Arturo Pérez-Reverte: “Falcó”.
Arturo Pérez-Reverte: “Falcó”. Alfaguara. Barcelona (2016). 296 págs.
Antes de leer este libro hay que tener en cuenta dos cosas. La primera es que Lorenzo Falcó -el protagonista- no es un héroe, sino un mercenario y un mujeriego. Sin bandera, sin ideal: liquida a quien se oponga a su objetivo contratado, y se cepilla a todas las mujeres que se pongan a tiro. Un matón, y un copulador insaciable. Más animal que hombre. La segunda es que Pérez-Reverte escribe bien -siempre lo ha hecho- y por tanto la narrativa se inunda de realismo, se palpa la violencia, te molesta, y llega a ser incómoda. Y el personaje, de quien talvez albergásemos la esperanza de que nos podría caer bien por sus habilidades como espía, se deshace al tiempo que mata nuestros sueños. Un poco como Woody Allen que, cuando le da por ser negativo, nos repite hasta la saciedad la misma cantilena: si todavía crees en el ser humano, voy a encargarme de triturar tus ilusiones.
Aclarada esta cuestión -que no es detalle, pues para muchos les bastará esto para no aventurarse en la lectura- siguen algunos comentarios. El ambiente, muy bien conseguido, se sitúa durante la Guerra Civil. Una guerra “como en los viejos tiempos: Un grande de España al mando de una compañía de moros…La España eterna que resucita de nuevo, para barrer toda esa chusma marxista”. Tiempos complicados donde todos quieren sacar tajada, nunca se sabe quién manda y Falcó se protege, porque no entra a los envites: “Los falangistas, los alemanes, el sistema nacional de informaciones, metidos todos en el mismo asunto. No era una buena noticia. Reunión de pastores, decía el antiguo refrán español, oveja muerta. Y no era agradable pensar que la oveja podía ser él”. Aunque no se sabe quien manda, el producto final siempre llegaba a la misma mesa, la del generalísimo. Pérez Reverte lo explica de modo castizo: “Desde el Alzamiento Nacional, por razones patrióticas o simple prudencia por parte de la dirección del establecimiento, el orujo gallego sustituía al vodka como ingrediente (…) gallego, como el Caudillo. De esos que cuando uno se los cruza en la escalera, no sabe si suben o bajan. Aunque con Franco, no sabes si sube, si baja o si está parado”
Falcó trabaja para el bando de Burgos, los nacionales, que todavía no se denominaban como tal, siendo rebeldes a la República, el poder constituido. Lo hace, no por convicción, sino porque le conviene y le pagan. Y va a lo suyo, sin contaminarse con ideales salpicados de emociones que siempre estorban lo que tienes que resolver. Los otros protagonistas se lo echan en cara: “Para ti somos aficionados. Cualquiera que tenga fe te lo parece (fe en el sentido de ideal). ¿No es cierto? Sólo respetas a los que no creen. A los mercenarios como tú”. Pero a él le da igual. Tiene la “certeza de moverse a sus anchas por un paisaje hostil, desolado como la vida misma, con la confortable sensación de que nada propio se dejaba atrás, y nada había por delante lo bastante terrible como para refrenarle a uno el paso. Aquellas eran la libertad y la independencia totales sin pasado ni futuro; con la memoria, los bolsillos, la mente, vacíos e todo lo prescindible liberados hasta la pulcritud absoluta de cuanto no era útil para la inmediata supervivencia”.
Lo suyo, ya lo hemos dicho, es eliminar al enemigo (o al amigo que estorba), y las mujeres. Descripción intocable del escritor para que no queden dudas: “Matar a un ser humano no se diferenciaba gran cosa, en lo técnico, de matar un animal cualquiera El único inconveniente serio era que a veces el ser humano se daba cuenta de lo que iba a pasar (..) Seguía el código del escorpión: mira despacio, pica rápido, y vete más rápido todavía (…)Desde muy joven había aprendido, a costa de algunas rápidas desilusiones propias, una lección crucial: las mujeres se sentían atraídas por los caballeros, pero preferían irse a la cama con los canallas. Era matemático”. Mujeres, esas, que no tienen la clase que intentan aparentar: “Había abierto el bolso y se retocaba labios y cejas, aparentando unos modales y educación de los que en realidad carecía”
Un bon vivant matón, que palpa la contingencia de la vida, y vive el carpe diem a su estilo. “Una vida, la suya, que tal vez algún día acabara por pasarle factura de modo implacable. Toc, toc, toc, señor Falcó, le toca a usted abonar los gastos. Hasta aquí hemos llegado. Sólo dispongo de una vida, dijo. Un breve momento entre dos noches. Y el mundo es una aventura formidable que no estoy dispuesto a perderme. (…) No era asunto suyo, se dijo. Allá quien matara o muriera, y sus razones para hacerlo. Su idiotez, maldad o motivos nobles. La guerra de Lorenzo Falcó era otra, y en ella los bandos estaban perfectamente claros: de una parte, él; y de la otra todos los demás”
Ahí queda esta novela, por si alguien se aventura a leerla. Salvados los tropezones anunciados -que te pueden llegar a atragantar, cuidado- justo es reconocer que la narrativa fluye con facilidad, los relámpagos de cultura están presentes, y hasta cita a los clásicos: Turpe es in re militari dicere non putaram (en asuntos de guerra es vergonzoso decir: no lo había pensado), frase de Escipión el Africano. Para no decir que sólo le doy leña a uno de los autores más comerciales de la lengua castellana actual, anoto esta descripción que me parece magnífica, sobre el tema, viejísimo, de las dos Españas: “De un lado una planificada represión bajo mando único, un exterminio sistemático de cuanto oliese a democracia, libertad y ateísmo, con la idea de una nación unida, religiosa y fuerte por encima de todo…..Por parte de la República, un disparate de improvisación, oportunismo y demagogia, con la cárceles abiertas el 18 de Julio arrojando chusma a las calles -convertida en milicianos que se gastaban en juergas y mujeres lo que robaban asesinando a mansalva. Un odio homicida no sólo hacia el ejército de Franco, sino también hacia los miembros del propio bando, partidos y facciones enfrentadas entre sí, indecisos entre ganar la guerra o hacer la revolución, incapaces de coordinar un esfuerzo común; fuera del control de unos gobernantes y políticos ajenos a la realidad, divididos, impotentes e incapaces”. Precisa y atinada, aunque el autor, como Falcó – ¿será su alter ego? – no sabemos dónde milita. Tiene, a lo cierto, otra guerra: de un lado sus lectores, de otro él mismo.