Jorge Fernández Díaz: Mamá
Ed. Sudamericana, 2011, 166 págs

Me llega una advertencia familiar -de uno de mis hermanos- que es de donde suelen proceder sugerencias de lectura siempre apetitosas, sobre el reciente premio Nadal, otorgado a Jorge Fernandez Diaz. Y antes de zambullirme en la lectura, consulto la lista de libros pendientes -siempre creciendo, donde tomo nota de los que me interesan, y que sé que no conseguiré leer en esta vida, pero no importa- y resulta que me encuentro con Mamá, otra obra del escritor argentino. Si Marcial, el del secreto y del premio Nadal es su padre, tendré que leer antes lo que cuenta de su madre. En un mano a mano, como en el tango de Gardel, por mantenerse en sintonía porteña.
Y de hecho no me equivoqué. Basta leer lo que el escritor cuenta en el epílogo de las memorias sobre su madre, cuando su hermana Mary dice que se le aparece su padre, que estaba ya muerto hacía tiempo: “Al enterarse de que las luces se encendían solas y también de que Mary soñaba con que mi padre se acodaba en aquella pared, Carmina se vistió rápido, compró unas flores y se dirigió al cementerio. Cambió el agua del florero, colocó las clavelinas, rezó un padrenuestro y dijo ante la lápida: Viejo, no molestes más a los chicos, quédate acá tranquilo. Y a partir de ese momento, los fenómenos paranormales cesaron. Es que mi padre jamás resistió un reto de mi madre”.
Empiezo mis comentarios por el final del libro -sin ser spoiler– porque es un intento de entender lo que el escritor argentino, hijo de asturianos emigrantes, cuenta en sus libros, de modo magnífico. Esto dice de su familia materna: “El árbol genealógico de los Díaz se dividía en gozantes y sufrientes. Aunque con matices, los hombres vivieron la utopía del gozo, y las mujeres practicaron el arte del sufrimiento. Los gozantes sabían que la vida era corta y que merecía la pena vivirla sin complejos: eran más alegres y despreocupados. Los sufrientes entendían que la vida era dura y que debían repecharla con esfuerzo, y que serían recompensados luego por Dios o por el destino: eran más tristes y solidarios. Los hombres trataron con ahínco de no parecerse a José, y las mujeres no pudieron dejar de parecerse a María”.
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