Paloma Sánchez-Garnica Últimos días en Berlín

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Planeta, 2021. Barcelona. 568 págs.

Debo admitir que tengo cierta familiaridad con la autora, porque leí algunos de sus libros. Disfruté con Las Tres Heridas, se me atragantó La Sonata del Silencio -no por la forma, sino por el contenido que me pareció tosco- y ahora me llega la invitación para una tertulia literaria con esta obra, que fue finalista del Premio Planeta. Vale decir que de eso hace unos cuatro años, porque en el último, Sanchez Garnica se llevó el premio con otra novela, que no he leído todavía. Ya se ve que va embalada.

Las casi 600 páginas se leen sin esfuerzo, la prosa fluida te agarra, y el argumento -que va saturándose con personajes, quiero imaginar que es casi un homenaje a las novelas rusas- está bien delineado. Pero, quizá, se nota un cierto aroma folletinesco, por las conturbadas historias amorosas, en variaciones  sobre el mismo tema. Cabe al lector juzgar.

Los días em Berlín, donde la cuenta atrás se dispara mucho antes de los últimos, se alternan con días rusos, porque todo empieza allí. Los totalitarismos -tanto nazi alemán, como el soviético-  es siempre el telón de fondo. Los personajes aparecen alternadamente, aquí y allí, muchos em papel secundario, como orfebrería que decora la historia principal.  Y en la overture, Sánchez Garnica cita Gorki, para dejar claro cual es la clave en que será interpretada esta sinfonía narrativa: “Desconfío especialmente de un ruso cuando tiene el poder en sus manos. Esclavo no hace mucho tiempo, se vuelve el déspota más incontrolado cuando tiene la oportunidad de convertirse en señor de su prójimo”. Y a seguir, el tiempo y la espera, otro elemento de esta ecuación que da el parámetro de la novela: “Cuando la espera está sostenida en la más angustiosa incertidumbre, el tiempo parece estancarse, los segundos se hacen horas, las horas pasan lentas añadiendo más desasosiego a la dilación del retorno. Es tan fuerte la opresión que a veces se retiene el aliento de forma inconsciente, alerta a cualquier ruido, cualquier indicio que anuncie el anhelado advenimiento”.

Adentrarse o resumir el argumento es algo que está fuera del propósito de estas líneas. Siempre ha sido así con las novelas: cada uno tiene que leerlas, sentirlas -disfrutarlas o sufrirlas- por su cuenta. Lo que anoto a seguir son algunas frases que me llamaran la atención, y que pueden servir de aperitivo, talvez degustación, para animarse -o no- a leer la obra.

La familia Santacruz, cuna de los protagonistas, tiene claro que lo que importa -o debería importar, porque es donde las cosas se tuercen- es la unión familiar. “No mires atrás, Verónika, por favor. —Miguel intentó consolarla. Este dejó de ser nuestro hogar hace mucho. —Nuestro hogar estará siempre donde estemos nosotros”.

Los días en Berlín, que son muchos, envuelven la mayor parte de la novela. Son los momento de ascensión del nazismo, donde se van cuajando los desastres que desembocarán en la segunda guerra mundial. La autora estampa, con ritmo regular, frases de los principios de propaganda de J Goebbels, para inaugurar los capítulos. “Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad (…) Principio de la vulgarización. Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa para convencer, más pequeño será el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada, y su comprensión, escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar” .

Y en otro momento coloca en boca de un personaje, otra variación sobre el tema constante: “Me temo que tu idea de Alemania no se ajusta a la realidad. En estos tiempos que vivimos, eso da lo mismo. Resulta muy fácil convertir una mentira en verdad si con ello consiguen su propósito. Tienen el poder y los mecanismos para hacerlo. Su propaganda es muy clara: Una mentira repetida suficientemente acaba por convertirse en verdad”

Aparecen en escena figuras repugnantes: “El mal ajeno le provocaba un perverso deleite que necesitaba propagar a quien le prestara atención” Y también otras que rezuman integridad: “JL no solía reclamar, no era capaz de hacerlo. Siempre había sido un hombre muy cumplidor con cualquier pago que tuviera que hacer, y tenía el terco convencimiento de que el resto del mundo funcionaba igual que lo hacía él. Ni la edad ni las grandes decepciones lo habían hecho cambiar, y seguía siendo extremadamente confiado”.

Personajes que provocan la reflexión en los interlocutores, por su entereza moral: “En su mente chocaba la pretensión de imponer la que consideraba su verdad ideológica con la perturbadora fascinación que le provocaba la cercanía de aquel hombre potenciada por su insolencia (….) Rehuyó de inmediato los ojos y, hostigada por una incómoda sensación de rechazo hacia sí misma, echó a andar tratando de perderse entre la multitud y huir de la sombra de su propia conciencia”.

El mano a mano entre las dos mujeres protagonistas – es una mujer la que escribe, y conoce los recovecos del relacionamiento femenino- es quizá, el punto alto de la novela, con descripciones notables: “Le conmovía la ingenua ignorancia de quien ha sido adoctrinado— No podía compartir con nadie aquel cúmulo de sentimientos enmarañados (…) Mamá… Me han despedido de la clínica. Me han echado, y conmigo a quince de los médicos más competentes, más sabios y más eficientes de este país. —¿Por qué? —preguntó la madre sin ocultar su decepción. —A ellos por ser judíos, a mí por defenderlos. Aquellas palabras paralizaron la alegría que había traído su llegada. En ese momento la madre fue consciente de que su hija no solo había arrastrado hasta allí la maleta, sino que también traía consigo el desagradable peso de la injusticia”.

En otro momento, el silencio de ambas presidiendo los espantos de la guerra: “Ninguna dijo nada durante un buen rato, pendiente la una de la presencia de la otra, como si en aquella calma hubiera quedado al descubierto la hostilidad enraizada que las había enfrentado en otro tiempo, la rivalidad por el amor de un hombre que ya no estaba. El horror de la guerra las había unido, pero nunca antes habían estado solas, frente a frente, sin otra cosa que temer que encararse la una a la otra con una taza de té entre las manos”.

Las atrocidades y abusos de la guerra se iluminan, a veces, con actitudes humanas por parte de los vencedores que no quieren venganza, sino cariño. Es el caso de un oficial:  “Lo más relevante fue que el teniente Makárov no pidió cama a cambio de su protección y de las viandas que les proporcionaba; tan solo quería sentarse a una mesa a comer comida caliente, cocinada y servida por una mujer, charlar de manera civilizada de cosas banales, de la vida, de sus aficiones, nada de guerra y de muerte”

Los días en Berlín se entrelazan con días en Moscú, en la trayectoria del protagonista, Yuri Santacruz. Consternación al comprobar la realidad a la que llevan los totalitarismos: “Cuando bajó, sintió un escalofrío al observar aquella fachada gris taladrada de ventanitas a modo de descomunal colmena, uno de los muchos edificios kommunalki construidos en los últimos tiempos: pisos comunitarios sin apenas espacios de intimidad en los que todo era de todos o, más bien, nada era propiedad de nadie (…) He llegado a la conclusión de que los comunistas gozáis de una increíble imaginación para inventar disculpas ante los incumplimientos constantes de la revolución y los fallos evidentes del partido al que tanto defendéis”.

Y también sorpresas, teñidas de disgustos, en las descubiertas familiares: “Me van a matar. Así funciona esto. No creas que me importa, al contrario, al oír mi sentencia he sentido alivio, es mejor un final horrible que un horror sin fin (…) Mamá nos enseñó que el arrepentimiento y solicitar perdón son actos igual de voluntarios que el daño que puedas haber ocasionado, pero tanto el arrepentimiento como el perdón poseen la mágica capacidad de sanar el alma herida”

Casi al final, camuflado en uno de los diálogos de las mujeres, la autora da su recado femenino, algo que me recordó aquel libro magnífico de la nobel bielorrusa, La guerra no tiene rostro de mujer. Escribe: “Cuando nuestros soldados regresen hundidos y desesperados, las mujeres tendremos que consolarlos, escucharlos, comprenderlos, alentarlos a seguir adelante, mientras nosotras callamos. Tendremos que ocultar lo que nos ha pasado para no herir su orgullo, para que no se sientan humillados. Lo que nosotras sintamos dará igual, no nos quedará más remedio que olvidar para continuar viviendo, porque de lo contrario ningún hombre querrá tocarnos” Y como gran finale, un pensamiento de Stefan Zweig, que tiene mucha tela: “Toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y solo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, solo este ha vivido de verdad”. La guerra, los amores, la paz, los sueños, en busca de la verdad, en la pluma ágil de Sánchez- Garnica.

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