(Español) Julia Navarro: Dispara, ya estoy muerto

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Julia Navarro: Dispara, ya estoy muerto. Random House Mondadori. Barcelona 2013. 902 pgs.

dispara_yo_ya_estoy_muerto     Una novela. Es lo que se lee después del título de esta nueva entrega de Julia Navarro. Una advertencia necesaria, por lo espinoso del tema. Como decía otro escritor, en tesitura análoga, “me he inventado los diálogos, pero los hechos son esos, no hay vuelta de hoja”. Aquí se inventan los diálogos y la mayoría de los personajes, pero el esqueleto histórico es real. Algo muy de moda en la pluma de las escritoras españolas de hoy, que se convierten en best-seller. La ficción sobre la historia, haciéndola llevadera, aproximándonos de ella, sintiéndonos de la familia, como la propia autora reconoce: los personajes de esta novela ya son parte de mi vida. No sé si tiene algo que ver, pero las lecturas de estas novelas de autoría femenina, me traen a la mente el comentario de Ortega en su inolvidable ensayo, Estudios sobre el amor, cuando dice que la mujer consigue hacer de cualquier oficio, una costumbre, una prolongación de su hogar. Las ejecutivas con su oficina, las enfermeras en su ambiente de sanidad, y….las escritoras en las páginas que amablemente comparten con los lectores. La conclusión es mía, claro.
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(Español) Gabriel Garcia Márquez: Cien años de soledad

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Gabriel Garcia Márquez: Cien años de soledad. Debolsillo. Barcelona. 2013. 495 pgs.

Cien años de soledad     Hay que reconocerlo. La reciente muerte de García Márquez ha sido el empujón para sacar del estante el libro que esperaba su oportunidad. Una reacción muy humana, como un tributo o, quizá, como la lectura de un testamento de quien parece que nos quiere dejar algo. Y lo que García Márquez nos deja es, en mi modesta opinión, un dominio envidiable del lenguaje. No me atrevería –como Neruda afirmó- a decir que es el Quijote de los tiempos modernos, porque Cervantes…..es mucho Cervantes. Ni sabría decir si es el Amadís de nuestros días, como alega Vargas Llosa, porque después de leer el Quijote cuando era adolescente, se me quitaron las ganas de leer los libros de caballería.

No cabe duda que García Márquez escribe muy bien. Se atreve a construir con larguísimos párrafos, sin diálogos, salpicado de monólogos que más bien son exclamaciones, una obra de porte. La saga de los Buendía, que entre Aurelianos y José Arcadios, se extiende por un siglo. El lenguaje es su legado. Y por eso escribo en castellano porque, imagino, leer García Márquez en otro idioma –lo que es para la mayoría de sus lectores inevitable- les hará quedarse con el fondo, perdiendo la forma. Y el fondo, ese sí, no es tan digno de nota. Les pasará lo que el mismo autor refiere de sus personajes: que vivían en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.Read More

(Español) Mercedes Salisachs: El caudal de las noches vacías

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Mercedes Salisachs: El caudal de las noches vacías. Planeta. Madrid.2013. 382 pgs.

el_caudal_de_las_noches_vacias     “Ha muerto Mercedes Salisachs, con 97 años. Su última novela, El Caudal de las noches vacías”. El mensaje me llegó hace poco más de un mes, enviado por un amigo que comparte mi admiración –casi devoción- por la escritora. Tomé nota para hacerme con el libro en la primera oportunidad que, casualmente, surgió algunas semanas después. Entro en la librería, y tropiezo con el libro, en primer plano. En la cubierta una farola que alumbra tímidamente, sin conseguirlo, la noche. Debe ser como el rio seco, el caudal inexistente del título –pensé. Le doy la vuelta y encuentro la foto de Mercedes, muy mayor, muy desgastada. Yo no lo habría puesto porque, para quien no la conoce, puede dar una idea equivocada. El desgaste no es el de los años, sino el sabor añejo de una existencia vivida a fondo, con zambullidos constantes por los subterráneos de amplio espectro que acompañan al ser humano. Al lado de la foto una frase que, esa sí, da en el clavo: “La novela más emotiva de la gran dama de las letras españolas”.

     Desde sus 96 años, Salisachs escribe, arriesga y aborda con delicadez impar temas peliagudos. Diseca las situaciones, esculpe los personajes. Son como radiografías del alma; más que radiografías, -la metáfora médica se me impone- como resonancias magnéticas, y hasta biopsias que analizan las tendencias en sus minucias Las crisis vitales, los errores cometidos, el sabor amargo de la traición, la reflexión serena que se agarra a la transcendencia. Los equívocos humanos son siempre los mismos –somos ese animal que consigue tropezar una, dos, mil veces en la misma piedra. Un difícil equilibrio que aunque fácil de entender, practicarlo es harina de otro costal. “Lo que manda al ser humano es la cabeza, el corazón, las sensaciones y el instinto. El peligro consiste en que cualquiera de esos “mandarines” del cuerpo obren, actúen y proyecten por su cuenta Es precisamente esa forma individualista de “mandar” lo que nos destruye. Lo que nunca falla es que tanto la cabeza como el corazón, las sensaciones y el instinto dialoguen entre ellos, se unifiquen y extraigan consecuencias, se pongan de acuerdo y eclipsen posibles errores en comunidad. Si obran por su cuenta seguro que la pifiarán”.
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(Español) Gonzalo Giner: «El Jinete del Silencio»

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Gonzalo Giner: “El Jinete del Silencio”. Temas de Hoy. Planeta. Madrid 2011. 717 pgs.

eljinetedelsilencio     Una agradable novela de aventuras emplazada en la época de la España Imperial, en pleno siglo XVI. Su autor, un veterinario transformado en escritor que hace de los caballos los protagonistas de su novela. Más que protagonistas, el hilo que hilvana el guión, ameno y cautivante, que transita por Andalucía, Jamaica y la Nápoles del Renacimiento. No es un libro de caballería, sino de caballos, donde los caballeros son papeles secundarios aunque imprescindibles. La biografía es algo genuino de los humanos, y los equinos se enganchan en ellos para esculpir sobre el molde de vida de sus jinetes sus peculiaridades.

     Aunque la biografía de un caballo es siempre la de su género, la de su especie, el autor –que confiesa su pasión por el noble animal- quiere darles vida propia; y hasta destaca sus virtudes que, en ocasiones, se echan de menos en los humanos que conviven con ellos. “Pudo reconocer entre los que seguían atados al Guzmán, a aquel hermoso caballo que había visto con Yago. Se encontraba en estado lamentable; las costillas marcadas y el vientre hundido y seco, los ojos tristes. Apenas se aguantaba en pie, pero a pesar de todo el caballo esperó tranquilo a ser desamarrado. No demostraba inquietud como los demás, apenas se movía, estaba claro que en su caso el temple superaba al instinto. Debía de llevar casi tres semana sin comer, apenas sobreviviendo con el agua que le llegaba a través de una canaleta. Su aspecto estaba deteriorado, pero el temperamento no. (…) Formaba parte de una estirpe de caballos preparada para resistir adversidades, disciplinada y obediente, hasta el extremo de rechazar sus propios deseos o necesidades”.

     Personajes variados, virtuosos unos, abominables los otros, se suceden en la secuencia de las páginas que, atractivas, se pueden leer casi al galope. Aventuras y dificultades, mezquindades y amor generoso, afecto y crueldad, se tercian en cadencia llevadera a lo largo de casi 30 años de saga.

     El Renacimiento promueve el arte en todas las dimensiones: arquitectura, pintura, poesía, música. En Nápoles se establece la primera escuela que busca el arte en la equitación: la estética ecuestre. Un desafío que supone trabajar no solamente con elementos inertes , sino con seres vivos. Se entiende el consejo del arquitecto a su amigo que promueve el adiestramiento de los caballos por encargo del Virrey de Nápoles. “No creáis que el arte se encuentra en los medios que habéis puesto para conseguirlo, ni tampoco en la técnica empleada; el arte está en el resultado que vuestra creación produce sobre quien la escucha u observa. (…) Para que un caballo pueda daros su arte, tendréis que encontrar antes su alma. Cuando eso suceda, estoy seguro de que conseguiréis asombrarnos, emocionarnos, y en muchos despertaréis sensaciones que nunca otro animal haya conseguido antes. Pero debéis localizar las fuentes de su espíritu…Mi consejo es que busquéis a alguien que se capaz de hacerlo. Sólo entonces podréis obtener una casta grande, un animal que respirará arte, esencia, emoción”.

     Ese alguien es Yago, el principal protagonista que será el eslabón entre el mundo de los caballos y el de los humanos. “Un muchacho que llevaba el sufrimiento cosido en su alma. En su silencio, se entendía con los caballos. Le costaba hablar, y como el caballo no respondía al lenguaje de los hombres, aprendieron a compartir el lenguaje de las emociones. Yago, en su silencio, fue consciente de que él también era capaz de identificar esas virtudes y defectos en un animal, pero de una manera diferente. Él lo hacía de un solo vistazo; era capaz de ver todos los detalles a la vez y sin demasiado esfuerzo. Así lo hacía desde que era muy pequeño, y no solo al mirar un caballo; también con un cuadro o en un paisaje. No veía un objeto o animal en abstracto, sino en cada una de sus partes”.

     Esta compresión –que casi podríamos llamar fenomenológica- de los caballos salpica todas las aventuras de la novela, desde los mil peligros de muerte hasta los amores, pasando por la crueldad de los terratenientes con los esclavos. Si lo que importa en el arte es el resultado que produce en quien con ella se depara, no cabe duda que el autor consigue, desde su profesión de veterinario, un resultado favorable en los que nos aventuramos a leerlo, aunque no entendamos de caballos. Los seres humanos que les rondan, son nuestra conexión afectiva. “En aquella cabaña se habían conocido tal vez más que otras muchas personas lo harían a lo largo de toda su vida. Se descubrieron por dentro pero también por fuera al curarse el uno al otro las heridas”.

(Español) Los cuatro pilares de la medicina de familia

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La medicina de familia es la práctica médica centrada en la persona, no en la enfermedad. El médico de familia es el médico personal, el médico de cabecera como se le llamaba en otras épocas. En esos tiempos la medicina tenía que ser así o no era medicina. No había entonces otros recursos para atender al paciente, ni tecnología que nos pudiera distraer del enfermo para centrarnos en la molestia.

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(Español) Carmen Laforet. “La insolación»

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Carmen Laforet. “La insolación». Destino. Barcelona. 317 pgs. 2007

     Después de la obligada cuarentena en mi estante –uno acaba adquiriendo libros a un ritmo muy superior a las posibilidades de lectura- , le llega la hora a una de las novelas más conocidas de la autora. A mi modo de ver, nada de especial. Quizá porque nos acostumbramos con argumentos rápidos, repletos de sorpresas e intrigas, y lo que tiene un paladar rutinero nos sabe a poco.

     Laforet nos cuenta, sin pretensiones, tres veranos de tres adolescentes, en la costa mediterránea. Son los duros años de la pos guerra en España, cuando la gente se iba recuperando del bache y todavía no tenía claro a qué atenerse en el conflicto que se hinchaba por Europa: “1942 trae dentro de él muchas matanzas. En Alicante también hay alemanes, Aunque existe la División Azul, existe una paz en España. Una paz débil, quizá, como un cascarón. Pero dentro del cascarón uno se siente protegido y puede hablar de estrategia con los amigos.”

     Los tres amigos son Martin, hijo de un militar, y dos hermanos, Anita y Carlos. Los hermanos tienen la iniciativa en juegos y diversiones –a veces sobrados de un pedantismo que irrita. Pero Martin no se subleva, y se conforma con un papel secundario, acompañando a los hermanos como perro faldero. Y hasta se atreve con pinitos filosóficos: “¿Vosotros os dais cuenta de que sois felices? Yo me doy cuenta de la felicidad estos días Cada minuto, cada segundo de estos días”.

     Yo también recordé, mientras leía arrastradamente las páginas de Laforet, mis veranos de niño, los juegos, tan sencillos que hoy me parecen una simpleza, donde la imaginación era el ingrediente especial que creaba escenarios inolvidables. Algo que todos llevamos juntado a nuestras raíces, que nunca se olvida.

     La gente –nosotros también- se conformaba con poco. Con la amistad, con la imaginación fértil, con la convivencia ente amigos que incitaba alguna riña, pero sin susceptibilidad, sabiendo amoldarse a los otros, y divertirse, y pasárselo bien. Algo que en los días de hoy, saturados de nuevas necesidades que nos creamos y financiamos, nos parece pobre, pero era lo que nos enriquecía. “Yo quiero vivir como todo el mundo Y no necesito nada para vivir. Un poco de pescado, unos tomates. No quiero más.”. Así de sencillo. Para mí, el mejor recado de este libro, que despierta evocaciones entrañables. No hace falta mucho para ser feliz; no depende de un amplio menú de variedades sofisticada, sino de profundidad interior.

(Español) Paloma Sánchez-Garnica: «Las Tres Heridas»

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Paloma Sánchez-Garnica : Las Tres Heridas. Planeta. Barcelona (2012). 640 págs.

     Las escritoras son, ante todo, mujeres. Y gozan del predicado femenino de conseguir hacer varias cosas al mismo tiempo, y hacerlas bien. Algo que a los hombres nos admira y atrae, quizá por nuestra imposibilidad casi metafísica de imitar esta habilidad. Y tal vez por eso, las historias que las escritoras nos cuentan en sus novelas, son la suma de relatos que, a modo de hilos diversos, se hilvanan en un único tejido.

     En esta obra, el tapiz es la guerra civil española, y los hilos que componen el tejido son la vida de varios personajes. Retales, más que hilos, porque la densidad que, como quien no quiere la cosa, se alcanza al describirlos, tiene –nunca mejor dicho- mucha tela. Y los motivos del lienzo están ahí en el título, y en la explicación que la autora coloca a modo de prefacio. “Las tres heridas”, el poema de Miguel Hernández, con que la escritora había tropezado, y se da cuenta que es exactamente eso lo que quiere contar.

Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida.
Con tres heridas viene: la de la vida, la del amor, la de la muerte.
Con tres heridas yo: la de la vida, la de la muerte, la del amor.

     Las heridas que provoca la guerra, y las cicatrices que la paz infecta. Una guerra donde nadie tiene razón, todos tienen motivos, y el desenlace no satisface ni a unos ni a otros. “Sabía que ambos tenías su parte de razón, y que la vulneración de sus férreos principios políticos se hacía cada vez más evidente, desmoronándose en cascada como un frágil castillo de naipes”. Y es que, a la hora de la verdad, es muy difícil vivir la consigna que como anota la autora, se leía en la puerta de la cárcel modelo de Madrid: “Odia al delito y compadece al delincuente”. Ambos lados contrincantes tenían su parte de razón, pero “la razón se pierde cuando las consecuencias son imperdonables”.

     Recordé una de las afirmaciones más precisas y felices con las que me he deparado en estos últimos años: los errores –sociales, antropológicos, filosóficos, políticos, teológicos- suelen ser respuestas equivocadas a problemas reales. Los problemas están ahí, clamando por una solución. Reconocerlos es el primer paso; estudiarlos después, con serenidad, para llegar a un acuerdo que pueda solventarlos. La vía rápida para despejaros suele desembocar en catástrofes.

     Primero la guerra, después la paz. Vencidos y vencedores, cada uno a lo suyo, sin querer acordarse de los problemas reales, de un lado y de otro. “Le sorprendía la deformación que la guerra provocaba en la forma de pensar, de juzgar el pasado, de mirar el presente o afrontar el futuro; por un lado, unos veían espectros y brujas por todas partes a los que echar la culpa de todos los males del mundo, incluidos los infligidos por ellos mismos, hallando siempre justificación a sus propias atrocidades; sin embargo, otros parecían sufrir de repente una ceguera con el único fin de evadirse del compromiso de la protesta, evitando así mezclarse en asuntos que, según ellos, no les afectaban, en definitiva para mirar hacia el otro lado a pesar de que , lo que esté sucediendo delante de sus narices, fuera la más grave de las injusticias”.

     Aunque el artesano de este magnífico tapiz en forma de novela sea un hombre, un escritor que rescata memorias, el protagonismo es por cuenta de las mujeres. Mujeres aristócratas que ven en los pobres un cáncer de la sociedad; otras que van al cementerio para llevar flores a la tumba del amante y pasearse después tranquilamente del brazo del marido. Y milicianas que no resisten a la tentación de echarse un poco de perfume y hasta colgarse pendientes para suavizar los monos de mecánico con que se visten, y las gorras cuarteleras. Y, también, las que llenas de buena voluntad, intentan atender a unos y otros, cuidar a quien se le pone por delante y sufren en medio de una guerra que no ha pedido permiso para inundar sus vidas. “Hubo víctimas inocentes en una guerra que no fue la suya, una guerra importuna, malvada, una guerra que provocó heridas profundas, en el amor al quebrarlo, en la muerte a destiempo, y en la vida desgarrada (..) Teresa no sabía qué era el fascismo, ni lo que pretendían en realidad los sublevados, su confusión era máxima, porque entre las izquierdas también había formas muy distintas, incluso contradictorias de ver el futuro y de cómo organizar las cosas”.

     Se me ocurrió ver por internet una entrevista que la autora concede con motivo de este libro. En un momento dado admite que escribir es un misterio, porque escribe como si estuviera leyendo, y los personajes van tomando forma, de modo imprevisto, como si fueran independientes de su pluma. Me vino a la memoria una de las anotaciones que hice mientras leía el libro, palabras dirigidas por un personaje secundario al escritor tejedor del lienzo. “Si los contadores no existieran, habría que inventarlos. Los que como usted, son capaces a pasarse horas pergeñando historias, bálsamos que curan y consuelan, realidades que existen únicamente en los entramados de su entendimiento, tienen la inapelable obligación de mantener una fe inquebrantable en los encantamientos, en los sortilegios, en esa magia que sólo existirá si se pone voluntad en ello. (…) Si no cree sus propias fantasías, si no acepta los espejismos que solamente usted es capaz de descubrir y vislumbrar, difícilmente podrá hacer creíbles sus historias. Los lectores que se acerquen a sus letras se sentirán defraudados y lo abandonarán, porque nadie en la ficción pretende encontrar la realidad, para eso ya tenemos la vida. Gracias a lo que nos proporciona ese universo mágico de la literatura, el mundo es más capaz de afrontar esa realidad y, lo que es más importante, es capaz de transformarla y hacerla mejor de lo que es”.

     Es un acertado colofón que anima a zambullirse en esta magnífica novela, y acompañar las fantasías de la escritora, proyectadas sobre un telón real –cruel y sangriento como fue la guerra- y descubrir los ingredientes del bálsamo del perdón que es capaz de curar las heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida.

(Español) Reyes Calderón: «El Último Paciente del Doctor Wilson»

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Reyes Calderón: “El Último Paciente del Doctor Wilson”. Planeta, Barcelona.2010. 484pgs

     El cansancio de final de curso me convenció que necesitaba algo para divertirme, sin pensar. Como la tenía a mano, y me había gustado la novela anterior que leí a principios de año, me zambullí en otra de las aventuras de la juez MacHor

     Evito leer muy seguidos libros del mismo autor, sobre todo si son novelas. En los libros de pensamiento ya sabes que el autor se repite: es un modo de perfilar sus ideas, de convencernos, de convencerse él mismo, de ver claro. Pero en el género de ficción se agradece la novedad. Como el escritor tiene su identidad, la reiteración es inevitable, no hay tabula rasa. La variedad viene en parte, de la imaginación del prosista, y en parte del olvido del lector. Con el tiempo se arrinconan detalles y meandros, lo que te permite saborearlo con paladar de novedad.

     La novela es un poco larga para mi gusto. No es una descripción linear, ni quiere serlo. Se demora en detalles, peculiaridades, algo que a las mujeres seduce, y a los hombres nos cansa cuando estamos ávidos por seguir el argumento. ¿Qué es lo siguiente, qué va a pasar? Y tropiezas con 4 páginas de descripciones. Como ya advertí anteriormente, sospecho que Lola MacHor es el alter ego de la autora; ahora me ocurre que en Jaime, marido de la juez, nos retrata a los hombres afanosos por conocer el desenredo de los hechos. ”Jaime suele ser duro en sus juicio. Mayormente piensa con la cabeza. Para él, el corazón es un órgano femenino, disoluto, voluble, débil, maleable. Yo no opino lo mismo. Estoy de acuerdo que se atona con cualquier fruslería; que imagina y cree lo que sueña; que puede llegar a ser sordo y ciego. Pero es mucho más profundo que la inteligencia. Llega hasta sitios que ella ni siquiera puede pergeñar. Y además, te enseña a ser humilde, porque te muestra a cada paso que eres falible, y hasta tonto”.
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(Español) Miguel Aranguren: «La hija del ministro»

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Miguel Aranguren: «La hija del ministro». La Esfera de los libros. Madrid, 2009. 502 pgs.

     Definitivamente, me gustan las novelas históricas. Es una manera de pasear por una época y evocar los acontecimientos –que también tienen un sinfín de interpretaciones. Y siempre de la mano de personajes que alternan lo real con lo ficticio; en los hechos, por supuesto en los diálogos, y en los propios personajes. La España de la guerra –hoy se dice la guerra civil española, porque tiene un sabor más global –se presenta, cada vez más, como atrayente escenario para situar los entremeses históricos, como el que nos brinda Miguel Aranguren. Parece como si nuestra generación -que creció escuchando de los abuelos el hambre que habían pasado en la guerra-, descubriese ahora las posibilidades narrativas de la época; no sólo del hambre, sino de las miserias y grandezas humanas, que el tiempo depura de tintes ideológicos, y decanta en historias de vida.

     El fin de la monarquía, la segunda república, y la guerra –y sus consecuencias- es el contexto donde arranca el relato que tiene por protagonista a una aristócrata –Elvira Paraná- hija de un funcionario de Alfonso XIII, que llega a ser ministro en el periodo final del reinado, durante el gobierno Berenguer.

     Una narración leve, que fluye con facilidad y engancha la atención. No dispensa la mirada realista al horror de la guerra, “una herida mortal que se contagia de alma en alma hasta derribar el último de los hombres”. Incluye trechos que resuenan como elegía poética, al describir la muerte de uno de los personajes: “Después de la refriega, al caer la noche, sus compañeros saldrán a rastrear el prado en busca de carne rota. Lo alzarán en vilo, los miembros rígidos, la expresión del vencido como mortaja, la ropa almidonada por la sangre……Quizá lo han envuelto en una bandera rojigualda y besan su frente con la devoción de quien se acerca a una reliquia. Los brazos de los soldados, cansados de la batalla, mellarán la corteza pedregosa hasta abrir un hondón en el monte, seno que acogerá al hijo caído en combate, héroe entre los héroes, hasta que se lo trague el tiempo y los hombres lo olviden junto al resto de los muertos de esta guerra, de todas las guerras”

     La guerra es siempre sangre, soledad, muerte. Aunque la mirada se tamice con cristales románticos a la Hemingway del “Por quién doblan las campanas”. Aun así, Aranguren proyecta ternura en los personajes –muy bien conseguidos- que tejen la saga de una familia singular. La guerra es cruel, pero no lo es todo; las gentes que las sufren no se agotan en los campos de batalla, ni en los odios fratricidas o partidarios. Hay más, mucho más: una vida por ser vivida, donde la estatura moral de las personas depende de las propias acciones, y no del comando de guerra. Virtudes, lealtad a la palabra dada, infidelidades, complejos, venganzas –las luchas con los demonios que cada uno lleva dentro- y el amor que rezuma buen humor de quien quita hierro a los odios, porque sabe perdonar.

     Mientras pasaba las páginas de la novela, se me ocurría pensar que los protagonistas son gente común, no actores de una guerra; figuras normales, de a pie. El hecho de que sean producto de la imaginación del autor–una verdad- no simplifica la cuestión. Antes de descartar lo que los personajes nos brindan –una vida que sabe estar por encima de los odios bélicos- habría que pensar si no representan una realidad que la historia no nos cuenta. Los horrores de la guerra nos llegan siempre, mientras que las virtudes de tantos permanecen ocultas. De acuerdo, son ficticios; pero son completamente verosímiles. ¿Por qué no habría gente así en esos momentos difíciles? Esa es la pregunta que aletea en esta entretenida novela que se le con gusto, deja buen sabor de boca, te hace pensar.

(Español) Pilar Urbano: “El Precio del Trono”

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Pilar Urbano: “El Precio del Trono”. Planeta. Barcelona. 2011. 1003 pgs.

     Casi no me atrevo a escribir un comentario sobre esta obra de periodismo investigativo de Pilar Urbano; me atrevo, pero con mucho respeto. Son más de mil páginas, incluyendo las referencias. Y aquí hay que incluirlas, porque la documentación es exhaustiva, enorme, casi fatigante. Ese es el primer reconocimiento de este estudio sobre la transición de poderes, desde la España de la Pos-Guerra hasta la Monarquía. Un trabajo digno de Hércules que, a la autora le ha llevado bastantes años para elaborar.

     La segunda nota que me atrevo a registrar es la sorpresa que me llevo con la habilidad política de Franco. Los que como yo crecimos en la España franquista, con división de opiniones en la propia familia –recuerdo que mi abuelo se llevaba el plato con la cena a la cocina, cuando salía Franco en la TV, sencillamente se negaba a escucharlo- alcanzábamos a entender la competencia militar del Generalísimo, pero no sus dones políticos, si es que tenía alguno. La autora coloca con ironía y con acierto el tema del relevo de poder: “En las monarquías, uno sabe quién pero no cuando; en las democracias, se sabe cuándo pero no quién; con Franco, no se sabía ni quién ni cuándo”.
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