De los principios científicos para la acción: el idealismo práctico de la medicina de familia
Medicina de familia es la práctica médica centrada en la persona, no en la enfermedad. El médico de familia es el médico personal, médico de cabecera, como se le llamaba en otras épocas. Tiempos pasados cuando la medicina tenía que ser así o no era medicina. No había entonces otros recursos para atender al paciente, ni tecnología que nos pudiera distraer del enfermo para centrarnos en la molestia. Los tiempos mudan, el progreso técnico evoluciona, pero el espíritu de la medicina de familia permanece. No obstante, ahora se hace necesario explicar —para enseñar y aprender— lo que antes se intuía y se practicaba espontáneamente. La medicina de familia tiene ahora la obligación de volverse explícita, de presentarse como ciencia con las credenciales que le confieren su cuerpo propio de conocimientos, sus métodos y sus líneas de investigación. No basta la intuición o el sentido común. Hay que abrir- se camino para, en versión moderna y actual, promover el protagonismo del paciente frente a la enfermedad. Y en esta misión, sublime, la medicina familiar se engrandece y define su identidad, que es, hoy como siempre, estar al servicio del enfermo, de la persona.
“El médico de familia no es el médico de su estómago, ni de su depresión, ni de su diabetes, ni de su artrosis. Cuida de todas estas cosas, pero es algo más. Es… su médico.” Esta sencilla frase con la que nos colocamos a disposición de nuestros pacientes es tal vez la definición más clara de lo que somos y de lo que hacemos. Algo que el paciente entiende a la primera, que busca con más o menos conciencia, que necesita y de lo que se resiente cuando le falta, sin que le sirva de consuelo la técnica más moderna o el creciente progreso médico.