Gregorio Marañón: Tiberio. Historia de un Resentimiento. Editor original: Mezki ePub base v2.0. 1991. 237 pgs. Editora: Espasa – Calpe Argentina. Ano: 1939. 315 páginas.
La relectura del libro clásico de Axel Munthe sobre la villa que se montó en Capri, y las historias de Tiberio -otro refugiado de la isla vecina a Nápoles- que se entrecruzan en la narrativa del médico sueco, fueron el empujón para leer este ensayo que estaba en mi lista de pendientes hace muchos años. Como lo tenía al alcance digital, no lo pensé dos veces y me zambullí en los pensamientos de Marañón, sabiendo que además de historia encontraría las análisis, siempre apasionantes, de la personalidad humana. Recordé los comentarios de un amigo historiador: decía que Marañón escribía sobre personajes históricos porque era la forma que tenia de plasmar lo que aprendía con sus propios pacientes sin faltar al secreto profesional. Un argumento que siempre me convenció. Aquí el protagonista es el emperador Tiberio, o mejor, la característica que cerca su personalidad según el médico español: el resentimiento. Ya en la introducción nos diseña los trazos del resentido: “El alma resentida, después de su primera inoculación, se sensibiliza ante las nuevas agresiones. Bastará ya, en adelante, para que la llama de su pasión se avive, no la contrariedad ponderable, sino una simple palabra o un vago gesto despectivo; quizá sólo una distracción de los demás. Todo, para él, alcanza el valor de una ofensa o la categoría de una injusticia. Es más: el resentido llega a experimentar la viciosa necesidad de estos motivos que alimentan su pasión; una suerte de sed masoquista le hace buscarlos o inventarlos si no los encuentra”. Es decir, resentimiento y susceptibilidad andan de la mano, y se retro alimentan. Siempre.
Julián Marías: Una vida Presente. Memorias. Páginas de Espuma. Madrid 2008. 922 págs.
Un amigo me había prestado el libro: “para que le des un vistazo”. ¿Un vistazo a más de 900 páginas? -pensaba siempre que tropezaba con el grueso tomo reposando en el estante. De repente, la pandemia nos secuestró de las actividades normales y me pareció que la foto de Julián Marías me guiñaba el ojo: ‘ahora o nunca’ quise interpretar. Y me lancé, poco a poco, a la lectura. Una corrida de fondo. Disfruté de lo lindo. Muchas historias, un aluvión de ideas, y notas que fui tomando -escogiendo, porque no se puede anotar todo lo que te llama la atención- a lo largo de varias semanas. Ahora paro para ordenarlas, y me da cierto vértigo el pensamiento exuberante, denso, del filósofo contando su vida. Ni me atrevo a salpicar de comentarios -aunque la tentación es grande- estas líneas. Quizá sólo hilvanarlas para que otros se animen a leer esta obra impactante. Pues la lectura es de por si una experiencia fenomenológica -cada uno con sus vivencias- por entrar em sintonía con el pensamiento de Marías.
¿Por qué escribir estas memorias enormes? El autor toma la palabra invocando a su maestro, Ortega: “Quisiéramos, agradecidos, devolver a la vida lo que ella nos ha dado, o le hemos arrancado; devolverlo después de meditarlo y aquilatarlo (…) La memoria es selectiva, se nutre del olvido, y este es mayor o menor, siempre cualitativo, es decir, impone una configuración determinada (…) La vida no es sólo lo que se ha hecho; es, y muy principalmente, lo que no se ha hecho pero se ha deseado, pretendido, intentado hacer y ser”.
Al inicio, como es lógico, aparece la familia: “Mi padre tenía principios morales solidísimo y nos lo comunicó, sin sermones, simplemente con la manera de hablar de ellos y, más aún, de vivir. Vivíamos con decoro, porque era el estilo de la familia, pero con suma estrechez. ….Imagínese lo que es encontrar amor desde el nacimiento. Significa, nada menos, la evidencia de que se existe”. Este “amor vital” me trajo a la memoria aquella biografía de Marías, Un filósofo enamorado,
Los estudios en el colegio y la vida cotidiana de la primera juventud: “No aprendíamos demasiadas cosas, pero aprendíamos muy bien. Ahora los niños van al colegio desde su nacimiento; yo empecé después de los ocho años y no me faltó tiempo (….) El Instituto era mixto, con chicos y chicas. No éramos muy civilizados, pero la presencia de las muchachas era un freno a la barbarie (…) Una muchacha hablaba con su novio -él en la calle, ella en un piso alto- con las manos; cada posición correspondía a una letra….me fascinaba esa manera de “pelar la pava” a distancia (…) Madrid, por aquellas fechas, a primera hora de la mañana, olía a pan caliente y a café tostado”.
Y, naturalmente, la Universidad a la que no ahorra elogios, y el despertar de su vocación: “Nuestra facultad era simplemente maravillosa, la mejor institución universitaria de la historia española, por lo menos después del Siglo de Oro, que está demasiado lejos. Enseñaban a la vez, Ortega, Morente, Zubiri, Gaos, Besteiro, Menéndez Pidal, Gómez Moreno, Obermaier, Ibarra, Ballesteros, Pío Zabala, Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Asín Palacios, González Palencia, Pedro Salinas, Ovejero, Enrique Lafuente Ferrari, Montesinos, Lapesa….. ¿Se podría renunciar a esto, a lo que probablemente era la mejor Facultad de Europa? (….) Esta facultad era, ni más ni menos, vida intelectual, subrayando tanto el sustantivo como el adjetivo. Me descubrió mi vocación profunda, por todo aquello junto -descubrí la honda conexión, hoy tan desconocida, de todas las disciplinas de humanidades- con un centro organizador en la filosofía, desde lo cual había de mirarlo todo, que había de constituir, en una dimensión decisiva, el argumento de mi vida”.
También la universidad de verano: “La Universidad de Santander (de 1933-36) es un poro luminoso por donde España asoma al mundo. Y asoma para verlo, ciertamente….Pero al asomarse, queda erguida y se la ve desde el mundo em esa actitud tensa del mirar”. Y el gusto enorme -compulsivo, adictivo- por los libros donde consumía sus mermados ahorros: “Nada da más idea de lo que es el estado de la cultura en un país y em una época determinada como las librerías de lance, dato que los historiadores y eruditos suelen desconocer”.
“Si se quiere entender algo, lo más urgente es restablecer las proporciones reales”. Con esta tesitura, Marías introduce sus muchísimos recuerdos y vivencias de un periodo crítico de la historia española: República y Guerra Civil, de la que nos ofrece un resumen magnífico: “No es fácil medir cuánto daño a la República -a España, en definitiva- la explosión de vulgaridad y falta de cortesía del día 15 de Abril de 1931 (…) La corrupción de la lengua es uno de los factores más eficaces de corrupción social. Pronto el calificativo ‘fascista’ se fue extendiendo, y se aplicó a los moderados de cualquier tipo, a los republicanos, siempre que no profesasen opiniones extremadas; poco después vino a ser el equivalente de ‘no marxista’. Desde el otro lado, se generalizó el nombre ‘rojo’, que igualmente se fue extendiendo hasta cubrir todo lo que no era ‘fascista’ o extremamente conservador. El resultado múltiple era: acentuar la oposición; eliminar en el vocabulario político lo que no era ni una cosa ni otra, que era la mayoría; introducir un lenguaje peyorativo, que suscitaba la hostilidad y cortaba los puentes para el arreglo y la convivencia (…) Fue la sublevación la que destruyó el Estado, y al no triunfar abrió el camino para las innumerables muertes. No se me escapaba la dimensión de error, aparte de toda consideración moral, que tuvo el alzamiento, de fracaso. Y otro tanto podría decirse de las reacciones de los gobiernos republicanos. La prolongación de ambos fracasos, sin rectificación ni arrepentimiento, eso fue la Guerra Civil”
Se dice ajeno a la política, pero no a la aguda observación del deterioro de la sociedad: “A pesar de mis pocos años, esta politización me producía viva repugnancia, fuese cual fuese el partido, y nunca caí en ella, ni de lejos (…) Padecían una locura biográfica, social, histórica. Y esta locura es terriblemente contagiosa, sobre todo cuando cuenta con el medio difusor de la propaganda (…) Subió al tranvía una mujer espléndida, de gran belleza y atractivo. Me quedé mirándola con complacencia. El conductor la miro con odio inconfundible. Pensé: ‘Cuando Marx puede más que las hormonas, no hay nada que hacer’. Aquel hombre no había visto una mujer estupenda, atractiva, deseable. Había visto una enemiga. Lo más grave era la abstracción, la substitución de la realidad concretísima por un esquema, un rótulo, una clasificación. Y esa actitud de daba, de manera creciente, a ambos lados”
Habla con sinceridad de los personajes del drama, y tributa homenaje a Julián Besteiro que se quedó hasta el final, como un caballero, sin buscar salidas menos honradas, sabiendo perder la guerra. Y de Azaña: “inteligente, pero le faltaba la forma suprema de inteligencia, que consiste en la apertura a la realidad. Por eso, la verdadera inteligencia requiere holgura , cierto grado de inocencia, de humildad, para aceptar la realidad tal como es”. Y, como innumerables veces a lo largo de las memorias, cita a su maestro: “Ortega decía treinta años después que Primo de Rivera se había hecho dictador para escribir en los periódicos”.
Las memorias se centran después en el esfuerzo por colaborar para la paz, ya acabada la guerra. Una frase contundente inaugura estos relatos: “Los justamente vencidos, los injustamente vencedores”. Y continúa: “El azar es recibido, asimilado por cada uno a su manera, y con él se va haciendo la vida propia. Lo decisivo es, siempre, cómo se toma lo que nos pasa. He tenido clara conciencia de que mi vida puede ser muy poca cosa, acaso sin gran interés, pero que tiene que ser mía: gestos, palabras, opiniones, ideas. Si no, las cosas no valen la pena (…) Escribí un artículo titulado: el papel de los republicano en la Paz, porque creía que había que intentarlo, tratar de aportar a España lo que se poseía, incluso la experiencia de la derrota.”. Ortega, fuera de España, no contestaba sus cartas para no comprometerlo. Finalmente, em Mayo de 1939, acabada la guerra, le llega la primera respuesta: “Ahora hay que reconquistar la serenidad , la gran serenidad española que azoraba tanto a los demás europeos en el siglo XVI. El gesto clásico de España fue un gesto de serenidad que llamaban los extraños la ‘gravedad española’. Sobre ese fondo como sobre una tierra firme hay que reedificar España y cada cual levantar de nuevo su vida”
El itinerario de la memoria se adentra en la actividad como escritor: “Desde muy joven; han ido de la mente a la imprenta pasado por la máquina de escribir. Creo que el hacer ‘borradores’ atenúa la responsabilidad y lleva a escribir de un modo ‘penúltimo’, provisional, sin rigor. Cuando se piensa que, en principio, aquello va a imprimirse, se escribe em serio lo mejor posible. Claro que se puede rectificar, pero no se cuenta con ello”. Y de las iniciativas académicas que se fueron organizando, como el Instituto de Humanidades del que decía Ortega : “Lo organizamos Marías y yo, porque somos dos insensatos que no tenemos nada que perder”. O de la “tertulia de la Revista de Occidente, donde se decían cosas verdaderamente interesantes, con esa generosidad tan española que ha dado lo mejor y más original en la tertulia, quizá en el café, sin guardarlo avaramente para una revista o un libro”
La filosofía , para Marías, es como “la visión responsable y todo lo que lleva consigo…Me parecía el estado de alerta, algo que se vive creadoramente, como el lenguaje, no se aplica como un código….La lengua está ahí, y cada uno la usa de manera libre y creadora, con una selección de las palabras, los matices prosódicos, los giros (…) La transmisión de una filosofía es siempre un contagio (…) Si me preguntaran hoy cuál es la dolencia más grave de la vida intelectual em nuestro tiempo, después de pensarlo mucho diría que el haber ido dejando de ser vida. Cada vez se entiende más como trabajo. (..) Claro que el trabajo es algo extraordinariamente importante, condición para casi todo, y la vida intelectual requiere una buena cantidad de él; pero no consiste en él. Añádase que el elemento de ‘comunicación’ ha venido a ser decisivo en este siglo, Los intelectuales pretende comunicar, me parece bien; pero ¿comunicar qué? El resultado es que se trabaja para comunicar, y así pertenecer a lo que se llama comunidad académica internacional”.
Muchas páginas de las memorias son dedicadas a los innumerables viajes que hizo, por motivos académicos, atendiendo a continuas invitaciones. “El conocimiento de América tuvo para mí un efecto inesperado y de gran alcance. América mostraba lo que España había sido, lo que seguía siendo al otro lado del Atlántico. Fuese lo que fuese la situación em que vivíamos, España era mucho más. No era el conocimiento libresco de la historia….era la percepción de la España pretérita em sus consecuencias reales”. Y critica la visión miope de muchos europeos: “Mi conocimiento de Estados Unidos y de Hispanoamérica no me permitía caer em esta forma estrecha de europeísmo. La condición transeuropea de España, si se daba uno cuenta de ella y se le era fiel, liberaba de esa forma de provincianismo (…) Em Estados Unidos me di cuenta de que la vegetación era allí el equivalente sentimental de las piedras viejas en la ciudades europeas, remedios contra la desolación”.
No falta aquí una consideración conocida del filósofo sobre América: “Últimamente, las instituciones oficiales españolas prefieren (a Iberoamérica, el término apropiado), o quizá imponen, el de Latinoamérica, inexacto e inadecuado. Y nunca he comprendido como ese nombre tiene aceptación en los países americanos, porque además de ser sumamente impropio -ni allí se habla latín, sino español y portugués, ni se pude decir que sus habitantes sean de raza latina-, fue acuñado y lanzado en tiempos de Napoleón III para justificar que Francia interviniese en México, para afirmar al emperador Maximiliano”.
Se incluyen, naturalmente, los viajes por España, para conocer los entresijos lo que le libró “de tener una idea abstracta, tan frecuente entre los políticos, muchos de los cuales saben muy poco del país que intentar gobernar – o gobiernan de hecho- , al cual se refieren con unos cuantos datos estadístico o unos pocos reportajes, que juzgan con algunas ideas pensadas hace un siglo o dos, en otros países, o con unas pocas cifras de aritmética electoral (…) Creo que el mundo hispánico es algo demasiado importante para estar sujeto a los vaivenes de la política, que debe reflejar la realidad de los países más que sus gobiernos, y que cuenta con el símbolo y la clave histórica que es el Rey de España, sucesor de los que reinaron durante siglos em todo ese mundo”.
También Portugal es mencionado: “ Siempre me produce placer y emoción asomarse a Portugal; una emoción “tornasolada” como decía Ortega, al verlo tan cercano, tan semejante, y sin embargo con una lejanía que nunca se ha podido superar del todo”. Y concluye: “Sin memoria no es posible la proyección, y sin memoria colectiva los pueblos son eternamente primitivos y manejables por cualquiera (….) Como decía Ortega: provinciano es el que cree que su provincia es el mundo y su pueblo una galaxia”
Y después de viajar, reflexionar para asimilar: “Después de los viajes e vivencias….Falta una operación silenciosa: dejar sedimentarse las experiencias, permitir que formaran parte de mi realidad”. Y critica la visión ‘hermética’ de algunos sociólogos: “Temo que los cultivadores actuales de esta disciplina olvidan demasiado esta enseñanza: creen más nen sondeos y estadísticas que en andar por la calles, viajar, entrar em una tienda o una iglesia, preguntar una dirección , mirar como juegan los niños, fijarse em cómo son las casas hablar con un hombre o, todavía más, con una mujer”. Recordé lo que cuentan de Ortega al recomendar a uno que le venía con dudas: lo que usted tiene que hacer es leer menos, y viajar más. Dice Marías en otro momento, comparando el viajar de hoy con los viajes innumerables de los siglos XVI y XVII con pocas posibilidades, con vida mucho más cortas: “En los viajes las facilidades y recursos técnicos y económicos no son lo decisivo, hay que pensar primera en los deseos, la curiosidad, el espirito de aventura, la ordenación de ese ‘presupuesto’ que no consiste em la riqueza sino en el tiempo, sustancia de la vida”
Otro punto fuerte: el valor de la amistad. “La amistad es posible aun con enormes distancias, cuando no se olvida que se trata de persona (..) Es muy raro que rompa con mis amigos; ni siquiera que los olvide; a veces los hay que me producen algún malestar o descontento, quizá una decepción, pero me resisto a darlos de baja, y espero”. La gratitud también, como cuando escribe una carta de agradecimiento a la compañía de aviación subrayando: “pensé que casi todo el mundo se queja cuando algo funciona mal, pero no agradece cuando pasa estrictamente lo contrario”. Y la honradez intelectual:
“Ortega nos dijo un día: siempre que vean ustedes algo absurdo (platos de ternera sin ternera, cuchillos sin hoja ni mango) busquen bien y encontrarán algún intelectual resentido”.
Nota de destaque continua es la admiración enorme por su mujer, Lolita, que muere cuando todavía le queda más de un cuarto de siglo de vida: “Lolita no colaboró en mis libros ni artículos, como es frecuente en matrimonios intelectuales bien avenidos. En lo que colaboraba era en mi vida, y por tanto, en mi pensamiento….Podemos decir que colaboraba conmigo antes de escribir; cuando empezaba a hacerlo, lo hacía enteramente solo. No tenía parte en mis libros; la tenía, decisiva, en el autor; no em que los escribiera, sí en que pudiera escribirlos”. Hasta la suegra, que admiraba, tiene destaque en las memorias: “No quiso perturbar, ni molestar a nadie, ni que se ocuparan demasiado de ello. En paz con Dios, con la convicción, creo que ni siquiera formulada, de haber hecho durante la vida lo que había que hacer, silenciosamente dejó esta vida, con la esperanza de pasar a otra en la que siempre había creído sin plantearse problemas”.
Un trabajador incansable, que da la sensación de haber leído mucho, de todo, sabiendo hacer acopio: “Cuando no se duerme mucho y no se hace vida de sociedad, los días tienen bastantes horas”. Y que escribe porque lo siente como necesidad vital: “Se piensa en el efecto que los libros producen sobre los que los leen; he meditado muchas veces en el efecto que ejercen sobre los que los escriben, sobre sus autores, que sin duda quedan modificados por ellos, si son libros personales, nacidos del fondo mismo, no desde fuera (…) Los libros que realmente cuentan para su autor se escriben de dentro a fuera, es decir, desde su intimidad”.
Y es que la intimidad es otro de los temas preferidos del filósofo: “Sin intimidad no hay vida propiamente humana. Por supuesto, no hay creación intelectual o artística. Uno de los peligros que la acechan en nuestro tiempo es que el que se dedica a ella suele andar perdido entre los recursos que se consideran necesarios, disperso entre cosas, aparatos, noticias, datos, con escasa probabilidad de entrar em sí mismo, convivir em la intimidad con los problemas o las incitaciones, dejas que se sedimenten pueda nacer algo personal. (…) El predominio de la intimidad afecta a como las cosas son vividas, pero no aísla de ellas, más bien al contrario: esa intimidad se vuelca sobre los demás -cosas y sobre todo personas-, y con ello hace la vida propia, a la cual le acontece tener una esencial dimensión de intimidad. Tan esencial, que si es muy escasa el hombre resbala sobre casi todo lo que le es ajeno, y por supuesto no lo hace propio”
Los recuerdos se agolpan a propósito de libro sobre Ortega (Circunstancias y Vocación) : “Desde que se inició la discordia en España se había tratado de eliminar a Ortega. (…) Desde la guerra civil era un estorbo, el gran aguafiestas de los dos bandos. Había producido irritación que no estuviera con ninguno, quizá todavía más que estuviera, de manera extraña, con los dos y a pesar de ellos, quiero decir con España en su totalidad, contra la discordia que los disminuía y destruía”.
“Ortega decía que todas las buenas metafísicas son metafísicas de bolsillo. Y cuando estaba em Buenos Aires, al caer la tarde, pensaba siempre en Kant. Al fin cayó en la cuente: voceaban los periódicos ¡Crítica! ¡La Razón! y esto inevitablemente evocaba a Kant. A mí me pasa algo parecido: pienso en Thomas Mann, y el motivo es que la gasolina se llama en Argentina nafta, lo que me recuerda a Naphta y Settembrini, los personajes de La Montaña Mágica”. En otro momento, un recuerdo entrañable donde figura también Gregorio Marañón, amigo de ambos: “Ortega estaba muy enfermo en Paris. El cirujano francés le preguntó a Marañón: ¿Voy a hacer una operación o una autopsia?. Marañón le contestó: Es celtíbero, opere usted. Después se quedó perfectamente, incluso con mejor color que antes”.
La reconstrucción democrática de España, la vuelta de la Monarquía es otro apartado amplio de las memorias. Marías fue designado senador por decisión del Rey. “La Monarquía era la única manera de la que se podría esperar una superación de la Guerra Civil y sus larguísimas consecuencias. Podría ser una nueva legitimidad, renovada con el consenso nacional, que daría vitalidad a la legitimidad de tantos siglos de historia. ¿Y don Juan? Cuando Marías se lo preguntó directamente al Conde de Barcelona a quien apreciaba y trataba, recibió esta respuesta “No voy a ser un rey carlista”.
Deseo de colaborar por sentir el deber con España porque, como decía Danton “no puede uno llevar a la patria em la suela de los zapatos”. Comenta la importancia de los exilados que retornaban, y “que fueron importantes para rectificar la noción difundida por el mundo, según la cual, en España no había más que curas y militares”. La vida como historia, tema recurrente con sabor Orteguiano: “Creo que la ignorancia histórica es la causa de un incalculable número de errores y de la mayor parte de los abatimientos y desánimos; por eso la fomentan los que quieren desmoralizar a los pueblos y dejarlos indefensos y manejables. Lo que me preocupaba era la destrucción de las posibilidades, la obturación del futuro”.
Vida que se hace historia, y un motor imprescindible: la ilusión: “Cuando la vida se convierte en pura angustia, cuando se cierra el horizonte, cuando cada día no promete nada, lo único que le permite seguir y fluir es el deber; pero eso no basta para que la vida tenga algún sentido, por doloroso que sea, y resulte vividera, condición de que tenga alguna fecundidad. Hace falta que vuelva a funcionar la expectativa, que se pueda hacer el balance de cada día desde el punto de vista de aquello que constituye el más auténtico motor de la vida humana: la ilusión”.
Finalizo esta relación que se me antoja ahora deshilvanada por ser tantos los hilos, destacando la integridad de carácter de Julián Marías, su compromiso vocacional, su fidelidad a la trayectoria que entendía debía seguir: “ El hombre elige durante toda la vida -no ha enseñado otra cosa Ortega- pero hay que preguntarse qué. No lo que soy, ciertamente, sino quien voy a ser. El hombre no elige su circunstancia, con la cual se encuentra, ni tampoco su vocación, que lo llama; elige seguirla o no, pero la vocación misma no: no le es impuesta, pero le es propuesta”. Por este mismo motivo decía que la pregunta a ser colocada delante del público que iba a sus clases y conferencias no era ¿qué va a pasar?, sino ¿ qué vamos a hacer? Un saludable inconformismo que, al visitar Israel le lleva a anotar: “Yo creo que la fuerza del pueblo judío radica en su capacidad de desconsuelo, al contrario de lo que vemos en que casi todas las personas son capaces de consolarse de todo”.
Una integridad que delante de los descalabros que se contemplan a diario le lleva a escribir: “Pensé qué estaba ocurriendo en el mundo, qué extraña mezcla de estupidez y beatería estaba difundiendo la convicción de que se puede hacer cualquier cosa, que la imposición de toda norma es ‘represión’, que los ‘derechos’ son primaria o exclusivamente de los delincuentes. Pequeños grupos de malvados, eficazmente secundados por otros algo mayores de imbéciles, o una combinación de ambas cosas, están llevando hacia atrás al mundo, ante la pasividad de la mayoría, que no se atreve a discrepar, a llamar a las cosas por su nombre”.
Un hombre que supo también ser un interlocutor impar con todos, mirándose cara a cara. “No he consentido nunca em dar una conferencia -por ejemplo, en un teatro- con las luces de las sala apagadas, sin ver las caras”. Y eso que lo que tenía siempre en mente era cumplir su deber, ser fiel a su misión, y no lo que otros podrían pensar de él. Como le dijo alguien en cierta ocasión: “su fuerza consiste en que no le interesa la popularidad”. Las palabras del filósofo sirven de punto final para esta relación deshilachada, con un recado importante que nos sirve a todos: “Sería menester saber más cosas; pero sobre todo pensar: es la única forma de digerir lo que la vida nos da”. Reflexionar es la enzima que ayuda a digerir las vivencias. Es lo que nos enriquece, nos hace crecer, nos torna sabios.
Marcos Ordóñez. Una cierta edad . Anagrama. Barcelona (2019). 332 págs.
Cuando cayó en mis manos -es decir, en el correo del ordenador- una sinopsis de este libro, anoté al lado de las referencias: parece ser un libro encantador, con toneladas de cultura, y el aplomo de la visión de la tal cierta edad. Algunos meses después, me lo compré al pasar por Madrid, en una de esas entradas arriesgadas en la Casa del Libro. Arriesgadas, porque ya sabes de antemano que saldrás con más libros de los que te propones al cruzar el umbral de entrada.
Confeccionar un diario no es tarea fácil. Hay que encontrar el tiempo, incluirlo en la rutina, como un marcapaso vital. Tomar notas al alimón, sin pretensión de carta de navegación diaria, también exige vencer la pereza, y apuntar lo que quizá en el momento parece carecer de importancia, pero uno sabe que vendrá a tenerla después. Ya nos los advierte el autor en algún momento: “No te plantees subir una montaña de golpe. No pienses en formas. No pienses em “novela” o “cuento”. Ten siempre a mano el carnet de notas. Apunta. Destellos, frases sueltas. No le busques sentido. Ni destino. No todavía. Te parecerá que la mitad ( o más de la mitad) de esas notas son inútiles. Pero no lo son, ya lo verás. Yo me suelo repetirme todo eso ( y más cosas) cada vez que me encuentro como tú. Ahora mismo, sin ir más lejos. Que la fuerza nos acompañe”.
Almudena Grandes. “Los pacientes del doctor García”. Tusquets. Barcelona. 2017. 732 pgs.
No soy muy amigo de best-sellers y de libros de moda; tengo una cierta prevención. El que se venda mucho, no me parece garantía de calidad; nunca lo ha sido, y menos hoy que se vende …..de todo, y para todos los gustos. Por algún motivo que no recuerdo, quizá una ocasión o un combo de vendas, coloqué en la bolsa este libro que estaba entre los destaques, antes de pasar por caja en la Casa del Libro. Lo abro algunos meses después, cuando llega el momento. Porque los libros, como decía Borges, tienen sus momentos, que mucho dependen de los momentos del lector. Como ficción policiaca está bien, te engancha, y lo sigues como seguirías una película de acción, donde para mayor inri el protagonista parece ser un médico.
..Quizá fue este el factor decisivo para colocarlo en la bolsa de compras.
Las descripciones médicas están muy bien relatadas, se palpa el asunto, la medicina de la trinchera, nunca mejor dicho, durante la guerra civil. “Un médico que a mí solía recetarme paciencia y a ellos tranquilidad”. O al atender un herido, cuando el Dr. García no encuentra “la forma de frenar una hemorragia de gratitud”. La descripción de una enfermedad neurológica que empeora con la ansiedad: “Sabía que las hormigas (el hormigueo en el brazo, las parestesias que decimos los médicos) no le visitarían de madrugada porque tenía un proyecto, un plan, una misión a cumplir. La guerra le producía el mismo efecto. En plena ofensiva comiendo poco y de pie, viviendo a la intemperie, se olvidaba de todo, de sus padres, de sus hermanos….Por eso la paz le sentaba tan mal”. Y el realismo de quien carece de recursos: “La falta de suministros que padecíamos desde hacía meses me había convertido en un experto torturador. No contaba con otra anestesia que el dolor que pudiera procurar a mis pacientes.”
Archivado en (Sem categoria) por Pablo González Blasco en 05-08-2019
El pasado día 24 de Julio, la Orden de los Ministros de los Enfermos, los Camilos, perdían su Superior General en ejercicio. La Bioética perdía una de las figuras destacadas de los últimos años. Yo perdía un gran amigo. Una amistad de casi 40 años, que arranca a principios de los años 80, cuando el Padre Leo Pessini iniciaba su ministerio como capellán del Hospital de las Clínicas de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo. Él sacerdote recién ordenado, yo médico que acababa de terminar la graduación.
Nos encontrábamos con frecuencia por los pasillos del Hospital, en la Capilla -con la pinturas de Fulvio Pennacchi, pintor famoso a quien no conocía, y que después fue mi paciente hasta los últimos momentos de su vida. Y, naturalmente, coincidíamos al lado de la cama de los enfermos. Los compañeros de promoción recuerdan como pedíamos su apoyo para llevar la Unción de los enfermos, a lo que siempre atendía solícito. Era un “pedido de consulta” especial que se hizo frecuente y cuajó en historias inolvidables. Aquel enfermo que mejoró muchísimo después de la Unción y que alguno de corte más positivista preguntó si no se le podía administrar diariamente…..O aquel otro que por la noche le pidió a la enfermera que llamase al capellán, lo que la buena señora extrañó: “Pero si usted dice que no es creyente, ¿como me pide esto?”. Y el médico: “Que yo sea ateo no tiene nada que ver con el enfermo; por favor, llame usted al capellán”.
José Jiménez Lozano: Los cuadernos de Rembrandt . Pre-Textos. Valencia (2010). 233 págs.
Adquirí este libro hace mucho tiempo, más de una década, quizá cuando perdí a mi hermano Pedro, que era un promotor de Jiménez Lozano. “Ya has visto que le han dado el premio Cervantes” -me dijo en aquellos años. Ahora, por razones que no sabemos explicar, el libro me hace un guiño y lo retiro del estante. Cada libro tiene su momento, su tiempo vital. Y de nada sirve buscarle explicaciones al asunto; yo, por lo menos, las dispenso.
Me gusta el estilo de Jiménez Lozano. Directo, claro, clásico y coloquial al mismo tiempo. Y provocador, te hace pensar: “Somos así: los que son ilustres y los que no lo somos. El ‘yo’ nos pierde siempre. Por algo decía Pascal que es odioso” (…) La “cultura general” -esa “cultura media que tanto horrorizaba a Goethe, como el peor de los males- está compuesta de una gran ignorancia general básica, más el cúmulo de todos los desechos de los estereotipos de lo más vulgar y necio de las politiquerías y de los que se llama ‘ciencia para el pueblo’ dese hace doscientos años para acá….”.
Temas multivariados, en amplio espectro, donde se nota que ha leído mucho, que lo tiene bien pensado y rumiado, en fin, que es cultura cuajada e incorporada. Mientras paseo por las páginas de estos Cuadernos de Rembrandt -que deben su nombre a una pintura en la capa del tal cuaderno, no a otra cosa- se me ocurre que el escritor abulense lo que hace son anotaciones que apunta al alimón. Algo que hoy llamaríamos BLOG, pero en papel. Y hace de sus notas un saber que es cultura, es decir, conocimiento transitivo, para ceder a los que se aventuran a leerlo. No erudición -que es el saber que se uno se guarda para engordar el tal yo, en vez de colocarlo a disposición de los otros. Esa es la gran diferencia: el erudito tiene un conocimiento egocéntrico, el hombre culto es un educador.Read More
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Aunque el idioma oficial del XXIII Congreso SOBRAMFA es el Portugués, habrá una sesión internacional de comunicaciones orales donde se podrán presentar trabajos em el Idioma Español.
Temas sugeridos para los trabajos:
Cuidados Paliativos
Bioética
Trabajo en Equipo
Temas clínicos
Cuidando del paciente crónico y de la familia
Humanización de la Medicina
Humanidades en Medicina: Literatura, música, cine.
Empatía
Medicina basada en Narrativas.
Temas de docencia: como mejorar la relación con los estudiantes, para con los pacientes y familias.
Si tenéis estudiantes, residentes o profesores jóvenes interesados, es posible organizar un “combo académico”, con nuestro Programa de Rotaciones Internacionales.
Juan Manuel de Prada: “El Castillo de Diamante”. Espasa Libros. Barcelona. 2015. 455 págs.
La pluma elegante de Juan Manuel de Prada nos transporta, con esta novela histórica, hasta el Siglo de Oro. Siglo de poetas y dramaturgos, de místicos y de bellacos, mezcla de genios y figuras. Describe con buena prosa, castiza y cervantina, el escenario: “gente principal, nobles con el mayorazgo roído, comendadores de chapa y chepa y obispos temerosos del sambenito”. Y, todo el destaque para las protagonistas -Teresa de Jesús, la monja reformadora, y Ana de Mendoza, Princesa de Éboli- y los históricos encuentros de las dos damas, ambas de armas tomar.
Bien explica el autor el meollo de estos desentendimientos em párrafo que no puedo, ni quiero, omitir. “Ana y Teresa, – por razones muy diversas y con fines acaso antípodas- no se habían conformado con ser las mujeres que el mundo había querido que fueran. (…) Que Teresa hubiese afrontado esa aventura contra el mundo con auxilio divino y Ana hubiese renunciado a él las hermanaba todavía más; pues bastaba que se mirasen la una a la otra para saber lo que habría sido su vida, si hubiesen tomado la determinación contraria. Teresa pensaba que tal vez lo mucho que la una a la otra se habían zaherido se explicase precisamente porque eran almas gemelas(..) y se había atormentado preguntándose si no podría haber hecho algo más por salvarla del ansia de poder, que sólo es un sucedáneo del ansia de Dios, sólo que mientras esta nos deja colmados, la otra sólo deja amargura cuando se enfrían sus llamas. A Teresa la había salvado Su Majestad; Ana en cambio, no había encontrado esa ayuda, tal vez porque ella misma la había rechazado, talvez porque no había sabido reconocerla, y había permitido que invadiesen su alma las tinieblas. Porque el alma, aunque no esté llena de humores como el cuerpo, no puede permanecer vacía; y cuando no la ocupa quien la creo, acaba tarde o temprano siendo pasto del que quiere destruirla”.
Reflexiones de la princesa de Éboli cuando, en varias ocasiones, se encuentra con la carmelita. “¿Era odio, o envidia, esa pasión ruin a la que siempre pintan flaca, porque muerde pero no come? Haciendo a Teresa culpable de su desgracia, había creído que podría adormecer el gusanillo de la frustración. Pero el gusanillo no había hecho desde entonces sino engordar”. Mujer bellísima y principal en la corte de Felipe II, con pasión por el mando. Guapa y tuerta, lo que aumentaba su fama y atractivo: “Talvez porque la pérdida de su ojo a muy temprana edad había influido en su carácter, pues con frecuencia la insumisión y la mordacidad son escudos con los que protegemos nuestras heridas íntimas(…) Siempre haciendo uso de un parche -que em los años felices cambiaba de color, a juego con su atuendo o con su estado de ánimo- retrato que la posteridad reconoce”.Read More
Jesus Sanchez Adalid: “El Mozárabe”. Planeta De Agostini. Barcelona. 2003. 660 pgs(2 volumes). Judíos, Moros y Cristianos. Novela Histórica.
La lectura del magnífico libro de Julián Marías sobre las Españas, y en particular los comentarios sobre el periodo de la Reconquista -cuando España se construye, afirmando su identidad- fue el impulso remoto para sacar del estante este libro que había comprado hace tiempo. Creo que en un quiosco callejero en Madrid, por un par de euros.
En verdad, más que el libro, el gatillo fue la frase que Marías cita de Ortega, y que naturalmente le da pista para explicaciones: “Yo no sé como se puede llamar Reconquista a algo que duró ocho siglos”. Tiene tela; y uno entiende que ocho siglos son mucho tiempo, y pasa …..de todo. Incluso guerras, altercados y discordias, junto a un aluvión de cultura, cimiento de lo que será – y es hoy- España. Por eso, el subtítulo -judíos, moros y cristianos a modo de novela histórica-se me presentó especialmente atractivo. Con los libros pasa eso: uno arrastra al otro, lo trae colgado, como las cerezas en la cesta…..
Sanchez Adalid, a quien en lecturas anteriores ya le había diagnosticado gusto por el tema, nos deleita con una novela sencilla, de fácil lectura, sin grandes pretensiones, pero clara y transparente. Las más de 600 páginas son un mano a mano entre los dos protagonistas: Asbag, un mozárabe, que es obispo de Córdoba; y Abuamir, un musulmán con mucho talento, que sabe prosperar junto al Califa, y organizar el poderío del Califato de Córdoba. Todo esto en el siglo X -al final, el autor incluye notas históricas que apoyan la verosimilitud de la novela- el famoso siglo de hierro. “Sarracenos en el Mediterráneo, normandos de fe débil y reciente, nobles pendencieros, clérigos corrompidos” – comenta uno de los muchos personajes. Asbag le responde con serenidad: “Bah- Son las miserias que siempre han rondado al hombre”.Read More