El piano

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Por Mariluz González Blasco

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Mandé, por fin, afinar el piano. Al ritmo de sus sonidos iban renaciendo recuerdos de la infancia y recuerdos de las personas que lo tocaban.

Cuando el maestro terminó su trabajo quedó asombrado. “Este piano ha respondido de maravilla. Sólo en otra ocasión encontré un instrumento como este que después de 25 años sin afinarse me respondió tan magníficamente.” Al principio cuando el afinador pulsó las teclas, diagnosticó una “enfermedad grave”. “No sé si el piano aguantará la afinación, está muy mal”.

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Los niños y yo le dejamos trabajar; guardamos durante dos horas un silencio casi milagroso. La puerta del salón cerrada como si de un quirófano se tratase.

De repente escuche una melodía, armoniosa suave.

Hablando con el afinador me dijo “se nota que este piano ha sido muy querido”.
¿Puede tanto el amor?

Porque amor tiene mucho encima: Pensé primero en la voz de mamá cantando a sus teclas y acariciando su madera. Después pensé en las manos de mis hermanos mayores pulsando durante horas el teclado, con tesón, con dedicación con ganas de aprender. Se ponían sobre el instrumento afanes, obediencias, trabajo.

Después las manos de los hermanos más pequeños, la compañía del violín de Juan, los viajes de Madrid a Zaragoza y de Zaragoza a Madrid. Las voces de todos los de la familia: “encima del piano”, “esta en el cuarto del piano” como si de un invitado de honor se tratase: Un invitado, ¡no!… Era un miembro más de la familia. Un testigo, siempre acompañando, siempre escuchando.

Tenía tanto amor encima. Colgada de la pared y en el centro la foto de boda de papá y mama, encima de el, la foto de boda de Juan y Beatriz. Después mi foto de novia. La Virgen de Montserrat, la foto de la Virgen de la Madre del amor hermoso. Un cenicero traído de Checoslovaquia por papá. Los adornos singulares de Brasil, hechos con piedra de jabón. En Navidad el Misterio y las felicitaciones. Otras veces eran las cartas y hasta las facturas las que reposaban sobre su tapa cerrada.

La voz de Juan recitando los temas de la oposición, y se dejaba arrancar por él melodías nuevas. Después en aquella habitación jugaban los primeros nietos mientras los mayores disfrutaban de su sobremesa. También oyó el piano mis temas de filosofía para la oposición de profesora.

Durante algunos años el ordenador le robo el protagonismo, las teclas de la máquina informática sonaban más que las suyas. Pero el piano, mudo por aquel entonces, supo esperar. Se conformo con guardar los sonidos que le rodeaban. Las palabras de consuelo, las conversaciones alegres, las risas, los llantos. Hasta los suspiros del sueño de algunos de nosotros.

El piano conocía a nuestros amigos y familiares. Siempre se dejó visitar. Se dejó fotografiar con unos y con otros.

Esperó y esperó hasta que de nuevo volvió a hablar. Y ahora volvemos a escuchar “todo el amor que lleva dentro”, las huellas de los que se han ido y de los que aún estamos aquí.

El piano también se alegra cada vez que alguno de los suyos pasa por casa. Reconoce las voces de todos… Qué dirá cuando oiga las gaita que ahora toca Santi?

Al piano le sigue afinando el amor.

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