a mitad del camino que, por únicas que todas sean, la suya no merecerá ser contada por nadie”. Una magnífica experiencia de lectura fenomenológica. Compensa probarlo.

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