Javier Marías: Berta Isla

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Javier Marías: Berta Isla. Titivillus. 2018. Epublibre. 482 págs.

Es la primera vez que me aventuro con una novela de Javier Marías. Tengo algunas paradas en la estante, en compás de espera, pero no acababa de decidirme. Las críticas que leí con ocasión de su muerte, lo apuntan como un autor muy traducido al extranjero, casi más leído fuera que dentro de su patria. Y con una prosa que mezcla ficción con realidad. Al final, después de cambiar alguna impresiones con quien ya ha leído mucho de su obra, me decidí por esta novela, una de sus últimas producciones.  

Berta, la protagonista nos cuenta su vida, o lo que consigue hilvanar de su vivir: “la verdad es que llevamos años viviendo a trozos”, afirma, y me recordó la frase de Teresa de Ávila, vivo sin vivir en mi….aunque por motivos muy diferentes.

Escribe Marías con prosa elegante, que parece de fácil confección, pero -lo sé por experiencia- que tiene la carga de lo mucho leído, pensado y escrito. Un escritor maduro que nos sitúa en la tesitura de la novela: “Berta Isla sabía que vivía parcialmente con un desconocido. Y alguien que tiene vedado dar explicaciones sobre meses enteros de su existencia se acaba sintiendo con licencia para no darlas sobre ningún aspecto”. Ese desconocido es Tom, su amor, su marido, de padre británico, que “cuando se expresaba en uno u otro idioma, no se le notaba el menor rastro de extranjería, en ambos sonaba como un nativo, y así jamás tuvo problema para ser aceptado en Madrid como uno más pese a su apellido, conocía todos los giros y jergas, y si quería podía ser tan malhablado como el muchacho peor hablado de la capital entera, excluyendo arrabales”.

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Gregorio Marañón: Amiel. Un estudio sobre la timidez.

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Gregorio Marañón: Amiel. Un estudio sobre la timidez. Colección Austral. Espasa Calpe Argentina 1944 Buenos Aires. 235p. (Epublibre. 240 págs)

Vuelvo sobre este libro que leí hace casi cincuenta años, cuando empezaba la facultad de medicina. Recuerdo perfectamente la ocasión. Fue una mañana, en el Consulado General de España en São Paulo, cuando bajando en el ascensor, tropecé con una persona con quien después hice amistad. Era el director cultural del Consulado, y observó que tenía entre mis manos el “Conde Duque de Olivares”, otra obra de Marañón. Comentó: “Un buen ensayo. Pero si vas a ser médico, tienes que leer Amiel”. Acepté el consejo y me hice con el libro, lo que en aquella época, finales de la década de 70, era un poco más penoso que ahora, que lo tienes a distancia de un clic.

Recuerdo que me impresionó, y llegué a hacer varias fichas, bajo títulos variados, que a veces utilicé en charlas, clases y conferencias. Pero, obviamente, en la época de juventud, me pasaron desadvertidas perspectivas que hoy, después de cuatro décadas de práctica profesional, brillan con otra luz.

Una de ellas, me la advirtió hace años, otro amigo, profesor de historia, que también conoce y admira a Marañón. “La vena histórica de D. Gregorio es la solución que encontró para en vez de hablar de sus propios pacientes -algo que la ética prohíbe- encarnar esos casos en personajes históricos”. A partir de esa conversación, empecé a encarar las biografías de Marañón, con ese doble sentido, que para mi resulta lógico, porque yo también acumulo muchas historias de mis pacientes. Y resulta que ahora -no en la primera lectura- sorprendo esta frase, casi al final del ensayo:  “En lugar de referirme,— como pauta, a mis propios enfermos —en lugar de hablar de “Don X , de tantos años, de tal ciudad, con tales antecedentes, síntomas y reacciones”— he preferido servirme de este ejemplo”.

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Azorín: “La Ruta del Quijote”.

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Azorín: “La Ruta del Quijote”. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. 2010. 50 págs.

Uno de los periódicos que ojeo, –“O Estado de São Paulo” – (porque hoy casi no se leen los periódicos, tan bajo es el prestigio de la prensa), publica los domingos artículos de Mario Vargas Llosa, naturalmente traducidos al portugués. Hace algunas semanas, me encuentro con un homenaje a Azorín, donde el premio nobel peruano dice que cuando tuvo que leer El Quijote en el colegio no entendió nada. Pero, años después, al tropezarse con “La Ruta del Quijote” finalmente captó los tejemanejes del caballero de la triste figura.

Lo que Vargas Llosa quiere destacar es la figura del escritor-periodista español, en tributo a los 150 años de su nacimiento. Y con él, a toda la generación que le acompañó, la del 98. Me quedé con el recado, y fui a buscar el libro de Azorín en la biblioteca virtual, fácil de encontrar. Y me lo leí, pausadamente, saboreando las poco más de 50 páginas de este viaje a la tierra donde, como en un sueño, se depara con los parajes y las personas que convivieron con el hidalgo. Es decir, un libro telúrico, donde manan de la tierra las figuras que -según Vargas Llosa- te hacen entender quién era D. Quijote de la Mancha.

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César Suárez: “Como cambiar tu vida con Sorolla”.

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César Suárez: “Como cambiar tu vida con Sorolla”. Penguin Random House. Lumen. Madrid. 2023. 259 págs.

Ya tenía presente que este año es el centenario de la muerte de Joaquin Sorolla. Pero lo que no me esperaba era este libro que, de repente, me llega a las manos a través de mis sobrinos, como un detalle -formidable- de mi hermana. Es sabido en mi familia, el gusto, casi el apego, que tengo por el pintor valenciano. Y siempre que paso por Madrid con amigos, o alumnos, me las arreglo para llevarlos a ver el museo en la calle Martínez Campos, que era la casa del pintor. Total: que en un viaje a París, por motivo de un congreso, coincido con dos de mis sobrinos que me entregan…..  “un regalito de Mamá”. Me ha faltado tiempo para leerlo, casi de un tirón, y anotar algunas ideas que hilvano a seguir.

No es una biografía, sino un relato escrito por un periodista;  tiene estilo ágil, va y vuelve, configura un buen semblante del pintor. Se comentan cosas que ya sabía, otras que desconocía, y muchas otras que imaginaba y ahora se confirman. Y la figura de este artista al que ya tenía aprecio, se agiganta con esta lectura amena, casi obligatoria en este año de su centenario.

Los capítulos son más temáticos que cronológicos. Se abre el telón con Sorolla joven, sobreviviendo a la Belle Époque, en su primera visita a París, donde toma contacto con pintores sugestivos (este modo de hacer es algo mío- dice), capitaliza inspiración, capta lo que puede funcionar para él, y lo que le es ajeno; va construyendo su identidad, lo que quiere ser, y lo que no quiere.

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Mariano Fazio. “Seis grandes Escritores Rusos”.

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Mariano Fazio. “Seis grandes Escritores Rusos”. Rialp. Madrid. 2016.  172 págs.

En principio, no me atrae la lectura de libros sobre escritores. Análisis detalladas -que es la lectura personal de quien escribe- sobre los escritores es casi un debate de eruditos especialistas, y yo prefiero tener mi propia lectura. Este libro es una excepción, quizá porque leyéndolo, entiendo que yo hago exactamente lo mismo con los comentarios que incluyo en este espacio: comparto mi propia lectura, con trechos de las obras comentadas, y las salpico con mis reflexiones personales. Además de verme reflejado en la presente obra, el interés es, sobre todo, por el conjunto que ofrece: el alma rusa, y su enorme peculiaridad.

Dicho esto, me permito copiar algunos párrafos de la introducción que es de lo más suculenta.  “La literatura rusa posee unas características propias: las historias suelen transcurrir en el vasto imperio del zar; predomina un análisis crítico de la situación social, política y económica; los autores suelen ser muy descriptivos tanto de los paisajes como de las costumbres de la ciudad y del campo; sobresalen los minuciosos análisis psicológicos de los personajes. Pero lo que les apasiona a todos ellos es la búsqueda del ser nacional. El tema común de todas estas obras es Rusia: su personalidad, su historia, sus costumbres, sus tradiciones, su esencia espiritual y su destino. De una manera extraordinaria, tal vez exclusiva, la energía artística del país estaba dedicada casi por entero al intento de aprehender el concepto de su nacionalidad. En ningún otro lugar del mundo el artista ha sufrido tanto la carga del liderazgo moral y de ser profeta nacional, ni tampoco ha sido más temido y perseguido por el Estado”.

Si es algo tan peculiar, tan “de lo suyo” ¿por qué la enorme trascendencia de esta literatura? Explica Fazio: “Por esto mismo son clásicos: profundamente rusos, se abren a lo universal. Viene bien recordar aquí lo que escribía Chesterton en un ensayo sobre Dickens: Tal como yo lo concibo, el escritor inmortal es comúnmente el que realiza algo universal bajo una forma particular. Quiero decir que presenta lo que puede interesar a todos los hombres bajo una forma característica de un solo hombre o de un solo país”

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Carlos Granés: Delirio Americano.

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Carlos Granés: Delirio Americano. Una historia cultural y política de América Latina. Penguim Random House Grupo Editorial,Barcelona 2022. 764 págs.

En una de las crónicas de Mario Vargas Llosa que publica regularmente un diario de São Paulo (naturalmente traducidas al portugués), tropecé con un elogio a Carlos Granés, uno de los mejores escritores latinoamericanos de la actualidad, en palabras del premio nobel peruano. El título – y la temática- me llamaron la atención, casi me sedujeron. Me lancé a leer el libro, y vi que los elogios de Vargas Llosa tienen fundamento, y también su intríngulis, porque el escritor colombiano habla, en los capítulos finales, bastante y bien de Vargas Llosa. En fin, dejando a un lado, las cortesías mutuas de ambos escritores, hay que reconocer que la obra de Granés tiene mucha enjundia.

Un trabajo enorme que quiere cubrir más de un siglo de lo que llama el delirio americano, nombre de lo más feliz. Como es un colombiano el que escribe, me siento confortable en intentar hilvanar algunos de sus pensamientos sin que me tachen de colonialista. Resumir no, pues es imposible; sólo animar a que la gente lea, y se haga una idea de este continente único que es Ibero América (suelo decir desde el Rio Grande hasta Patagonia, incluyendo el Caribe), y del sistema operacional -y mental- que los europeos pensamos conocer, pero somos bastante analfabetos en estos menesteres.

La introducción, antes del comienzo, arranca de José Martí, el poeta cubano y sus sueños: “ Detrás de Martí vendrían muchos otros poetas, visionarios y utopistas dispuestos a liberar al continente una y otra vez, eternamente, de los molinos de viento que lo atenazaban. Altruistas y desmesurados, quisieron arrastrar a América Latina a mejores puertos, a tierras alumbradas por sus fantasías y sus más extraordinarios, salvíficos y en ocasiones sangrientos delirios. Este fue el resultado”. Ahí queda eso, como aperitivo, y empieza el libro.

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Lorenzo Silva: “Castellano”.

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Lorenzo Silva: “Castellano”. Ed. Destino.  Barcelona, 2021. 368 págs.

Desde pequeño, cuando en el colegio estudiábamos Historia de España, la revuelta de los Comuneros que fueron derrotados en Villalar, para que la casa de Austria se instalase en el comando del imperio español, siempre tenía algo de turbio, no acababa de convencerme. Me preguntaba: ¿al final, porque unos rebeldes dan nombre a tres importantes calles de Madrid? Y, cuando años después pasaba por Juan Bravo, Padilla o Maldonado, la pregunta continuaba presente. Por eso, cuando tropecé con este libro, se juntaron  el hambre con las ganas de comer, y me zambullí en su lectura. Quizá me pasó algo análogo a lo que el escritor describe -la descubierta de su origen castellana- salvando, claro está, las distancias.

La sinopsis del libro, a modo de overture es de lo más preciso: “Esta novela es un viaje a aquel fracaso, nacido de un sueño de orgullo y libertad frente a la ambición y la codicia de gobernantes intrusos y, en paralelo, del descubrimiento tardío del autor, a raíz del extrañamiento y el rechazo ajeno, de su filiación castellana y del peso que esta ha tenido en su carácter y en su visión del mundo”.

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Jesús Sánchez Adalid El Alma de la Ciudad.

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Jesús Sánchez Adalid El Alma de la Ciudad. 2007. Editor digital: Titivillus. 547 págs.

La perspectiva de un viaje académico pasando por Extremadura, disparó las sugerencias de mis hermanos -todos ellos lectores empedernidos- y acabó llegando este libro a mis manos. Y junto con él, la recomendación -que atendí en su momento- de visitar la exposición sobre Las Edades del Hombre, que  este año tenía por marco la Catedral de Plasencia (cfr.  https://transitus2022.com/) Y de Plasencia, de su fundación, trata la obra de Sánchez Adalid, que me leí de un tirón, acabándola durante el vuelo que me llevaba hasta Madrid.

Ya conocía al autor, por otras obras suyas: La del Cristo de Medinaceli, y otra donde demuestra su gusto y su cultura en las novelas medievales. Se nota que es terreno donde se mueve como por su casa, y la presente obra lo confirma. Con la particularidad de que siendo un extremeño el que escribe, el tema le debe ser particularmente querido.

La fundación de Plasencia -que, como aprendí con detalle en la exposición de las edades del hombre- fue fundada por Alfonso VIII, a finales del siglo XII, es el marco de fondo de la narración del protagonista, Blasco Jiménez, a sus compañeros de peregrinación a Santiago de Compostela. Y en ese contexto peregrino, el autor sitúa la temática: “Los peregrinos suelen desahogarse abriendo sus almas a los compañeros que Dios les pone en la calzada; es alivio, catarsis, confesión y manifestación de esperanza. A fin de cuentas, en la vastedad del mundo, ¿volverán a encontrarse en la vida presente? Cada peregrino es un espíritu errante, anónimo, desnudo e indigente”

Las aventuras de Blasco, adolescente, y después hombre maduro, son el diapasón de la novela. Sus recuerdos de juventud: “Blasco —me aconsejaba—, tú haz como yo: mucha oración, disciplina corporal, ejercicio y buena alimentación. ¡Fortalécete, muchacho, que hay que dar batalla al moro! (…) Me encanta oírte decir eso, muchacho. Lo que yo preciso es gente como tú a mi lado. ¡Ánimos es lo que yo necesito, y no que me recuerden la edad!

Los moros, amenaza siempre presente, pues nos encontramos en tiempos de reconquista. Y los cristianos que no se ponen de acuerdo porque, como siempre, cada uno va a lo suyo, a sacar tajada para beneficio propio.  “Como había tregua con los moros, los monarcas cristianos se entretenían aireando sus antiguas desavenencias (…) aburridos guerreros que, sin moros a la vista por medio de la tregua vigente, orientaban su rabia hacia León, poniendo en el reino vecino la causa de todos sus males. Aquella boda celebrada en Guimarães, cerca de Braga, entre don Alfonso IX y la infanta doña Teresa enfurecía a Castilla. La nueva pareja, joven, gallarda y prolífica, había dado ya el fruto de tres hijos que alentaban todas las ilusiones de la alianza entre León y Portugal; un pacto sellado con demasiado veneno, según el sentir de los castellanos, que vislumbraban en la unión sólo el rencor hacia nuestro rey don Alfonso VIII”. Y el ambiente de la guerra, y todo lo que la rodea: “En la cola, a su paso, nos perseguía a distancia una innumerable fila de buscavidas, prostitutas, truhanes y mercachifles; gentes miserables que no sabían vivir sino en pos de los ejércitos”.

Blasco, cuando es un niño desvalido y pobre, es acogido por D. Bricio, personaje de inmensa estatura, física y espiritual. Un verdadero maestro, un clérigo que llegará a ser obispo de Plasencia (lo que también comprobé en la exposición). Y de este trato, consejos del D. Bricio, regateos y engaños de Blasco, que va medrando en la vida a la sombra de su protector, es el verdadero núcleo, el  meollo de la novela.  “Solía sucederme siempre que hablaba con él: sus largas explicaciones para la mínima cosa me exasperaban. ¡Qué necio e impulsivo era yo! No sabía aprovechar la gran sabiduría de mi maestro, cuyas palabras no tenían desperdicio”.

Y sigue un diálogo como botón de muestra:

-Todo el mundo sabe esas cosas, don Bricio. Vos sois demasiado bueno y se aprovechan.

—De vez en cuando hay que dejar que los otros se aprovechen de uno. Ésa es la equidad. ¿No has oído esa palabra? Algunas veces debemos fallar según la conciencia y no según la rigurosa justicia. Habrás de acostumbrarte a que en la vida las cosas pueden ponerse patas arriba en un instante. ¡No todo va a ser gloria! Siempre habrá un momento de contrariedad agazapado detrás de un hecho feliz. Pero no por eso debemos pagar con los demás odiando y revolviéndonos como un perro rabioso contra el primero que se ponga delante

El relato de Blasco a sus compañeros de camino, muchos años después, hace justicia a su maestro: “Don Bricio era un hombre cabal.  Estaba siempre en guardia frente a los bajos instintos de los hombres. Ya os conté cómo seguía la doctrina de san Agustín de Hipona. Él, como el sabio doctor obispo de Hipona, consideraba que la virtud es condición de felicidad, y la voluntad ordenada es condición para la virtud. Los pecados, egoísmo, soberbia, avaricia, lujuria… son los desórdenes que acaban trastocándolo todo. En fin, solía decir que los hombres y las sociedades temporales deben regirse por una voluntad ordenada y sujeta a norma. Dicho de otra manera: toda sociedad necesita la paz, y la paz es orden”.

Blasco confiesa sin pudor sus equivocaciones y desvíos:  “Éramos jóvenes y aquello regalaba nuestras vanidades. Era una ilusión que tenía su propio encanto. A lo bueno cuesta poco acostumbrarse (…)Nos guardábamos las distancias, pues nos hermanaban los pecados: ambos éramos lujuriosos; pero él acusaba a la vez una insaciable sed de oro; mientras que a mí me perdía el deseo de poder (…) Cada uno quería tener la razón y, en el fondo, todos la tenían. Mas ninguno era capaz de entender ni aceptar las razones del otro”.

Ya avanzada la novela, Blasco nos cuenta los intentos de justificarse ante D. Bricio de sus muchos desvaríos. “Un hombre no es sólo lo que tiene —repuse apesadumbrado—. Y nadie puede renunciar completamente a sus orígenes. Sufro porque no sé quién soy, porque no puedo evitar sentir un vacío muy grande por dentro. Es como si todo lo que ha sucedido últimamente me hubiera robado mi identidad, mi lugar en el mundo, y me viera arrastrado a vivir otra vida que no es la mía. No, nadie puede renunciar a sus orígenes, ni a sus creencias, ni a sus deberes, porque, entonces, posea lo que posea de nuevo, no sabrá quién es. Nadie puede matarse a sí mismo y pretender seguir viviendo… Y yo siento que he matado a Blasco Jiménez…”.

Y el maestro, siempre objetivo y directo, llamando las cosas por su nombre: “No trates de enredar las cosas —me dijo—. No lograrás sepultar tu propia responsabilidad bajo una montaña de incógnitas etéreas acerca del mal y el bien. Todas esas circunstancias están ahí, son inherentes a la vida misma y nada le quitan ni le ponen a la bondad o malicia de los actos humanos. Es, precisamente, en medio de la injusticia, la mentira y la división, donde ha de resplandecer la pureza de las intenciones. Y tú has sido ingrato y rebelde. ¿No son acaso eso males en sí mismos?. Has ido sucumbiendo a todas las trampas de este mundo; a los más lamentables engaños y seducciones del Maligno”.

Por eso Blasco concluye: “Ocultar a los jóvenes la verdad de las cosas y esconderlas a la realidad del mundo es un craso error, una tentación torpe que han padecido todas las generaciones. Siempre será preferible molestar con la verdad que complacer y preservar al alma envolviéndola en fantasías e hipócritas moralinas falsas y superficiales”

Conforme se avanza por las páginas,  el relato de Blasco transpira enseñanzas éticas, con relieve moral, casi catequético. No hay que olvidar que Sanchez Adalid, además de escritor es también un clérigo que ejerce. Y los recados que da, con elegancia y claridad, apoyan su afán de ayudar a la gente a mejorar: “Cuando amenaza una gran tribulación, se aproxima un gran beneficio. Detrás de la tormenta viene siempre la calma. Lo que sucede es que somos impacientes y queremos ver inmediatamente realizados nuestros deseos. Los hombres, a veces, nos afanamos en vanas contiendas, queriendo imponer nuestras propias razones. Después queremos machacar al que piensa de diferente manera, al que se opone a nuestros locos caprichos. En el fondo, la vida toda es como una torre de Babel en la que no logramos entendernos, vivir en paz, amarnos y hacernos felices unos a otros… ¡Qué lástima!” (…) Los infinitos rodeos del corazón humano son siempre consecuencia de un amor equivocado. Destruirán lo que con tanto esfuerzo hemos construido; el trabajo de nuestras vidas, nuestra civilización, nuestra fe, muestra manera propia de entender el mundo”

Y San Agustín, otro peregrino de la verdad en quien se espeja Blasco, tiene presencia marcada: “Hermanos, habéis de comprender que bien y mal, en el hombre, no son parcelas distantes, determinadas con precisión. Sino que bien y mal crecen juntos en el alma humana, como en las sociedades, como el trigo y la cizaña que verdean juntos en el campo creando confusión. El uno es generoso, regala grano y abundancia. Mas la otra es una planta dañina que sólo engendra esterilidad, ahogando las buenas intenciones de las fértiles espigas (…) Retornamos de nuevo a aquella dualidad maravillosamente expresada por Agustín. El contraste fundamental es de los dos amores, que nos introducen en las profundidades dramáticas del hombre; en forma de dos afectos estalla el conflicto, la confusión de sentimientos, la entrelazada sucesión de errores y verdades, trigo y cizaña. Los dos amores de la presente vida luchan en toda tentación, el amor del siglo y el amor de Dios, y el que de estos dos vence arrastra al amante con todo su peso. Porque no vamos a Dios con alas o con pies, sino con los afectos”.

Y no faltan los recados para los clérigos, sus pares: “El mal comportamiento de un solo clérigo hace más daño a la cristiandad que la vida disoluta de veinte príncipes. La gente se fija mucho en nosotros y debemos predicar con obras, más que con palabras (…) El estudio es luz. Es muy necesario instruirse. Hay para quien bastan las cuatro reglas; mas, en el estado eclesiástico, una buena formación lo es todo. Las armas son para otros. Nuestras armas son el estudio, la oración y la humildad. ¿Comprendes?”.

Varias veces, durante la lectura, me pregunté dónde estaba el tal alma de la ciudad que da nombre a la novela. Se encuentra en la entrelineas de la narrativa de Blasco: “Con el paso del tiempo he llegado a comprender que cada ciudad guarda su misterio, su vida propia, su existencia autónoma, particular. Las ciudades no son piedras puestas unas encima de otras para guarecer a la gente. No, no son sólo viviendas de hombres. Las ciudades tienen su auténtica alma, y su exclusivo destino. En su interior anida la vida misma y ellas toman el espíritu de sus moradores. Pero eso, como os digo, he llegado a comprenderlo con el paso del tiempo. Entonces, siendo yo tan joven, aún no me daba cuenta de tales cosas. Comprendí que el hombre suelto en el aire, sin raíces en la tierra, es alguien extraviado. La humanidad enraizada es la ciudad. Todo hombre necesita una ciudad para saber quién es en este mundo”.

Las raíces, el suelo donde agarrarse,  cuando las adversidades y dificultades de la vida nos cercan, y amenazan tragársenos. Algo que, frecuentemente, me viene a la cabeza cuando observo la juventud de hoy, tan comunicada, tan globalizada….y tan epidérmica, sin raíces, porque nadie les ha cuidado como D. Bricio hizo con Blasco. Las raíces que se alimentan, se cuidan, no impiden los descaminos, pero es lo que hace posible el regreso, cuando se cae en sí. De eso deja constancia el escritor cuando anota: “Comprendía Blasco, como hombre sabio, que el camino de retorno no es fácil; como tampoco había sido el de ida. Pero, cuando nos hemos dado cuenta de esto, somos capaces de entrar en nosotros mismos y vernos libres de las garras de todo lo que puede aprisionarnos; de la mentira, de la soledad infinita, del miedo que tanto nos empobrece, de la desesperanza.  Y de la mayor oscuridad, que es no ser capaz de ver más allá; esa triste falta de fe”.

Echar raíces, que son el alma de la ciudad; de las dos ciudades: de la de abajo y también la de arriba, por seguir con el pensamiento del obispo de Hipona. Y para eso, aprender con novelas amenas como esta, que nos hacen pensar y facilitan los caminos de vuelta. “En toda vida humana -escribe el autor-  hay una enseñanza. Y todo hombre guarda en sí el misterio de la humanidad entera, la cual duda, titubea, sufre y goza”. Aprender con las historias de los otros, que no es poca cosa.

Luis Suárez Fernández : « Isabel I, Reina”.

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Luis Suárez Fernández : « Isabel I, Reina”. Ed. Ariel. Barcelona,  2000, 660 págs.

La lectura de este libro tiene también su historia. Se me ocurrió preguntarle a un viejo amigo, historiador, humanista y escritor, si había visto la serie de TV sobre Isabel de Castilla. No la había visto, se lo apuntó y me mandó este libro que yo no había leído. Total, que salimos ganando los dos. No digo que fue casi como el lema de los Reyes Católicos -tanto monta, monta tanto- pero la serie y el libro, magnífico estudio, serio y profundo, se complementan a la perfección. O por lo menos, eso me pareció, aun no siendo un experto en la materia. Cuando vi los casi 40 episodios, me atreví a pensar que estaban rizando el rizo, dada la multitud de detalles enmarañados. Me equivoqué: el libro deja claro que se quedaron cortos en la producción televisiva, porque las variantes fueron tantas y tan numerosas, que no hacen sino engrandecer la vida de esta mujer y reina, que vivió 53 años, reinó 30,  y dejó un ejemplo singular. De hecho, la Reina de España, como otros historiadores la han denominado. Comentar la serie queda fuera de propósito. Me limito a anotar algunas de las muchas lecciones que me han quedado con la lectura, inolvidable, de este libro necesario.

Los prolegómenos como Infanta de Castilla, nos sitúan en el complejo escenario de los Trastámara y de los innumerables tejemanejes de la nobleza y del clero. El Marqués de Villena “que utilizó las circunstancias de intranquilidad derivadas de la ejecución de don Álvaro de Luna para precipitar y confundir las cosas; no debe extrañarnos, pues en todos los asuntos procedía de la misma manera, dejando puertas abiertas para anular aquello mismo que había hecho. Sutil y complejo plan, propio de la mentalidad embrollona de don Juan Pacheco. Probablemente nunca tuvo intención de cumplir los acuerdos; de hecho nunca lo hacía y así sucedió también ahora. Quintaesencia de lo que llamamos política, su meta estaba en la conquista y retención del poder”.

De otro lado aparece Gonzalo Chacón, “que le profesaría fidelidad a lo largo de una dilatada existencia. Las relaciones con ambos y con sus esposas desbordan los límites de lo que es oficioso. Chacón podía contarle experiencias de tiempos muy cercanos, los de don Álvaro de Luna, cuya viuda, Juana Pimentel vivía ahora en el palacio de los Mendoza, en Guadalajara. No cabe duda de que Isabel continuó muchas de las acciones que se incluyeran en el programa político de refuerzo del poderío real del famoso valido. Refuerzo de la Monarquía compatible con la consolidación de la nobleza”.

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Magda Szabó: “La Balada de Iza”

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Magda Szabó: “La Balada de Iza”. Mondadori. Barcelona, 2008. 288 págs. Mondadori. Barcelona, 2008. 288 págs.

En uno de nuestros encuentros mensuales -tertulias literarias- estaba previsto una obra de la escritora húngara. Como tenía tiempo por delante, y este otro libro de la misma autora a mano, decidí “calentar motores” con La Balada de Iza que leí en castellano, porque no lo había disponible en portugués, idioma donde me muevo habitualmente.

De nuevo, los húngaros y su prosa que diseca el alma, me golpearon a fondo. Lo mismo que me pasó con Sandor Márai, con quien también pretendí hacer un calentamiento con El legado de Ester, antes de Las Brasas….y llegué afectivamente agotado. Eso sí, en sintonía y con admiración profunda: por la narrativa existencial y vitalista, por la riqueza literaria, y por la figura de la empleada doméstica que, conforme aprendí de una señora húngara, es casi una tradición del imperio austrohúngaro. Se me ocurrió comentarlo con un amigo -erudito, graduado en Coímbra- y me dijo que en Portugal, se las denomina criadas, porque fueron criadas en la familia. Es decir, nada despectivo, sino todo lo contrario, muy familiar. Volveremos sobre las criadas en la siguiente obra de Magda Szabó.

Ahora la protagonista no es una criada, sino una médico, Iza, que da nombre al título. Es la que pivota este teatro familiar -profundo, desgarrador y también entrañable, porque llega hasta las vísceras- con cuatro personajes: Iza, la médica independiente; su madre, el padre que acaba de morir, y Antal, el marido que la médico abandona, pero que sintiéndose de la familia, cuida de los suegros.

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