Han Byung-Chul: La salvación de lo bello.

Pablo González Blasco Livros, Sin categorizar 2 Comments

Han Byung-Chul: La salvación de lo bello. Ed. Herder. Barcelona. 2023. 80 págs.

Andaba yo dando vueltas al tema de la belleza, por ocasión de una película -justamente coreana- que vi hace poco, y me encuentro con otro opúsculo del filósofo coreano-alemán. Me seduce el título -juntando el hambre con las ganas de comer- y sabiendo de su objetividad, que no se va por las ramas, me zambullo de golpe.

No encuentro la tal salvación de lo bello que propone. Quizá la salvación de quien busca lo bello, o de como lo bello te puede salvar, y te destroza lo que, pareciendo bello, no lo es. Un libro arduo, mucho más alemán que los anteriores, una hermética donde se trasluce Heidegger, mentor intelectual da la tesis del escritor.

Pero encuentro cosas interesantes. Por ejemplo, el concepto equivocado de belleza que hoy se baraja, cambiando lo bello por lo pulido, lo suave, sin aristas, sin esquinas. “Lo pulido, pulcro, liso e impecable es la seña de identidad de la época actual. Más allá de su efecto estético, refleja un imperativo social general: encarna la actual sociedad positiva. Lo pulido e impecable no daña. Tampoco ofrece ninguna resistencia. Sonsaca los «me gusta». El objeto pulido anula lo que tiene de algo puesto enfrente. Toda negatividad resulta eliminada”.

Y convocando otros pensadores, Han nos explica que lo bello no es lo que se acopla a nuestro gusto, sino algo que nos desafía. “Un juicio estético presupone una distancia contemplativa. El arte de lo terso y pulido la elimina (…) En opinión de Gadamer, la negatividad es esencial para el arte. Es su herida. Es opuesta a la positividad de lo pulido. En ella hay algo que me conmociona, que me remueve, que me cuestiona, de lo que surge la apelación de que tienes que cambiar tu vida.  Hoy, lo bello mismo resulta satinado cuando se le quita toda negatividad, toda forma de conmoción y vulneración. Lo bello se agota en el «me gusta». La estetización demuestra ser una anestetización. Seda la percepción”.

Por eso, en perspectiva estética.  la vista es superior al tacto, que es el que se impone hoy: “Para Barthes, el sentido del tacto es el más desmitificador de los sentidos, al contrario de la vista, que es el más mágico. La vista guarda distancia, mientras que el tacto la elimina. Sin distancia no es posible la mística. La desmitificación convierte todo en degustable y consumible. El tacto destruye la negatividad de lo completamente distinto. Seculariza lo que toca. Al contrario que el sentido de la vista, el tacto es incapaz de asombrarse”.

Y, naturalmente, saca conclusiones que son, siempre, una bofetada a la sociedad actual, gobernada por lo digital:  “Por eso la pulida pantalla táctil, o touchscreen, es un lugar de desmitificación y de consumo total. Engendra lo que a uno le gusta (…) La información es una forma pornográfica del saber. Carece de esa interioridad que lo caracteriza”. Ahí queda eso, para digerirlo como se pueda, como un guante que nos cita a un duelo.

¿Qué nos sobra de estética, en esa tesitura? ¿Dónde salvar lo bello, o mejor, donde encontrarlo en el mundo que habitamos? Parece que el problema es que no sabemos mirar fuera; nos agotamos en una contemplación narcisista y vacía, o quizá ni eso: “La estética del primer plano refleja una socie­dad que se ha convertido ella misma en una sociedad del primer plano. El rostro da la impresión de haber quedado atrapado en sí mismo, volviéndose autorreferencial. Ya no es un rostro que contenga mundo, es decir, ya no es expresivo. El selfie es, exactamente, este rostro vacío e inexpresivo. La adicción al selfie remite al vacío interior del yo. Hoy el yo es muy pobre en cuanto a formas de expresión estables con las que pudiera identificarse y que le otorgaran una identidad firme. Hoy nada tiene consistencia. Esta inconsistencia repercute también en el yo, desestabilizándolo y volviéndolo inseguro. Precisamente esta inseguridad, este miedo por sí mismo, conduce a la adicción al selfie, a una marcha en vacío del yo, que nunca encuentra sosiego. En vista del vacío interior, el sujeto del selfie trata en vano de producirse a sí mismo. El selfie es el sí mismo en formas vacías. Estas reproducen el vacío. Lo que genera la adicción al selfie no es un auto enamoramiento o una vanidad narcisistas, sino un vacío interior. Aquí no hay ningún yo estable y narcisista que se ame a sí mismo. Más bien nos hallamos ante un narcisismo negativo”.

¿En que momento lo bello dejó de ser un transcendental como la verdad, la unidad, la verdad? Así lo explica Han: “La estética de lo bello es un fenómeno genuinamente moderno. No será hasta la estética de la Modernidad cuando lo bello y lo sublime se disgreguen uno de otro. Lo bello queda aislado en su positividad pura. El sujeto de la Modernidad, al fortalecerse, hace de lo bello algo positivo convirtiéndolo en objeto de agrado. Así, lo bello resulta opuesto a lo sublime, que a causa de su negatividad en un primer momento no suscita ninguna complacencia inmediata (…) Lo bello y lo sublime tienen el mismo origen. En lugar de contraponer lo sublime a lo bello, se trata de devolver a lo bello una sublimidad que no se puede interiorizar, una sublimidad que elimine la subjetividad: se trata de revocar la separación entre lo bello y lo sublime”.

El mundo digital -tema constante en sus escritos- también aparece, presentando consecuencias que no por ser verdaderas, dejan de causar vértigo, de lo que observamos todos los días: “Lo bello natural se contrapone a lo bello digital. En lo bello digital, la negatividad de lo distinto se ha eliminado por completo. Por eso es totalmente pulido y liso. No debe contener ninguna desgarradura. Su signo es la complacencia sin negatividad: el «me gusta». Lo bello digital constituye un espacio pulido y liso de lo igual, un espacio que no tolera ninguna extrañeza, ninguna alteridad. Su modo de aparición es el puro dentro, sin ninguna exterioridad. Incluso convierte a la naturaleza en una ventana de sí mismo (…) El mundo digitalizado es un mundo que los hombres han sobrehilado con su propia retina. Este mundo humanamente interconectado conduce a estar de manera continua mirándose a sí mismo. Cuanto más densa se teje la red, tanto más radicalmente se escuda el mundo frente a lo otro y lo de fuera. La retina digital transforma el mundo en una pantalla de imagen y control. En este espacio autoerótico de visión, en esta interioridad digital, no es posible ningún asombro. Los hombres ya solo encuentran agrado en sí mismos”.

La belleza oculta y escondida, otro tema tratado, me hizo recordar aquel magnífico libro de C.S. Lewis, Mientras no Tengamos Rostro, que leí hace muchas décadas, los diálogos fascinantes entre Eros y Psique. Así lo aborda Han: “Lo bello es un escondrijo. A la belleza le resulta esencial el ocultamiento. La transparencia se lleva mal con la belleza. La belleza transparente es un oxímoron. La belleza es necesariamente una apariencia. De ella es propia una opacidad. Opaco significa sombreado. El desvelamiento la desencanta y la destruye. Así es como lo bello, obedeciendo a su esencia, no se puede desvelar. La pornografía como desnudez sin velos ni misterios es la contrafigura de lo bello. Su lugar ideal es el escaparate”.

Y para subrayar este asunto, acude a las Escrituras: “El encubrimiento erotiza también el texto. Según san Agustín, Dios oscurecía intencionadamente las Sagradas Escrituras con metáforas, con una capa de figuras para convertirlas en objeto de deseo. El bello vestido hecho de metáforas erotiza las Escrituras. Es decir, el revestimiento es esencial para las Escrituras; es más, para lo bello. La técnica del encubrimiento convierte la hermenéutica en una erótica. Maximiza el placer por el texto y convierte la lectura en un acto amoroso”.

Ya se ve que el escritor, cuando agarra un tema, no deja títere con cabeza, y avanza con la contundencia de una división Panzer alemana, y la violencia de las películas coreanas. Ahí viene lo que llama la estética del desastre. “Etimológicamente, desastre significa «sin estrellas» (del latín des-astrum). Lo bello, según se dice Rilke, «no es más que ese comienzo de lo terrible que todavía llegamos a soportar». La negatividad de lo terrible constituye la matriz, la capa profunda de lo bello. Lo bello es lo insoportable que todavía llegamos a soportar, o lo inso­portable hecho soportable. Nos escuda de lo terrible. Pero, al mismo tiempo, a través de lo bello resplandece lo terrible. Eso es lo que constituye la ambivalencia de lo bello. Lo bello no es una imagen sino un escudo (…) La negatividad es la fuerza vivificante de la vida. Constituye también la esencia de lo bello. Inherente a lo bello es una debilidad, una fragilidad, un quebrantamiento. Es a esta negatividad a lo que lo bello tiene que agradecerle su fuerza de seducción. Lo sano, por el contrario, no seduce. Tiene algo de pornográfico. La belleza es enfermedad: La actual calocracia, o imperio de la belleza, que absolutiza lo sano y lo pulido, justamente elimina lo bello. Y la mera vida sana, que hoy asume la forma de una supervivencia histérica, se trueca en lo muerto, en aquello que por carecer de vida tampoco puede morir. Así es como hoy estamos demasiado muertos para vivir y demasiado vivos para morir”.

La belleza como ideal, en el siguiente capítulo, tampoco es políticamente correcto, sino otro torbellino: ““Históricamente, la belleza solo fue relevante en la medida en que era expresión de moral y de carácter. Hoy, la belleza del carácter deja paso totalmente al atractivo sexual o sexyness: En el siglo XIX, a las mujeres de clase media se las consideraba atractivas gracias a su belleza más que a lo que hoy denominamos su sex appeal. Y la belleza, a su vez, era concebida como un atributo físico y espiritual. El atractivo sexual per se representa un criterio de evaluación novedoso, desvincu­lado tanto de la belleza como del carácter moral. Más bien, según este criterio, el carácter y la configuración psicológica de una persona quedan subordinados en última instancia a la sensualidad”.

Este giro de la belleza a la sensualidad, tiene sus consecuencias: se transforma en producto de consumo que desabona al consumidor: “La firmeza y la constancia no resultan propicias para el consumo. El consumo y la duración se excluyen mutuamente. Son la inconstancia y la evanescencia de la moda las que lo aceleran. Así es como la cultura de consumo va eliminando la duración. El carácter y el consumo son opuestos. El consumidor ideal es un hombre sin carácter. Esta falta de carácter es lo que hace posible un consumo indiscriminado. Cuanto menos carácter y menos forma se tiene, cuanto más liso y pulido y más escurridizo se es, tantos más friends tiene uno. Facebook es un mercado de la falta de carácter”.

Falta de carácter, y frivolidad esencial, facilitada por las redes sociales: “El orden digital desplaza todos los parámetros del ser. «Propiedad», «vecindad», «clan», «estirpe» y «estamento» se encuadran todos ellos en el orden terreno, en el orden de la tierra. La interconexión digital disuelve el clan, la estirpe y la vecindad. La economía del compartir o del sharing hace que también la «propiedad» se vuelva superflua, reemplazándola por el acceso. El medio digital se asemeja al mar sin carácter, en el que no pueden inscribirse líneas ni marcas fijas. En el mar digital no se pueden edificar fortalezas ni umbrales ni muros ni fosos ni mojones fronterizos. Se pueden interconectar mal los caracteres firmes. No son capaces de conexión ni de comunicación. En los tiempos de la interconexión, de la globalización y de la co­municación, un carácter firme no es más que un obstáculo y un inconveniente. El orden digital celebra un nuevo ideal. Se llama el hombre sin carácter, la lisura sin carácter”.

A esta altura, si el lector ha aguantado hasta aquí y no ha tirado el libro por lo que tiene de agresivo (siempre que haya un mínimo de sinceridad moral que te hace identificarte por lo menos un poco con lo descrito), se encontrará con alguna salida honrosa y animadora. Así, la belleza como verdad -conexión de los trascendentales- aparece a seguir, aunque nada pulido, por emplear el mismo lenguaje de Han, sino lleno de aristas: “El interés artístico se distingue del interés práctico de los apetitos en que deja que su objeto se mantenga libre por sí mismo, mientras que los apetitos lo emplean para su provecho destruyéndolo. Por el contrario, la observación artística se distingue de la observación teórica de la inteligencia científica de una manera inversa, albergando un interés por el objeto en su existencia particular, sin actuar para transformar el objeto en un pensamiento general ni en un concepto suyos (…) Por eso, la contemplación de lo bello es de tipo liberal, un dejar estar a los objetos como libres e infinitos en sí mismos, sin querer poseerlos ni utilizarlos como útiles para necesidades e intenciones finitas. Tanto la belleza como la verdad son algo exclusivo. No son frecuentes. De ellas es propia una exclusión engendradora. También la teoría es capaz de producirla. De un montón de datos, como Big Data, se pueden extraer informaciones útiles, pero no generan conocimiento ni verdad”.

¿Estaremos salvando lo bello, o mejor, salvándonos con lo bello? Depende de nuestra postura, y por eso advierte el autor, “que el  sujeto narcisista actual lo percibe todo solo como sombreados de sí mismo. Es incapaz de ver al otro en su alteridad”. Y, vuelta con el consumo, con la molestia esencial que la belleza trae consigo, para sacudir nuestra poltronería vital: “La crisis de la belleza consiste en que lo bello se reduce a su estar presente, a su valor de uso o de consumo. El consumo destruye lo otro. Lo bello artístico es una resistencia contra el consumo”

Y a seguir, una consideración que me recordó otro libro, de un alemán, Josef Pieper, Una Teoría de la fiesta, que atesoro entre mis mejores recuerdos de lectura: “Tanto la fiesta como la celebración tienen un origen religioso. La palabra latina feriae significa el tiempo previsto para los actos religiosos y cultuales. Fanum significa lugar sagrado, consagrado a una divinidad. La fiesta comienza cuando cesa el tiempo cotidiano profano («profano» significa, etimológicamente, que se halla fuera del recinto sagrado). Presupone una consagración. Uno es consagrado e iniciado para entrar en el tiempo elevado de la fiesta. Si se suprime aquel umbral, aquel tránsito, aquella consagración que separa lo sagrado de lo profano, entonces solo queda el tiempo cotidiano y pasajero, que luego se explota como tiempo laboral. Hoy, el tiempo elevado ha desaparecido por completo en beneficio del tiempo laboral, que se totaliza. Incluso el descanso queda integrado en el tiempo laboral: no es más que una breve interrupción del tiempo laboral en la que uno descansa del trabajo para luego volver a ponerse por entero a disposición del proceso laboral. El descanso no es lo distinto del tiempo laboral. Por eso no mejora la calidad del tiempo”. Sin duda, Pieper, con el Ocio y  la Vida Intelectual se hacen presentes ( y me extraña que Han no lo cite).

Y para encerrar, vuelve sobre lo digital, que informa pero no cuenta nada, que destroza -aunque sea sin querer- las posibilidades de la belleza. “El «internet de las cosas», que las conecta mutuamente, no es narrativo. La comunicación como intercambio de informaciones no narra nada. Se limita a contar. Lo que es bello son los vínculos narrativos. Hoy, la adición desplaza a la narración. Las relaciones narrativas dejan paso a conexiones informativas. De la adición de informaciones no resulta ninguna narración”.

Pero no todo está perdido, pues los artistas y escritores son capaces atisbar las luces de lo bello: “Las metáforas son relaciones narrativas. Hacen que las cosas y los acontecimientos entablen un diálogo mutuo. La tarea del escritor es metaforizar el mundo, poetizarlo. Su mirada poética descubre las ocultas relaciones amorosas entre las cosas. La belleza es el acontecimiento de una relación. Le es inherente una temporalidad peculiar. Se sustrae al disfrute inmediato, pues la belleza de una cosa solo se manifiesta más tarde, a la luz de otra cosa, como reminiscencia. Consta de sedimentaciones históricas que fosforecen”.

Y, como broche de oro, una cita que es un golpe de misericordia, por si alguno no se ha enterado todavía, que es lo que se ventila aquí. Copio: “La lenta flecha de la belleza. — La clase de belleza más noble es la que no nos cautiva de un solo golpe, la que no libra asaltos tempestuosos y embriagadores (esta provoca fácilmente el hastío), sino la que se insinúa lentamente, la que se apodera de nosotros casi sin que nos demos cuenta, en sueños”. ¿A quién debemos esta consideración sobre el poder seductor de la belleza? Han coloca la referencia, entresacada del libro Humano, demasiado humano, de F. Nietzsche. Nada menos. Con todas mis diferencias con el creador del super hombre, tengo que reconocer que en frases de impacto, es un primer espada. Basta me auto consultar en lo que escribo, para encontrar las que voy apuntando. No son pocas. 

Comments 2

  1. A beleza pode estar em um inferno repleto de gentes e demônios bem pintado e bem detalhado no teto de uma Igreja como a de São Pelegrino em Caixas do Sul. Somente à distância, olhando com calma e pra cima que se é notada.

  2. El pretexto: reflexionar sobre lo que sin duda debe ser un formidable libro «la salvación de lo Bello» de un
    autor que para mí es un auténtico trabalenguas: Han Byung-Chul. Este situación afortunada da pie a leer
    una de las reflexiones más eruditas de Pablo González Blasco. Despliega una auténtica lección de estética.
    Nos lleva desde Barthes hasta San Agustín sin perder la guía de Byung.
    Pablo González Blasco, dice la verdad a través de un acierto lapidario: El problema es que no sabemos
    mirar fuera, nos agotamos en una contemplación narcisista y vacía.

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