Maria Gudin. “Mar Abierta”
Maria Gudin. “Mar Abierta” De Bolsillo. Penguin Random House Group. 2016. 538 pgs
Conocía a la autora de otros registros académicos. Su libro, Cerebro y Afectividad, supuso una buena ayuda cuando elaboraba mi tesis doctoral, e investigaba -un modo de decir elegante para describir algo que divertía y nos hacía aprender a todos- cómo el cine puede ayudar en la educación afectiva de los futuros médicos. Después me enteré que mi colega había derivado para la novela histórica y se había zambullido en el mundo de la España Visigótica. Aunque compré algún libro suyo de ese periodo, esta es la primera novela suya que leo. Me gustó.
Mis sobrinas adolescentes son del fan club de María Gudín, y me lo han comentado varias veces. Me preguntaba por qué, pero la lectura de Mar Abierta me lo ha explicado todo perfectamente. Un modo sencillo de narrar, explícito, sin muchas filigranas; podría ser una película pues el guion está montado. Película de aventuras y de acción. Mucha acción. Como les gusta a los adolescentes.
La novela arranca en la Inglaterra de mitad del siglo XVII, donde al absolutismo de los reyes Estuardos se opone el Parlamento, el gobierno corporativo. Y del corporativismo se llega al otro absolutismo con el golpe de Oliver Cromwell. El libro contiene, ya lo he dicho, aventuras variadísimas, engastadas en reflexiones de los personajes principales.
De un lado, Len, que es Kathleen, o mejor, Catalina, que siendo española fue a parar a Inglaterra aun niña. Y, ahora mujer, sus recuerdos son el argumento de esta historia. Una historia de alegrías y dolores, muchos dolores, porque los hombres crecen y también crece su capacidad de practicar el mal: “Quizá cuando uno es niño, el bien y el mal están más definidos; no existen los colores suaves, todo adopta una tonalidad o su contraria, no han aparecido aún los matices intermediarios”. Recuerdos ácidos que amilanan el ánimo de Catalina, casi un espectro viviente, ya en dominios hispánicos, en Santo Domingo, isla de La Española, desde donde nos cuenta su historia. “Perdonar sería la liberación del horror del pasado y de las angustias que me acechaban en la noche; perdonar es asumir que lo ocurrido tiempo atrás no va a cambiar mi futuro porque ya no me afecta. Pero no soy capaz de olvidar ni de borrar el pasado; sobre todo no soy capaz de perdonare a mí misma”
El otro factor de esta ecuación necesariamente romántica es Piers Leigh, el hijo más pequeño de la familia que acoge a Len. Su amigo de infancia y primer amor. Así nos lo presenta Len: “No le gustaba para nada mi compasión. La conmiseración era para seres débiles, como las chicas, y él iba a ser un valiente marino. Piers amaba tanto los barcos, como yo le quería a él”. Piers también nos cuenta su historia, en vertiente masculina. “Estoy confuso porque no sé cómo actuar ante los escrúpulos de una mujer. No sé qué hacer para conseguir que reaccione, que se perdone a sí misma de algo de lo que no tiene culpa alguna”. Y es que las peripecias marinas, con piratas y corsarios, batallas y naufragios son mas llevaderos que los pensamientos que una mujer recuece en su intimidad.
Aventuras en ritmo épico, que convidan a una lectura difícil de interrumpir. Las claves de lo que sería un libro de caballería, en versión marítima. Como el pirata de Espronceda, Piers reflexiona sobre la cubierta: “Me recuerda un mundo en el que yo viví, en el que existían la decencia y el honor. Existen la decencia, el honor, una mujer a la que amar. Fui un hombre que todavía esperaba restaurar un orden perdido, y finalmente traspasé el delgado límite que me separaba de una vida de deshonor. ¿Qué más da una guerra brutal o el robo organizado de la piratería? ¿Dónde hay más iniquidad, en los elegantes y tiránicos ejércitos realistas o en esta vida errante de ladrón de mar?”. Y el recuerdo permanente de Len, la dama que anima al caballero-pirata errante: “La destinataria de la medalla es la única persona que me ata en este mundo a la cordura y a la hombría de bien”.
Inglaterra y La Española, dos islas. Y de por medio la Mar Abierta. Ese es el palco de esta entretenidísima novela, donde el destino se mezcla con las decisiones, no siempre fáciles. “Todos hemos elegido. En realidad, en la vida se producen pocas elecciones, la mayoría de las veces es la Providencia o el destino lo que nos va conduciendo hacia un lugar y otro sin que lo deseemos y el hecho de decidir produce vértigo, porque duele más lo que se abandona que da alegría lo que se escoge”.
Otros personajes -muchísimos, pero siempre secundarios- se suceden en los vaivenes del argumento. Héroes y maleantes, traidores y hombres de bien, no siempre cariñosos ni tiernos pero íntegros y honestos. Y una criada de Catalina, que ofrece un contrapunto simpático: Josefina, la esclava, un monumento al sentido común. La negra que no se molesta que le llamen así -la ¡negra!- porque sabe cuándo lo dicen sin ofender. “Decía negra sin desprecio; que yo sé bien cuando hay desprecio y cuando no lo hay”. Esto daría mucha tela en los días de hoy…si dejaran a Josefina y a sus pares hablar. Y Josefina, que en la novela no tiene pelos en la lengua, acusa claramente a los hipócritas: “Es de esos que se creen buenos porque reza mucho y hace caridades. Se piensa que, dando limosnas, se va a ir al cielo a pesar de una vida tan ruin. No me parece nada bien, que los que sirven al buen Dios lo utilicen para malos fines”.
No me atrevo a llamarla novela histórica, porque los personajes desplazan la historia, aunque, por otro lado, tiene fundamento en la realidad. Y en el modo de sentir y vivir aquellos tiempos que nos quedan tan lejos. Así lo resume la autora: “Quizá para la época actual, en la que el agnosticismo y el ateísmo se han convertido en moneda de cambio y en la que el protestantismo y el catolicismo han suavizado muchas de sus posturas, es difícil entender la radicalidad e importancia de las ideas religiosas para los hombres y mujeres de aquel tiempo. Los poderosos utilizaron la religión como arma política, mientras que la clase llana buscaba en ella su escape. El hombre de la Edad Moderna pensaba en la otra vida para olvidar ésta, y se movía en claves de eternidad, de condenación o de salvación”.
Pero no es una novela apologética de ideas o de guerras de religión. Es una aventura humana, divertida y juvenil, con un recado que nos llega hasta en latín: Nihil difficile volenti- nada es difícil para el que quiere. El amor, una moneda de cambio más eficaz que las disputas del siglo XVII.