(Español) Reyes Calderón. “El expediente Canaima”

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Reyes Calderón. “El expediente Canaima”. RBA libros. Barcelona 2009. 422 pgs.
     Aunque es el primer libro suyo que leo, es fácil deducir –por el estilo, y por lo que uno oye por ahí, críticas literarias incluidas- que Lola MacHor es el personaje donde se proyecta Reyes Calderón. La literatura está repleta de simbiosis de este tipo: Sherlock Holmes y Conan Doyle, el Inspector Hercule Poirot y Agatha Christie, el detective Jules Maigret y Georges Simenon. Pero en este caso, más que una proyección, es tal la identificación que el lector establece entre el personaje y la autora que casi me atrevo a decir que es un alter ego. Me explico.

     Los ingredientes de una buena novela policiaca, con crimen, suspense, corrupción, en sus variaciones sobre el mismo tema, están todos presentes. Pero hay más. El estilo, la atmósfera de la protagonista –que incluye familia, trabajo, debilidades, sueños, quimeras y decisiones tajantes- son tan plásticas que no parecen sencillamente imaginadas.

     Casi al final de la novela, la autora nos ofrece un perfecto retrato antropológico de la protagonista. Algo que se lo tiene muy bien pensado, sentido, vivido. Anoto textualmente: “Lola era un rostro. Un cabello suave, que se electrizaba al acercar los dedos. Una cintura a la que anudarse. Lola era una mocosa perdida en un monte oscuro, envuelta en una toga demasiado grande. Una toga disfrazada de Lola. Lola era Lola. Debilidad con sobrepeso. Un régimen pelirrojo, imposible. Lola era un mundo y sus estaciones. Ora nieve. Ora viento. Siempre sol taheño. Porque, aunque sólo Iturri lo notara ella poseía su propia luz. Amarilla, débil, un solo filamento invisible, pero luz”.

     Una juez que se las compone para navegar entre líos colosales –que es lo que ofrece el argumento a la novela- tremendamente femenina, casada con un médico investigador, sabio distraído y de pocas palabras, y con cuatro hijos. Hay que convenir que no es un personaje habitual, como las ejecutivas de las películas americanas o de las novelas de John Grisham.

     En las más de cuatrocientas páginas, de vez en cuando, tropiezas con algún ‘recado sociológico’ como este: “Vivimos tiempos indigentes, vestidos de lujoso desencanto, calzados de tolerante sectarismo. Vivimos en la era del amor online, de la información en vena. Abundamos en todo, pero no estamos seguros de nada. Tenemos miedo: miedo a ser robados a ser muertos, a fracasar. Y ante el miedo, la velocidad pierde el sentido”. O las críticas a los periodistas, otro ejercicio habitual en los académicos –clase a la que pertenece la escritora- que nunca se entienden con ellos. O porque están muy fuera del mundo real, o porque los otros, los periodistas, se fabrican un mundo a su imagen y semejanza: “Lola MacHor no apreciaba a los periodistas. Presumían de ser los voceros morales de la sociedad, la conciencia del Pueblo, y al final acababan por absorberlo todo bajos sus letras de imprenta. Con sus prisas y urgencias por ser los primeros, minaban la profundidad de su propia independencia, simplificaban sus diagnósticos hasta trivializar los serio o magnificar lo insignificante”.

     Pero el resultado final no es de tesis, ni filosófico, sino de una novela entretenida, que te atrapa. Te mete en harina, y te reboza; y disfrutas leyéndola.

(Español) Eduardo Mendoza: La Verdad sobre el caso Savolta.

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Eduardo Mendoza: La Verdad sobre el caso Savolta. Seix Barral. Barcelona. 1984. 463 pgs.
     Recordando la buena impresión que me llevé del Premio Planeta 2010 (Riña de Gatos), me animé con esta novela del mismo autor, que es mucho anterior. Escribe con facilidad, se identifica fácilmente su estilo que esculpe los personajes, pero no es lo mismo. Quizá por el escenario –que conozco menos- o quizá por el modo como la presenta, que siendo original tiene sus inconvenientes.

     La acción se sitúa en Barcelona, durante la tensión revolucionaria entre patronos, obreros y sindicalistas, de los años 1917-1919. Temática histórica que no domino y que, en palabras del propio autor, no es asunto de fácil interpretación, como se deduce por este párrafo que copio textualmente: “Tras años y años de lucha constante y cruel, todos los combatientes (obreros y patronos, políticos, terroristas y conspiradores) habían perdido el sentido de la proporción, olvidado los motivos y renunciado a los logros. Más unidos por el antagonismo y la angustia que separados por las diferencias ideológicas, los españoles descendíamos en confusa turbamulta una escala de Jacob invertida, cuyos peldaños eran venganzas de venganzas y su rama un ovillo confuso de alianzas, denuncias, represalias y traiciones que conducían al infierno de la intransigencia fundada en el miedo y el crimen engendrado por la desesperación”.

     El modo en que se sirve la novela es novedoso y hasta insólito. Son piezas de un rompecabezas, que se mueven atrás y adelante en el tiempo, con personajes diferentes, dando entrada y salida a diversos actores, y que se supone deben componer entre todos el argumento de la novela. Un tapiz tejido por multitud de tejedores que ofrecerían, al final, el panorama del caso Savolta, título de la obra. Pero la verdad es que si me preguntan cuál es exactamente el argumento, o quien es el protagonista, no creo que sea capaz de responder concisamente. Es decir, que no veo lo que está perfilado en el tapiz, o si lo veo carece de interés. Y tampoco me atrevo a destacar un protagonista, con recelo de equivocarme.

     Incluir muchos personajes, con sus vaivenes, idas y venidas, supone siempre un compromiso a la hora de contar una historia. Los colores y variaciones crecen, así como la riqueza posible de matices, pero se corre el riesgo de difuminar el resultado. Y los muchos árboles no dejan ver el bosque. No es un problema de número, sino de mantener el pulso cuando se cuenta, saber de qué se trata. Guerra y Paz es un ejemplo conocido de cómo se puede hacer esto muy bien, y que dispensa comentarios.

     ¿Qué es lo que Eduardo Mendoza ha querido presentar? ¿Una situación histórica concreta, con personajes ficticios? Fue lo que pensé inicialmente, acordándome de la Riña de Gatos. ¿O ensayar un modo diferente de contar las cosas? En cualquier caso, no me conquistó. Quizá porque me pilló cansado, o no era el momento. Los libros –y nosotros, como decía Borges- tenemos los momentos adecuados para leerlos. Este no era el mío.

(Español) Maria Dueñas “Misión Olvido”

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Maria Dueñas “Misión Olvido”. Planeta. Temas de Hoy. Barcelona. 2012. 512 pgs.
capa do livro misión olvido     “Parece que no es tan buena como El Tiempo entre Costuras”. Fue la respuesta que me llegó cuando, apenas había bajado del avión en Barajas y viendo el nuevo libro de Maria Dueñas empapelando las librerías del aeropuerto, se me ocurrió preguntar a no recuerdo exactamente quién. La pregunta sobraba; ya lo tenía fichado y en la lista de compras antes del vuelo de vuelta. Pero a uno le gusta calentar motores. La verdad, es que la autora ya te hace entrar en calor, con un párrafo en el reverso del libro. No hay cómo decirlo mejor: “Tres años después de la publicación de El Tiempo entre Costuras, vuelvo a llamar a las puertas de los lectores con la historia y la voz de una mujer. Una mujer contemporánea, cuya estabilidad aparentemente invulnerable ha saltado por los aires. Se llama Blanca Perea y ha decidido huir”.

Y es que María Dueña domina la narrativa que, en todo momento, está teñida de perfiles femeninos, bordados, con relieve, en tres dimensiones, que te entran por los ojos, y casi los tocas. Así presenta a Rebeca, una de las interlocutoras de Blanca: “Su saludo fue un apretón de manos afectuoso, transmitiéndome su calidez con el tacto de la piel y un par de ojos claros que iluminaban un rostro hermoso en el que las arrugas no eran un demérito. Un gran mechón de hebras plateadas le caía sobre la frente. Intuí que bordeaba los sesenta y presentí que se trataba de una de tantas secretarias imprescindibles que, con la tercera parte del sueldo se sus superiores, suelen ser más competentes que ellos en inversa proporción.”

La novela transcurre entre la España del fin del siglo XX en un mano a mano con California, y la de los años 50, con saltos precisos a la época de antes de la guerra, cuando arranca el argumento que engancha e impide dejar la lectura. La descripción de los personajes es magistral. Un estilo que a veces se aproxima del castellano clásico –con sabor casi Cervantino- cuando pasea por los años 30: “Con nadie tenía doña Manolita que despachar sus componendas porque en sus querencias y sus dineros no mandaba más que ella”. O este otro ejemplo, siempre a vueltas con las mujeres: “Simona no era una mujer inteligente, pero llevaba décadas observando de cerca cómo vivían los ricos y tenía las luces necesarias como para percibir que, además del dinero y las propiedades, la educación y la cultura tenían también algo que ver en aquel menester.”

En un par de capítulos se da la alternativa a una protagonista singular: Nana, la abuela de Aurora. De lo más castizo. Reconozco que me reí a carcajadas, sólo, mientras imaginaba esta señora de armas tomar, que la autora describe con maestría. Un perfecto retrato: “Me encanta, me encanta, me requeteencanta!. Estas casas modernísimas y estos muebles tan…tan…tan.. No tengo palabras, es que me rechiflan a morir. Cariño, a ver si te haces amiga de mi hija y la convences para que el trapero se lleve todas las reliquias horrorosas que tenemos en casa y compre cosas de estas, tan modernas, tan fabulosas”. Una dama de lo más “echao palante” que se terciaba en los años 50. A base de lingotazos de Martini, mientras su interlocutor americano quiere como que recordar un dicho que le rondaba la mente y que le parece encajar a la perfección: “De perdidos, al rio”.

Las mujeres, que borda, y todo lo que las rodea; principalmente, los hombres, que nunca acaban de entenderlas. “Así era Alberto. Persistente para todo lo que le interesaba, insensible para las complicaciones”. Aunque también no ahorra elogios para los hombres que se hacen merecedores: “Su manera natural de andar por la vida, el afecto con el que trataba a todo el mundo y con el que todos los que le conocían parecían tratarle a él. Flirteaba con las camareras, cuanto más feas y más gordas, mejor. Abrazaba a sus amigos sin reservas, solía mirar las cosas a través del cristal de la ironía y hacía que todo resultara fácil a su alrededor”.

Que me ha gustado la novela, es fácil de deducir a estas alturas. Aunque hay un aspecto que merece comentario aparte. La forma como Maria Dueñas evoca la España de los años 50, que yo viví de refilón, y que me transporta a la época, con fascinante aroma de infancia. Aunque sea largo, prefiero copiar un par de descripciones. Quien las ha paladeado entenderá. “Pero prefirió no moverse: seguir durmiendo en un habitación oscura abierta a un patio en el que siempre había ropa tendida y olor a lejía, alumbrarse con la luz escasa de una bombilla pelada, sentarse a leer en una silla de enea ante la ausencia de un buen sillón. Nada se le hacía incómodo. Lo percibía como algo sustancialmente auténtico. Realidad en su esencia más pura, sal de la vida”.

El escenario preciso donde vive uno de los protagonistas en el barrio de Arguelles, en el Madrid de los 50, se complementa con los sonidos, visiones y sabores que son, al fin, olores, pues es el olfato el sentido que más despierta la memoria. También la del lector, si ha tenido la ventura de tantearlos. “Los guisos llenos de sustancia servidos con pan para mojar, el café de puchero con el que abría los ojos por las mañanas, sus camisas lavadas a mano y planchadas con primor y almidón. Las anécdotas de la señora Antonia y su memoria intacta del ayer que, en sesiones continuas de mesa camilla, le ayudarían a ir descubriendo la miga de la tierra que pisaba. El manantial de habla popular que a diario oía, el borboteo constante de giros y chascarrillos que él empezó a anotar por montones en el cuaderno que a partir de entonces decidió llevar siempre en un bolsillo. Y quizá sin él saberlo y por encima de las demás causas, sobrevolándolas a todas de manera imperceptible, hubo algo más. Algo impalpable, intangible. Algo que había percibido desde el momento en que atravesó la puerta de la vivienda y se enfrentó al tapete de ganchillo y al retrato añoso de una boda de pueblo en el que ya faltaba la mitad. Al olor de comida en la lumbre, a la estampa enmarcada del Sagrado Corazón, al almanaque de mujeres morenas, con sombreros cordobeses y ojos tristes, y a la radio permanentemente encendida, inaudible casi a veces, jaranera a ratos con concursos, seriales y coplas. La calidez. La ternura. El verse de pronto arropado”.

Maria Dueñas juguetea con el tiempo, que da vueltas, en verbena de tío-vivo permanente. Nos encantó cuando el tiempo era entre costuras, y ahora, lo columpia entre países, gentes, culturas. Así como los zahorís encuentran agua, hay quien tiene el mismo don con el tiempo. Por ejemplo, Ettore Scola, el director de cine italiano; el tiempo es ingrediente de todas sus películas. Misión Olvido, juega con el nombre de la misión y con el verbo que es la distracción disuelta en el tiempo. Un tiempo que cuando pasa revela las circunstancias con realismo, en verdadera perspectiva, “sin dramatismos y, a la vez, sin exceso de frivolidad, con el desapego justo que el tiempo transcurrido proporciona a nuestra manera de rememorar las realidades que la vida nos ha forzado a dejar atrás”.

Tiempo y mujeres, o mejor, las mujeres en el tiempo. Esa es la temática de Maria Dueñas. Un zambullirse en “los instintos primarios que desde que el mundo es mundo habían movido a las mujeres de la humanidad”. Y una mirada cálida, comprensiva, al desgaste que el tiempo produce en el alma femenina, y que solo otro tiempo hará cicatrizar. “Las tres, sin embargo, habíamos resbalado y caído en el barro en algún momento inesperado. A las tres un mal día nos dejaron de querer. Ante el abandono y la incertidumbre, frente al desamor y la crudeza irreversible de la realidad, cada una se defendió como pudo y batalló con las armas que tuvo a su alcance. Con buenas o malas artes, con lo que el intelecto, las vísceras o el puro instinto de supervivencia nos pusieron a mano a cada cual. El reparto de talentos siempre fue arbitrario, a nadie le dieron a elegir”.

Releo lo que acabo de escribir y me parece que más de uno dirá: “Oye, pero esto no es una crítica, ni siquiera un comentario. Esto es un tráiler del libro”. Ya lo sé. Pero como dicen que mis comentarios cuentan el argumento –cosa que no es tan verdad como que si lo hacen, cada vez con mayor frecuencia, las orejas de las tapas de los libros- lo dejamos así. Un tráiler; no los mejores momentos, porque esos se disfrutan, cada uno por su cuenta, con la lectura siempre cautivante de la prosa de Maria Dueñas.

(Español) Lorenzo Silva: “La Marca del Meridiano”

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Lorenzo Silva: «La Marca del Meridiano». Planeta. Barcelona. 2012. 399pgs.

     Después de un correo electrónico que me llegó hace un par de meses, venía siguiéndole la pista al último libro de Lorenzo Silva. Otra aventura de Vila y Chamorro. Me lo apunté para comprármelo en la primera oportunidad. Y mira por donde, cuando llego a Madrid, me entero de que acaba de ganar el Premio Planeta.

     Le pregunto al dependiente de la «Casa del Libro» en Gran Vía, mientras hojeo un ejemplar: «¿Y esto del Planeta?» Sonríe como diciéndome que él tampoco lo entiende. «¿No hay edición de bolso?» –pregunto.  «Es muy reciente, tendría que esperar. O comprarlo en edición digital». «No, a mí me gusta tener el libro en las manos, como decía Borges, rodearme de ellos….». «!Y olerlos!» completa el joven; y entiendo que ha leído al argentino.

     La sorpresa del Planeta 2012, por tratarse de otro capítulo de una serie conocida no le quita mérito al libro. Ni gusto por leerlo. Yo que lo diga, que me he leído todos los episodios de los beneméritos Vila  y Chamorro. La Marca del Meridiano, tiene todos los predicados de los anteriores –suspense, acción, ingenio, sorpresas- pero se nota que los personajes van, cada vez más, cuajando en sus modos de ser. Sobre todo Vila que  asume un protagonismo también psicológico y afectivo; más no se puede decir, hay que leer el libro.

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(Español) Mercedes Salisachs: “Goodbye, España”

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Mercedes Salisachs: «Goodbye, España». Planeta. Madrid. 2010. 345 pgs.

     Abrimos el libro y tropezamos con una dedicatoria que nos sitúa perfectamente, como la tonalidad estampada al inicio de las obras musicales, centrándonos en la tesitura. «A la memoria de una mujer admirable, Victoria Eugenia de Battenberg, y de Sajonia- Coburgo;  Princesa de Inglaterra, Princesa de Irlanda y Reina de España. Confío, Señora, que sabréis perdonar la osadía de haberme introducido en vuestra piel para escribir esta novela».

     Desde sus 94 años, Mercedes Salisachs despliega su prosa elegante y profunda, casi diría aristocrática –epíteto nunca mejor empleado- para contarnos las memorias de la Reina Victoria Eugenia durante su corto regreso a España. Asistirá al bautismo de su bisnieto Felipe, y será su madrina. Corre el mes de Febrero de 1968; solamente cinco días, los suficientes para recuperar recuerdos y sueños de los años en que fue soberana de España, y amada por el pueblo.

     En la descripción de la llegada a España, se confirma la tonalidad de este encantador concierto, una novela minueto, dirigida magistralmente por dos ancianas repletas de sabiduría: la Reina Victoria, y Mercedes Salisachs. «Mi hijo Juan se acerca unos pasos hacia mí. Me abraza. Enseguida le cojo la mano y lentamente, con el mejor estilo aprendido en mi juventud, le hago la reverencia para que todos los que nos contemplan sepan que el verdadero rey de España es él.  El aumento de aplausos rubrica aquel acto de respeto, como un oleaje de aquiescencias irreversibles. España, aunque encarcelada en una dictadura militar, continúa latiendo, esperando y deseando recobrar una libertad perdida hacía ya muchos años en los pantanos de una república que no supo ser democrática».

     El retrato psicológico de Victoria Eugenia y de los personajes que la rodearon –magistral Alfonso XIII como coadyuvante- está continuamente salpicada de reflexiones. Se trata de recordar y de recuperar en el recuerdo lo que el tiempo parece haber difuminado. «Lo único que nos llena consiste en recordar: sacar a flote pasados perdidos que fueron engullidos por futuros que también acabarán siendo pasados». Reflexiones y compresión, que se adquiere desde la perspectiva de esa edad donde muchos naufragan en desánimos y depresiones, y otros, porque son sabios y conservan la perspectiva, se engrandecen. «Los años son los grandes sedantes que aplacan y adormecen las inesperadas hecatombes de la vida (..) De hecho vivir es eso: convertir las noches en días soleados y los días en amaneceres»

     Los proyectos de juventud, el ocaso de la monarquía, la llegada mesiánica de una república que perdió el control político, las heridas sociales y las humillaciones que personalmente sufre con discreción en la intimidad familiar, se nos relatan en confidencias dulces –nunca quejas!- de una Victoria que la escritora admira y con quien se identifica. «Ser joven es eso: desconocer que nada permanece igual en las imposiciones que nos ofrece el mañana. Ignorar que los riesgos futuros siempre andan al acecho. Y que desconocer esa realidad o cerrar los ojos para no verla es caer en trampas inesperadas». La ruptura del matrimonio, la distancia que Alfonso le impone, lejos de fermentar en odio, despiertan una modalidad delicada de amor: «Ni por asomo podía yo sospechar que, en ocasiones, es precisamente la lejanía lo que más refuerza los lazos con el ausente querido. La cercanía es peligrosa si no se sabe endilgar con destreza».

     Una novela histórica que se lee de un tirón. Hechos reales y ficción, cultamente mezclados, para ofrecernos el retrato de una época de la Historia de España y, sobre todo, de los personajes. La historia son los hombres que la construyen: «La suerte y lo que llamamos azar no es un factor espontáneo: siempre va condicionado a un cúmulo de circunstancias que, andando el tiempo, mueven a su aire la balanza del presente. Todo depende de los aciertos o torpezas que van trazando nuestro camino hacia el futuro»

     Y como marco del retrato los recados que Mercedes Salisachs nos deja en sus obras fascinantes, tan próximas del ser humano, tan luminosas. Un estilo que me seduce –ya lo he dicho y escrito muchas veces- porque se me presenta a modo de ficción vitalista antropológica. Y el mejor modo de educar en el Humanismo es, sin duda, contar historias, relatos que nos alcanzan, nos hacen pensar, nos forman. Para muestra, sirve un botón: «Todo en nuestros fracasos impone la necesidad de «culpar». Más aún: siempre los culpados son «los otros». Nadie se inculpa a sí mismo de haber obrado mal. El mal que nos atosiga exige un dedo que siempre señala a un ‘tú’ imaginario. Jamás a un ‘yo’ acaso real»

     Por detrás de la Historia, de los personajes y de los recados, vemos a todo momento la mirada serena, comprensiva, cálida de esas dos ancianas –Victoria y Mercedes- que recuerdan el pasado, y se esfuerzan por entender las profundidades de la libertad humana, y de sus consecuencias.  Una tolerancia y compresión que nos hablan de paz, de piedad, de perdón de misericordia. Los mismos pedidos que ponen en boca del Presidente Azaña cuando notaba que el conflicto bélico se le escapaba de las manos.

     «Nada es verdaderamente real en las realidades humanas. Todo tiende a ser ficción. Todo se reviste de una importancia que no tiene y que, en cuanto se descuida, se convierte en aire (..) Vivir es eso: sortear las sombras, soportarlas con donaire y esperar que algún día la luz futura prescinda eternamente de ellas».

     Un libro enriquecedor, que destila serenidad. Eso sí, muy Español, y por eso el idioma de este comentario; aunque se traduzca a otras lenguas, difícilmente se captará el meollo, salvo que el lector sepa incorporar el espíritu hispánico, como la Reina Victoria Eugenia hizo con maestría.

(Español) Carlos Pujol: Los Fugitivos

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Carlos Pujol: «Los Fugitivos». Menoscuarto. Palencia. 2011. 150 pgs.

Tenemos aquí una historia inverosímil, pero muy bien contada. Ficción encajada en la realidad, y la realidad es Roma, durante la Segunda Guerra Mundial, 1943. Los italianos empiezan a pensar que los carismáticos discursos del Duce desde el Palazzo Venezia no serán suficientes para ganar la guerra. Entra en escena un capitán español con la misión de rescatar a un inglés, que responde al nombre de Bond, James Bond. El resto, hay que leerlo.

Carlos Pujol es un escritor prolífico pero poco conocido, que escribe maravillosamente bien. Inevitable pensar, mientras te delicias leyendo: Por qué no escribiré yo más, quizá una novela, con lo fácil que parece? Es la tentación inevitable que surge al contacto con un hábil contador de historias, que trata el lenguaje con elegancia. Un contagio de cultura, y de provocaciones narrativas. Quizá escribimos poco, porque leemos poco, y lo que leemos casi nunca es de lo mejor, de lo que te anima a escribir porque parece sencillo.

Las 150 páginas se hacen cortas, porque son suculentas. Repletas de humor fino, de lo más castizo, maneja los personajes con soltura, los borda a golpe de frases, de gestos, de silencios. Con ingenio, salero, elegancia. Una sorpresa agradable. Habrá que descubrir más de cerca la obra de Carlos Pujol.

(Español) Antonio Muñoz Molina: Sefarad

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Antonio Muñoz Molina: Sefarad. Madrid. Alfaguara. 2001. 516pgs.

Una novela de novelas. No solo novelas sino sueños, fantasías oníricas, mezclas de personajes reales con imaginarios, al tuntún, como si el autor dirigiera un gran teatro del mundo. Esta es una de las pocas frases que anoté y que lo explica bien: «Había dos mundos, uno visible y real y otro invisible y mío, y yo me adaptaba mansamente a las normas del primero para que me dejaran refugiarme sin demasiada molestia en el segundo». Y otra, para que no haya dudas: «Nos unía lo que no éramos más que lo que éramos, lo que ninguno de los dos nos atrevíamos a ser».

De este libro, la crítica dice que es un paseo por la historia del siglo XX, visitando a los olvidados, perseguidos, y oprimidos. Mucha pretensión me parece para un libro confuso, donde tampoco la historia se vislumbra claramente, el autor aprovecha para colocar sus críticas mordaces y sus opiniones, a las que tiene todo derecho. Pero no valen el tiempo que se gasta en leerlas. Felizmente lo noté en las primeras páginas, y gran parte del libro lo leí en diagonal, o hasta saltando páginas. No merecería ni un comentario en el BLOG porque no hay lo que sacar de él. Ni  se lo recomendaría a nadie. A ver cuando me aplico lo que aconsejo a todos: parar de leer un libro que no me gusta; así, por las buenas, olímpicamente. Quizá esta es la mejor enseñanza, comprobada una vez más por los contrarios.

(Español) José Jiménez Lozano: “El azul sobrante”

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José Jiménez Lozano: «El azul sobrante». Encuentro. Madrid. 2009. 200 pgs.

     La simpatía por Jiménez Lozano se la debo, como muchas otras cosas, a mi hermano Pedro. Me venía instruyendo, desde hace mucho tiempo, sobre la obra del abulense. Un día me escribió: «¿Has visto que a Jiménez Lozano le han dado el premio Cervantes? Bien que te lo advertí yo». Para aquel entonces ya había tenido oportunidad de leer algunos de sus libros, siguiendo el feliz consejo fraterno.

     «El Azul Sobrante», es un delicioso conjunto de cuentos cortos, donde desfilan gentes del pueblo e intelectuales, nuevos ricos y figuras de corte añejo, caballeros chapados a la antigua y damas avanzadas, demonios tentadores y ángeles que transportan «en un bidón el azul que había sobrado en el principio de cuando se pintó la bóveda del cielo al atardecer». Son pequeñas miniaturas preñadas de sabiduría, de buen gusto, relatadas en castellano elegante y, al mismo tiempo, familiar, castizo. No cabe hablar más del libro, ni esbozar ensayos, pues la introducción que presenta la obra –a cargo de la directora de la colección editorial- cumple este oficio con creces. Lo comento para que no se incurra en el error de despreciarla. Leerla despacio ayudará a calibrar la sensibilidad. Después, otro consejo. Leer un cuento por día, a lo más dos. Hay que paladearlo, como un buen vino; o mejor, catarlo, porque cada cuento es un vino diferente, y mezclarlos uno tras otro, sería un desperdicio.

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(Español) Juan Marsé : Caligrafía de los sueños

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Juan Marsé : Caligrafía de los sueños. Lumen. Barcelona (2011). 426 págs.

     No recuerdo que fue lo que me animó a comprar este libro hace ya casi un año. Por lo que me conozco, debe ser alguna crítica que leí y me atrajo el tema, o mejor, la característica cronológica y narrativa. Son los años que se siguen a la guerra civil, donde las dos Españas continúan presentes; desde crio recuerdo que siempre lo han estado, incluso en la misma familia, y eso que yo soy mucho posterior. La prosa de Marsé fluye con facilidad, y aunque escribe en castellano se le nota muy catalán. Imagino que después de ganar el premio Cervantes en 2009, tiene motivos suficientes para continuar escribiendo en castellano, sin preocuparse con susceptibilidades regionalistas.

     Lo mejor de la novela son los personajes, magníficamente retratados, no mediante descripciones sino perfilados en sus propios diálogos. Conversaciones castizas, muy de aquella época, que me despertaron recuerdos de infancia. El argumento es muy tenue –no soy capaz de resumirlo- y quizá no existe, porque lo que se propone es sacar una foto de época, un cuadro de costumbres. Narra con facilidad, pasa de un detalle a otro –de una cabeza a otra- porque al final todo es una caligrafía de los sueños.

     El relato se narra a través de los ojos de Ringo, un adolescente. Echando cuentas, debe ser el alter ego del autor que, en la época que sitúa la novela, tenía justamente la edad del protagonista. Pero una cosa son los recuerdos y otra conseguir contarlos con la mentalidad que se tenía cuando se vivieron. Hay que reconocer que Marsé se esfuerza, y en muchas ocasiones plasma con credibilidad los sentimientos, confusos y atolondrados, del joven que despierta para la vida afectiva. Pero se adivina –quizá porque se le va la mano en algunas groserías- que el corazón que pulsa no es de adolescente, sino de un hombre maduro, vivido; quiere retozar sobre sus recuerdos pero el cuerpo le advierte de las cicatrices y artrosis que inevitablemente se acumulan con la vida. Es decir, que le falta espontaneidad, lozanía. Puede ser que los sueños del título sean los del autor; esos sueños que uno intenta atrapar cuando se despierta, dar marcha atrás, sin conseguirlo.

     Esperaba más de la novela. Quizá las expectativas de leer un premio Cervantes – que también acumula un Planeta- son demasiado altas. Quizá estoy mal acostumbrado con Jiménez Lozano, que con sus 83 años, continua me sorprendiendo. Y, por hablar de los Planetas, con Mercedes Salisachs, que a los 94 me fascina. En fin, que el hábito –y los méritos pasados- no hacen al monje.

(Español) José Luis Olaizola: “Don Pelayo”

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José Luis Olaizola: «Don Pelayo». Ed. Temas de Hoy. Madrid. 2006. 236 pgs.

     Luces y sombras de un héroe indiscutible. Ese es el subtítulo que el autor da a esta novela histórica, una biografía libre de D. Pelayo, el motor de arranque de la Reconquista española. Y en el apartado donde se recoge la bibliografía consultada, tiene el cuidado de advertir que se ha servido de todos los recursos propios del género, incluso creando personajes de ficción para apuntalar el relato, pero respetando siempre el marco histórico y los acontecimientos puntuales de la época.

     De este modo, el autor hace desfilar por sus páginas a los últimos señores del reino visigodo: Favila, Witiza, Don Rodrigo; al famoso moro Muza, siempre haciendo tándem con Tarik, y la batalla de Guadalete, que inaugura la conquista árabe de la península; una larga seria de personajes –damas, obispos, caballeros- que bien pueden ser auténticos o ficticios, pero que encajan de maravilla como coadyuvantes. Un escenario de amores, celos, traición, con heroísmo y mezquindad, con las luces y sombras que, no sólo son de Don Pelayo, sino de toda su época, de la condición humana. Y, como actor principal, el héroe de la batalla de Covadonga, príncipe de los Astures y fundador de la dinastía de los Alfonsos, tan íntimamente engarzada en el corazón hispánico.

     Olaizola tiene bien conseguido el género de la novela histórica. A mí, personalmente, me agrada, quizá porque los conocimientos que tengo de historia –y que con el pasar del tiempo, uno ve lo muy útiles que son- los he adquirido, sobre todo, a base de leer biografías. La historia es hecha por personas que desempeñan papeles únicos en el gran teatro del mundo, por decirlo al modo calderoniano. Habrá quien le censure la falta de rigor histórico, o que invente personajes, diálogos y situaciones; todo depende de lo que se busca al leer un libro. Si la intención es despertar el gusto y la curiosidad por conocer historia –que precede tantas veces el proceso de enriquecimiento cultural, mucho más que las clases académicas que casi nadie soporta ya en los tiempos digitales que vivimos- el libro de Olaizola cumple afinadamente este propósito.